Más allá de las encuestas, demoledoras para la oposición conservadora, México enfrenta un proceso electoral inédito. No sólo por la magnitud del proceso electoral o por la lamentable violencia en algunas (demasiadas) localidades del país, sino porque, a diferencia de muchas elecciones en América Latina y otras partes del mundo, no ganará el odio, en nuestro caso alimentado copiosamente durante todo el sexenio
Por Étienne von Bertrab / @etiennista
Intentaron de todo para infundir miedo en torno al proyecto de país que llevó a López Obrador a la presidencia y lo siguieron haciendo día tras día, semana tras semana, mes tras mes, todos estos años. Un miedo infundado pero inducido a través de todo tipo de artilugios desinformativos y manipuladores; cuentos que se escucharon en cada ocasión en la que la reacción al obradorismo salió a las calles, incluyendo por supuesto a la tramposa ‘marea rosa’.
Usaron a los medios de comunicación a su alcance, que son la abrumadora mayoría. Publicaron hasta el cansancio columnas en medios extranjeros alertando sobre la “deriva autoritaria” y la “regresión democrática”. Se dieron infames clamores de intervención extranjera, incluyendo aquellos de la propia Xóchitl Gálvez. Los ‘intelectuales’ del PRIAN hicieron lo propio participando en cada espacio, regurgitando una y otra vez variaciones de lo mismo. Ríos de tinta se fueron en avivar el miedo, que siendo irracional, alimentó el odio a López Obrador y lo que representa. Salvo algunas excepciones, los académicos hicieron lo propio, vistiendo su cinismo (y desprecio) de pensamiento crítico, publicando, citándose y elogiándose unos a otros, alertando sobre los peligros del ‘populismo’, de la ‘militarización’ y argumentando —quienes se ostentan progresistas: “este gobierno no es de izquierda”.
La realidad estalla a muchos en la cara. El curso que México ha iniciado y continuará es reconocido por cada vez más voces y movimientos sociales y políticos destacados en la izquierda y el progresismo de América Latina y el mundo. No porque el gobierno haya logrado —o siquiera intentado— derrocar y sustituir el sistema capitalista, sino porque de manera exitosa está desafiando el mantra neoliberal que tanto daño hizo a México y tantas otras sociedades. La pobreza disminuyó en estos años y México es hoy día un país menos desigual. A la vez es un país con menos privilegios y con más derechos para todas las personas.
Como es bien sabido, los índices de aprobación del presidente López Obrador no tienen precedentes en el país. Más allá de la figura presidencial, de acuerdo con un estudio de la empresa encuestadora Gallup, recién publicado, el optimismo económico alcanzó un nivel récord; hay una confianza creciente en el estado, particularmente en el gobierno federal; y, pese a que es aún baja, la certidumbre en las elecciones está también en niveles nunca alcanzados, todo esto desde que Gallup inició estudios en México en 2006.
Nada de esto reconocerá la decadente opinocracia de nuestro país, incluidos los intelectuales (orgánicos) abajofirmantes. Tampoco esa parte de la población que se tragó los cuentos de los agentes del lenguaje (y pensamiento) único, como los define el filósofo David Bak Geler, y que ahora trasladan el odio que sienten hacia López Obrador, sin mayor esfuerzo racional de por medio, a la candidata Claudia Sheinbaum. Cuánto clasismo se vertió hacia un proyecto político que pone a los pobres del campo y de la ciudad primero. Cuántas agresiones lanzaron hacia quienes ya sea simpatizamos con el proyecto obradorista o simplemente no nos tragamos los cuentos que ellas y ellos se tragaron.
Del otro lado, sin duda, están la esperanza y la alegría. Pero tanto una como la otra no son ciegas, tienen anclaje en la realidad. Incluso diría que hasta el optimismo más inocente es más racional que el odio. El país padece aún enormes problemas, como la violencia y la inseguridad. Los desafíos que enfrentamos como sociedad son enormes, en un entorno internacional y planetario amenazante e incierto. Lo único que el pueblo de México parece tener claro es que el país avanza por un buen camino, y por ello decidirá ratificar el proyecto obradorista este domingo, ahora bajo la conducción de la primera presidenta del país, además científica, feminista y ambientalista. A días de la elección pocos tienen duda de ello. Lo que personalmente me intriga es qué harán los próximos años quienes hasta ahora solo se dedicaron a agredir y esparcir mentiras y odio. ¿Continuarán así seis años más?
PS. Como muestra de lo que se es capaz cuando se combinan el odio y la ambición desmedida, en días pasados nos enteramos de que en la Ciudad de México detrás del agua contaminada está nada menos que el candidato de la derecha, Santiago Taboada. ¿Cómo es posible que esto no sea un escándalo mediático? En todo caso, por ello y muchas razones más, y como ocurrirá con la presidencia, ganará Clara Brugada para hacer realidad tantas utopías como sean posibles. Seguiremos viviendo tiempos fascinantes. Pero antes, a votar este domingo.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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