Las movilizaciones de estudiantes contra el genocidio en Gaza son parte de una larga cadena de hartazgo por el modelo que promueve la barbarie y saquea al planeta
Por Alberto Nájar / X: @anajarnajar
Canadá, España, Francia, Reino Unido, Suiza, Australia, Alemania, México.
La ola de protestas de estudiantes universitarios que inició en Estados Unidos contra el genocidio de Israel en Gaza, se extiende por el planeta.
La indignación se transforma en ira ante la violencia con que los distintos gobiernos pretenden silenciar a los jóvenes. Por cada golpe, bala de goma o detenciones que reciben, más personas se unen físicamente o en redes sociales a la protesta.
La mayoría de ellos nunca han estado en Gaza. Conocen de los más de 34 mil niñas, niños, adolescentes, mujeres y hombres asesinados por internet.
Es muy probable que, por el exterminio que comete Israel en Palestina, jamás puedan caminar por ese territorio. Pero les unen causas comunes a todo el planeta.
La opresión del sionismo y sus aliados, la prepotencia con que se imponen sobre el destino de una nación para quedarse con tierras, agua y otros recursos, es la misma que padecen los manifestantes en México, Brasil, Bolivia, Nigeria, o Filipinas.
La ausencia de esperanza y condena a un destino incierto de los gazatíes es igual a la que enfrentan muchos jóvenes en España, Estados Unidos, Argentina o Turquía.
Les mueve el maltrato y desprecio a pueblos indígenas, la discriminación contra los negros en Estados Unidos, Canadá, Reino Unido o Alemania.
Se unen en la desesperación de perder todo sin remedio por el cambio climático, la burla que significan las acciones de los países más contaminantes que pretenden pagar el daño con dinero.
Como si los euros o dólares les salvaran del Armagedón que construyen día con día.
En los últimos días muchos comparan las protestas de estudiantes con las movilizaciones contra la guerra en Vietnam o la segregación en Sudáfrica, por ejemplo.
Sin embargo, el movimiento de ahora es distinto porque se une la sensación de que poco ha cambiado, que los avances conseguidos siguen en riesgo.
Porque los opresores de aquellos años son los mismos de 2024. Estados Unidos, el autor de las masacres en Vietnam, es el principal sostén del genocida Benjamín Netanyahu.
Reino Unido, que se niega a condenar abiertamente la masacre de civiles en Gaza, avaló por décadas el régimen del Apartheid en Sudáfrica.
El mismo modelo que promovió dictaduras militares en Sudamérica y guerras civiles en América Central es el que ahora aplaude el exterminio del pueblo palestino.
Por eso el análisis de las protestas de estudiantes en universidades de nueve países –hasta ahora- no puede limitarse al conflicto de Israel contra Hamas, ni mucho menos reducirlo al discurso de un falso antisemitismo, como los medios occidentales pretenden hacer creer.
La indignación por la barbarie es más profunda. Tiene que ver con temas cercanos a todos: violencia de género, despojo, discriminación, racismo.
Es importante entender que no se trata de un movimiento aislado, sino que es parte de una cadena que se mueve desde hace rato y se expresa en movimientos como la lucha de jóvenes contra la devastación de compañías petroleras en el Yasuní, Ecuador, por ejemplo.
Es fundamental detener la barbarie en Gaza. Pero es el primer paso en la ruta para terminar con el sistema que empodera a personajes como Netanyahu, Donald Trump, Giorgia Meloni o Nayib Bukele.
Erradicar el modelo que nos ha insensibilizado, que permite cometer un genocidio en cámara lenta que se transmite por televisión y redes digitales, atestiguado por medio mundo que se asume como espectador pasivo.
Por eso el valor de las protestas estudiantiles. Allí, quizá, está el impulso que nos sacuda de una vez por todas.
Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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