23 abril, 2024
Después de la detención de más de 100 manifestantes en la Universidad de Columbia, universidades de todo Estados Unidos han instalado campamentos para denunciar el genocidio que el Estado de Israel comete contra el pueblo palestino, y con esto, disputando el sentido crítico de las Universidades frente a la tecnocracia
Texto: Redacción
Foto: Redes de Students for justice in Paletine
CIUDAD DE MÉXICO. – Desde hace una semana, las protestas contra el genocidio en Palestina se han extendido por varias universidades de los Estados Unidos.
Las manifestaciones comenzaron en la Universidad de Columbia, convocadas por el capítulo Columbia de Students for Justice in Palestine (Estudiantes por la justicia en Palestina), un movimiento nacional que agrupa a otros 300 capítulos estudiantiles a lo largo de los Estados Unidos.
Sus demandas son: que se eliminen los financiamientos a empresas que avalan el genocidio en Palestina, un boicot académico, que se vaya la policía de los campus universitarios y cese la represión contra quienes se manifiestan contra el genocidio, y además que sus patentes de investigación se transparenten, y evitar que se usen para compañías que financien el genocidio.
Demandas similares a las que el movimiento Académicxs por Palestina pide en México y América Latina.
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El movimiento, sin embargo, ha sido duramente reprimido. Un ejemplo: hace una semana, la Policía de Nueva York arremetió fuertemente contra los estudiantes de Columbia, deteniendo a más de cien manifestantes que protestaban con un campamento pacífico afuera de su universidad. Esto, encendió las alarmas de los otros capítulos del Students for Justice in Palestine, quienes comenzaron a organizar acciones similares en otras universidades.
Aún con esto, la posición del movimiento nacional ha sido clara: «No queremos que la solidaridad con los estudiantes opaque la solidaridad con Palestina».
Y, concretamente en Columbia, declararon:
«Nuestros miembros han sido identificados erróneamente como un movimiento motivado políticamente, expuestos en la prensa, y arrestados por la Policía de Nueva York. La Universidad les ha cerrado el acceso a sus hogares. Nos hemos puesto en peligro conscientemente porque ya no podemos ser cómplices de que Columbia canalice nuestros dólares de matrícula y financié a empresas que lucran con la muerte».
Desde el arresto de más de 100 manifestantes en los jardines de Columbia, otras universidades estadounidenses se han sumado a las acciones de protesta para denunciar el genocidio en Palestina, y los convenios económicos que sus universidades mantienen con el Estado de Israel.
Concretamente en Nueva York, las universidades de The New School y la Universidad de Nueva York se han sumado al movimiento. De hecho, en horas recientes, la policía de Nueva York también reprimió sus campamentos y arrestó a algunos manifestantes.
A nivel nacional, se tiene registro que otras 20 universidades se han sumado a las protestas, entre ellas Berkley, Yale, Stanford, Rochester, Maryland, MIT y la Universidad de Nuevo México.
Las protestas han provocado que algunas universidades suspendan clases hasta nuevo aviso. En Columbia, las clases continúan de manera virtual.
Pese a esto, las últimas declaraciones del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, han propiciado un clima de represión y ambivalencia, pues condenó “las protestas antisemitas” así como a “aquellos que no entienden lo que está pasando con los palestinos”.
Sus declaraciones se producen en medio de enfrentamientos entre estudiantes y políticos judíos con los manifestantes. Pero también, en el marco de una disputa más amplia: la del sentido y las Universidades.
En un artículo publicado en la Revista Disenso, el filósofo Rodrigo Karmy Bolton reflexionó sobre el papel de las universidades ante el genocidio en Palestina.
«Gaza exhibe sin tapujos lo que resulta una tendencia global que lleva décadas implementándose en diferentes partes del mundo. No se trata solo de convertir a la universidad moderna de corte nacional en una universidad de excelencia que responde a los imperativos directos del capital sino, a su vez, en subsumir, neutralizar o eliminar directamente el lugar que tenían las humanidades cuyo cultivo siempre estuvo asociado al ejercicio de las libertades públicas y su respectiva crítica».
Para el filósofo, la eliminación de las humanidades exhibida con el genocidio en Palestina refleja, también, un proyecto histórico que expresa la disputa por el sentido y la crítica, pues, más allá del genérico de las humanidades, lo que se busca eliminar es la teoría construida desde las resistencias.
«No se trata de las humanidades surgidas desde la élite, como ocurrió en el siglo XIX, sino de las humanidades populares sobrevenidas desde las luchas históricas del siglo XX cuya textura trazó los contornos de nuevas preguntas, saberes y críticas investigativas que asumieron otras lenguas y caminos de verdad».
Para el filósofo, «habría que entender la imperiosa institucionalización del macartismo sionista en las universidades estadounidenses y europeas: si en Gaza asesinan a profesores, rectores y estudiantes, en los Estados Unidos los difaman, asedian y eventualmente les expulsan».
Y concluye:
«La censura contra movimientos, estudiantes y profesores que están a favor de la causa palestina acusan razones de ‘seguridad’. Pero tales razones –al igual que las razones esgrimidas por el ejército sionista cuando hace volar las universidades en Gaza- se sostienen en el intento de purgar la universidad de elementos que puedan constituir fuentes de crítica: estudiantes o profesores que hablen el léxico palestino devienen amenaza porque atentan contra la tecnocratización universitaria, esto es, aquél modelo de renovación colonial e imperial que exige anular todo pensamiento y constituir así, la universidad de ‘calidad’ bajo los índices estandarizados del capitalismo mundial».
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