En la Escuela de Mécanica de la Armada (Esma), el centro de detención más grande de la dictadura Argentina, sorprende el metódico proceso de deención, tortura y muerte. Militares y burócratas lograron un guión que se utilizó en varios países
Por José Ignacio De Alba / @ignaciodealba
Después de las atrocidades cometidas en la Segunda Guerra Mundial, las potencias ganadoras acordaron la creación de organismos como la ONU e impulsaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La idea era que el mundo no volviera a atravesar por una barbarie parecida. Pero en América Latina, de forma confidencial, se aplicó otra receta.
Después de participar y auspiciar la instalación de Naciones Unidas en su territorio, Estados Unidos aumentó su influencia en América Latina. Preparó un plan de contrainsurgencia y de lucha antisubversiva. Entre las décadas de los años 50 y 60, policías y militares argentinos asistieron a cursos dictados por el gobierno estadounidense.
El sitio más conocido fue la Escuela de las Américas, ubicada en Panamá. Ahí fueron capacitadas fuerzas de seguridad de todo el Cono Sur. Todos ellos involucrados en técnicas represivas de la región. Era un nuevo modelo de seguridad continental y cada país debía hacerse cargo de eliminar las amenazas del supuesto enemigo marxista.
La coordinación entre países, dirigida desde Washington, se llamó Plan Cóndor.
Poco se sabe, pero países como Francia también colaboraron en la formación militar en la guerra no convencional. En América Latina se usaron técnicas de contrainsurgencia que fueron aplicadas en las guerras coloniales de Indochina y Argelia. El mundo “libre” y “cristiano” combatió al comunismo a una escala planetaria.
Las técnicas de guerra utilizadas fueron aplicadas para la división del territorio en zonas y subzonas para el control de la población; la tortura como método de inteligencia, el asesinato clandestino de personas, tareas de infiltración, el saque, la acción psicolÓgica y las desapariciones.
Las instalaciones del Esma se adecuaron para desarticular a la sociedad. Una especie de máquina de desmontaje social, donde los detenidos fueron sometidos a un proceso de enajenación, el lugar no solo sirvió para obtener información de los detenidos políticos. Los cuerpos fueron reducidos, la sociedad quebrada.
Esta escuela militar -interesante que fuera justo en una escuela donde se instalara este mecanismo- sirvió para deshumanizar. Los detenidos no eran reconocidos por su nombre, eran designados por un número.
Una sobreviviente relató en los juicios contra la junta militar: “Es un lugar donde huele a muerte, estábamos no demasiado limpios, estábamos algunos heridos, el olor es horrible, se siente la muerte, no hay vida, es el silencio total”.
Las personas detenidas eran ingresadas al centro clandestino, en el sótano se les sometía a torturas, después eran llevadas al altillo donde permanecían recluidas. Muchos de ellos fueron desaparecidos en una mecánica estricta, donde eran llevados al piso subterráneo, formados en fila, inyectados con un somnífero para adoremecerlos, montados en aviones y arrojados al mar en los “vuelos de la muerte”.
Aunque este fue el sitio de detención más grande, se tiene registro de que, solo en Argentina, existieron más de 750 lugares utilizados para detener y torturar a la militancia organizada. La finalidad era implementar un nuevo modelo económico y cultural.
Las mujeres embarazadas fueron mantenidas con vida hasta el día del parto. Incluso, existe una sala específica dedicada para los nacimientos. Los bebés robados fueron entregados a familias del régimen.
Hoy es posible entrar al altillo y al sótano del Esma. También al sitio donde estuvieron los archivos. Es increíble, pero este nivel de sistematización requirió una burocracia. Gente que contabilizó detenidos, hizo expedientes, recaudó bienes. Una administración de la muerte.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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