Hace unas semanas un lamentable accidente en el Pico de Orizaba desató una discusión y polémicas sobre cuál es la mejor forma de visitar las montañas. En medio de este debate Guillermo Ontiveros, montañista y glaciólogo propone una reflexión que da cuenta de los cambios en la práctica de montañismo en nuestro país
Por Guillermo Ontiveros González*
Hasta antes del romanticismo, la naturaleza era vista como algo misterioso pero estático. Si acaso alguien se internaba en la montaña, los motivos podían ser de tinte religioso, místico o mágico. No fue sino hasta el romanticismo que la motivación científica provocó que se desarrollaran las primeras expediciones a la naturaleza a cargo de exploradores y naturalistas. Es entonces que se comienzan a admirar ya no solo los paisajes sino los procesos naturales. Es en este contexto del romanticismo en que nace el deporte que consiste en escalar montañas. Formal y tradicionalmente, se dice que nace motivado por la botánica y la geología con el primer ascenso al Mont Blanc, la cumbre más alta de la Europa Occidental, ubicada en Francia y solo tres años antes de la Revolución Francesa por lo que me atrevo a pensar que ya había influencia de los ideales de igualdad, fraternidad y libertad que motivaron a esta gesta y que de alguna manera se expresan en la práctica del montañismo.
Con la Revolución Industrial y en consecuencia de las nuevas facilidades de desplazamiento, se favoreció la industria de los servicios de transporte, hospedaje, gastronomía y entretenimiento, la industria de la hospitalidad, esto es, el nacimiento del turismo, donde se valora la comodidad, en muchos casos el lujo, la puntualidad y la seguridad. En la industria de servicios turísticos, el producto que se suele ofrecer es un viaje o excursión previamente planeado y diseñado, con frecuencia acompañado de la frase “el cliente siempre tiene la razón”.
A principios del siglo XX, al proliferar las ideas fascistas las montañas fueron interpretadas con una connotación nacionalista y de triunfalismo, en la que las expediciones montañistas eran muy similares a a las expediciones militares, con cadenas de mando, jefes y subordinados. No fue sino hasta los años 60 que el desarrollo y comercialización de una enorme variedad de equipos de seguridad, cada vez mejores ayudó a los montañistas a aumentar su autonomía para ir cada vez más lejos y por rutas más difíciles, comenzó una verdadera competencia deportiva, se establecieron récords, retos y estilos pero creo que lo más importante ese momento fue recuperar en el montañismo lo valores de la libertad y autonomía.
Durante los años 90, y ya en el umbral de la revolución tecnológica, las cámaras de cine dieron paso a las cámaras de video, estas ya eran lo suficientemente pequeñas para caber dentro de una mochila o ser colocadas en un casco o un manubrio, fue por las imágenes tomadas usando estas cámaras que algunos nos enteramos ( en plena adolescencia) de la existencia de los llamados deportes de aventura y también de los deportes de riesgo que a su vez fueron conocidos como deportes extremos. Todo esto sucedió de la mano de amplias campañas publicitarias como la del “Marlboro adventure team” o “Redbull te da alas”. Todo esto llevó a las páginas de las revistas imágenes de personas gestionando entre peligros objetivos y subjetivos, es decir, viviendo aventuras en distintos contextos haciéndolo parecer sencillo, cercano y deseable.
La montaña, como cualquier otro entorno silvestre, presenta características dinámicas que las personas podemos considerar como peligrosas, por ejemplo, tormentas, rayos, granizo, niebla, viento, nieve, grietas, la pendiente del terreno en una cierta zona, la posibilidad de caída de rocas y las llamamos peligros objetivos. En contraparte, los peligros subjetivos dependen totalmente de nuestro comportamiento o actuación, el puro acto de ir a la montaña y ponerse al alcance de los peligros objetivos (arriesgarse) es ya un peligro subjetivo y a este peligro subjetivo básico siempre se le agregan, voluntaria o involuntariamente otros más, por ejemplo el de ir a la montaña en un momento en que los peligros objetivos son mayores o menores, el que la habilidad o fuerza o dominio de la técnica o conocimiento del terreno o la cantidad de suministros del tipo de comida, agua, baterías o combustible o medios de comunicación que tiene una persona sea mayor o menor también son ejemplos de peligros subjetivos y cuando se trata de grupos, la mayor o menor coordinación, confianza y solidaridad entre las personas que componen un grupo, también se cuenta dentro de los peligros subjetivos a los que se expone cada persona que forma parte de la agrupación.
Si una aventura es una experiencia que acarrea ciertos riesgos y en la que se está a merced de sucesos imprevistos. Entonces lo que da a la práctica del montañismo esa sensación de aventura que tanto lo distingue es la permanente necesidad de gestión entre peligros objetivos y subjetivos, entre peligro y reto.
De la misma manera que la autonomía de un vehículo se entiende como el recorrido máximo que es capaz de efectuar sin necesidad de recargar combustible; la autonomía en el contexto del montañismo se entiende como la capacidad que se tiene de permanecer en exposición a los peligros objetivos y de mantener los peligros subjetivos en un mínimo. Sin embargo, nuestra autonomía no puede ser más que una percepción personal, en otras palabras, un accidente le puede ocurrir a cualquiera y uno de los aprendizajes importantes relacionado con los peligros subjetivos tiene que ver con esas “decisiones que salvan vidas” aunque a ojos de alguien externo y a veces de nosotros mismos parezca que “no hablan muy bien de nuestras capacidades”.
La autonomía de un montañista se entiende por su capacidad de hacer tal o cual actividad en tales o cuales condiciones sin la compañía de un grupo. La misma persona será más autónoma con una mejor condición física, con un mejor equipo, con un mejor dominio de técnicas y equipos, con un mejor conocimiento del lugar en que se encuentra, con mejor salud mental y emocional, etc.
La autonomía de un grupo se encuentra estrechamente relacionada con la autonomía de sus miembros individuales y por las relaciones de compromiso, responsabilidad y solidaridad entre ellos.
Cuando el montañismo se practica en grupo, la libertad de acción y decisión de un grupo depende de la voluntad, fortaleza y autonomía de sus integrantes y eso permite que las acciones solidarias, de seguridad y cuidados consoliden las relaciones entre los miembros del grupo. A los grupos que reúnen estas características, con frecuencia se los ve caminar de manera compacta, todos juntos, incluso conversando, no suelen competir pues para ellos “el paso del grupo es el paso del más lento”, cada quien conoce muy bien sus capacidades y las de sus compañeros.
Desde mediados del siglo XIX los montañistas forman clubes muchas veces fundados a partir de identidades nacionales, gremiales, barriales, familiares o escolares donde los participantes se asocian para practicar y desarrollar sus actividades en compañía de otros montañistas con quienes compartir igualmente gastos, conocimientos y responsabilidades así como formar la confianza necesaria para abordar retos, poner a prueba y ejercitar su voluntad, fuerza y autonomía pues para ser invitado a un nuevo proyecto es necesario contar con la confianza de los compañeros.
Ya bien entrado el siglo XX, la industria del turismo se revolucionó complementando el típico turismo de playa y sol con experiencias culturales, gastronómicas, de naturaleza y comenzó el llamado “turismo de aventura”, término que en mi opinión es por sí mismo contradictorio pues me pregunto: ¿cómo conciliar una experiencia que acarrea ciertos riesgos y en la que se está a merced de sucesos imprevistos con la comodidad, en muchos casos el lujo, la puntualidad y la seguridad?
El turismo de montaña pretende poner el montañismo y la aventura al alcance de “todos” al grado de que entre sus clientes “coleccionan más cumbres” aquellos que pueden pagar un tour para ello, muchas de las veces dejando de largo la autonomía (eje principal de la actividad montañista), pues en estos tours se alquilan los servicios de un guía conocedor de la montaña que se hace responsable de la seguridad y bienestar del cliente así como de porteadores que se hacen cargo del equipo y materiales del mismo. Los mejores guías de la actualidad son montañistas formados en clubes que comenzaron a guiar comercialmente como un medio de financiar sus entrenamientos o de mantenerse en un buen nivel de autonomía mientras ganan algún dinero y que resultan una excelente opción para aquellas personas que no aspiran a formarse como montañistas sino que buscan una sola o unas pocas experiencias puntuales.
Por su parte, la forma más común de competencia desleal entre agencias o guías es la desacreditación en función del costo de los servicios o de los equipos de la persona que es desacreditada (proporcionando publicidad gratuita a las marcas más conocidas de ropa, calzado y equipo técnico, pese a que su calidad y su función no siempre es la mejor) como si estos fueran indicadores de la experiencia y responsabilidad de las personas o compañías, con frecuencia señaladas con términos como “pseudo-guía”. Esto también opera hacia los clubes, algunas veces entre estos y muchas veces hacia los montañistas principiantes que comparten sus fotos o historias en redes sociales haciendo blanco fácil para las críticas malintencionadas o la desinformación.
El auge de las redes sociales y la posibilidad de autopromoción en ellas, ha facilitado que algunas personas se comporten como cazadores de “likes”, las compañías y algunas veces los mismos guías hacen lo propio. Mediante críticas malintencionadas, y otras formas de desinformación dirigidas a montañistas principiantes o personas que se sienten atraídas por esta actividad sin practicarla aún. Estas prácticas tienen como objetivo provocar y acrecentar la sensación de inseguridad que estas personas sienten con respecto a la práctica del montañismo para presentarles la contratación de algún guía o compañía (casi siempre quienes hacen la “crítica”, o quienes más duros comentarios hacen o simplemente el más presente en redes) como única o más segura opción para iniciarse en el montañismo.
Ha ocurrido que tras comprar unos cuantos “tours” algún cliente, más aún si cuenta con alguna formación publicitaria o empresarial, “le encuentra el caminito” y se autonombra “guía” o simplemente capitaliza sus múltiples fotos como prueba material y por tanto fehaciente de su “amplia” experiencia para montar su propia agencia que con suerte, contactos y algún pago publicitario en redes pasa “de la caza a la ganadería”, cautivando sus propios rebaños de personas que prefieren seguirlos (literalmente, pues también los contratan como guías) antes que arriesgarse a ser criticados en redes. Tal vez sobra decir que estos “cazadores con mentalidad de tiburón” prefieren todo aquello que optimice la producción de fotos y likes de esta manera, cada uno de ellos puede conseguir cientos de fotos en un fin de semana, con frecuencia muchísimas más que las que conserva un montañista que ha pasado toda una vida formándose.
Existen muchos foros en redes sociales dedicados a los deportes de montaña, eso significa mucha gente, muchas experiencias muy diversas, espacio para mucha publicidad, mucha autopromoción, intenciones distintas y en fin, mucho ruido. Me resulta un poco triste, y muy impactante el que muchas personas dividan a los personajes de montañismo entre “guías” y “clientes”. Poco ya se habla de instructores, compañeros, cordadas y otros términos aún más antiguos como el jefe de la expedición, oficial de enlace etc. y de cocineros y porteadores nada de nada, de rescatistas si se habla, pero desgraciadamente más en bromas y memes que en su real dimensión y situación.
El guía tiene por principal ocupación encargarse de la seguridad del cliente pues su objetivo es hacer que regreses a casa a salvo, resumiendo mucho, para ello debe conocer la montaña con sus particularidades morfológicas y meteorológicas así como la técnica de montaña, llevar el equipo necesario para auxiliarte en caso de cualquier eventualidad, un buen guía con frecuencia conoce también los alrededores de la montaña y a personas en la zona, debe ser capaz de acoplarse a tu paso para no “quemarte” pues eso favorece un buen descenso, instruirte antes del ascenso (no en el momento del ascenso ni durante el mismo) en lo referente al equipo y materiales que deberás llevar así como lo más básico de la técnica que usarás o que probablemente uses, estas técnicas en general son, autodetención, uso de piolet y crampones, técnicas de marcha y progresión en cordada. Prestar atención para dar consejos de seguridad y darte el tiempo necesario para que sientas seguridad durante el ascenso y descenso. Un buen guía puede darte palabras de ánimo o retarte un poco pero nunca te llevará al límite de tus capacidades pues prefiere que tu experiencia no solo sea segura sino también placentera. Un buen guía tal vez pueda cocinar muy rico o llevar un té que te haga sentir muy bien pero solo son extras, nunca va a basar la calidad de sus servicios en eso o en un “Menú Gourmet” o en una “sesión de fotos”. Puede haber excelentes montañistas que no por eso son buenos guías.
Nadie, en ninguna circunstancia puede garantizar que llegues a una cumbre o bajes de ella bien. La función de un guía es facilitar tu seguridad y en la medida de lo posible también que la pases bien, pero no se responsabiliza de tus objetos personales ni de cargar tus cosas. Si tienes el apoyo de un guía debes seguir sus instrucciones, hacer preguntas y darle toda la información que consideres necesaria para que pueda auxiliarte, eso le ayudará a tomar decisiones, especialmente en situaciones críticas y a ti te ayudará a tener confianza en esas decisiones. Siempre ten presente que independientemente de que haya un contrato de por medio, el principal responsable de ti mismo, eres tú.
Cuando se trata de actividades de aprendizaje, la exigencia técnica, física, de riesgo y compartición de responsabilidades será progresivamente mayor. Conviene que las técnicas se practiquen muchas veces en lugares seguros antes de tomar riesgos y que el objetivo no sea la cumbre sino la práctica y la experiencia.
Para atender a esta problemática, en México existe la NOM-009 de la Secretaría del Trabajo y que establece las condiciones de seguridad para realizar labores en altura pero no necesariamente en ambientes silvestres ni en condiciones meteorológicas de alta montaña, la NOM-09 de la Secretaría de Turismo que establece los elementos a los que deben sujetarse los guías especializados en actividades específicas, sin embargo para el caso del montañismo expresa el equipo recomendado sin ser muy específica así como la cantidad de clientes por guía pero no trata acerca de la preparación en conocimientos, habilidades y experiencia de los guías ni establece procedimientos o criterios relacionados con las condiciones especiales que pueden presentarse durante la actividad de montaña. Con base en estas leyes, la Secretaría de Turismo, emite una credencial a quien la solicite y acredite un año de experiencia así como haber tomado algún curso relacionado con la especialidad en la que desean acreditarse, esto último incluye al montañismo dentro de otro campo comercial, con frecuencia monopólico y diseñado para mantener clientes cautivos, el mercado de las certificaciones.
Por otra parte, existen instituciones que proporcionan cursos para poder satisfacer los requisitos de SECTUR, en el caso de la Federación Mexicana de deportes de Montaña y Escalada, se ofrecen cursos de senderismo, barranquismo y escalada, no de alta montaña y cada uno de estos cursos tiene una duración de 60 horas teórico-prácticas que por un lado son mucho más completos que los que ofrecen otras compañías cuyos cursos llegan a ser hasta de tres horas en línea, por otro lado son mucho menos completos que los que ofrecen algunos clubes solo de manera introductoria (pues en los clubes existen montañistas que tienen varias décadas de práctica continua) aunque no es muy claro si sus reconocimientos cuentan o no como un “reconocimiento oficial” con frecuencia incluso tienen lista de espera así como altos estándares de admisión y permanencia. Más aún, vale la pena comparar esto con otros contextos, en Perú, donde la preparación de un guía de montaña tarda 6 semestres académicos a tiempo completo y tiene el nivel de técnico universitario mientras que una certificación por International Mountain Guiding tarda entre 5 y 6 años.
Personalmente creo que la situación que acabo de exponer referente a las acreditaciones es por sí misma la causa de que la mayoría de los guías mejor formados no posean la credencial de SECTUR pues sienten (guardando las correctas proporciones) que es como “obligar a alguien como Gabriel Garcia Marquez a pagar por un examen donde le preguntaran si sabe las vocales”. La gran responsabilidad que lleva el guía merece una buena retribución tanto económica por parte quienes los contratan y como con todas las actitudes, recursos y facilidades de cualquier tipo que favorezcan su labor, especialmente la honestidad por parte del cliente con respecto a sus propias capacidades así como la lealtad en las prácticas comerciales por parte de otros guías y agencias, y la elaboración de regulaciones que eviten las malas prácticas pues por un lado la poderosa ley de oferta y demanda igual puede volver prohibitivo aquello que en otro momento fue de acceso universal o por otro lado precarizar algún sector.
En cualquier caso, es favorable buscar información en libros, películas, crónicas de expediciones, etc. y no limitarse a foros en redes sociales. Reconozco a quienes tras años de búsqueda y apertura de rutas conocen mejor las montañas, desde cuando era más complicado acercarse a ellas, presentaban condiciones de ascenso más hostiles y aprendieron a elaborar sus propios equipos porque aún no había equipos especializados, expresiones máximas autonomía. Así como el compromiso y solidaridad de los grupos de rescate.
Gracias a la unión entre agencias y clubes hemos recuperado seguridad en nuestras montañas, gracias a la formación en clubes y la cooperación con ellos podemos conocer más sobre nuestras montañas, su situación actual, la problemática que representan e incluso reflexionar acerca del deterioro y sobreexplotación de aquello cuya supuesta admiración motivó toda esta rocambolesca avalancha de sucesos, la naturaleza y compartir todo esto.
*Guillermo Ontiveros González es practicante del montañismo desde su adolescencia estudio la licenciatura en física y posteriormente estudios de maestría y doctorado en ciencias de la tierra enfocandose en los temas de glaciología, cambio climático y vulcanología desarrollando la mayor parte de su trabajo científico en el volcán Citlaltépetl. Actualmente su principal interés es vincular y complementar la labor científica con otros saberes y experiencias en lo ambiental, político y social.
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