Las guerras se ganan también y sobre todo en las conciencias: de cómo la CIA financió la creación de programas de Escritura Creativa por Estados Unidos
Por Lydiette Carrión / X: @lydicar
Cuando estudiaba la licenciatura en la UNAM había un punto de inflexión que nos obligaba a ver el trabajo de comunicólogo de una forma totalmente diferente para siempre: era cuando revisábamos las aportaciones a la comunicación, la propaganda y la publicidad que los nazis hicieron (en particular Goebbels). Y digo aportaciones, porque hasta la fecha se encuentran vigentes y siguen siendo leitmotiv hasta la fecha. La más famosa consigna es “una mentira dicha mil veces se convierte en verdad”, pero hay otras: la importancia de eventos masivos, para que el ser individuo pierda por un rato la conciencia de sí mismo, se le inunde de emociones –solo emociones, no razones– y sea capaz de hacer cosas que de otro modo no haría. (Por eso es que en los estadios pueden detonarse actos de violencia horripilantes, y muchos de quienes participan después, avergonzados, expresan haberse sentido fuera de sí.
Otro aspecto fundamental es apelar a la emociones (tan contagiosas, tan intoxicantes también para las personas) y no a la razón, que exige un esfuerzo mental distinto y sostenido.
Todos estos axiomas desarrollados por el nazismo siguen siendo fundamentales en la publicidad, en la propaganda política, en la comunicación por parte de políticos, etcétera. Y también en el cine, la televisión, y una diversidad inmensa de productos culturales, como series, libros, reality shows, usted nombre el que quiera.
Quienes mejor entendieron el poder de contar historias fueron los estadounidenses. A fines de los años noventa, por ejemplo, en Hollywood se destinaban a la producción de películas montos similares a lo necesario para volver a viajar a la luna. Pero no una vez ni dos, sino cada año. Pronto entendieron que la capacidad de contar historias, contarlas bien, no es solo un negocio, sino también el más poderoso artilugio para transformar la ideología, los valores, la idiosincrasia de individuos, pueblos, etnias, naciones. La representación en el cine o la televisión, las historias contadas, influyen mucho más en la ideología de las personas que una clase de civismo.
Desde Hollywood se persiguió no sólo contar historias, sino tener una forma profundamente efectiva. La forma perfecta de contarlas. La fórmula que permitiera el éxito total. Narratólogos, expertos en mitos, se abocaron a encontrar la forma perfecta en la que ninguna audiencia pudiera “desengancharse” de lo que pasaba en la pantalla. Así recurrieron a los mejores psicólogos y a los más grandes expertos de mitos. Así buscaron estructuras perfectas, de ahí la popularidad de obras –por lo demás muy acertadas– como “el héroe de las mil caras”: querían hallar esa magia que existe en los mitos y las leyendas populares, y aplicarla en las películas. Y parcialmente lograron. De ahí ese consumo masivo de películas con premisas similares, altamente efectivas para el entretenimiento. Y es que ojo, todos, hasta los más sesudos, hasta los más “profundos”, los más intelectuales, necesitamos entretenimiento. El problema es que esa arista de la actividad humana recae en tan pocos, y mientras se instauran, se cristalizan valores, actitudes, ideas de lo que debe ser, de lo que es el mundo, se da hasta una educación sentimental…
Claro, también ayudó el dinero, el poder invertir tanto dinero haciendo películas, y también libros y folletines, y programas de radio, y luego televisión. Las series de televisión, las que todos vemos, las buenas, las malas, las regulares. Pero claro que ayudó también concentrarse en la forma de contar. Claro que significó el hecho de que importaron a los mejores cineastas que daba Europa, a los refugiados por la primera y luego la segunda guerra mundial. Concentración de capital, concentración de talentos, de cerebros.
Luego, cuando empezaron a popularizarse los MFA (Master of Fine Arts) en creative writing, ahí también metieron cuchara. En México somos muy dados a pensar que una gran escritora o escritor viene de nacimiento: tocado por los hados. O las hadas, o las musas. De seguro un hilo de locura lo atraviesa y lo conecta con lo divino. Y sí se requiere al menos algo de talento o algo de vocación, y claro que hay genios sorprendentes en todas las disciplinas. Pero también es trabajo, y técnicas, y mañas, y metodología. Insisto en esto porque en México hay pocos programas formales de escritura creativa. Hay sí, diplomados, y algunos muy buenos, impulsados por algunos colectivos o sociedades de escritores. Pero ni por asomo hay ni los recursos, la seriedad ni la atención desde las universidades públicas. En la UNAM, por ejemplo, si alguien estudia letras, es porque será profesor(a), hará crítica literaria, escribirá sobre escritores. La única excepción en Ciudad de México, desde mi conocimiento, es la licenciatura en Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, un programa poco conocido, pero profundamente valioso, ya que está enfocado a poblaciones vulnerables.
A nivel maestría, sin embargo, la poca oferta disponible se encuentra en universidades privadas.
Una de las principales agencias estadounidenses que financió la creación de programas de Escritura Creativa en Estados Unidos fue la CIA. Desde ahí se soltó el dinero para dar forma a lo que debería ser la literatura estadounidense del siglo XX. La inteligencia de entonces tenía una principal preocupación: acabar con el fantasma del comunismo. Había que convencer a los más grandes segmentos de la población –y particularmente a aquellos más dado a tener una idea socialista del mundo, como los sindicatos, por ejemplo– de que había un sueño americano poderoso. Y que había que protegerlo.
Se decidió, por ejemplo, que era de mal gusto hablar de política en las obras literarias. Eso sería visto como pasquinero, poco elegante, poco artístico. No importaba que había decenas de escritores –y sobre todo escritorAs– hablando de política, y haciéndolo además increíble. En el imaginario las obras preocupadas por cuestiones sociales, políticas, eran relegadas a la “baja literatura”. También se impuso una suerte de moda por lo “minimalista”, reduciendo a su máxima expresión la descripción de la realidad.
Luego: no nos distraigamos con “minorías raciales” (aunque las minorías en conjunto fueran mayoría), ni con temas específicos. Buscamos la representación social total, entonces, por supuesto, caemos en una descripción de la realidad por default. Aquello que no requiere una construcción ni narrativa del mundo; esto es: hombre blanco heterosexual, probablemente en un suburbio, con una casa igual a todas, hablando de lo que se supone hablan los hombres heterosexuales blancos de clase media en Estados Unidos.
Desde la CIA metieron mucho dinero. Porque quien narra la historia la tiene casi ganada. Porque los cuentos, las novelas, las crónicas, las series de televisión nos cambian a niveles muy profundos. Porque la representación en el cine puede cambiar la vida de alguien.
Narro todo esto porque en México necesitamos más contadores de historias, que puedan inventar o narrar una historia amena a veces, o una comedia, o un drama, que tenga herramientas y no sólo sean vacas sagradas. Que estudiantes de licenciatura en universidades públicas se hagan de más y mejores herramientas. Que no haya, por supuesto CIA’s financiando, pero sí haya libertad de cátedra para crear otra forma de ver el mundo, otra cultura. Un cine mexicano que se mueva en todos los niveles con eficacia (desde la denuncia hasta la comedia). Sé que ya hay algunas piezas, pero debe ser de importancia de primer nivel.
De otro modo, nos seguirán contando el mundo otros, otros que no necesariamente tienen en mente las preguntas que necesitamos, ni las respuestas que buscamos, y que es más, ni siquiera tienen las mejores intenciones.
Sobre versiones del mundo
Los bombardeos en Gaza continúan. Siguen muriendo y mutilando niños. Familias enteras se enfrentan al hambre y la sed. Esto ocurre en este tiempo que nos tocó vivir. Por primera vez en la historia de la humanidad hemos visto en directo un genocidio. Sí podemos cambiar la historia, sí podemos transformar nuestra realidad. Las grandes y más hermosas acciones se han hecho a partir de la solidaridad. No dejemos de hablar de Palestina.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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