Adaptando una frase de Francesca Gargallo, Milei no es un excéntrico, sino un resultado natural del necroliberalismo, el capitalismo y el patriarcado
Por Fabrizio Lorusso / Pop Lab
“El sistema capitalista se basa en la distribución desigual de oportunidades de vivir y de morir. […] Esta lógica del sacrificio siempre ha estado presente en el corazón del neoliberalismo, que deberíamos llamar necroliberalismo. Este sistema siempre ha operado con la idea de que alguien vale más que otros. Quien no tiene valor puede ser descartado. […] La cuestión es qué hacer con aquellos que decidimos que no tienen valor. Esta pregunta, está claro, siempre afecta las mismas razas, las mismas clases sociales y los mismos géneros”.
Achille Mbembe, diario Folha de São Paulo, 30/03/2020.
Eternal vigilance is the price of Liberty
[Atribuida a Thomas Jefferson]
Después de escribir sobre la “marca Bukele” en El Salvador, Javier Milei protagoniza esta entrega, segundo capítulo del necroliberalismo en América Latina. ¡Viva la libertad, carajo! Así impreca la motosierra, simbolizando recortes y exterminio purificador para, después de la sangre, oler la libertad.
Un verbo (viva), un sustantivo (libertad), un improperio (carajo). Frase clamorosa que incorpora un significante vacío, la libertad, y funge como una simple caja de resonancia, una pomada milagrosa para todos los problemas de Argentina. Ha sido el alarido de batalla-campaña de Milei, presidente del país austral desde el 10 de diciembre.
Adaptando al caso una frase de la escritora Francesca Gargallo, cabe decir que Milei no es un loco, sino un hijo sano del necroliberalismo, del capitalismo y, claro está, del patriarcado. Se trata de un economista libertario que se autodefine como anarcocapitalista, flirtea con la extrema derecha global y aboga por le eliminación del Estado. No obstante, ya desde la presidencia, se perfila como empleado de la bancada parlamentaria de la coalición derechista “Juntos x el Cambio”. Funge de avatar del macrismo, es decir, del régimen neoliberal del empresario Mauricio Macri, presidente entre 2015 y 2019, quien ahora sigue gobernando gracias al frontman Milei. Este llegó, supuestamente, para combatir “la casta” de la política y la corrupción, pero se alió inmediatamente con el ala más podrida de ella.
Milei es economista, formado en la escuela neoclásica y monetarista, cuyo principal referente fue Milton Friedman, quien consideraba los impuestos un robo del Estado a la ciudadanía. También se hizo adepto de la escuela austriaca de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, creadores del neoliberalismo a finales de la década de 1930. Finalmente, es admirador del estadounidense Murray Rothbard, paleolibertario impulsor del populismo de derecha y de alianzas con sectores conservadores para “conquistar las clases populares” y mantenerlas en dónde están (abajo).
En efecto, “si al comienzo de sus apariciones públicas Milei sólo hablaba de economía, de a poco comenzó a incluir una serie de tópicos de las nuevas derechas: el nuevo anticomunismo, la obsesión con el Foro de San Pablo (una red de partidos de izquierda latinoamericanos sin gran incidencia real), el rechazo a la «corrección política», la denuncia de la «casta» política, la reivindicación de la «libertad» y, en líneas generales, la adhesión al nuevo antiprogresismo corporizado en las derechas radicales. Desde esa plataforma, a la que sumó su estilo irreverente, puso en marcha un verdadero fenómeno político”, argumenta la socióloga Maristella Svampa.
El desencanto con toda la clase política y la crisis recurrente en Argentina, unido a los antecedentes recientes de Trump y Bolsonaro en EUA y Brasil, abrieron paso a la versión necroliberal del macrismo en la Casa Rosada. Emerge, entonces, furibundamente un mix experimentado de negacionismo sobre los desaparecidos y la última dictadura argentina, un discurso anticientífico y escéptico sobre el calentamiento global, antidemocrático y antiderechos, condimentados con xenofobia, racismo, declaraciones de amor a Trump y al partido español Vox.
Los casos de Bukele y Milei muestran que el neoliberalismo autoritario en la era de la posverdad necesita de sujetos políticos 3.0, que se saquen selfies con sus fans mientras propinan políticas de muerte, recortes y segregaciones funcionales al gran capital y al paradigma securitario en las periferias del Sur global. No es casual que Patricia Bullrich, otrora rival de Milei durante la campaña electoral y, ahora, flamante ministra de seguridad, se haya reunido prontamente con Gustavo Villatoro, ministro de Justicia y Seguridad Pública de El Salvador, para “discutir estrategias efectivas en la lucha contra el narcotráfico y las mafias” y compartir “experiencias valiosas que sirven para fortalecer las acciones en materia de seguridad ciudadana (sic)”, el modo “represión liberticida” del país centroamericano a posible modelo para Argentina.
Por lo pronto, el 12 de diciembre el ministro de economía, Luis Caputo, anunció una devaluación del peso del 50%, un drástico recorte de ministerios y gastos gubernamentales, y algunas medidas paliativas de refuerzo de las tarjetas alimentarias y la asignación universal por hijo. El 21 de diciembre Milei firmó un paquetazo (DNU, Decreto Nacional de Urgencia), aplaudido por el FMI, con más de 300 artículos de medidas desreguladoras y privatizadoras, incluyendo la estatización de las deudas privadas de empresas importadoras. Contrario a las promesas de campaña y a la retórica antiestatista del presidente, el paquete prevé aumentos de impuestos sobre las compras en el exterior, mayores gravámenes a las importaciones e impuestos sobre las rentas de personas físicas de los deciles más bajos. Por otro lado, precariza brutalmente los derechos laborales. Ya se anunciaron, además, medidas aún más amplias y sustanciales de reforma del Estado y del fisco para enero.
Previendo una oleada de protestas, la ministra de seguridad, Bullrich, firmó un inquietante protocolo antipiquetes que criminaliza la protesta social, invita a todo ciudadano a denunciar anónimamente a quienes obstruyan vías y preconiza un estado de excepción de facto. Pese a ello, movimientos sociales e inconformes marcharon a Plaza de Mayo “Contra el plan motosierra» y «Contra el protocolo antipiquetes”.
Las manifestaciones y los cacerolazos contra el DNU continuaron el día siguiente, mientras que las centrales obreras y sindicales consideraban declarar un paro general. Los decretazos son reediciones de un recetario neoliberal bastante conocido. Su sustrato ideológico, que bien dominan Milei, Macri, sus huestes y abogados, orientó la redacción fast track: la legalidad de estas medidas, que no parecen ni urgentes ni necesarias, podría ser cuestionada por el congreso, pero dependerá de las negociaciones dentro del oficialismo y de la movilización social. Cabe recordar que el partido de Milei, La Libertad Avanza, no cuenta con mayoría en las Cámaras, así que depende de sus aliados, principalmente Propuesta Republicana de Mauricio Macri y Patricia Bullrich.
Ante su propuesta de shock, Milei y los medios alineados han repetido la palabra mágica: resiliencia. Han invitado a la gente a tener resiliencia, que es un concepto del ideario neoliberal, colado en la jerga de todo el espectro político, de derecha a izquierda, e, inclusive, de los movimientos sociales. Sin embargo, es un término originario de la biología que metaforiza el imperativo de vivir al borde, como individuos adaptables, flexibles y en riesgo permanente, sobreviviendo y sorteando, o sea: “aguantando vara”.
El programa español La Base, en Canal Red, del 21/12 relata la visita de Milei a los damnificados por un fuerte temporal que ha causado la muerte de 13 personas en Bahía Blanca: el mandatario adopta el “look Zelenzky”, a saber, un uniforme militar de combate, atuendo muy poco humanitario. Luego, durante las protestas, Milei difunde fotos en que personalmente, desde un centro de mando policial, revisa los videos de las marchas. Ambos actos tienen objetivos comunicativos y propagandísticos, al estilo Bukele, para mostrar músculo y control, y sostener la construcción de enemigos públicos: el mensaje se vacía, pues no es la solidaridad con las víctimas de la intemperie, no es la preocupación por las consecuencias humanas del paquetazo, sino que se torna pura imagen, férrea, del mando militar o policiaco, y se cristaliza en los performances presidenciales.
El profesor, escritor y activista Raymundo Viejo Viña caracteriza el necroliberalismo como una nueva variante del neoliberalismo que, frente a crisis globales de gran envergadura, combina inoculaciones crecientes de autoritarismo y tolerancia al ecocidio, finalizadas a preservar su lógica de acumulación. “A grandes trazos, el necroliberalismo se configura mediante el primado autoritario y ecocida del mercado sobre la democracia, sostenido bajo una amenaza de extinción permanente”, escribe.
Considero el orden necroliberal como un ejemplo, ahora sí, de resiliencia del modelo de acumulación neoliberal en la era de la inteligencia tecnificada. Una especie de dispositivo abismal, parafraseando a Rossana Reguillo. Un proceso degenerativo: después de sus momentos disruptivos y dopamínicos, tiende a volverse crónico, profundo y destructivo, más parecido en el mediano plazo a una inflamación silenciosa y mortífera que a una infección aguda y manifiesta. Es un concepto emergente que se funda en el neoliberalismo autoritario que predispone democracias iliberales y delegativas, o sus radicalizaciones como el anarcocapitalismo y las variantes del minarquismo (estado mínimo), para instrumentar políticas de muerte o segregación en países o regiones del Sur global. Estas se concretan y se narran a sí mismas dentro de visiones del mundo individualistas y sinapsis comunicativas en redes sociales digitales, dentro de un paradigma mercadotécnico 3.0.
La latinoamericanista Arantxa Tirado, en su libro El lawfare. Golpes de Estado en nombre de la Ley, destaca cómo la asociación entre libertad y capitalismo, que es imaginaria pero presentada como verdadera, acaba justificando el menosprecio de los derechos, de la seguridad humana y de los modelos de economía promotores de lo común, o por lo menos de políticas redistributivas, frente al privatismo, al neoliberalismo y al engaño de la meritocracia.
Así que #VivaLaLibertadCarajo y la motosierra destilan ideología, violencia, exclusión y capitalismo puro (más gore, a la Sayak Valencia, que “libre” o “libertario”).
Tirado también cita al jurista brasileño Rubens Casara, cuyo concepto de estado posdemocrático ayuda a pensar en la emergencia del necroliberalismo, particularmente en los casos de Bukele y Milei: “Un Estado para cumplir con el ultraliberalismo económico debe tener la característica de un Estado penal, un Estado cada vez más fuerte y dirigido a la consecución de los fines deseados por los que detentan el poder económico”, siendo estos fines la exclusión de gran parte de la sociedad y la reproducción de la violencia, tanto directa cuanto estructural o “normal”.
Este artículo fue publicada originalmente en POP LAB, que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes ver la publicación original.
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