2 diciembre, 2023
A 400 metros de las trincheras del enemigo, cuatro hombres del ejército ucraniano olfatean los pasos del combatiente ruso. Ahí, la adrenalina se combina con la cabeza fría y la mirada quieta, pues un paso en falso puede costar la vida, o el avance de sus adversarios
Texto y fotos: Narciso Contreras
UCRANIA. – Dikij (salvaje en Ucraniano) aprieta el puño en el aire. Es el sobrenombre que tiene este experimentado soldado que otrora, trabajaba para los servicios de inteligencia del gobierno. Ahora olfatea, se escurre entre la maleza y escanea el terreno para leer los movimientos del enemigo. Es un viejo sabueso entre los noveles soldados de la recién formada 32 Brigada mecanizada del ejercito ucraniano que comenzó a operar en enero de este año.
Detrás de él se detienen Alexander, el joven oficial de prensa de treinta y siete años, y un tercer hombre que se interna entre la tupida vegetación mientras aprieta entre las manos su fusil y en la cara la sonrisa. Dikij ha detectado un dron volando a baja altura y no sabemos si es un dron ruso o ucraniano. Los minutos avanzan mientras los soldados susurran y cuchichean en idioma Ruso hasta que una voz en el walkie talkie destensa la espera. “Es un dron nuestro”, traduce Alexander, y remontamos sobre el camino.
A un kilometro, al costado izquierdo, se encuentra la línea de ataque del ejercito ruso. Conforme avanzamos entramos a una cuchilla imaginaria dibujada sobre el terreno que se va cerrando y que nos llevará a cuatrocientos metros de las trincheras enemigas. La llaman “la zona cero”. El espacio entre los ejércitos combatiendo lo llaman “la zona gris” y es siempre volátil e imprevisible.
El terreno esta cubierto por líneas de trincheras y campos minados que se encuentran bajo escrutinio continuo de los drones. El ejercito del Kremlin lleva semanas atacando estas posiciones y de hecho, tomaron por sorpresa a los soldados cuando lograron avanzar sobre las líneas de defensa Ucranianas que perdieron kilómetros de este frente mientras se desarrollaba la contraofensiva Ucraniana en el frente sur de Zaporizhzhia. Desde entonces, las tropas rusas están intentando retomar el control de la ciudad de Kupyansk, un centro logístico muy importante en la región de Kharkiv, el cual perdieron hace un año cuando las escasas tropas rusas que defendían la posición, huyeron en desbandada al ser sorprendidas por las fuerzas de Kiev.
Los bunkers donde se pertrechan las unidades de infantería Ucraniana están estratégicamente repartidos entre la vegetación, y son apenas detectables. Aunque a veces solo una línea de árboles da refugio a docenas de combatientes.
A unos cientos de metros sobre el camino, entre la apretada vegetación, encontramos uno de los bunkers y entramos. Ahí nos recibe el comandante Andrey que está en alerta desde muy temprano en la madrugada, viste chaleco antibalas y casco mientras empuña insistentemente su fusil. “Vienen temprano! Es la mejor hora!” Saluda mientras explica: “Los Rusos lanzan ataques sobre nuestra posición todo el tiempo, tratan de infiltrase y rodearnos por atrás. Cuando sucede comienzan a atacar con fuego intenso de artillería y bombardeos”.
Aunque el experimentado comandante dirige con brío a su unidad, se muestra escéptico ante las condiciones actuales, y mientras señala una arboleda a escasos mil metros en dirección hacia el este, confiesa:
“Esta es una guerra de trincheras. Nuestra meta es retomar las posiciones perdidas…y sería un gran éxito para nosotros si podemos atacar y conquistar esa línea de arboles donde están ahora los rusos”.
El comandante sonríe mientras nos da una recomendación antes de partir y continuar nuestro camino: “Si escuchan que comienzan los ataques, tírense al suelo lo mas rápido que puedan y entren a una trinchera, esto siempre se pone muy mal”.
Las líneas de trincheras son de hecho sofisticadas ramificaciones de galerías subterráneas hechas con zapas a dos metros de profundidad y que se extienden por kilómetros a lo largo de los frentes de combate. Las zanjas almacenan munición y comida y a cada lado a lo largo de los corredores de tierra se ubican huecos que llaman “agujeros de zorro” donde igual descansan amontonados los centinelas y la munición de RPG y donde los combatientes se refugian ante los ataques de la artillería.
Los nidos de ametralladora se sitúan estratégicamente en posiciones dentro de las galerías que terminan en una punta y que tienen una visión abierta sobre “la zona gris”, que da alcance visual sobre las trincheras enemigas. Cada movimiento puede ser y es detectado visiblemente desde la trinchera de enfrente, ubicada a solo cuatrocientos metros de distancia.
“No se parece a otras guerras donde yo haya peleado en el pasado”, dice el comandante Gregory de cincuenta y cinco años, un viejo y experimentado combatiente que ha peleado por mas de dieciocho años en mas de siete guerras.
Mientras hablamos, sujeta su fusil con una mano a la que le sobreviven tres dedos después de haber sido herido en combate.
Recorremos junto a él la zanja de tierra hasta la posición mas lejana de la trinchera, en un nido de ametralladora. “Escucha”, dice, mientras hace una señal llevándose la mano al oído: “Puedes escuchar al enemigo a la distancia. Y nos puede ver desde el aire, aun sin que nos demos cuenta”.
Gregory se refiere a la tecnología de drones usada por las tropas rusas, que por mucho supera las capacidades de las tropas de Kiev en esta región. Y continúa:
“Aunque los mejores drones que tenemos los están enviando al frente sur y al este, alrededor de Bakhmut, tenemos la fuerza, los hombres y la munición para aguantar”.
Es media mañana cuando la conversación con el comandante Gregory es desplazada por una ensordecedora ráfaga de disparos y la voz de uno de sus oficiales se cierne lapidaria sobre el estupor de los soldados alrededor: “Han comenzado”. En ese momento los soldados de la trinchera toman posiciones de defensa mientras arrecia el tiroteo y la artillería de la defensa Ucraniana entra en actividad incesante a la distancia. Dikij señala que es momento de salir de ahí.
Agazapados, nos apresuramos a salir de la posición a través del campo abierto detrás de la línea de la arboleda para alcanzar la posición de otro bunker. En el camino hacemos lo que el primer comandante Andrey nos recomendara: tirarnos al piso lo mas rápido posible. Así lo hicimos ante una inevitable ráfaga de munición que nos alcanzó a la mitad de la marcha, cerrándonos el paso mientras zumbaba alrededor nuestro y quebraba las hojas de la arboleda cercana. Al termino de unos segundos, Dikij hace una señal y continuamos. Él, Alexander y el tercer hombre parecen indiferentes ante lo sucedido. Al menos, parece que se han adaptado rápidamente. La fuerza entera de la 32 Brigada mecanizada ha venido de ser una brigada de novatos a expertos y feroces combatientes en el campo de batalla. Así lo cuenta Alexander que ha visto a su unidad crecer y aprender ante la implacable fuerza del ejercito Ruso.
“Todo lo que necesitamos para alcanzar el final de esta guerra es paciencia. Por eso estamos aquí. Lo que ven mis ojos, no deseo que lo vean los ojos de mis hijos”, dice un joven y vigoroso combatiente con dos hijos en casa esperando por él.
El brillo de su mirada viva centellea por encima del pasamontañas verde que cubre su rostro. La suya es una mirada vital, atenta y resuelta. Las tiras de tela verde del camuflaje de su casco caen agitándose sobre su cara mientras se balancean siguiendo el movimiento continuo de su cuerpo, contra el que abraza un fusil automático. El es un francotirador que dejo la vida de civil para volverse soldado en esta guerra, y como Alexander, el joven soldado también ríe a pesar de los extenuantes días de largos combates incesantes. Al reír hace una pausa y con voz clara, sentencia convencido:
“No hay forma de volver atrás. No podemos ni siquiera pensarlo. A pesar del cansancio, solo podemos ir hacia adelante”.
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