Personajes como Henry Kissinger representan y defienden los valores de un sistema social y económico basado en la desigualdad, una maquinaria insaciable que devasta al planeta en su afán de acumular y apropiarse de la riqueza generada por el trabajo humano y la explotación de la naturaleza
Por: Rogelio López Gómez*
Henry Kissinger ha muerto a los 100 años de edad. Para muchos, principalmente para las nuevas generaciones ese nombre puede parecer desconocido, sin embargo, para otros la figura y obra de este personaje están muy presentes: Henry Kissinger fue uno de los personajes más oscuros, pero más visibles, de la política intervencionista de los Estados Unidos en prácticamente todo el mundo.
A lo largo de su trayectoria como funcionario -y más como asesor y consultor privado–, participó activamente fraguando distintas acciones de desestabilización de gobiernos considerados enemigos de los intereses de los Estados Unidos –intereses económicos y geopolíticos–. Dichas acciones se justificaban como actos de defensa de los valores de la democracia occidental o bien simplemente como acciones de seguridad nacional y autodefensa.
Desde su lógica, no pueden existir los “buenos ejemplos”, refiriéndose a gobiernos críticos o contrarios a la visión hegemónica capitalista, pues su sola existencia –aunque esta no implique ningún riesgo real a la hegemonía– motivaría la falsa idea de que puede haber alternativas a la capitalista.
Bajo estos argumentos, Kissinger promovió activamente el derrocamiento de gobiernos democráticamente electos, como fue el caso del de Salvador Allende en Chile en 1973; o impulsó la prolongación de las acciones bélicas en Indochina (Laos, Vietnam y Camboya), por ser éstos gobiernos de tendencias socialistas. O bien, facilitó la instalación de dictaduras militares en Sudamérica (Plan Condor).
A lo largo del tiempo, la fuerte influencia que tuvo en los gobiernos –no sólo en el de los Estados Unidos–, y no únicamente como funcionario o consultor, generó la muerte de miles de personas y la violación de los derechos humanos de otros miles más (así queda registrado en documentos desclasificados[1] por el gobierno de los Estados Unidos: bombardeos en Camboya entre 1969 y 1973 que causaron más de 100 mi víctimas; el abierto intervencionismo en Chile, financiando al diario El Mercurio, clave en el golpe de Estado que produjo por lo menos 3000 muertes y otras miles de personas arrestadas, encarceladas y torturadas. Y en los países que fueron desestabilizados, se impusieron gobiernos títeres que profundizaron las desigualdades y la impunidad, y facilitaron el saqueo y el despojo de los recursos naturales y otros bienes de estas regiones y países.
Su legado más grande se refleja en la impunidad y el desparpajo de la política exterior estadounidense, que invade países pobres bajo justificaciones increíbles. Kissinger decía: “lo ilegal lo hacemos inmediato, lo constitucional lleva un poco más de tiempo”. Inspirado en estas ideas, los Estados Unidos, como si estuviera en una partida de póker, saca las cartas de: “las armas de destrucción masiva en posesión”, como fue el caso de Irak; o bien con la intensión de “instaurar la democracia y liberar a los pueblos de tiranos”, como hizo en la Libia de Kadafi, o el Panamá de Noriega, etcétera. Cuando esto no funciona, saca de la manga el as de la seguridad nacional.
Sin embargo, por inaudito que pueda parecer, Kissinger recibió el premio Nobel de la Paz en 1973 tras firmar la paz con Vietnam, y además fue el impulsor de la “política de distención” al buscar un acercamiento con China. Es así que este noviembre de 2023, ha muerto en la impunidad este autor de crímenes de lesa humanidad por los que debió ser enjuiciado en la Corte Internacional de la Haya. Cabe mencionar que él mismo se veía como un diplomático cuyo: “objetivo de vida era evitar el conflicto entre las grandes potencias”, como hizo ver en entrevista con The Economist en mayo del presente año.
En lugar de los juicios que debió enfrentar en vida, para este criminal de guerra se preparan sentidos homenajes “por los servicios entregados a los Estados Unidos y a la civilización occidental”. Emmanuel Macron presidente de Francia lo calificó como un “gigante de la historia”; otros hablan de él como “un gran diplomático, gran estadista, un patriota que ha sido vilipendiado”. Los más “críticos”, hablan de un personaje de “claroscuros”, “controvertido”.
Ahora bien, aunque este hombre personificó lo más detestable de las políticas imperialistas e intervencionistas, así como de violación sistemática de los derechos humanos, debemos tener presente que Kissinger es –como otros más– soldado de un sistema. Forma parte de una compleja estructura, y obedece a un contexto histórico específico, esto naturalmente no justifica en lo absoluto su deplorable actuar. Pero de lo anterior se puede entender plenamente las muestras de cariño que expresan en sus comunicados las potencias occidentales y no occidentales por su muerte. Y es precisamente, este último aspecto en el que hay que poner atención: este tipo de personajes representan y defienden los valores de un sistema social y económico basado en la desigualdad, una maquinaria insaciable que devasta al planeta en su afán de acumular y apropiarse de la riqueza generada por el trabajo humano y la explotación de la naturaleza.
El legado de Kissinger está más vivo que nunca. Para muestra de ello, el apoyo incondicional de los Estados Unidos al gobierno genocida de Netanyahu en Israel, pues este país representa la cabeza de playa de los Estados Unidos en Medio Oriente. Aquí viene bien al caso la expresión que es atribuida a F.D. Roosevelt refiriéndose al dictador Anastasio Somoza en la Nicaragua: “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Estados Unidos, de acuerdo a sus intereses –de su oligarquía y su industria militar–, seguirá apoyando a los hijos de puta que considere necesarios.
*Candidato a doctor en Urbanismo por la UNAM. Maestro en Geografía.
[1] https://nsarchive.gwu.edu/briefing-book/chile-cold-war-henry-kissinger-indonesia-southern-cone-vietnam/2023-11-29/henry
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