12 noviembre, 2023
Especialistas, organizaciones civiles, comunidades indígenas y locales impulsan que un área de 73 mil hectáreas sea declarada como reserva para proteger el bosque de pitayas amenazado por la agricultura de gran impacto y que en el último siglo ha perdido, cuando menos, el 40 % de la extensión del pitayal
Texto: Astrid Arellano / Mongabay Latam
Fotos: Sergio Müller / NCSM ; Zahin González; Ramón Ojeda / NCSM; Carolina R. / Naturalista México; Gilberto Díaz / NCSM; Mazuly Vega y Navopatia Field Station
SONORA. – El bosque de pitayas es tan denso que sorprende. Quienes se han internado en él cuentan que parece un enorme ejército de cactáceas. “Son demasiadas. Son muchas y están al frente, al lado y detrás de ti. Parecen guardias del matorral”, así es como el ecólogo Gilberto Díaz describe al lugar localizado en el noroeste de México, en una zona costera entre el desierto y el mar.
El Pitayal, nombre local con el que sus habitantes reconocen al ecosistema de matorral espinoso costero donde habita la cactácea llamada por la ciencia como Stenocereus thurberi, se extiende por más de 73 000 hectáreas. Esta especie de cactus columnar endémico de Norteamérica se distribuye en el desierto sonorense, desde el sur de Arizona, en Estados Unidos, hasta una parte de Baja California, Sonora y Sinaloa, en México. Hoy esta planta se encuentra amenazada por los desmontes de la agricultura extensiva en la región.
En Sonora, su presencia abarca tres municipios: Huatabampo, Navojoa y Álamos, ubicados en la zona sur del estado, y juntos constituyen el único sitio en el mundo donde puede encontrarse un bosque de pitaya de estas dimensiones. Por ello especialistas, organizaciones no gubernamentales, comunidades indígenas y locales impulsan que esta área sea declarada como reserva para proteger a uno de los últimos remanentes de este ecosistema.
“Actualmente hay muchas actividades que lo amenazan, como la agricultura de gran impacto, que deforesta completamente. Se tira todo el matorral, cactáceas, pitayas y todo tipo de plantas. Es una de las actividades más fuertes que están operando en esta zona y es por eso que estamos trabajando en protegerla”, explica Díaz, técnico operativo de Naturaleza y Cultura Internacional (NCI) en la región Sierra Madre, organización que acompaña a gobiernos y comunidades locales con estudios técnicos y legales para guiar el proceso de declaración de nuevas áreas naturales protegidas.
La Reserva Estatal El Pitayal pretende decretarse, en colaboración con el gobierno del estado de Sonora, a inicios de 2024. Su objetivo es resguardar a estas cactáceas y a las especies de flora y fauna que dependen de ellas. En 2010, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) enlistó a la pitaya como una especie de Menor preocupación, pero con una población en descenso.
La Estación de Campo Navopatia —organización con la que NCI colabora para monitorear la zona y que es aliada en el establecimiento de la reserva— estima que se ha perdido, cuando menos, el 40 % de la extensión del pitayal a lo largo del último siglo.
La pitaya es una planta suculenta perteneciente a la familia de las cactáceas, grupo muy diverso en el país. El nombre común con el que se le conoce localmente es pitaya, pitaya dulce o pitaya marismeña. Su altura puede alcanzar los ocho metros y su coloración varía en tonalidades verdes no muy llamativas, sino un poco más oscuras. Las costillas de sus brazos —que no son muy anchos— están cubiertas de espinas.
“Una característica particular es que el crecimiento de sus brazos ocurre desde la base, casi pegados al suelo. No tiene un tallo principal como el cardón (Pachycereus pringlei) o el sahuaro (Carnegiea gigantea), de donde empiezan a emerger los otros brazos. Digamos que tiene la forma de un candelabro al revés, así lo visualizo”, describe Gilberto Díaz.
Las pitayas tienen un crecimiento lento y empiezan a florecer sólo hasta que cumplen entre 15 y 20 años de edad. Así dan paso a su fruto —también llamado pitaya—, de un valor sumamente importante para la ecología, cultura y economía de las comunidades indígenas y locales en Sonora. Estos frutos dulces son redondos, cubiertos de espinas y multicolores: desde un rojo muy intenso, hasta naranja, amarillo y morado.
“Para que la pitaya dé su fruto, son necesarios los polinizadores. Hay uno que es el más importante y que hace que los frutos tengan ese tamaño que permite ser vendido y comido: el murciélago magueyero menor (Leptonycteris yerbabuenae). Es una especie que tiene un fenómeno migratorio desde Canadá y Estados Unidos, y pasa por el pitayal, por lo que también es un sitio de refugio y de alimentación para algunas especies migratorias, como este murciélago”, agrega Díaz sobre la especie catalogada como Casi amenazada y con una población en descenso según la UICN.
El sitio propuesto para conformar la Reserva Estatal El Pitayal comprende 73 617 hectáreas y está compuesto por ecosistemas representativos de matorral espinoso costero y selva baja caducifolia. Contrario a lo que podría pensarse de una zona árida como esta, presenta una alta riqueza de flora, con un registro de 533 especies, divididas en 84 familias y 298 géneros. Entre ellas, destaca el guayacán (Guaiacum coulteri) —un árbol listado como Vulnerable— y el etcho (Pachycereus pecten aboriginum), otra cactácea predominante conocida bajo ese nombre por el pueblo indígena yoreme-mayo.
A su vez, estos grandes ecosistemas representan hábitat y refugio para una gran cantidad de especies de fauna, tanto de hábitos acuáticos como terrestres. Las especies registradas específicamente en la zona propuesta para la reserva estatal, son 463, de las cuales 429 son vertebrados y 34 invertebrados. Además, el número de especies protegidas por la Norma Oficial Mexicana —NOM-059-SEMARNAT-2010— presentes en el pitayal, asciende a 80 especies bajo alguna categoría de protección; 13 de flora y 67 de fauna.
Según la Estación de Campo Navopatia existe una amplia variedad de mamíferos como félidos, zorros, coyotes y venados adaptados a las condiciones de aridez de la región. La zona también incluye una porción de las áreas del programa de Importancia para la Conservación de las Aves (AICA) o Important Bird Areas (IBA), por sus siglas en inglés, promovidas por BirdLife International. Lograr el establecimiento de la Reserva Estatal El Pitayal, también significa garantizar la conectividad entre esa zona y la parte sur de la sierra del Área Natural Protegida Sierra de Álamos.
Miguel Ayala, ingeniero biotecnólogo y director ejecutivo de NCI en la región Sierra Madre, explica que la importancia del pitayal radica en la convergencia de todos estos factores, pues en su conjunto generan un balance en los servicios ecosistémicos, tanto en temas de alimentación para humanos y fauna, así como en la regulación del clima y la filtración de agua en una zona árida y con pocas precipitaciones anuales como esta. Incluso, la Comisión Nacional del Agua (Conagua), catalogó a Álamos y Navojoa —dos de los tres municipios que ocupa el pitayal— con muy alta vulnerabilidad por sequía.
En donde se encuentra el pitayal —describe Ayala— la vegetación permite la alimentación de los mantos freáticos al reducir la velocidad del agua, evitando la erosión y pérdida de suelo. Si se eliminara esta vegetación, al limitar con el océano, el suelo buscaría el desnivel en los cuerpos de agua, por lo que muy probablemente provocaría asolvamiento en un largo plazo.
“Esa es la importancia de que permanezca el pitayal, sobre todo, en una extensión que continúe otorgando este balance. Hay algunas zonas en donde ya le está ganando la agricultura y es en donde se nota más la degradación. Hay otras zonas en las que está más pegado a una parte de la costa, en donde la arena es más salitrosa, y allí se ve totalmente desmontado. Es un ecosistema que cuando está sano se nota, pero también cuando tiene algún problema, es muy evidente”, detalla el especialista.
Con un problema tan grave como la agricultura extensiva que ha arrasado gradualmente con el pitayal y su vegetación asociada, también se acarrean problemas como la contaminación del agua, con el uso de pesticidas y agroquímicos, agrega el ecólogo Gilberto Díaz.
“El pitayal es el último filtro antes de que el agua llegue al mar. Es muy importante porque en la parte de cuencas, subcuencas medias y bajas la agricultura extensiva utiliza muchos agroquímicos, mucho nitrógeno. Si no se filtrara en el pitayal —que no está bien pero, al final, es un servicio que provee—, todo eso va al mar y tiene un decremento en la producción pesquera. El impacto sería mucho mayor pensando en que algunas comunidades son precisamente pesqueras”, explica Díaz.
Parte de la zona de distribución de la pitaya es territorio del pueblo indígena Yoreme Mayo. Para sus comunidades, el fruto rojo y comestible que brindan las cactáceas es una fuente no sólo de economía familiar —pues suele recolectarse en el monte para ser vendido en los mercados municipales en el verano, entre los meses de julio y septiembre—, sino también un componente muy importante para su cultura.
“La pitaya se conecta con lo que nuestros antepasados, como herencia, nos dejaron. Desde siempre, tenemos historias, anécdotas, mitos y leyendas de los pitayales, cuentos que se contaban hace muchos años. Pero también cómo es que la gente se alimentaba de las pitayas. Está conectada con la cultura Mayo porque es algo muy valioso, porque alimenta a su gente, a sus familias”, explica Eudelia Verdugo, habitante de la comunidad indígena de Sirebampo, en Masiaca.
Verdugo es representante del grupo de mujeres Akky Sewa —flor de pitaya, en lengua yoremnokki— quienes trabajan en la utilización la pulpa de la pitaya para elaborar productos regionales como salsas, mermeladas, aguas frescas, dulces, pan, tortillas y coyotas, un postre típico de Sonora parecido a una galleta, hecha de harina de trigo y rellena de mermelada.
“Es importante proteger el pitayal porque él mismo nos protege con sus plantas. Los pitayos —como nosotros les decimos— nos protegen de los vientos fuertes, de los ciclones que vienen, como si fueran paredes de cada comunidad indígena. Por eso debemos respetarlo como él nos respeta, porque estamos conectados. Todos por igual, porque todos somos un ser vivo. Todos somos un ciclo de vida: tú me das y yo te doy”, agrega Verdugo.
Miguel Ayala explica que en la cosmovisión Yoreme Mayo existen dos grandes influencias: la naturaleza y la religión católica. En sus ceremonias, cantos y danzas se honra a la naturaleza, como la gran proveedora de su mundo, y por ello agradecen a las flores, a las aves, a los venados y al monte que les brinda alimento.
“Estamos trabajando con nueve núcleos agrarios, que son comunidades o ejidos. De ellos, tres son territorio indígena del pueblo Yoreme Mayo: Masiaca, Jambiolobampo y Bachoco, que juntos representan más del 50 % de la extensión del pitayal”, explica Ayala.
Por ello, el camino hacia el establecimiento de la reserva estatal no es una novedad. Se ha andado desde hace muchos años y los habitantes de la zona han demostrado su interés por conservar a las pitayas de diversas formas. Incluso, desde 2018, han sido parte activa de la Feria de la Pitaya Sirebampo, una celebración construida entre comunidad, academia y organizaciones civiles.
En este festejo se reúnen las comunidades para ofrecer sus emprendimientos en torno a la pitaya —platillos típicos, postres y arte popular—, así como conversaciones y conferencias sobre conservación y cultura.
“El pitayal tiene una parte cultural muy importante, porque es territorio indígena del pueblo Yoreme Mayo. Se unen las características ecológicas del área y la cosmovisión de ese grupo indígena, porque ellos le dan su propio valor, con sus propios usos y costumbres que se relacionan con la planta y al uso de la pitaya. También es un sitio con muchas especies de plantas con uso medicinal y las personas se sienten orgullosas de eso, ya que gran parte de las técnicas que utilizan para mejorar su salud, se basan en la medicina tradicional”, dice Gilberto Díaz.
Cuando la pitaya muere, se utiliza como leña para prender fuego para cocinar o para hornear ladrillos de adobe y arcillas en su proceso de elaboración. También se elaboran cortinas y cercos para las casas y negocios con los brazos secos de la cactácea.
“Si yo protejo el pitayal, significa que voy a dejar algo muy grande, un gran tesoro a mis hijos, como herencia. Cada año y cada día que pasa aprendo más del monte, de las pitayas, de lo que hay y de lo que puedo aprovechar. Proteger el pitayal es esperanza para el mañana, es esperanza para el futuro, es esperanza para el mundo. Hoy es cuando. Para mí, significa mucho. Significa todo. Significa la vida”, concluye Eudelia Verdugo.
El trabajo de NCI en la zona inició en 2017 con temas de refugios pesqueros en la comunidad de Agiabampo, que también cuenta con remanentes de pitayal. Esas actividades y conversaciones con los pescadores derivaron a que, a partir del 2018, se formulara una propuesta para conversar con donantes que apoyaran el establecimiento de la reserva. Tras una pausa en 2020 por la pandemia de COVID-19, el proyecto se reactivó parcialmente en 2021 y luego por completo a partir de 2022.
Cinthia Mireles, ingeniera en ecología y experta en biología ambiental para el proyecto de Cuenca del Mayo en NCI, explica que el decreto de la reserva no es expropiatorio para los terrenos de los ejidatarios y las comunidades, sino que estos seguirán perteneciendo a los dueños originales. La diferencia estará en el ordenamiento y el manejo que definirá de qué manera se permitirán las actividades productivas en la zona. No se trata de una prohibición, sino de orientar hacia la sustentabilidad y la conservación del pitayal.
“Ellos siguen tomando decisiones sobre las actividades que están realizando, pero ahora se buscará el aprovechamiento sostenible de los recursos naturales. Por ejemplo, ya hay zonas en donde se hace agricultura y lo que haríamos es procurar que sea sustentable, evitar el uso de agroquímicos, el control biológico de plagas y algunos otros implementos amigables con el medio ambiente y que nos permitan seguir conservando la biodiversidad, los suelos y los servicios ecosistémicos que nos proporciona el pitayal”, explica la especialista.
En este contexto, NCI ha trabajado en charlas, dinámicas y talleres previos con las comunidades con el objetivo de intercambiar experiencias en torno a la importancia del pitayal y su protección, sobre todo para socializar lo que implica el establecimiento de una reserva con la comunidad que no está tan familiarizada.
“La intención es que las comunidades se apropien del proyecto y sean ellos los mayores interesados en el área natural protegida, porque son precisamente quienes tienen una visión de amor por su tierra, por los ecosistemas y las especies de flora y fauna que dependen del pitayal”, agrega Mireles.
Durante 2023, NCI ha estado trabajando en la información técnica y legal que formará parte del sustento para el decreto de la reserva y que será entregado al gobierno de Sonora.
“En 2023 entramos en una etapa mucho más fuerte, de estar presentes en el campo, pensando que a finales del año se tenga el decreto o por lo menos la parte legal y técnica para que sea entregada al gobierno, que son los que finalmente hacen este decreto. La intención es finalizar con esta fase del proyecto a más tardar en febrero de 2024”, explica Miguel Ayala. A partir de ese momento, iniciará una nueva etapa de trabajo directo con las comunidades para acordar el manejo del área en equipo, con proyectos específicos y acompañamiento técnico.
Para los expertos, el objetivo es dotar de información actualizada y relevante a las comunidades para una mejor toma de decisiones; el fortalecimiento y empoderamiento de las mismas para que desde los jóvenes y hasta los adultos mayores se vean beneficiados; convencer a más actores relevantes, como organizaciones y a la academia, para que acompañen los procesos; y lograr la conectividad del pitayal con los ecosistemas y áreas protegidas vecinas.
“Es uno de los eslabones que se tiene que lograr para el manejo de toda la cuenca del Río Mayo. Esperamos que sea bajo un decreto, pero si no se logra todo el pitayal, la otra parte se complementaría con proyectos de conservación. Ahorita son nueve núcleos agrarios, pero podemos sumar otros más”, sostiene Miguel Ayala.
Lo importante ahora es que cada vez más gente conozca el proyecto, se familiarice y se sume para evitar el desmonte del pitayal.
“Buscamos, en conjunto, que todo este territorio tenga un modelo de gobernanza que se acomode a las comunidades, que les otorgue beneficios y mejore sus necesidades”, concluye Miguel Ayala. “Que el tema de conservación pueda ser algo que ellos manejen, para que generen esa conexión entre conservar y utilizar, y que sepan que todo se puede hacer al mismo tiempo, sin necesidad de eliminar un elemento. Que haya un área natural protegida y se detenga el desmonte, pero al mismo tiempo que la gente tenga una mejor calidad de vida es muy importante”.
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