Muchos de estos géneros musicales se gestaron a partir de la opresión, en bares ocultos donde se recluían de las opresiones blancas y en donde se formaron generaciones de músicos espectaculares. Pienso en las fotografías de Etta James, de Aretha Franklin en abrigos de mink, huyendo o siendo detenida por policías blancos, precisamente en estas calles
Por Évolet Aceves / @EvoletAceves
Desde hace algunos años, creo desde que vivo en Estados Unidos, he sentido una atracción profunda hacia la comunidad negra. Me atrae la expresión de las personas afros, la expresión en todos sus sentidos: en la forma de vestir, en la forma de hablar, la voz misma, los adornos con que decoran sus voces —y ni qué decir de las cantantes; la forma en que mueven sus manos al hablar, las corporalidades afros, de hombres y mujeres, son distintas, su expresividad es notoria, es como si sus cuerpos hablaran por sí mismos.
Llego por primera vez a El Bronx. Es de noche. A través de la línea verde del metro me voy adentrando subterráneamente a El Bronx. Conforme me voy acercando, los usuarios del metro van siendo, primordialmente, afros o latinos.
La última vez que vine a Nueva York, en noviembre del 2022, estuve en otros barrios conocidos de la ciudad, pero no en El Bronx.
Salgo del metro, a primera vista no me da la misma impresión de seguridad que sí me da, por ejemplo, Manhattan o Brooklyn. Me recuerda un poco a Long Island, aunque este barrio estaba más bien solo por las noches; El Bronx no, está oscuro pero las calles están pobladas de gente.
Si bien, El Bronx de noche da desconfianza, en el día cambia por completo.
Caminando por las calles, alrededor de las 9 am, me encuentro con cantos que me indican que me encuentro afuera de una iglesia como las que he visto en películas estadounidenses. Lo corroboro, es un templo evangelista, Evangelical Garifuna Church, siempre había querido entrar a una de estas misas constituidas por gente afro, en las que se levantan de sus asientos para bailar y cantar. Recuerdo a Alma Guillermoprieto, cuando habla sobre el efecto catártico que se da en todas las iglesias afroamericanas, en Estados Unidos.
Y sí, en efecto. Al entrar fui muy bien recibida, sin importar la diferencia en mi color de piel, todos me recibieron sonrientes. Entré a la misa. Permanecí alrededor de 10 o 15 minutos. Adentro de la iglesia era una fiesta, se celebraba la vida, el momento presente, el poder compartir esos instantes. Nos abrazábamos, hubo quienes en lugar de abrazarme optaron por darme la mano efusivamente, con ambas manos.
Al salir de la iglesia realmente sentía un cambio en mi cuerpo, los efectos de la misa tuvieron un efecto fisiológico en mí, es impresionante cómo prácticas espirituales alteran, como una droga, el organismo humano. Pienso en los efectos a nivel neuronal que tiene el baile, el canto, el abrazo en un contexto religioso, como en el que estuve. De hecho, los abrazos segregan oxitocina, que es la hormona del placer, así como serotonina y dopamina. Todo en su conjunto es una experiencia no sólo religiosa, sino espiritual y personal, muy personal.
En cuanto a la moda, me parece fascinante el adorno accesorio de las mujeres afro. Uñas largas, arracadas doradas y de todos los tamaños, ver las arracadas gigantescas en todas estas mujeres me causa furor. Pero sobre todo disfruto ver los tan variados adornos en las cabezas de las mujeres afro.
Hay quienes gustan de trenzar su cabello, que bien puede ser larguísimo; hay, incluso, mujeres que usan pelucas muy largas, y esto lo supe por una mujer africana, con quien hice buenas migas en El Bronx, y que proviene de Ghana, quien me dijo que muchas mujeres afro gastan mucho dinero en pelucas de cabello natural, muy largo, a veces rubio o con tratamientos cambian el color de la hechizante y falsa cabellera que da la ilusión de ser real.
Quienes prefieren llevar el cabello sujetado —y esto es lo que más disfruté ver— suelen cubrirlo con accesorios de seda o telas similares. Pregunté a varias mujeres la razón por la que usaban este accesorio, llamado por algunas duvet o chapeau, ambas palabras de origen francés, y lo que las mujeres me respondieron fue muy variado, desde que lo usan simplemente como adorno, hasta la practicidad para sus ocupaciones diarias; una señora me dijo que lo usa para mantener su cabello húmedo, otra me dijo algo parecido: para mantenerlo resguardado del viento, no quería que el viento estropeara su cabello.
Este accesorio, el chapeau, es tan frecuente entre las mujeres afro porque viene de siglos atrás, y hay una multiplicidad de razones por las que las mujeres los utilizaban en el pasado. En la época de la esclavitud, las mujeres eran obligadas a cubrir su cabello, hablamos de mujeres que trabajaban en el campo, y que su cabello, como símbolo de libertad femenina, era igualmente oprimido por la supremacía blanca esclavizante, aunque también otra razón era la practicidad para poder trabajar más “cómodamente”, pues el cabello muy frecuentemente rizado en exceso, dificultaba —y dificulta— las labores diarias.
En ese sentido, el cabello rizado en extremo es a menudo un rasgo identitario de la comunidad afro, y una forma de encapsularlo es a través de estas telas que fungen también como accesorio.
A mediados del siglo XX, figuras del espectáculo, de la música, como Nina Simone o Celia Cruz, reivindicaron el uso de estos head wraps como símbolo de orgullo afrodescendiente pero también como distintivo femenino, renovando los estándares de belleza y de moda entre las mujeres negras. En la actualidad, mujeres negras han utilizado estas telas que envuelven su cabello en pasarelas y alfombras rojas internacionales, realzando la identidad afro en sitios antes ocupados exclusivamente por gente blanca.
Es El Bronx el barrio que vio nacer géneros musicales revolucionarios, como el rap, el hip-hop y hasta la salsa y la bachata contemporánea, así como también ha acogido a géneros originalmente creados por la comunidad afro, como el jazz, el blues o el R&B. Muchos de estos géneros musicales se gestaron a partir de la opresión, en bares ocultos, en donde se recluían de las opresiones blancas y en donde se formaron generaciones de músicos espectaculares. Pienso en las fotografías de Etta James, de Aretha Franklin en abrigos de mink, huyendo o siendo detenida por policías blancos, precisamente en estas calles.
Me pude dar cuenta del gran sentimiento de comunidad que se percibe en El Bronx. En las noticias y en los medios suelen aparecer imágenes de un Bronx al que se le debe de temer, sin embargo, estando ahí por algunos días, me percaté de que realmente no hay que temerle a El Bronx, me di cuenta de que este barrio puede ser un lugar seguro, pese a su The que acompaña a The Bronx, pues nos damos cuenta de que en otros barrios de Nueva York no hay un enunciante antes del nombre del barrio, como en Manhattan, Brooklyn, Long Island, por mencionar algunos; no, aquí es The Bronx o El Bronx.
Pude presenciar un fashion show que tomó lugar en El Bronx, en el que se apreció un desfile de diseñadores de moda jóvenes mostrando sus respectivos diseños. Entre los diseñadores hubo gente blanca, afroamericana y afrolatina. Entrevisté a Habyia Manzanillo, diseñadora afrolatina originaria de República Dominicana, quien se mudó a El Bronx a la edad de 16 años junto a su familia en busca de mejores condiciones de vida.
Durante todo el evento estuvo presente Vanesa L. Gibson, Presidenta del Condado de El Bronx, quien, al finalizar el evento, dio un discurso memorable, sumamente emotivo, que a continuación traduzco (un fragmento):
“Estamos construyendo un mejor Bronx, un Bronx más saludable, estamos construyendo un barrio del que podamos estar orgullosos, conociendo nuestra lucha, conociendo nuestra historia, pero también nuestra promesa y nuestro potencial. A menudo digo: tu sangre no bloquea tu bendición, y tu código postal no delimita tu destino […] No voy a dejar que nadie defina quiénes somos, pero nosotros vamos a decir la narrativa de todo lo grandioso que está ocurriendo en El Bronx. Todos ustedes lo saben, si tengo un tiroteo me dan 10 cámaras, pero si tengo un desfile de moda, me dan cero cámaras. Ese es el problema, así que nosotros tenemos que decir nuestra historia, todos nosotros, para que nuestra juventud llegue al éxito y no al fracaso. Mi mensaje para ustedes es que estemos motivados, que seamos Bronxtrong [Bronx-Strong: un Bronx fortalecido —dice mientras empuña sus brazos creando con ellos una X de Bronx—], y que estemos orgullosos de quiénes somos, y de dónde venimos”.
IG: @evolet.aceves
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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