Se ha construido sobre el pueblo palestino la idea del enemigo, del otro, de aquello que debemos temer. Y así es como un Estado poderoso bombardea con impunidad a un millón de niñas y niños en estos momentos
Por Lydiette Carrión / @lydicar
Por qué escribo de Palestina si hay tantas otras historias, más cercanas, que conozco mejor. Por qué elijo escribir sobre una guerra –aunque no es una guerra en realidad– en vez de escribir sobre los mil problemas que aquejan a México o de cualquier otra cosa, es más seguir mirándome el ombligo en mis paseos en el autobús de Houston. Pero por qué Palestina. Llevamos casi dos semanas de bombardeos, debería «enfriarse», como en nuestra corta memoria se enfrió Ucrania, como se enfrían todas la tragedias. Y mi atención debería estar concentrada en lo más reciente: la salida de Encinas –que unos atribuyen a que se enfrentó al ejército y que otros achacan más bien a una maniobra política– o hablar al menos de la pelea entre AMLO y la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Y es en México matan diario. Mejor ocuparme de «mis» muertos. Diario desaparecen, ¿qué no hay 200 mil desaparecidos en todo el país? O dónde quedó la cuenta. Por qué Gaza, si todos los días hay guerras, ¿acaso no persiste la invasión a Ucrania? Hay quien cuestiona dónde estábamos también cuando Estados Unidos atacó Irak, o destruyó Afganistán.
El problema es esta terapia de shock a la que estamos sometidos. Son tantos los conflictos, las violencias y atrocidades que no podemos fijar nuestra atención en uno solo. Y es comprensible. Ver la violencia fragmentada nos ayuda de cierta forma a no enloquecer. Podemos olvidarnos, mediatizar el dolor y dejamos de ver a las personas asesinadas como personas. Dejamos de ver niños asesinados, y nuestra psique lo toma como algo ajeno, irremediable, algo por lo que “no podemos hacer nada” (me han dicho esta frase unas 20 veces la última semana). No podemos hacer nada, así que, lo que dicen los expertos de salud mental es que no nos fijemos demasiado. Porque habrá otros que sí puedan hacer.
Pero ahí está el engaño.
¿Quiénes sí pueden hacer algo? Si la población en Gaza no tiene un apoyo económico o político por parte de ninguna potencia mundial –como sí lo tiene, por ejemplo, Ucrania, otro pueblo injustamente invadido–. Tienen menos simpatías internacionales, entre la población urbana y globalizada, debido también a esta campaña que se ha emprendido sobre todo en Occidente de equiparar cualquier cultura árabe o musulmana con el terrorismo.
Se ha construido sobre el pueblo palestino la idea del enemigo, del otro, de aquello que debemos temer. Así como se construyó la idea del enemigo hace muchos años contra los pueblos Ndé o apaches en el norte de México. Esta construcción del enemigo ha sido utilizada a lo largo de la historia de la humanidad para justificar genocidios, e históricamente ha funcionado. Funcionó en el genocidio en Ruanda, entre Tutsis y hutus (un genocidio propiciado de nuevo por la violencia cultural de la ocupación de territorios y la colonización); funcionó por supuesto durante la segunda guerra mundial, cuando el pueblo judío sufrió la estigmatización, los discursos de odio, el paulatino despojo de su condición humana, y junto con otros grupos que hasta la fecha siguen siendo estigmatizados –como lo que queda de los pueblos gitanos– fueron sujetos a las peores crueldades.
Y ahora es el pueblo palestino. Acusado de ser terrorista, sin importar que la mitad de las víctimas de estas dos semanas de bombardeo sean niñas y niños, que ya antes vivían en condiciones adversas y sin libertad. Dos millones de personas en esa cárcel a cielo abierto. La mitad son menores de edad. Las y los pobladores en la Franja de Gaza no son Hamas. Hay una diferencia sustancial.
¿Quién puede bombardear infancias de esta forma durante días sin fin? ¿Qué Estado puede enviar folletines a la franja norte de Gaza y advertir que si no se van del lugar será que no aprecian su vida o que “quizá” sean terroristas y van a morir? ¿Por qué se les despoja del agua, agua que por cierto ya estaba saqueando el Estado de Israel desde antes de estos últimos bombardeos? ¿Por qué, y después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial no existe un sólo mecanismo internacional que sea efectivo y detenga la masacre de niñas y niños? ¿Acaso no nos “cansamos” de ver imágenes de mamelucos inertes, bebés destruidos por las bombas, o videos de niños en edad preescolar aterrorizados que no paran de temblar? ¿De verdad no podemos hacer nada?
Salen a las calles muchas personas. Exigen el cese al fuego contra Palestina. Al menos en Francia, esto ahora se castiga. Este mismo gobierno ha enviado a prisión domiciliaria a una activista de 71 años y amenaza con deportarla a… Gaza. En Alemania, han frenado la premiación a una escritora palestina por su novela “Minor Detail” (que narra la violación y feminicidio de una joven palestina por el Ejército israelí), en la Feria del libro de Frankfurt. Los organizadores así lo decidieron, para dar “más espacio” a escritores israelíes. En Chicago un niño de seis años de origen musulmán fue asesinado en su propia casa por un vecino que decidió que los árabes eran terroristas. El pequeño de seis años lo era.
Creo que es claro: los grandes Estados, las grandes potencias, no les importa el exterminio de niños, niñas y bebés palestinos. Como nunca han –nunca hemos– importado los ciudadanos de segunda clases según las reglas del juego impuestas. La inmensa mayoría pertenecemos a esta segunda o tercera categoría. Yo misma sé que si algo me pasa no habrá grandes investigaciones ni rasgaduras de vestidura. Enfrentémoslo: en este orden mundial varios de nosotros formamos parte de la poblacón desechable. Del mismo modo que a las grandes productoras les importa poco o nada los feminicidios en México, la violencia en Honduras, ni siquiera, pues los niños ucranianos que debieron dejar su país para quizá nunca volver. No les importamos. Sólo nosotros podemos alzar la voz, la voz por esas infancias, por las y los jóvenes que mueren de formas violentas cada día en el sur global.
Así que si algo en verdad se puede hacer está en nuestras manos. Aunque sea informarnos, protestar, exigir cuentas a nuestros gobiernos, organizarnos, no olvidar. No permitir el olvido.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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