Felipe López grita duro y camina rápido: carga encima de su espalda treinta y tres años de vender periódicos de nota roja por los barrios del Valle de México, voceando lo que pasa y cerrando el círculo de la noticia. Felipe devuelve a la calle la información que cosecharon los reporteros, la trae a las esquinas dónde nació, para que las vecinas sepan qué pasó
Texto: Eliana Gilet / Cooperativa de periodismo*
Foto: Ernesto Alvarez
CIIUDAD DE MÉXICO. – “¿Sí se puso muy cabrón ayer?”, es lo primero que el voceador pregunta, cada mañana, al cruzar a los reporteros que hacen guardia junto al expendio dónde compra los periódicos que vende.
“Ayer estuvo relax, acordonaron cerca y pudimos trabajar con calma”, oye que le responden mientras abre los periódicos, uno a uno, sobre la mesa de trabajo. Felipe lee y también pide detalles, quiere saber qué saben los reporteros que pueda alimentar su venta y su sustento. Felipe es un trabajador independiente. De su olfato depende saber qué nota elegir, qué muerte, qué persecución, para ir al lugar del crimen, y comenzar a vocear.
Revisa el mapa: hoy toca dónde Apolinar Rodríguez Santana y su hermano buscaban comprar un carro, pero encontraron disparos. La prensa dice que los testigos dicen que los hermanos no traían dinero, y que uno de los vendedores intentó robarles el automóvil con el que fueron a la cita.
El más jóven de los dos hermanos pudo escapar y se convirtió en testigo: él contó cómo los persiguieron a balazos y cómo su hermano mayor que manejaba fue herido, pero siguió conduciendo, muerto, con la inercia del carro que circuló dos cuadras por la calle Torre Politécnico, en Cuautitlán Izcalli. Por eso las fotos de la muerte muestran la esquina con Torre Izcalli, dónde el automóvil se detuvo solo, frente a un kínder de niños.
Esa mañana, los policías del Estado de México acordonaron la escena y acribillaron de preguntas al copiloto, el hermano menor, que bajó herido del carro y contó lo que había visto, con la mirada fija en el hermano inmóvil al volante. Esperó, mirando y hablando, hasta que la perito levantó el cadáver de Apolinar. El hermano vivo tenía una herida en la pierna pero la Fiscalía se lo llevó primero a declarar y luego al Hospital.
Cuando Felipe llegó con su voceo, todo el barrio quería saber qué había pasado, porque el tiroteo de ayer funcionó como la propaganda de hoy. La policía les había dicho a los vecinos curiosos que ellos no sabían nada, aunque habían oído cómo los reporteros hablaban con el testigo que, pocas veces como en este caso, estaba dispuesto a hablar.
La colonia Santa María Guadalupe las torres recibe a Felipe con sus monedas en la mano y él siente que aunque lo hayan leído en redes sociales, el periódico tiene su estatus -claro está- pero lo más importante, dice el experto en voceo, “es el trato con las personas, eso no se los da la internet”
Como muchos compañeros que chambean en la nota roja, Felipe ha tenido que salir corriendo de algún barrio dónde está vendiendo porque alguien se ofende con su trabajo. Como si ser el medio se convirtiera en el mensaje, como si ese hombre que debiera estar jubilado tuviera alguna responsabilidad en los tiros y la sangre.
A Felipe le han robado sus periódicos y su dinero, fue golpeado, encañonado y correteado sin la carga, pero también ha sentido el dulce placer de oír algo de primera mano, algo que sólo él sabe. Ha conocido lugares y calles que ni el más avesado taxista del Valle de México recordaría. La muerte marca esos sitios, en la memoria de todos, también en la del trabajador que antes llegó a ganar hasta miles en un solo día, dándole a la gente lo que quiere: información.
El señor de 59 años camina seis horas para completar una jornada laboral. Camina bajo el sol, con su gorra, su megáfono y su atillo de 80 periódicos. Hoy vendió 40 con la foto de la muerte de Apolinar Rodríguez, calle abajo, tras recorrer dos cuadras en su automóvil, malherido, asesinado.
Al día siguiente no volverá aquí, porque hoy ha estado tranquilo. Aunque si está tranquilo, él no tiene qué vender. En eso se entiende con los reporteros, que no suelen poder comentar el aburrimiento soberano que causa un día tranquilo, cuando nadie se muere, porque el estigma de acercarse a la muerte es cada vez mayor. Ya, incluso, hay una modificación al Código Penal Federal que castiga con cárcel la difusión de fotografías de cadáveres de mujeres que han muerto violentamente. Como si la foto creara el crímen, como si la foto no fuese una garantía de que la violencia existe, que no la borra un discurso de salón.
Sin seguro, sin pensión, sin salario fijo, sin derecho laboral ni nada más que el respeto por la muerte: así vive Felipe, quien como pocos sabe, cuán incierto es depender de ella para comer.
Link al video del reportaje:
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