Este reo escapó la de la cárcel de máxima seguridad de Ushuaia, la prisión más dura de Argentina. La vida de este legendario anarquista transcurrió entre la cárcel y la lucha por la justicia. Radowitzky pasó sus últimos días trabajando en una fábrica de juguetes en México
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Cuando el carruaje del jefe de la policía de Buenos Aries se alejó del Panteón de la Recoleta, un muchacho enjuto, de ojos rasgados, corrió hasta alcanzar el vehículo y por la ventanilla arrojó una bomba casera. Ramón L. Falcón y su secretario apenas reaccionaron cuando el artefacto explotó.
La bomba es un arma, pero también un símbolo; la ira del pueblo que estalla con violencia. La destrucción constructora.
Falcón murió desangrado cuando intentaron llevarlo hasta un hospital. Uno de los hombres más poderosos de Buenos Aires murió a manos de un anarquista, informaron lo diarios. A las exequias asistieron potentados y pocos recordaron que ese hombre de mano de hierro se hizo famoso como capitán desde la Campaña del Desierto, cuando el gobierno argentino exterminó a los pueblos indígenas de la Patagonia para arrebatarles sus tierras.
Cuando Falcón fue nombrado jefe de la policía de Buenos Aires aplicó la misma belicosidad contra las manifestaciones de inquilinos y sindicatos. La dureza se volvió extrema en 1909, cuando sus persecuciones alcanzaron un saldo de más de 80 obreros asesinados y cientos de detenidos.
La muerte de Falcón -el 14 de noviembre de 1909- era para los anarquistas no solo un acto de venganza. Era justicia. El ejecutor fue Simón Radowitzky, un inmigrante ucraniano que pensó que su vida culminaría el día que hizo el atentado. De hecho, al huir trató de suicidarse de un disparo en el pecho. Antes de que la policía lo atrapara gritó: “¡Viva el anarquismo!”.
Pero Simón fracasó en su propia muerte y la policía no lo mató en el acto. A pesar de las torturas, el chico no delató a sus cómplices. El gobierno argentino decidió mandarlo al paredón. Días antes de cumplirse la orden, un documento reveló que Simón tenía 18 años, lo que imposibilitaba al Estado a cumplir con la pena de muerte por ser menor.
Entonces, el gobierno se vio obligado a meterlo a prisión. Lo mandaron a la Penitenciaria Nacional, ubicada en Buenos Aires, donde Simón y otros anarquistas intentaron fugarse, sin éxito.
Fue cuando el gobierno de Argentina decidió darle a Simón una muerte lenta. Lo mandaron al indómito territorio del sur, el extremo austral del país. Un lugar cercado por la nieve de las montañas y las heladas aguas oceánicas: el Presido de Ushuaia, la peor cárcel de Argentina.
A este lugar fueron llevados los prisioneros más perseguidos, opositores políticos y criminales de la peor calaña. Hombres quedaban hechos piltrafas por el clima adverso y la soledad. La reclusión en Ushuaia era una forma de extinción de personas; significaba trabajos forzados, fríos brutales y extremado aislamiento.
Esta fue la condena para Simón. El chico fue torturado y sometido a diversos abusos. Hasta que, en 1918, logró escapar, con ayuda de otros anarquistas. Un hecho inaudito para el presidio de máxima seguridad.
El escape apareció en los periódicos y el gobierno argentino alertó a otros países sobre la fuga. En Chile, un buque del ejército encontró la goleta donde viajaba Simón en el canal de Beagel. El anarquista fue detenido y encarcelado en Ushuaia 12 años más.
Simón fue obligado a hacer trabajos forzados, a cortar árboles y a participar en obras de construcción dentro de la creciente ciudad, en jornadas de 12 horas diarias. Hasta que fue amnistiado por el gobierno de Hipólito Yrigoyen.
Junto con el indulto llegó el destierro. Tenía 39 años. Viajó a Uruguay para refugiarse. Pero el deber lo llamó y se enlistó para pelear junto con los anarquistas en las Brigadas Internacionales, en la Guerra Civil Española. Simón participó en la guerra, aunque se rehusó a utilizar armas. Se dedicó al abastecimiento de tropas. Quizá, hay aquí algún remordimiento por el asesinato de Falcón, la muerte fue justa pero dolorosa también.
El registro de la vida de Simón Radowitzky se va desdibujando de a poco. Se convierte un poco en leyenda, un poco en un anónimo. Su historia ha tenido que ser rescatada. Hasta hace unos años su nombre era apenas conocido.
Se sabe que durante la Guerra Civil fue capturado y encarcelado en el campo de concentración de Saint Cyprien, en Francia. Pero Simón escapó de nuevo y huyó a México, donde trabajó como herrero y en una fábrica de juguetes. En 1956 murió a causa de un infarto.
El personaje goza de cierta fama en Argentina y en Ushuaia se cuenta su proeza dentro de la penitenciaría, ahora convertida en museo. En México, donde vivió sus últimos años, es prácticamente un desconocido.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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