23 septiembre, 2023
Mientras en el “muelle de la salsa” inmigrantes bailan y cantan para olvidar las precariedades del costo de vida o el estatus de residencia, en la Asamblea Nacional, un nuevo proyecto de ley del gobierno de Emmanuel Macron comienza a provocar debate: «Para controlar la inmigración, mejorar la integración»
Texto y fotos de Iván Cadin @ivankdin
PARIS, FRANCIA.- Ha bajado la intensidad del calor. Estamos por entrar al equinoccio de otoño, lo que anuncia el fin del verano en el hemisferio norte. La asistencia ha bajado notablemente en uno de los puntos de baile popular por excelencia en París, la capital francesa. Ya no se reúne tanta gente como hace apenas unas semanas. Misma apreciación tiene Marco Antonio Lugo, estudiante ecuatoriano con residencia temporal en París que ha hecho de este sitio un punto de reunión francolatinoamericana. Admite que han pasado los mejores meses, el verano.
¿Hablo de un antro o un bar? Para nada. Conocido de manera coloquial como “el muelle de la salsa”, el jardín público Tino Rossi, ubicado a un costado del muelle Saint-Bernard del río Sena, dentro del distrito 5 de París, muy próximo a las estaciones de tren de Austerlitz y Lyon y no muy lejos del centro parisino, es un sitio de baile al aire libre que en los meses previos, de jueves a domingo y de 16 a 23 horas, estuvo a reventar. Ahora en otoño se mantiene pero sin duda la efervescencia total fue veraniega.
La variedad musical que se puede encontrar en este espacio público es amplia pero sin duda el bailongo que se impone como la joya de la corona por su convocatoria y animosidad es el latino (pongo este género ahora en cursivas para también recordar que Francia es, en rigor, un país latino, como lo es también España, Portugal, Italia, Rumania), aquel que suelta por los bafles piezas musicales de salsa, cumbia, rumba, mambo, cha cha chá, bachata, merengue y, de vez en vez, zouk y kizomba.
El sitio atrae a parisinos bailadores pero también a turistas que van pasando, y a muchos americanos, africanos, estudiantes, inmigrantes con y sin permiso legal. Todos son público y protagonista del baile callejero, personas que aman bailar pero también aquellas que necesitan pasar un rato de desasosiego, oír música y conversar, y más en estos tiempos de inflación y precios altos en el costo de vida, pues a decir del Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos (INSEE) francés, los precios al consumo aumentaron 4.9 por ciento en el último año, siendo la inflación en alimentos donde más se resiente: 11.2 por ciento anual.
Sólo en 2022, 2.4 millones de personas recibieron ayuda alimentaria, tres veces más que hace diez años, cifra que es muy probable que se acerque en verdad a los 5 millones, estima la Federación Francesa de Bancos de Alimentos. Esta carestía alimentaria toca, invariablemente, a la población inmigrante y a la población estudiantil.
“Todo está caro. De por sí París siempre es caro para un bolsillo de estudiante, pues las becas son raquíticas”, comenta Marco Antonio.
Conversamos sentados en uno de los anfiteatros que mutan en pista de baile y a escasos metros del río Sena, por donde intermitentemente pasean barcos (péniches) llenos de turistas, quienes, con curiosidad, voltean a ver el jolgorio musical que se desarrolla en tierra.
“La despensa a veces la surto con bancos de alimentos pero luego hay colas enormes. Obvio luego quieres divertirte un rato pero ir a un bar es costoso. Aunque muchos bares no cobran la entrada la cerveza es cara. Mejor venimos acá (con otros estudiantes), compramos cervezas en algún supermercado y nos las tomamos a la discreta aquí”.
Si bien ingerir alcohol en vía pública no está prohibido en Francia, existen excepciones a criterio: cuando hay demasiada asistencia en los bailes son constantes los rondines de la policía, quienes se acercan a los grupos de gente de manera discreta de vez en vez. Si ven a alguien tomar, lo conminan a tirar sus bebidas, so pena de incurrir nuevamente en el acto.
Marco trae una chela en su mochila y le da sus traguitos de vez en vez previa inspección ocular alrededor para después rolarla. Pero por si se acaban, hay oferta: también hacen sus rondines de vez en vez vendedores que, con la mercancía en mochilas, ofrecen botellitas de agua, cerveza o vino a los asistentes. La inmensa mayoría de los vendedores son también inmigrantes.
“La policía sabe que vendemos pero no dice nada, nomás vigilan que no se haga desmadre o que esto parezca un bar a cielo abierto”, me confía uno de los vendedores.
Cuidar el buen desarrollo del ambiente es una de las prioridades de quienes organizan estos bailes. Debido a ello, el DJ del baile latino, Serge Heller, un francés sexagenario que lleva ya tiempo en estas celebraciones parisino-afroantillanas, cada cierto tiempo corta el sonido, toma un micrófono e invita a no entorpecer el tránsito en torno a los óvalos de baile para que la gente pueda circular, y solicita a la concurrencia no beber alcohol, sobre todo si la impertinencia etílica comienza a abrazar a alguien.
Según datos del INSEE, en 2022 un 7.7 por ciento de la población de Francia (5 millones) era de origen extranjero, un porcentaje inferior al 8.4 por ciento de la media europea. De ese porcentaje, los latinoamericanos son una franja minoritaria entre los inmigrantes residentes (temporales o permanentes): menos del 6 por ciento. Casi l amitad procede de África (mayoritariamente de las ex colonias francesas) y un tercio de Europa.
A su vez, el número de estudiantes extranjeros creció en el ciclo 2021-2022, según datos oficiales: incluyendo a los aprendices de educación superior, más de 400 mil estudiantes extranjeros estuvieron en Francia en el ciclo pasado. Gran parte de ellos, como Marco, llegando justos al fin de la jornada con el encarecimiento del costo de vida.
Desde la década de los noventa del siglo pasado, el boom ochentero de la salsa llegó a París y los salseros parisinos comenzaron a reunirse en el Jardín Tino Rossi para danzar. Con el tiempo, estas reuniones se hicieron frecuentes y con cada vez más gente. Fue así que en determinado momento la alcaldía de París ordenó crear asociaciones especiales para organizar y autorizar estas reuniones.
Actualmente existen alrededor de 10 asociaciones de baile con protocolos y obligaciones que deben seguir, establecidas por el distrito 5 de París y por Ports de París, entidad pública que administra las vías navagables de la capital y alrededores (el jardín se ubica, recordemos, al lado de un muelle que bordea el río Sena).
Estas asociaciones, que en sus distintas sedes ofrecen también clases de baile, se distribuyen en los seis pequeños foros con los que cuenta el jardín en un horario establecido (jueves a domingo, de 16 a 23 horas): en la explanada Jussieu, la explanada de las plantas y en los cuatro óvalos o anfiteatros, todos a metros de distancia entre uno y otro.
Si bien el espacio latino es el que más gente convoca, también hay oportunidad de bailar rock and roll, tango, capoeira y hasta bal musette, un bailecito al compás del acordeón que hará sentir a uno dentro de un cliché parisino. Todas las asociaciones básicamente se pertrechan de una consola básica, una mezcladora o computadora, cables de energía y un par de bocinas. Más que suficiente para faire la fête, hacer la fiesta.
En verano, dada la proximidad física de todas las asociaciones, llega un momento en que el jardín público se convierte en una especie de festival popular multiétnico y diverso. Un oásis y un momento de acercamiento en medio de la fuerte realidad que atraviesa el país, en el que los resortes xenófobos y la anti inmigración florecen no sólo en parte de la sociedad francesa sino también desde sectores de la política institucionalizada.
Xavo es un colombiano que se encuentra en Francia en calidad de inmigrante prácticamente sin permiso de residencia. Intentó pedir asilo vía solicitud en la Oficina Francesa de Protección a los Refugiados y Apátridas (OFPRA) pero le fue negado. Ahora está en un proceso de apelación ante la Corte Nacional del Derecho de Asilo (CNDA) pero ve muy incierto el desenlace. No sabe qué hacer, si regresar a Colombia, pasarse a España (por donde llegó a Francia) o irse a otro lado. En Colombia cree que tendrá problemas de supervivencia por su negativa a participar con pandillas de su localidad, situación que lo motivó a partir. “Regreso y no la cuento, hermano”.
Las bocinas sueltan un “yo no me quedo / me voy para Colombia” de Ismael Miranda y su Orquesta Revelación. Xavo es de Cali. A pesar de que el estribillo de la canción no está en sus planes próximos, se para a bailar. No es su primera vez aquí en el jardín. Ya tiene camaradas, relaciones que tejió precisamente en este punto de baile, entre ellas una chica también colombiana con quien salta al centro de la pista.
En el óvalo todos son simplemente cuerpos que se mueven al ritmo. Por un momento los contextos de cada persona se esfuman. Desde el público alguien hace sonar cencerros y sonajas, al compás del playlist que ideó para esta tarde monsieur Heller. Al observar a las parejas, es notoria la diferencia de estilos al danzar. Xavo y su pareja, por ejemplo, se mueven con la cadencia del baile de calle, de las fiestas adolescentes de los países de origen del otro lado del Atlántico, más arrabalero, podríamos decirlo, a diferencia del baile salsero más estilizado, digamos, con sello de academia de baile, que despliegan los franceses.
Según la OFPRA, en 2022 hubo cerca de 131 mil solicitudes de protección internacional. Afganistán fue por quinto año consecutivo el principal país de origen de solicitantes de asilo, con más de 17 mil, seguido de Bangladesh (8 mil 600), Turquía (8 mil 500), Georgia (8 mil 100) y República Democrática del Congo (5 mil 900).
De América los países con más demanda fueron Haití (2 mil 880), Colombia (mil 811), Venezuela (911), República Dominicana (376), Perú (354), Cuba (320) y Brasil (283). La violencia, la vigilancia política, el narcotráfico, las pandillas, la persecución por identidad sexual son algunos de los motivos que empujan las solicitudes. De todos estos totales, un porcentaje muy reducido lo obtiene, tras un proceso que puede durar meses. Estas poblaciones contrastan, por ejemplo, con la política actual de asilo para ucranianos: basta presentar el pasaporte para obtener el permiso de residencia de manera automática.
Mientras en el “muelle de la salsa” muchos inmigrantes bailan y cantan para olvidar las precariedades del costo de vida o el estatus de residencia, no muy lejos del sitio, en la Asamblea Nacional, un nuevo proyecto de ley del gobierno de Emmanuel Macron comienza a hacer ruido en el debate francés.
Tras haber sido aprobada por decretazo la reforma de pensiones (que ha significado hasta el momento un fuerte costo político a la aprobación del presidente y una mecha que originó intensas movilizaciones), uno de los nuevos objetivos legislativos de la actual administración es el proyecto titulado «Para controlar la inmigración, mejorar la integración».
Presentado en febrero pasado por el ministro de Interior, Gérald Darmanin, el proyecto planea intensificar las deportaciones de extranjeros en situación irregular y reformar la Corte Nacional del Derecho de Asilo para acelerar el examen de las solicitudes, modificando el procedimiento para celebrar audiencias con un solo juez en lugar de la formación colegiada actual. A su vez, el proyecto ofrece crear permisos de residencia de sólo un año para aquellos trabajadores de oficios donde la mano de obra escasee.
La derecha ha criticado el proyecto, pues dice que regularizará extranjeros en situación irregular, mientras que la izquierda lo denuncia como una ley que sólo hace del trabajador inmigrante un instrumento utilitario para oficios “en tensión”, de “úsese y deséchese”.
El debate del proyecto se ha sido aplazando en diversas ocasiones en el parlamento por falta de una mayoría absoluta de las fuerzas políticas de Macron, y más por la experiencia tan reciente de la votación de la ley de pensiones.
Ante esta falta de fuerza suficiente en el legislativo y por la propia inercia de su sello ideológico, el gobierno de Macron se ha apoyado mucho en la bancada de derecha de Los Republicanos (LR), partido que ha querido hacer valer su factor de peso y ha presionado al gobierno para endurecer aún más el texto del proyecto de ley.
Los republicanos han amenazado al gobierno con una moción de censura en caso de que redacte una ley laxa y han anunciado que presentarán dos proyectos de ley aún más a la ofensiva, uno de los cuales busca que la política migratoria sea tratada mediante referéndum, lo que autorizaría a Francia a «derogarse de la primacía del derecho europeo (…) cuando ‘los intereses fundamentales de la nación’ (incluida la inmigración) estén en juego».
El gobierno ya tiene rato que se quitó la máscara de “ni de izquierda ni de derecha” para mostrarse abiertamente de derecha. La derecha “tradicional” de LR se corren una vez más hacia el flanco de la ultraderecha. Por su parte, Agrupación Nacional, el partido de Marine Le Pen, señala sonriente que LR han hecho un copy/paste de su propio programa de inmigración y que eso, desde su óptica, no hace más que darle credibilidad al discurso lepenista.
Así, mientras la derechización avanza en Francia, Xavo sigue bailando mientras canta y baila la melodía de Ismael Miranda y su Orquesta Revelación: “Son hombres de buena fe, caramba / vamos, seamos hermanos (…) Yo no me quedo / me voy para Colombia.”
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