14 agosto, 2023
De la televisión al congreso, y del congreso a la presidencia ¿Quién es Javier Milei? Un ultraderechista que promete un cambio en Argentina, mientras el país está sumergido en una crisis económica provocadas por los últimos gobiernos progresistas y neoliberales que ha tenido
Texto: Cecilia González
Fotos: Redes sociales de Javier Milei
BUENOS AIRES, ARGENTINA. – La nueva estrella de la ultraderecha surgió en Argentina y, al igual que su admirado Donald Trump, saltó de la televisión a las urnas.
En 2015, el economista Javier Milei comenzó a ser invitado a los programas de televisión. Llamaba la atención con su densa, oscura y despeinada cabellera, pero, sobre todo, por sus gritos, insultos y ataques de ira. Bastaba que saliera a cuadro, para que el rating subiera. Era una figura novedosa que no temía a la polémica. Que presumía y ejercía la incorrección política.
Los medios antiperonistas, que todavía controlan el mercado en Argentina, lo abrazaron. De a poco, Milei se convirtió en un personaje omnipresente en televisión, radios, diarios, portales, en todo tipo de plataformas. Ya no hablaba sólo de economía, sino de políticas de Estado en todas las áreas. Las redes sociales se colmaban de chistes, de memes. «Consumo irónico», se justificaban quienes lo viralizaban sin saber que el consumo irónico no existe y siempre es publicidad gratuita.
La subestimación fue una de sus grandes aliadas. Tanto, que en 2021, cuando anunció que por primera vez buscaría un cargo de elección popular, las burlas siguieron. Ya lo habían bautizado como «El loco». Pero ganó. Más de 300 mil votos le permitieron convertirse en diputado nacional. Y entre esos votos, destacaron los de hordas de jóvenes que comenzaron a seguirlo con fanatismo.
Sólo dos años después, sin haber presentado proyectos de ley, con récord de ausentismo en el Congreso y récord de presencia en los medios, e investigado en un grave caso de corrupción por la supuesta venta de candidaturas, Milei se convirtió de manera sorpresiva en el candidato más votado en las elecciones primarias presidenciales.
El domingo, 6.8 millones de personas eligieron a este político emergente que se autodefine «libertario» y «anarcocapitalista», que dice repudiar a «la casta» política y que declama sin pruritos la agenda conservadora: ofrece privatizar la salud y la educación; está dispuesto a abrir la discusión sobre la venta de órganos (en lugar de donaciones); rechaza el aborto (que en Argentina es legal, pero que bajo su gobierno podría dejar de serlo); repudia a los feminismos y las diversidades sexuales; niega los crímenes de la dictadura y el cambio climático; y quiere liberar la venta de armas, dolarizar la economía, privatizar las empresas públicas, eliminar el 90 % de los impuestos y todos los planes sociales (porque «la justicia social es una aberración»); y recortar más de la mitad de los ministerios (el de la Mujer es una prioridad).
Pero, además, Milei, un hombre de 52 años que no tiene pareja, ni hijos, ni amigos, arrastra una carga mística, ya que cree que gobernar Argentina es una misión divina que le encargó Dios a través de Conan, su amado perro al que clonó cuando murió. El laboratorio estadounidense al que contrató le devolvió seis perros a los que quiere como a sus nietos y a quienes les dedicó su cierre de campaña. De todas formas, sigue hablando con Conan a través de médiums, parasicólogos y brujos. Incluso le pide consejos políticos. A la vista de los resultados, pareciera que el perro resultó ser un gran asesor.
El triunfo de Milei tiene causas más terrenales y no es responsabilidad de los medios. La propaganda gratuita que le hicieron durante años apenas si le ayudó a popularizarse, pero habría tenido escaso margen de maniobra política de no haber mediado una nueva y grave crisis económica que ha agotado a la sociedad argentina.
Hace años que la inflación en este país es de dos dígitos, que el mercado cambiario es un caos de cotizaciones oficiales y paralelas que desordena por completo la economía; y que la pobreza viene en aumento. Si no ha habido estallido social, es gracias a la contención que representan los programas estatales de apoyo, pero no hay mucho más margen de maniobra para millones de personas que a diario ven diluir su poder adquisitivo.
La sociedad está cansada de la inestabilidad. Los dirigentes, sin distinción de ideología, no le dieron respuestas. El gobierno del conservador expresidente Mauricio Macri (2015-2019) dejó índices históricos de inflación, devaluación, endeudamiento y pobreza que se agravaron todavía más con el peronista Alberto Fernández. Ni la derecha ni el progresismo cumplieron con sus promesas de mejorar la economía. Así, el fracaso consecutivo de dos gobiernos de diferentes partidos le abrió la puerta a un líder carismático que se dedicó a vociferar contra «la casta» política.
Mientras el descontento era latente, los principales líderes políticos, en lugar de resolver las cuestiones más urgentes y de escuchar y resolver los reclamos de la ciudadanía, se sumieron en ácidas luchas internas de poder.
La expresidenta y vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner se peleó desde el primer año de gobierno con Alberto Fernández, a quien ella misma eligió como candidato a presidente en 2019. Hace meses que ni siquiera se hablan. En el medio, ellos y sus leales se dividieron en dos bandos claros, se criticaron mutua y públicamente y provocaron graves crisis internas que, de nuevo, como tantas veces en su historia, pusieron a Argentina al borde del colapso institucional. Alberto Fernández se quedó solo, sin poder, sin liderazgo.
La oposición también hizo su parte. Al igual que el oficialismo, la coalición Juntos por el Cambio, en la que participa Macri, se partió en dos bloques encabezados por los precandidatos presidenciales Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires; y Patricia Bullrich, la exministra de Seguridad que, finalmente, el domingo se quedó con la candidatura. Ambos se acusaron de «campañas sucias» y trampas al por mayor.
Fueron meses de debates intrapartidarios que monopolizaron la conversación pública, y en los que también se replicó la añeja, interminable, desgastante y muchas veces aburrida disputa entre Macri y Fernández de Kirchner.
Mientras los líderes estaban enfrascados en sus pleitos, apareció Milei para decir que él era diferente a ellos, que dolarizaría la economía, renovaría a la clase política y convertiría al país en una potencia. Muchos le creyeron. Por eso hoy festejan sus amigos Eduardo Bolsonaro (Brasil), Santiago Abascal (España) y José Antonio Kast (Chile), miembros de la élite de la ultraderecha internacional que encontraron en Milei a un nuevo y prometedor socio.
El día después de las elecciones primarias, la incertidumbre recorre Argentina.
No se sabe qué puede pasar en las presidenciales del 22 de octubre, porque aunque Milei parte como favorito con el 30 por ciento, le siguen de cerca Bullrich, con el 28 por ciento que sumó la coalición Juntos por el Cambio; y Sergio Massa, con el 27 por ciento que alcanzó la alianza peronista Unión por la Patria.
Para ganar en primera vuelta, alguno de ellos debería obtener al menos el 40 % de los votos o, como segunda opción, un caudal menor pero con una diferencia de 10 puntos con respecto al segundo lugar. No parece viable que ello ocurra, así que todas las apuestas van hacia la segunda vuelta prevista para el 19 de noviembre.
A priori, el panorama más difícil lo tiene Massa porque, además de ser el candidato oficialista, es ministro de Economía de un país con la economía rota, que este lunes devaluó su moneda un 20 %, que prevé una inflación superior al 150 % para fines de año y que depende del Fondo Monetario Internacional. Si lograra pasar al ballotage con Milei y ganarle, sería una proeza.
Otro escenario es una segunda vuelta entre Milei y Bullrich, pero ahí es como un juego de espejos, porque la exministra de Seguridad también es de ultraderecha y no se ha ruborizado para reconocer que los ejes de su eventual gobierno son el drástico recorte de gasto público y la represión a la protesta social. De ahí la preocupación de que los sectores vulnerables sean víctimas de más violencia.
Lo que sí es un hecho es que, gane o no la presidencia, Milei ya consiguió que Argentina sea tripartidista, algo inimaginable hace apenas algunos meses; y que sus propuestas, que en otras épocas hubieran sido inaceptables y escandalosas, hoy tengan la puerta abierta gracias a las amplias bancadas que su partido tendrá en el Congreso. Como él mismo lo definió: es el decisivo triunfo de su batalla cultural.
Periodista mexicana que desde hace 15 años cubre el cono sur. Autora de los libros Narco Sur y Narco Fugas.
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