Me gusta pensar en el peso de los ahogadores, que es el peso de la vanidad, de la apropiación de la belleza, del adorno del cuerpo a través de la suntuosidad de los metales y de su fina e indiscreta opulencia
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“En el Istmo de Tehuantepec”, me dice una mujer afuera del mercado de Tlacolula, “las mujeres trabajamos, nos gusta vernos bien, lucir elegantes”. Me lo dice con su pulcro traje de tehuana compuesto por una falda roja, larga, y una blusa de ante negro con flores bordadas a mano; cuelga de su cuello un collar de moño que a su vez pende un círculo de filigranas. Ella, doña Irma, tiene trenzas en lo alto de su cabellera, más negra que canosa; del lado derecho, ensartada en su trenza, una flor del mismo color de su falda.
“Al mercado se viene alhajada”, me dice doña Irma, sentenciosa y satisfecha con su inaudita pomposidad.
Le pido retratarla con mi cámara, a lo que amablemente accede. De paso, me pregunta en dónde compré mi collar de múltiples hilos de chaquiras negras, le afirmo que ese collar es del Estado de México. “Yo quiero uno así pero rojo, así de largo como el tuyo”. Al chulearle sus aretes, me dice sonriente: “me gustan los aretes grandes, todo lo grande.”
Tras tomar los retratos de mi espléndida modelo, continúo mi camino, pero me voy más lejos. Nos vamos hacia adentro, hacia el Istmo de Tehuantepec. Juchitán y Tehuantepec son de los sitios más grandes del Istmo, y de los más emblemáticos de Oaxaca. Tenía tiempo queriendo conocer Juchitán, creo que mi embelesamiento hacia esta zona comienza cuando leo Luz y luna, las lunitas de Elena Poniatowska (Ediciones Era, 2007) y Juchitán de las mujeres (Ediciones Toledo, 1989), y, por supuesto, al saber que Francisco Toledo, gran amigo de Elena y Graciela, vivió allí con la pintora Bona Tibertelli —tras enamorarla más que Octavio Paz en París.
Debo decir que Juchitán es una de las zonas más golpeadas por la economía y por los sismos. Al ver las calles y una de las edificaciones principales de Juchitán vuelto ruinas a excepción de la fachada, recuerdo que el 7 de septiembre de 2017, el epicentro del devastador terremoto fue precisamente el Istmo de Tehuantepec. Pese a que la gente continúa trabajando a diario bajo el calor húmedo, la reconstrucción de Juchitán aún continúa, pareciera que aquel terremoto ocurrió hace unos meses, un año quizá.
Ahogadores se les conoce a los collares más ostentosos, los más grandes, los más largos, los más pesados. Al preguntar a una vendedora en el mercado de Juchitán sobre estas grandilocuentes joyas que tanto admiro, ella me responde que el nombre viene de la sensación de ahogo que se puede llegar a sentir al portarlos, “dicen que se siente como que te ahoga”. Son collares hechos por lo regular de monedas. Se utilizan en mayordomías o en velas, las fiestas del Istmo en donde las mujeres van ataviadas con sus mejores galas, blusas bordadas y arreglos florales que adornan la cúspide de su cabeza, entrelazadas en las trenzas recogidas. Las flores están hechas a base de listón quemado, pero también pueden ser flores de artificio o incluso naturales, dependiendo el gusto. También están las satinadas —adornos de listones en trenza— y divinas diademas de listón.
Me gusta pensar en el peso de los ahogadores, que es el peso de la vanidad, de la apropiación de la belleza, del adorno del cuerpo a través de la suntuosidad de los metales y de su fina e indiscreta opulencia; como dice Guido Munch, del “poder económico, estatus social, rango político, prestigio y reconocimiento de la dignidad por cumplir con la tradición zapoteca”.
La tradición no está exenta de vanidad, y eso es lo precioso, en sentido estricto, de la joyería istmeña, tan alejada de la discreción; cintilante devoción hacia la extroversión, hacia la apropiación del orgullo zapoteca vuelto fulgores hechos a base de filigrana, cadenas, monedas o bolas huecas en su dorado esplendor.
Entre los dijes, los más comunes son los pavorreales y los pescados que se mueven, que invariablemente me recuerdan a la zoología de Francisco Toledo a lo largo y ancho de su obra plástica, quien, como escribí hace unas semanas (en la columna titulada El fantasma de Francisco Toledo), también incursionó en la joyería con figuras del reino animal, aunque con materiales distintos —cuero de cabra con hoja de oro.
Los tamaños de los dijes son variados, hay para todos los gustos, y lo mismo con los aretes. Los collares suelen ser de cadena torcida y gruesa, conocidas como cadenas de bejuco, que resaltan aún más el brillo de la misma; o bien, gargantillas hechas con listón de terciopelo, rojo, negro, dorado o azul.
Hay también pulseras y brazaletes de bolas o de filigrana, técnicas que también se ven entre los collares. Los anillos, aunque menos comunes, tampoco faltan. Por lo regular son de filigrana y suelen tener piedras biseladas grandes y de distintos colores engastadas.
Hay aretes con moños de los que se desprenden gigantescas piedras biseladas. A los aretes que tienen formas florales y que están hechos a base de filigrana, se les llama jardines, me dice una vendedora de joyería del Mercado Benito Juárez, en el centro de Oaxaca.
Las mujeres que se ornamentan con estos aretes largos jardinan su apariencia, llevan jardines colgantes, jardines dorados con incrustaciones de piedras rojas, verdes o azules, que cuelgan de sus lóbulos como cuelga su derrochante belleza.
Si bien, la joyería istmeña es la más popular y conocida en Oaxaca, tampoco puedo dejar de mencionar la joyería hecha a base de barro. El misterioso barro negro, hecho en San Bartolo Coyotepec, me cuenta un joven vendedor; mientras que el barro verde está hecho en Santa María Atzompa, del lado de Montealbán. Los collares suelen ser de barro negro, y son de bolas o palomitas, llegan al pecho; los collares de barro verde suelen tener diminutos utensilios de cocina, contenedores como tazas o cazuelas a escala.
La joyería de Oaxaca es quizá la joyería más pomposa y extraordinaria de México. En el pasado el material con que estaba hecha era oro, aún hoy en día hay joyerías que venden estas alhajas a base de oro puro, sin embargo, debido a la inseguridad y al derrame económico, así como a la cada vez más decreciente demanda de joyería de oro, la calidad de los metales se ha vuelto más modesta, así como su manufactura. Hoy en día, pese a que aún muchos orfebres ejercen su labor, también es frecuente el uso de recursos tecnológicos y hasta computarizados que permitan multiplicar los esfuerzos en la producción de joyas y con materiales semejantes al oro, a cambio de una reducción de costos, como ocurre en todo el país. No por eso la preciosidad de las alhajas istmeñas se reduce, simplemente cambia.
Es imposible no pensar en la joyería novohispana al ver la creatividad de nuestros orfebres oaxaqueños e istmeños. Es una de las secuelas que dejó la colonia, la joyería istmeña es también un registro estético del pasado de México, que la comunidad zapoteca manipuló con la misma destreza con que manipula la maleabilidad de sus metales, volviéndolos propios y refulgentes.
Estrella Vázquez es la primera muxe en estar nominada a los premios Ariel, gracias a su espléndida participación en la película Finlandia (2022) del director Horacio Alcalá, en el vestuario —ella también actúa en dicho largometraje—; Estrella supo llevar a la pantalla la preciosidad atávica de la mujer istmeña, y asimismo, de las muxes que también ostentan la feminidad con sus trajes y alhajas de tehuana.
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Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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