Esta ciudad inca es una de las construcciones prehispánicas más ingeniosas que existen. Como si estuviera suspendida en el aire, esta comarca sobrevivió a la conquista europea. Hoy es el sitio más visitado de Perú, aunque de a poco se hunde
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Más de cien años después de su descubrimiento nadie tiene claridad la función exacta de esta ciudad Inca. Una teoría señala que pudo haber sido la casa de descanso del emperador Pachacútec (1438-1471), otra versión señala que sería una especie de fuerte que abrió paso del imperio hacia la selva amazónica, también se dice que debió cumplir una función ceremonial.
Yo llego a Machu Picchu después de una caminata de 80 kilómetros desde Soraypampa, mi camino se cruzó con las calzadas que construyeron los incas para comunicar el Tahuantinsuyo. En mi caso, serpenteé entre laderas anidas, desde picos nevados hasta la ceja de selva, hasta llegar finalmente a la ciudad sagrada.
Donde los Andes empiezan a descender, pero aún persiste en cordilleras y peñascos, se edificó la comarca, a una altura de setecientos metros sobre valle. Para su construcción los incas se jactaron de su destreza e ingenio. Diseñaron la ciudad sagrada sobre dos promontorios rocosos; Machu Picchu (monte viejo) y Huayna Picchu (monte joven).
Se sabe que la construcción se erigió en el gobierno de Pachacútec, cuando los incas se estrenaban como el imperio más grande de América. Su gobierno se extendía en el basto Tahuantinsuyo, formado por cuatro regiones: Chinchaysuyo, la región norte que llegó hasta el sur de Colombia; Collasuyo, la zona sur hasta Chile y Argentina; el Contisuyo que demarcaba el oeste hasta al mar Pacífico; y finalmente el Antisuyo, el este hasta la selva amazónica.
La capital del imperio estaba en Cusco, que significa “ombligo del mundo” en quechua. La construcción de Machu Picchu parece una iniciativa de crecer el imperio hacia la rica y agreste selva, una especie de avanzada hacia la Amazonía. Aunque las habitaciones encontradas en el lugar contradicen esta versión, porque parece que están hechas para albergar agente importante.
Como ciudadela me parece perfecta, en lugar de estar amurallada, este fuerte se serviría de la altura de las montañas para ganar una posición de ventaja sobre sus enemigos. También, bajo la cañada que está construida está el rio Urubamba que serviría como barrera natural a cualquiera que intente pasar.
También es muy probable que haya sido un centro de adoración, hay restos arqueológicos que así lo prueban. Pero aquí hay tantas pistas que uno puede quedar perdido en mil hipótesis.
Machu Picchu es fascinante por las incógnitas sin resolver. Pero también por su increíble ingeniería y arquitectura.
En el siglo XV los incas lograron construir esta comarca sobre un peñasco entre nubes. La mayor inversión que hicieron sus ingenieros fue en la cimentación, elaboraron cientos de terrazas para sostener el peso de los edificios, para lo cual utilizaron distintos tipos de grava, también construyeron un drenaje para desfogar el agua de las lluvias y evitar un deslave. También diseñaron acueductos para acarrear agua limpia de un manantial cercano.
Todos estos elementos siguen funcionando hoy en día, es sorprenderte ver que la construcción no solo es funcional, sino que se planeó con criterios armónicos. Seiscientos años después las fuentes de la ciudad de Machu Picchu siguen manando agua cristalina.
Otro ejemplo de la genialidad de la ingeniería inca es la mampostería de las construcciones, los muros de los edificios fueron hechos con piedras talladas que embonan, con exactitud milimétrica, una sobre otra. La colocación de las piezas es tan precisa que entre ellas no cabe un alfiler o una hoja de papel. No hay necesidad de barro o arcilla para lograr la adhesión de bloques.
La arquitectura inca es también antisísmica, los ingenieros utilizaron la estabilidad del trapecio para contrarrestar los efectos de los sismos que azotan al Perú.
Para mí Machu Picchu es, ante todo, una reverencia al paisaje. Es la sacralización de las montañas que rodean al lugar, la ciudad más sobresaliente que construyó una de las civilizaciones más avanzadas del mundo.
Con la llegada de los españoles, una guerra civil dentro del imperio inca y las enfermedades provocaron que Machu Picchu fuera abandonada por sus habitantes. Los pueblos andinos nunca revelaron la ubicación de este lugar sagrado y los conquistadores europeos nunca la encontraron.
Fue hasta 1911 cuando el estadounidense Hiram Bingham utilizó información del cusqueño Agustín Lizárraga para desplegar una expedición en el lugar y hacer pública la ubicación de esta ciudad perdida. De hecho, el personaje Indiana Jones está inspirada en la vida de este explorador.
Bingham utilizó uno de los primeros modelos de las primeras cámaras fotográficas para hacer un importante registro del lugar. Hoy sobreviven cientos de fotografías del estadounidense. Aunque el hallazgo está oscurecido por la avaricia de su descubridor.
Se ha comprobado que Bingham se dedicó a saquear la zona arqueológica. Muchas piezas fueron a dar a la universidad de Yale, con la que trabajó. El explorador vendió muchas otras piezas y se enriqueció. Hasta el día de hoy el gobierno de Perú mantiene una petición de devolución de piezas a la universidad estadounidense.
Con los años Machu Picchu se convirtió en uno de los sitios más turísticos de Sudamérica. Desde hace tiempo se sabe que la montaña y la cimentación del lugar han empezado a ceder a los años y al peso de los turistas que visitan el santuario (1.5 millones al año). Con ingeniería moderna se ha intentado ralentizar este proceso.
Machu Picchu sobrevive como una prueba de que las sociedades prehispánicas fueron vanguardistas, en una forma diferente a la conocida por occidente. De que hay otras formas para todo, de que no hay modelos únicos a seguir.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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