Dos sobrevivientes de la matanza de Rancho Nuevo, Puebla, ocurrida durante la Guerra Sucia, narran su historia. A más de 40 años de este hecho, la justicia, como las tierras para los campesinos, siguen sin llegar
Texto y foto: Kau Sirenio
RANCHO NUEVO, PUEBLA. – Sentado bajo la sombra del árbol de chote, Juan Valderrama recuerda paso a paso la masacre que le marcó la vida. Cada palabra que hila los lleva a Rancho Nuevo, municipio de Pantepec, Puebla donde fueron asesinados 36 campesinos que luchaban por un pedazo de tierra.
Juan es uno de los sobrevivientes de la masacre del 2 de junio de 1982, ese día, alrededor de 600 pistoleros mataron a mansalva a los campesino que se encontraban trabajando la tierra del terrateniente Gilberto Merchant.
Raúl Nicio Rosa y Juan Valderrama platicaron con Pie de Página. El primero en Pisaflores, Veracruz, y el segundo en la comunidad Mártires de Rancho Nuevo, Puebla.
“Estuvimos trabajando tres días, el representante nos dijo que habían pasado las 72 horas y que no pasaría nada, pero mire y ya nos tenían acorralados. Los pistoleros llegaron en la noche. Estos matones esperaban que llegara la hora.
A las diez de mañana llegaron más personas. Estaba planeado, porque llegaron como 800 pistoleros, unos en caballo y otros en camionetas, o camiones de volteo” reconstruye, Juan Valderrama.
Los surcos en la frente del viejo revelan los años caminado. También la memoria que se niega a callar. Mientras el señor Juan platica con el reportero, Gonzalo Valderrama sirve agua de piña y se prepara para escuchar las palabras de su papá, de cuando se salvó de la bala, pero no así su yerno, quien murió en el ataque de los terratenientes.
“Estábamos trabajando cuando empezaron los disparos. Bajaron de los caballos a tirotear. Ese día andaba enfermo: no podía correr, ni trabajar bien, solo nomás andaba acompañándolos para hacer fuertes a mis compañeros. Los matones disparaban a quemarropa a la gente, nomás veía como tumbaban a los compañeros” narra Juan.
Con un nudo en la garganta, el señor Valderrama agrega:
“Duele ver un compañero caer, pero unos compañeros se ponen a llorar, cuando sientas ya te pegaran, te pegan por ahí, hay que espantarle también, me iba a matar con el caballo que me echaron encima. Un caballo bien altote de color bayo, así que me le aviento con mi machete”.
Entre los recuerdos surgen palabras de aliento: “Cuando vió que le llegaba cerca los machetazos, pega un brinco, cayó hasta por allá, el jinete seguía disparando con 38 súper. Lo dejé brincar a su caballo, pero no me pegó, eso es lo bueno. Después sacó el cargador de su pistola y volvió a cargarlo, pensé que me iba a matar”.
Mientras toma su agua de piña, el señor Juan saca otro cachito de historia de cómo se defendió ese 2 de junio de 1982.
“Llevaba machete con que me defendía, pero el hombre se quedó parado, sabes que te van a matar así que tienes que sacar ese machete y pegarle un machetazo, pero es complicado cuando los demás traen armas”.
Hace una pausa, respira profundo y suelta otra parte de ese día que vio caer sus compañeros a la orilla de arroyuelo. En su imagen trae consigo cuando el matón que lo iba a matar puso el cañón de la pistola en la costilla y disparó. El campesino cayó como un costal.
Me defendí tantito, algunos compañeros se defendieron con el machete, pero a muchos compañeros los llegaron a matar. No se defendieron porque les tiraban con arma. Después mataron a los compañeros. Se retiraron. Mucha gente se fue a donde tienen su campamento. Pasó como a una hora, vienen y otra vez empezaron a matar a los compañeros.
Se arrimaron donde teníamos la bandera. Empezaron a matar a los sobrevivientes, a los que estaban sentados les tiraban.
Ahí estaba un hijo mío. Le tocó estar ahí, pero se salvó. Cuando ya vieron que les están rematando saltaron el bordo del arroyo grande, iban cayendo en el agua, lograron cruzar y se fueron a sentarse al pie de un chote. Me retiré de ahí. Bajé despacio, no quise sentarme donde estaban mis compañeros, porque si se meten con metralleta ahí nos acaban.
Pasé un caminito. Ahí me tiro de barriga. Estaba cerquita entre los matones. Ellos estaban en la barda. Había una barda de piedra. Me echaron balas. Me daba miedo porque las balas pasaban cerquita en la cabeza, en la espalda, me quemaba a los lados. Puro de grueso calibre. El tiroteo era recio, gracias a Dios no me pegaron, pero si me espanté. Como a la hora que estaba allí, gritaron mis compañeros, ‘ahora sí compañeros vámonos’ ahí que se quede, pero en las que todavía vamos vivos.
El compañero estaba parado, con una pistola, pero no tenía cartucho. Él es de Las Mesas, se llama Ismael Prior. Salimos de ahí, caminamos, luego cruzamos la calle. Es carretera y entramos a Veracruz ,y nos fuimos. Se quedaron varios ahí, escondidos, después llegaron en la noche. No habíamos comido nada, hasta la noche me dieron de cenar.
Entramos a trabajar, éramos 280. Los muertos se quedaron ahí, en total como 37. Algunos iban heridos y murieron en el monte, cuando los encontraron ya estaban descompuestos y en pedazos. Los habían comido zopilotes y coyotes. Ahí se quedaron como cinco días, no están en el registro de los muertos que levantaron en Rancho Nuevo, yo calculo que fueron como 40 campesinos los que murieron en el ataque.
De los perpetradores de la matanza de Rancho Nuevo ya murieron casi todos, uno de los ganaderos que ordenó la redada es Gilberto Merchant, pero apoyado por otro ganadero que se llama Manuel Ávila.
Raúl Nicio Rosa lo cuenta así:
«El 2 de junio de 1982 entraron los vaqueros por todos los lados del terreno donde estábamos preparando la tierra para sembrar. Como eso de las 9 o 10 de la mañana empezó el tiroteo, empezaron a matar los compañeros, no pudimos salir porque habían cercado todo el perímetro.
La gente no pudo salir, mucho se quedaron ahí, fueron muchos los heridos. La autoridad no mandó orden para que levantaran los cuerpos, fue hasta el siguiente día que empezaron a levantar los muertos. No regresamos, porque yo salí herido me dieron unos balazos cinco balazos.
Mi familia fue por mí, eran como las tres o cuatro de la tarde cuando me levantaron. Llegué bien sangrado a la clínica. Ahí me sacaron unas postas que entraron en mi cuerpo. Después me operaron en Poza Rica, Veracruz.
Nosotros no llevamos armas para defendernos, cómo íbamos a enfrentar a ellos, eran más de 600 vaqueros bien armados. Nosotros éramos como 300.
Queríamos regresar para continuar con la lucha por la tierra, pero la gente no puede participar porque es mucho gasto. Le comenté a mi compañero que pronto va a haber otra organización para reclamar la tierra para las viudas y los hijos de los campesinos que murieron en Rancho Nuevo.
Empezábamos a trabajar temprano, como a las 6 de la mañana. Salíamos a comer a mediodía porque hacía mucho calor. Ese día que nos atacaron estábamos trabajando, nos dimos cuenta cuando empezaron a llegar en camionetas, por el camino, por todos los lados.
Por el camino a Mecapalapa bajaron los vaqueros, será como a las 9:00 o 10:00 de la mañana cuando empezaron a tirarnos. Corrimos como pudimos pero no alcanzamos librar las balas, muchos compañeros tuvieron que salir ahí con ropa de mujeres, porque los pistoleros andaban desatados.
La tierra la estábamos preparando para sembrar maíz, frijol y chile. Eramos campesinos sin tierras que necesitábamos donde sembrar pero nos juntamos varias comunidades, no sé cuántos eran de Cañada, de San José, de Pisaflores pero en total éramos como 300 personas que llegamos a trabajar con pala y machete.
Dicen que fueron 24 muertos, no sé con precisión porque yo salí herido. Dicen que había muchos heridos que estaban graves, a algunos los llevaron a Poza Rica, yo también iba en el grupo de los heridos, pero hasta el tercer día. Sufrimos mucho cuando supimos que ordenaron entrar a Pisaflores. Algunos pobladores salieron al monte porque dijeron que iba a entrar a rematar a los heridos.
En la casa de Cirilo Rodríguez, que es de dos pisos, llegaron las armas, y desde ahí nos dispararon. A un lado de ahí teníamos el campamento. Él prestó su casa para que subieran los vaqueros y dispararnos desde ahí. De este crimen solo fue detenido Juan Rodríguez Mújica. Pero salió de la cárcel, estuvo como cuatro años.
Los vaqueros fueron al hospital de Poza Rica a matar a los sobrevivientes, pero no lo consiguieron porque los compañeros nos sacaron de ahí en cuanto les dijimos. Entraron dos veces, nos fueron a levantar según para llevarnos a nuestras casas.
Al día siguiente del ataque levantaron los muertos y los trajeron a Pisaflores. Esto fue en la galera pública, para que fueran reconocidos por sus familiares y se los llevaran a enterrar. Olían mal porque estaban descompuestos.
El presidente de Pantepec ordenó que no levantara a nadie, esto lo hizo para que aprendiéramos a respetar a los terratenientes. Uno de los asesinados era mi pariente que se llama Juan Mendoza.
Me iba a desmayar por tanto sangrar. Una muchacha que se llama Francisca Manrique me sacó de Rancho Nuevo y me encaminó a Pisaflores. Después me encontró mi familia y me llevó al médico. El que me atendió era dentista, pero me sacó las balas en la espalda.
Después de la denuncia llegaron soldados para cuidar la comunidad. Esto fue como al tercer o cuarto día. A Pisaflores llegaron los muertos de aquí, y los otros los enterraron en Rancho Nuevo.
De los autores intelectuales solo vive Manuel Ávila. Él participó indirectamente con dinero, pero el que ordenó la matanza fue Gilberto Merchant. Él único encarcelado fue Cirilo Rodríguez Mújica.
Han pasado 41 años. Nosotros aquí seguimos esperando que se nos haga la justicia. Hasta ahora estoy acompañando a las viudas que siguen esperando la tierra para sus hijos.
Ahora estamos esperando a que los comisionados de la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia de las violaciones graves a los derechos humanos cometidas de 1965 a 1990 visiten a las viudas para que le entreguemos los documentos y testimonios que hacen falta.
Son 41 años, y la justicia no llega para los sobrevivientes de la masacre de Rancho Nuevo, con el mecanismo y la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia de las violaciones graves a los derechos humanos los campesinos espera que la justicia florezca en sus comunidad y que los perpetradores no queden impune.
Periodista ñuu savi originario de la Costa Chica de Guerrero. Fue reportero del periódico El Sur de Acapulco y La Jornada Guerrero, locutor de programa bilingüe Tatyi Savi (voz de la lluvia) en Radio y Televisión de Guerrero y Radio Universidad Autónoma de Guerrero XEUAG en lengua tu’un savi. Actualmente es reportero del semanario Trinchera.
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