Al abrirle la puerta a Dior sin influir políticamente -tal vez como parece ocurrió en el desfile de modas-, la Secretaría de Cultura ayuda a establecer la narrativa de los procesos artesanales como procesos de lujo y no de resistencia. Sería importante que dichas experiencias se estudien, analicen y usen en la construcción de relaciones comerciales más colaborativas, simétricas y justas
Por Dulce Martínez*
Parece que finalmente el mercado descubre, comprende y pretende explotar el valor de los textiles tradicionales mexicanos. Eso mostró el desfile Resort 2024 de la marca Dior, también expone un problema irresuelto: las dificultades que surgen cuando el Estado, que poco hizo por fortalecer a los textiles en el pasado, pretende ahora regular y difundir su producción. No basta con un desfile que además generó más dudas que respuestas, hacen falta políticas que garanticen mayor igualdad de condiciones entre artesanas y marcas en los mercados actuales.
Durante los últimos años he visto el surgimiento de una tendencia de mercado que pretende colocar lo artesanal como un producto de lujo, perteneciente a esferas cercanas a la alta costura. Una moda que olvida que en realidad lo artesanal en nuestro país pertenece al mundo de lo rural, la milpa, los idiomas de pueblos originarios y contextos que han resistido gracias a su capacidad creativa colectiva.
Así, se construye una narrativa centrada en el lujo de lo hecho a mano artesanalmente y se borra la verdadera historia del textil tradicional: una historia de la lucha cotidiana de las mujeres de pueblos originarios por desarrollar su inteligencia y habilidades. Pero además en esta tendencia de mercado ha estado presente -aún en silencio- un Estado que nunca entendió el potencial y valor de los oficios y técnicas tradicionales. Y aunque ahora la Secretaría de Cultura ha dado pasos para valorar los textiles artesanales, creo que faltan dilemas por resolver.
Podemos analizar esto a partir de un ejemplo concreto: la colección Dior Resort 2024, que se presentó en el palacio de San Ildefonso hace unas semanas. Desfilaron alrededor de 100 atuendos inspirados en Frida Kahlo y México, según la descripción de la marca.
Se ha escrito y criticado fuertemente el uso de un espacio como San Ildefonso para un desfile de moda en el que se mercantilizó el activismo contra la violencia machista presentando como cierre del desfile, las piezas de la artista plástica Elina Chauvet y la música de Vivir Quintana. También la incongruencia de la Secretaría de Cultura del gobierno federal en abrir las puertas a una transnacional y aceptar el obvio plagio del Pok´u´ul, indumentaria tradicional de los hombres en Zinacantán, Chiapas. Incongruencia, porque esa misma oficina es quien hoy promueve una nueva ley contra la apropiación indebida de patrimonio colectivo comunitario.
Coincido plenamente en todas estas críticas, pero creo que hay una capa más de análisis que es importante hacer.
Entiendo bien el motivo por el cual la Secretaría de Cultura se ha apartado de diseñadores, marcas, promotores culturales y artistas mexicanos para impulsar sobre todo a artesanos, artistas, y creadores locales de pueblos originarios. Muchas personas que trabajamos con el sector artesanal desde hace más de 10 años hemos aplaudido este cambio de enfoque del gobierno federal.
Me parece valioso. Primero, porque estoy convencida de que solo reconociendo e impulsando a sus creadoras, las técnicas e iconografía tradicional sobrevivirán junto con los contextos y epistemologías rurales a los que pertenecen. Segundo, porque a mi parecer es un acto de justicia básica que esperábamos de este gobierno.
Todo indica, que en el presente se entiende -y valora- que sean las artesanas las representantes del textil tradicional, ya que ellas son quienes producen y reproducen este conocimiento.Pero ese discurso se vacía cuando ese conocimiento se entrega sin ninguna protección a una marca internacional como Dior, que no tiene ninguna experiencia trabajando con artesanas de pueblos originarios pero sí un hábito en plagiar y apropiarse indebidamente de iconografías y patrimonio cultural.
Así, al abrirle la puerta a Dior sin influir políticamente tal vez como parece ocurrió en el desfile, la Secretaría de Cultura ayuda a establecer la narrativa de los procesos artesanales como procesos de lujo y no de resistencia. También elimina la historia compartida que muchos grupos de artesanas tienen con diseñadores, artistas, promotores y actores locales y nacionales; colaboraciones que es cierto no siempre son justas y exitosas, pero han dado resultados interesantes: datos, metodologías y un sin número de experiencias y organizaciones valiosas.
Sería importante que dichas experiencias se estudien, analicen y usen en la construcción de relaciones comerciales más colaborativas, simétricas y justas. Saliendo ya del desfile de Dior para pensar la relación artesanos-Estado-sociedad, tratando de aportar a las políticas que se están diseñando, creo que antes de regular y “proteger” el patrimonio colectivo de pueblos originarios como si fuera estático e inamovible, necesitamos cambiar la desigualdad y desproporción de poder entre artesanas y marcas comerciales.
Por otro lado, en esta reflexión en torno al hacer cotidiano comunitario y la apropiación por medio de la construcción de narrativas que alejan a los objetos y técnicas de los contextos en los que se elaboran, también debemos mirar hacia adentro. Voy por la autocrítica: La industria nacional de la moda no tiene las mejores prácticas. Constantemente sólo se considera contenido importante a los oficios tradicionales y se reconoce a sus creadoras, cuando viene una diseñadora italiana (o cualquier otra extranjera) que trabaja para una marca transnacional. Aquí casi nunca parece digno de interés reportar que existe una riqueza textil de técnicas que han perdurado, cambiado y evolucionado a lo largo de siglos gracias a la inteligencia, voluntad y perseverancia de las mujeres artesanas de los pueblos originarios.
Tampoco mira hacia eso la industria editorial de la moda. En sus revistas no he encontrado ni un artículo sobre temas como el cambio de moda en el traje de las mujeres Zinacantecas cada temporada, tampoco ninguna sesión de fotos que incluya piezas de alguna de las cooperativas de artesanas que están diseñando nuevas colecciones.
Regresando al escándalo de Dior, durante la presentación de esa colección se habló de procesos colaborativos de diseño, se habló de justicia para las artesanas. Me pregunto ¿a qué se refieren con colaboración?, ¿qué beneficio hay para las artesanas en esa colección?, ¿se van a producir piezas en México?, ¿cuántas y cómo serán pagadas?, ¿las aplicaciones de charrería también se harán en nuestro país?
Ojalá la Secretaría de Cultura respondiera a estos cuestionamientos. De lo contrario, sólo estaremos ante un lavado de cara de la marca, la apertura -a billetazos- de un carril veloz para permitirle entrar y apropiarse indebidamente de patrimonio textil. Un acceso barato, una cuota pobre que no beneficia a nadie en México.
*Directora creativa de Fábrica Social: empresa social mexicana dedicada al apoyo y difusión del conocimiento de artesanas en México y la comercialización de sus piezas en mercados de comercio justo.
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