Su andar es pausado y repetitivo; a veces, con sus pies fijos en el piso, giran en torno a sí mismos; la mirada, si es que tienen los ojos abiertos, está completamente perdida, parece una mirada vacía y siempre triste, desolada
Tw: @EvoletAceves
La primera vez que salí a caminar por las calles de Albuquerque, quedé impresionada por la cantidad tan grande de personas en situación de calle que vivían en las calles. Una cantidad tremenda, pero me di cuenta de algo más, muchos de ellos daban una imagen indescriptiblemente tenebrosa. Por un momento me llegué a sentir al interior de los videojuegos de Resident Evil, entre zombis.
Había escuchado que las personas me decían: “aquí no salgas de noche”, “there are many crazy people around”, “it can be dangerous”, aquellas advertencias parecían cobrar sentido al caer el sol, entre sombras a lo lejos, moviéndose lentamente, en total silencio o entre aterradoras vociferaciones, todo ese ambiente me hacía temer, un territorio poblado de figuras escabrosas.
Un buen día, al salir de compras, me dirigía hacia mi casa, ya había anochecido. Me encontraba esperando el autobús. En las sillas había una pareja joven, de pronto llegó una mujer, que muy platicadora me preguntó si había visitado la nueva tienda de cosméticos en el mall, “every article for less than 5 dollars!” Le respondí que no, que no había visto la tienda.
Entusiasta, comenzó a sacar de su bolso los nuevos artículos que le habían costado menos de 5 dólares cada uno, pintalabios, rímeles, barnices. Mientras mis manos cargaban los productos de belleza que me estaba enseñando, noté que ella encendió un cigarrillo. Pero no era un cigarrillo común. Por común me refiero a tabaco o marihuana —esta última es legal en gran parte de Estados Unidos para fines recreativos—, no reconocía el olor, un olor como a fierro quemado. Y también noté que era una especie de metal delgado en lo que estaba fumando, no era una boquilla, era algo diferente, como un fierro que te encuentras en la calle, ¿un popote de metal?
Ella se escondía de los policías que estaban tan sólo a unos metros de nosotros platicando afuera de su camioneta. Le daba largas fumadas y enseguida sacaba el humo con olor, de nuevo, a fierro quemado. Le pregunté qué estaba fumando. “It’s fentanyl”, me respondió.
Cabe mencionar que esto ocurrió hace un año, antes de que en México el fentanilo fuera tema de conversación.
Le pregunté qué efectos le provocaba, me dijo que la relajaba, que su día de trabajo había sido muy pesado y que el fentanilo la relajaba. Me estaba contando sobre los efectos cuando los dos policías de un momento a otro aparecieron, para esto el fentanilo de la mujer ya había desaparecido de mi vista. Los policías le pidieron, de forma no muy amable, que se fuera de ahí, que no podía permanecer ahí. Yo me sorprendí, no supe si era un acto de discriminación, puesto que la mujer tenía rasgos nativo-americanos, o si era porque estaba fumando fentanilo.
Le entregué sus cosméticos, y la mujer, pese a que se resistió a las órdenes de los policías, terminó cediendo, no sin irse enojada y gritándole groserías a los policías. Le pregunté a la pareja de al lado por qué los policías habían actuado así, por qué la habían corrido si no había hecho nada. “It’s Albuquerque…”
Aquella mujer no parecía actuar de la misma manera que otros consumidores de fentanilo, tal vez por la dosis, tal vez tenía muy poco de haberse iniciado, no lo sé. Pese a todo, ella lucía como cualquier otro transeúnte, quizás un poco atarantada, pero no más que alguien que bebió una copa demás.
No fue sino hasta meses después, cuando comencé a ver y leer artículos sobre el fentanilo, que comprendí lo que estaba pasando en la ciudad. Antes de investigar sobre el tema, yo suponía que el alcoholismo combinado con una vida en situación de calle los desamparaba hasta llegar a una especie de demencia —cosa que tampoco está del todo alejada de la realidad, también hay mucho alcoholismo entre las personas en situación de calle.
Comencé a observarlos, es difícil no identificar a alguien que tiene problemas serios con el fentanilo. Su andar es pausado y repetitivo; a veces, con sus pies fijos en el piso, giran en torno a sí mismos; la mirada, si es que tienen los ojos abiertos, está completamente perdida, parece una mirada vacía y siempre triste, desolada. A menudo sus manos hacen piruetas, las agitan, como si estuvieran alegando o tratando de explicar algo a base de mímica.
Naturalmente, el arreglo personal es nulo. Con frecuencia mantienen un soliloquio, hablan consigo mismos en voz alta, se dicen frases que para un ajeno son incomprensibles, pero en el peor de los casos suelen gritar, se vuelven agresivos, el monólogo se vuelve un drama.
A menudo tienen flujo nasal, y aquí quiero aclarar que el caso que mencioné arriba fue uno excepcional, el fentanilo fumado, pero por lo regular es ingerido en pequeñas pastillas, o bien, inhalado.
Esto sucede no sólo en Nuevo México, también y sobre todo en los demás estados vecinos fronterizos: California, Arizona, Texas, principalmente en las ciudades grandes o con mayor flujo, lugares fronterizos donde el movimiento de la pobreza es constante.
En Los Ángeles también, en la zona céntrica y en Hollywood. En alguna zona de Los Ángeles recuerdo haber visto un campamento gigantesco de personas en situación de calle, muchos tenían comportamientos como los arriba mencionados. Sentí verdadero alivio de encontrarme resguardada en una camioneta mientras veía pasar estas imágenes de personas deshechas, destrozadas, muy probablemente por el fentanilo, esta droga zombi que vuelve irreconocibles a los seres humanos, esta droga de inaudita potencia, en el que un miligramo puede ser la diferencia entre la vida y la muerte —2 miligramos, equivalente a dos granos de sal, pueden ser letales—, esta droga opioide sintética que, día a día, empezando por los estados del norte de México, va lastimosamente esparciéndose en el territorio mexicano.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona