En la ciudad más violenta del país, la muerte no se detiene, ni siquiera con la “histórica temporada vacacional” que presumió el gobernador
Texto: José Ignacio De Alba.
Fotos: Bernandino Hernández, Daniela Pastrana y Carlos Carbajal / El Sur
ACAPULCO, GUERRERO.- Jesús Ignacio Brito Zamora estaba en un taller mecánico de la colonia Garita cuando dos balas de Ak-47 se impactaron en su torax. Los hombres que le dispararon huyeron en el mismo vehículo en el que llegaron. Nadie intentó detenerlos. El hombre, un comerciante de 28 años, murió horas después en el hospital. Era la tarde del 31 de diciembre. Antes de que acabara el día, el Servicio Médico Forense entregó el cuerpo a sus familiares para que lo velaran en su casa. Jesús Ignacio fue el último asesinado del 2015 en Acapulco, el legendario puerto turístico que ha se convertido en carnaval de la violencia.
La Garita, donde mataron a Brito Zamora, es una colonia de la periferia que saltó a las notas nacionales en 2006, cuando comenzaba la fiesta de la muerte en el puerto. El 27 de enero de ese año, la policía preventiva y un grupo armado protagonizaron una balacera frente a la iglesia, que dejó cuatro muertos (presumiblemente sicarios disfrazados de afis); tres meses después, las cabezas cercenadas de un comandante y un policía auxiliar, quedaron expuestas en la fachada de una oficina del gobierno estatal. Y en junio de ese mismo año, fue emboscado y asesinado, en esa misma colonia, el cooordinador regional de la policía ministerial, Alfredo Camacho Millán.
Acapulco fue clasificado en 2014 por el Consejo Ciudadano para la Seguridad y la Justicia Penal como la tercera ciudad más violenta del mundo, sólo superada por San Pedro Sula, en Honduras y Caracas, en Venezuela. Los 104 homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes registrados ese año en este municipio duplican la media del estado. Las cifras varían, dependiendo de quien cuente los muertos, pero con su cuota diaria de homicidios, Acapulco aportó más de la tercera parte de los asesinados en Guerrero en 2015.
Nada de eso impidió, sin embargo, que en esta temporada vacacional el puerto tuviera una ocupación hotelera de 97.5% que no se había visto en años. Una habitación sencilla el último día del año podía cotizarse entre 2 mil y 7 mil pesos, y algunos hoteles pedían reservar, como mínimo, cinco noches. Ante los inflados precios, muchos paseantes, la mayoría de la capital del país, no dudaron en lanzarse a acampar a las playas y apachurrarse en el mar.
Acapulco es un puerto de leyenda venido a menos. Ringo Starr ex baterista de The Beatles quiso tanto al lugar que le compuso la canción “Las Brisas”; en el Cerro de la Pinzona, Diego Rivera hizo un mural y solía pasar algunos días de descanso en una casa propiedad de Dolores Olmedo; Tin Tan navegó días en la bahía en su yate “tintavento”; la pareja Kennedy nadó en las playas del Princess. Pero poco queda de ese desfile de artistas de Hollywood y personalidades. Ahora es más común que la gente cuente sobre los teibols donde Édgar Valdez Villarrreal, la Barbie, pasaba sus días de juerga antes de ser detenido.
El corredor Caleta-Punta Diamante es la zona más conocida del puerto porque tiene varaderos turísticos. En Puerto Marqués hay campos de golf que obligan a llevar camisa con cuello para los caballeros; en la zona Diamante, departamentos que se cotizan en millones de dólares, y Caleta, multitudinarias familias se echan a nadar al manso mar entre meseros que sirven ceviches y vuelve a la vida.
Ese Acapulco con vista al mar está lejos de la mayoría de los acapulqueños, para quienes el acceso a un hotel o restaurante se hace por la entrada de servicios. La mayor parte de los 800 mil habitantes del municipio vive en casas sin vista al mar, y una buena parte se concentra en la periferia, las colonias olvidadas detrás de La Cima. A ellos, poco les importa si el mar está picado, o si los hoteles triplican sus precios.
Media hora después de que Jesús Ignacio Brito murió. los juegos pirotécnicos iluminaron la playa y se reflejaron en el mar, anunciando la entrada de un nuevo año.
Pero la pirotecnia no cambia la realidad y al mediodía del 2 de enero fue hallado dentro del Mercado Santa Lucia, cerca de Caletilla, el cuerpo de un hombre atado con Ixtla de pies y manos que mostraba huellas de tortura y heridas provocadas por arma blanca.
El primer asesinado del 2016 pasó desapercibido para los turistas y para la mayoría de la población.
Seis jóvenes se pasan un cigarro de mota mientras sostienen una conversación sin sentido. La colonia Miguel de la Madrid tiene una vista de la ciudad. En un momento de la charla, Ramón levanta el brazo y con el dedo índice señala el penal municipal. “Este es el verdadero Acalpulco”, dice.
El puerto tiene otra cara para quienes viven aquí. El robo semanal llamado eufemísticamente “cuota” que cobran distintas bandas criminales deprime cualquier iniciativa de poner un negocio. Es como un doble impuesto a los comerciantes, y no importa si venden jícamas en Caleta o tienen un restaurante de comida mediterránea en la costera o un consultorio médico en la colonia Zapata. Todos pagan.
En las colonias de la periferia, las que están detrás de La Cima que divide al Acapulco turístico del que habita aquí, al menos una docena de escuelas inició las vacaciones antes de tiempo porque, como en los últimos 4 años, los maestros y directivos comenzaron a ser extorsionados. Dependiendo de la escuela y la célula que tiene el control, han llegado a pedir hasta 30 pesos semanales por estudiante y 800 quincenales por profesor.
Las callejuelas de estas colonias –Renacimiento, Colosio, Simón Bolívar, Zapata– donde vive la mayoría de los acapulqueños, son trampas llenas de señales de alerta: cortinas cerradas con letreros de “se renta”, casas abandonadas, una barda que dice: “ni un médico desaparecido más”.
En el camino a un hotel que se aleja tres cuadras de la costera, le pregunto a un taxista si es verdad que puedo ser asaltado en los alrededores
– Si bien le va – responde parco.
La violencia en Acapulco comenzó a expandirse en 2005, cuando los carteles de Sinaloa y los Beltrán Leyva empezaron a pelear la plaza. En 2009, la Marina asesinó a Arturo Beltrán Leyva en Cuernavaca, Morelos, y un año después fue detenido uno de sus principales operadores, Edgar Valdez Villarreal, lo que provocó una serie de divisiones por el control del puerto, territorio clave en el manejo de las rutas marítimas y terrestres de trasiego de droga, y en donde realizan labores de descarga de cocaína, cobro de piso, extorsiones y secuestro de comerciantes.
Hoy, al menos 17 células criminales matan con impunidad en el puerto. Las más conocida es el CIDA (Cártel Independiente de Acapulco) y otros grupos derivados del Cartel del Pacífico Sur, como la Barredora o Los Pelones. Otros son reductos de grupos paramilitares identificados con el cacique de Petatlán, Rogaciano Alba, detenido en 2010. Y más recientemente, llegaron grupos de los Zetas y de la alianza La Familia – Cártel del Golfo, que opera con varias marcas: La Empresa, La Resistencia, o Nueva Alianza de Guerrero.
En el 2013, Acapulco figuró por primera vez como la ciudad con más asesinatos del país. En este 2015, con el regreso de los Zetas, la violencia se recrudeció.
No se han salvado ni policías, ni funcionarios municipales o estatales, ni regidores de cualquier partido politico. La muerte que ronda en Acapulco se llevó al menos a 12 políticos o funcionarios –la mitad en los tres meses que lleva en el cargo el alcalde Evodio Velázquez–, entre ellos el ex director de Gobernación municipal, Felipe Loyo, o Andrés Lara, recién nombrado director de Recursos Humanos del Ayuntamiento. Casi todos fueron acribillados en ataques sorpresa a plena luz del día. Y el 17 de octubre, a dos semanas después de que Héctor Astudillo tomara posesión como gobernador de Guerrero, hombres armados atacaron el restaurante donde cenaba con su esposa, el goberandor declaró que fue un “hecho aislado”.
Ahora, más de 35 funcionarios municipales tienen escolta.
Martes 29 de diciembre. Los titulares de la sección local del periódico El Sur son una buena muestra del 2015 en Guerrero: “El asesinado es director de Desarrollo Rural de San Miguel Totolapan”. “Dos cuerpos en Mezaltepec, Zitlala; uno estaba calcinado”. “Asesinan a una mujer de 21 años en una bodega de juegos pirotécnicos en Ixcateopan”. “Dos topógrafos ejecutados bajo el puente de Coyuca de Benítez”. “Balean a un hombre en la colonia San Lucas, en Chilpancingo; muere más tarde en el hospital”. “Ejecutan a un hombre frente al mercado municipal de Iguala”.
Es una verdadera locura. Entre el 1 de enero y el 30 de noviembre de 2015, el Sistema Nacional de Seguridad Pública registró en Guerrero mil 824 homicidios dolosos, es decir, el 11 por ciento de los 17 mil 55 que se reportaron en todo el país. Sólo el Estado de México, que tiene una población cuatro veces mayor que Guerrero, tuvo más personas asesinadas.
Ni los federales, ni el Ejército, ni la Marina, ni la Gendarmería, ni el Mando Único, ni el Operativo Guerrero, ni las protestas en el mundo por la desaparición forzada de los estudiantes de Ayotzinapa en septiembre de 2014, lograron detener la máquina de la muerte en el estado más pobre del país,
La Procuraduría General de la República reconoce la presencia de células de seis carteles en el estado: Sinaloa, los Beltrán Leyva, la Familia-Cartel del Golfo, Caballeros Templarios, Jalisco Nueva Generación, y Zetas.
El 17 de diciembre, el gobernador Héctor Astudillo anunció la presencia de 20 mil agentes federales para garantizar la seguridad en el periodo vacacional.
Y el 29, el avión presidencial “TP-01” aterrizó en la base aérea de Pie de la Cuesta. Minutos después Enrique Peña Nieto y su familia se trasladaron a la VIII Región Militar para pasar unos días de vacaciones y celebrar el año nuevo. Desde la Bahía de Santa Lucía, el presidente vio los más de 100 mil tiros de juegos artificiales que rayaron el cielo de colores para dar la bienvenida al año 2016, pero no escuchó los balazos que se oyeron afuera del Semefo municipal.
Las autoridades decretaron saldo blanco en las fiestas de fin de año en casi todo el país. Astudillo aplaudió la “histórica temporada vacacional”.
“Gracias a Dios se han rebasado las expectativas”, dijo el alcalde, Evodio Velázquez, feliz porque en 12 años no había “una temporada tan exitosa”.
Por lo visto, a las 4 de la tarde del 31 de diciembre, cuando las balas alcanzaron a Jesús Ignacio Brito Zamora en la colonia Garita de Acapulco, Dios también estaba de vacaciones.
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