¿Quién no guarda en el corazón el recuerdo de un generoso maestro? El Libertador de América tuvo el suyo: Simón Rodríguez. Este hombre fue la principal influencia que tuvo Bolívar para la emancipación de América
Tw: @ignaciodealba
Quiso la suerte que yo llegara a esta casa con Daniela Pastrana, quien durante diez años se ha empeñado en tratar de enseñarle algo a un cabeza dura. En Caracas visitamos el lugar donde Simón Rodríguez dio clases al Libertador de América. El sitio exhibe algunas fotos marchitas por la humedad, textos monográficos y botellas rotas exhibidas como tesoros arqueológicos.
A pesar del pobre museo, se sabe que en 1792 Simón Bolívar vivió con otros niños en esta casa, la que fue Escuela de las Primeras Letras, ubicada en la calle Urdaneta del centro de la ciudad. Bolívar aborrecía tanto el lugar que se ponía prófugo en cada oportunidad. La curiosidad activa fue sometida con los trucos pedagógicos del paciente maestro, quien no solo se dedicó a dar clases, sino también se dio tiempo para estudiar y criticar los modelos educativos de la época.
Un aspecto importante de Simón Rodríguez es que abogó por una forma de educar apta para los países Latinoamericanos. El maestro llegó a escribir: “La América no debe imitar servilmente, sino ser original”.
Rodríguez creyó que, para arrebatar América de la corona española, primero había que apropiárnosla por medio de las ideas. A Simón Bolívar lo cautivó con la lectura, a quien regaló libros, pero también las semillas de justicia y libertad.
No solo fue un libertario con toga, también se vio involucrado a lo largo de su vida en conspiraciones de independencia. Por ese motivo, después de ser descubierto en las primeras actividades revolucionarias de Venezuela, se tuvo que refugiar en Jamaica, donde hasta de nombre mudó: Samuel Robinson, se puso.
Simón Rodríguez nunca volvió a Venezuela, pero en su camino se cruzó en varias ocasiones con Simón Bolívar. Primero en París, una ciudad reconvertida después de la Revolución Francesa. Un dato curioso es que ahí Rodríguez conoció al cura liberal mexicano Fray Servando Teresa de Mier.
Alumno y maestro viajaron a Italia, donde coincidieron con la coronación de Napoleón Bonaparte. También ahí, Rodríguez fue testigo del Juramento del Monte Sacro, un momento que más que histórico parece sacado del Quijote de la Mancha, cuando en 1805, Simón Bolívar jura en una montaña la libertad de América: “¡Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!”.
Simón Bolívar tomó el camino jurado y se fue a desfacer entuertos. Consiguió en diez años de guerras la emancipación de una buena parte de América. Su maestro tomó otros caminos y se fue a alborotar conciencias en las aulas. Estuvo en Alemania, Países Bajos, Prusia, Polonia, Rusia, Inglaterra y regresó a Sudamérica en 1823.
Los viajes, los idiomas y la lectura fueron centrales en la vida de Simón Rodríguez. Él mismo se refirió a su movilidad: “No quiero parecerme a los árboles, que echan raíces en un lugar y no se mueven, sino al viento, al agua, al sol, a todo lo que marcha sin cesar”.
La pedagogía lo llevó a fundar proyectos educativos en todo tipo de andurriales, a pesar de que lo hicieran quedar en bancarrota. También le dio por poner fábricas de velas, pero entre incendios y quiebras se arruinó en varias ocasiones. En Bogotá fundó una casa donde se impartieron oficios, luego viajó hasta Perú donde fundó hospicios y escuelas. También ahí se reunió con su alumno, quien ya era libertador. En Bolivia tomó la dirección de Enseñanza Pública, donde llevó a cabo una extensa campaña de educación popular.
En el campo de la educación se debía expandir, según Rodríguez, el desarrollo político y social de los alumnos. Además, se dedicó a atender con especial atención a las infancias, a las que en esa época nadie prestaba mayor atención.
Por aquel tiempo Simón Bolívar le escribió a su maestro para agradecerle su generosidad: “Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido por el sendero que usted me señaló. Usted fue mi piloto…».
Desde Perú, Bolivia y Chile, Rodríguez defendió a su alumno de los vituperios de la oposición que se formaron dentro del movimiento libertador. Ahí siguió publicando sus obras filosóficas (como Sociedades Americanas) y de materia educativa. Bolívar y Rodríguez entendieron que, si bien los ocupaban medios distintos, trabajaban por objetivos comunes.
Rodríguez siempre mantuvo contacto con las aulas, donde siguió impartiendo clases a los niños. En zonas apartadas de Bolivia, Perú y Ecuador trabajó en sus métodos, muchas veces cuestionables. En una ocasión se desnudó en un aula para ilustrar al alumnado sobre las partes del cuerpo. Pero su gran esfuerzo siempre lo dedicó a la educación popular.
El 24 de febrero de 1854 Simón Rodríguez murió en el desierto de Amotape, al norte de Perú, donde cedió a una larga agonía y la pobreza, a la edad de 84 años. Cuando un cura lo visitó en el lecho de muerte, el maestro le aseguró: “mi única religión fue la que juré en el Monte Sacro, con Bolívar”.
Los restos de Simón Rodríguez reposan a unos metros de los de su alumno más famoso, en el Panteón Nacional de Venezuela.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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