Hay instituciones y narrativas tan imbricadas en nuestra identidad, que no podemos imaginar otra realidad social, aunque en ello se nos vaya la vida.
Lydiette Carrión
Con mis alumnos del sistema a Distancia del Suayed, en la UNAM, revisamos la forma en la que durante la ilustración diversos pensadores europeos concluyeron que el gobernante de un país no lo es por mandato divino; sino gracias a lo que en entonces llamaron contrato social.
Han pasado cuatro siglos desde este cambio de percepción. Y desde nuestra hipermodernidad del siglo XXI puede parecernos obvio que ningún rey o reina lo es debido que un Dios le heredó el mundo. Podemos entenderlo además desde nuestro país secularizado (México tiene mil defectos, pero algo con lo que no batallamos es con el tema de reyes por derecho divino). Pero en aquel entonces, Europa que venía de pensar que un Dios en los cielos había designado a un rey, probablemente por ser descendiente directo de Adán (aunque, de nuevo, bajo esa lógica qué ser humano no sería descendiente de la primera pareja). Y la idea de que el Rey fuera una persona más era para muchos impensable.
Me pregunto cuántas ideas falsas tenemos en la actualidad, en cada pueblo o nación, ideas tan sólidas como falsas. Pienso por ejemplo, en nuestros vecinos del Norte.Hace unas semanas hubo el tiroteo número 200 y tantos en una escuela primaria. Un hombre trans (aclaro, esto no tiene que ver con atacar a una población marginal) mató a dos niñas y un niño de 9 años y a tres adultos. Estados Unidos tiene el índice más alto de tiroteos en escuelas. Más que en cualquier otro país desarrollado. Cada que algo así ocurre, la sociedad estadounidense discute si la segunda enmienda, la ley constitucional que defiende el derecho de cada individuo de armarse, es buena idea. O si por el contrario, esta facilidad para conseguir armas es un factor que facilita agresiones contra la infancia.
Para cualquiera que no viva ahí la respuesta es fácil: si no hay un control sobre quién adquiere armas, una persona que está siendo afectada en sus facultades mentales, tiene un quiebre emocional violento, puede cometer una atrocidad. Sin embargo, el tema de las armas está tan fuertemente imbricado en la identidad estadounidense, que una buena parte de su población se niega a modificar la segunda enmienda y, literal, no ve relación entre esta y los tiroteos escolares.
La famosa segunda enmienda tiene su origen en los procesos de independencia de Estados Unidos, cuando la corona británica prohibió el embarque de armas a su colonia, ya que sabía de personas que pretendían independizarse. Así que los independentistas tuvieron que buscar armas. En 1789, fue propuesta así la Segunda Enmienda. Entre sus objetivos estaban permitir la defensa personal, y que ningún gobierno anticonstitucional se “sintiera tranquilo”. En otras palabras, y esto creo es lo nodal: el pueblo estadounidense tiene derecho de portar armas para levantarse contra su propio gobierno si éste es autoritario.
Cuento todo este rollote con el fin de bosquejar lo difícil que es cambiar una idea arraigada o imbricada en la construcción de una identidad nacional, por más nociva que esta sea. Las pruebas están a la vista: Estados Unidos es el país con mayor número de tiroteos escolares. Lo mismo ocurre con la idea de los reyes, por ejemplo, en Reino Unido. Aunque haya pasado por su historia un Cromwell, decapitando a todo lo que oliera a monarquía (y gritando al pueblo inglés que viera la sangre real: “no es azul, es roja”). Aunque en los hechos su gobierno sea una suerte de democracia, identitariamente la casa real es fundamental.
Esto me lleva a preguntarme qué instituciones o ideas conforman la identidad mexicana, de forma tan imbricada que aunque nos lastimen, no nos dejen crecer, o violen nuestros derechos humanos, seguimos reivindicando debido a estos nudos gordianos y amarres histórico-emotivos. Supongo estará en las imbricaciones al virgen de Guadalupe… pero (y de seguro porque vengo como todos, de una familia guadalupana) no veo qué aspectos determina de nuestra realidad.
También pienso quizá en el Ejército, y quizá esa necesidad tan extraña de impedir una investigación profunda en los crímenes que sus miembros cometen. Finalmente nuestro ejército emanó de la Revolución Mexicana. Es, como dicen, un “ejército del pueblo”. Algo que nunca antes hubo en nuestro país. Hasta la fecha es una de las instituciones con más confianza entre la población. Quizá por eso, cuando sus miembros han violado hasta matar a una anciana, el Estado defiende con tanta fiereza a sus soldados. Quizá por eso por más que el gobierno mexicano (encarnado en este momento en la 4T) asegure que quiere llegar al fondo del caso Ayotzinapa, cuando se trata de ahondar en la participación del ejército, se movilice todo el aparato encubridor.
Pero el ejército es solo uno de nuestros mitos fundacionales. Hay más, y de seguro, desde mi propia miopía no los veo. Pero quizá entre varios, discutiendo, analizando esta realidad contradictoria… Pero los grandes pensadores de la historia sí nos han mostrado que es posible dar ese giro copernicano.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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