1 abril, 2023
En entrevista, la filósofa Siobhan Guerrero habla sobre su acercamiento a la Biología, a la Filosofía y los feminismos; literatura y ciencia ficción; discurre sobre el drag, el vogue, la libertad de expresión, los foros de los que carece la población trans, entre otros temas.
Texto: Évolet Aceves
Foto: Cortesía de Siobhan Guerrero y Belen Kemch
CIUDAD DE MÉXICO. – Siobhan Guerrero McManus es una filósofa mexicana, transfeminista y académica de la UNAM. Cursó sus estudios universitarios en Biología, para luego continuar con maestría y doctorado en Filosofía en la misma universidad. Actualmente es co-conductora del programa televisivo Los 41 tropiezos de la heteronorma en TV UNAM, columnista en Generación Universitaria (vertical de El Universal) y recientemente estrenó el podcast Trans utopías en Spotify.
—¿Cómo fue que surgió tu interés por introducirte primero en la Biología y posteriormente en la Filosofía?
—Llegué a la Biología quizá por una mezcla de razones: la primera es que mis papás habían estudiado Sociología y Economía, yo quería dedicarme a otra cosa. No quería dedicarme a Ciencias Sociales porque ellos habían hecho eso. La segunda, es que yo nunca jugué ni con muñecas ni con carritos. Yo jugaba con animalitos, coleccionaba muñecos que representaran distintas faunas, del Ártico, del Antártico, de la Sabana Africana. Incluso hubo un momento en la vida donde me dediqué a hacer esculturas de árboles de la Selva Alta, que me gustaba mucho. Siempre hubo algo en la Biología que me pareció apasionante. Siempre me interesó la zoología, la botánica, la paleontología.
Al descubrir Siobhan la literatura de ciencia ficción, afirma haberse sentido encantada, a tal grado de querer algún día escribir este género, “pero no desde la Física, porque casi toda la ciencia ficción clásica estaba escrita desde la Física. Yo quería escribirla desde la Biología”, afirma.
Me gustaba la teoría, el análisis de los relatos, cuestiones discursivas. Y justo por eso y por una serie de controversias que me fui encontrando al interior de la Biología Evolutiva, es que hago una maestría sobre Filosofía de la Ciencia, enfocada en Biología Evolutiva […] Había leído un libro de Luis González de Alba, quien, dentro de todo lo que hacía, hacía también divulgación de la ciencia. El libro me había parecido muy interesante. En retrospectiva, después de 25 años, creo que el libro era muy biologicista. Pero en ese momento dije, wow, yo me quiero dedicar a esto. Y en la carrera escribí un ensayo sobre evolución y homosexualidad humana, que además nadie supo cómo calificarlo porque en ese momento no se hablaba sobre esos temas.
Había leído el libro de Joan Roughgarden: Evolution’s Rainbow, que cambió mi vida. No sólo porque ella sale del clóset como mujer trans, sino también por toda la manera en la que interroga a la Biología. Así entré al doctorado en Filosofía de la Ciencia, a trabajar diversidad sexual.
—¿Recuerdas qué libro de divulgación fue ese que leíste de Luis González de Alba?
—Es un libro que ahí he de tener en mi casa, ya ves que él hizo de todo. Luis hizo divulgación de la ciencia, pero también literatura, crónica, ensayo, fue activista y una figura polémica, porque llegó a tener posiciones misóginas y transmisóginas, incluso llegó en su momento a correr a las Hermanas Vampiro de El Taller, diciendo que el drag era una vergüenza, dio ahí sus razones, pero siempre respeté yo su divulgación porque creía que la ciencia podía ayudar a echar abajo una serie de mitos sobre las diversidades sexuales.
—Hablabas de tu afición por los animales, ¿qué animales te gustaban?, ¿dónde los conseguías?
—Los muñequitos donde se pudiera, en ferias, jugueterías. Y después, como buena bióloga, empecé a tener acuarios. Llegué a tener incluso cuatro acuarios simultáneos en mi casa, cuatro peceras grandes, una de agua salada, una de agua dulce, una más bien un ambiente híbrido, y la que era para plantas. De animales yo tuve desde tortugas de todo tipo, pasando por peces, crustáceos, equinodermos, tuve anémonas, morenas, víboras, ranas, todo lo que se te ocurra.
—Tenías tu propio mundo ahí.
—Sí, pero es muy caro, no me da la vida ni el tiempo ahora para tener eso, pero es una cosa que extraño. Siempre me gustó tener microambientes en casa.
—Mencionabas que una de las razones por las que te interesaste inicialmente en la Biología fue por la ciencia ficción. ¿A qué autores de ciencia ficción leías?
—Yo creo que fui bastante convencional en mis inicios, cuando tenía 13, 14 años. Hay un momento en la adolescencia donde mucha gente se encuentra con tres grandes figuras de lo que se consideran a veces géneros menores: Lovecraft en el ámbito del terror, Tolkien en la fantasía y Asimov en la ciencia ficción. A pesar de que a Tolkien ya lo conocía, lo leí bien, bien, a esa edad. Leí prácticamente toda la producción literaria de Asimov, que es enorme. Me acuerdo que en un verano, de esos largos del bachillerato, me eché como 20 libros. Nunca había leído tanto. La exploración me llevó a leer a los autores clásicos: Ray Bradbury, Arthur C. Clarke, eventualmente a Julio Verne. Y al principio era una ciencia ficción clásica. Con los años, una de las cosas que me encantó fue el día que me encontré a las escritoras de ciencia ficción, que yo a esas no las leí siendo adolescente. A la primera que me encontré fue a Ursula K. Leguin, que me resultó fascinante porque me pareció una prosa radicalmente distinta, mucho más etnográfica que la de todos los demás. Y recuerdo todavía todo lo que fue leer Cuentos de Terramar.
Con los años me fui encontrando con otras autoras, como Margaret Atwood, Octavia Butler y toda la reflexión de la ciencia ficción mezclada con la memoria de la esclavitud. Ahí descubrí lo que es el afrofuturismo, un descubrimiento espectacular. Luego leí una colección de cuentos del futurismo africano. Me tardé mucho en encontrarme ciencia ficción latinoamericana. Encontré por ahí algunas antologías. El día que descubrí que había un pequeño cuento de Amado Nervo que estaba en una antología de ciencia ficción, me pareció impresionante, yo lo asociaba con un poeta […] La ciencia ficción siempre se ha atrevido a soñar horizontes que quizás en una literatura un poco más realista no.
—En el libro que coordinaste junto a Alba Pons Rabasa, Afecto Cuerpo e Identidad (UNAM, 2018), mencionas en tu ensayo que escribiste un cuento como parte de un concurso de Debate Feminista, “El tatuaje de Simón”. Además de este cuento, ¿has llegado a escribir más narrativa, algo de ciencia ficción tal vez, como te lo proponías cuando te interesaste en la Biología?
—Tengo publicados, si no me falla la memoria, cuatro cuentos. Y tres poemas en este libro que salió hace poquito: Poetas Trans de Abayayala (Pez en el Árbol, 2022). En realidad me interesaría mucho explorar más en la literatura, yo empecé a explorar una escritura más literaria en 1999, a raíz de una cosa un poco triste, y es que a una prima la balacean afuera de una discoteca, en el ’99, me acuerdo mucho, porque el primer cuento que escribí se lo escribí a ella. Y a la postre el cuento lo perdí, cosa que sí lamento mucho porque lo tenía en una computadora que se quemó. Lo tenía yo en una copia, fue el primer cuento de literatura que escribí, en 1999.
De ahí en adelante tengo varios cuentos, pero no publicados. Publicados tengo uno que salió en Lenguaraz, yo creo que hace 15 años, era una especie de fantasía erótica entre Buda y Alá, que tenía justamente una connotación de tratar de imaginar lo que podría ser una erótica interreligiosa. Justo lo escribí en un momento en el que un amigo acababa de convertirse al sufismo, y en un momento particularmente islamófobo. Entonces el cuento también es una exploración de cómo puede haber un cariño y una erótica allí donde tenemos distintas religiones. Otro cuento que podría decir que es lo más cercano que tengo a ciencia ficción, se publicó en una página de internet, se llama ‘Soñar Conmigo’, y es un ejercicio de viajar en el tiempo y reencontrarme siendo niña, y, de alguna manera, de mirarme con los ojos del presente. Eso sería en todo caso lo más cercano.
“Tengo segunda parte de ‘El tatuaje de Simón’, la primera parte fue en 2008 y la segunda es de 2020. Lo que pasa es que fue un cuento escrito en un momento donde yo tenía muchas preguntas, se ve por un lado mi interés de acercarme al feminismo, y por el otro una especie de renuncia de ‘sin embargo será un espacio al que nunca podré acceder porque esta no es mi vivencia’. La segunda parte la publicó una revista en línea, Plástico, es de alguna manera la historia de ese personaje 15 años después. Y ese no es un cuento de ciencia ficción, sino mucho más fantástico. Le debía yo al personaje ese cuento.
Y sí me parece importante aclarar el contexto, yo me empecé a interesar por el feminismo porque vi que era algo muy importante para entender la historia de la diversidad sexual, discursivamente había tenido mucho impacto sobre la diversidad sexual. Empecé a leer sobre todas las otras ramas de los feminismos y a tratar de leer no sólo sobre teoría queer y posestructuralismo, sino sobre feminismo de la diferencia.
Una vez intenté escribir una novela de fantasía, la escribí y en retrospectiva qué bueno que nada más la escribí y se quedó allí, porque fue un primer acercamiento a la novela, creo que tendría que trabajarla muchísimo, la escribí hace 15 años y ahí está para que algún día me sienta a escribirla bien, a arreglarla».
—Además también haces drag, ¿cómo fue tu acercamiento con el drag y qué es para ti el drag?
—Bueno, yo hacía drag. Me acerqué primero al vogue por razones muy académicas, había leído la parte del libro Bodies that Matter de Judith Butler esa parte que se llama “Gender is Burning” donde hace este análisis de la película de Paris is Burning. En 2015 me enteré de que iba a haber en México el primer ball y me emocioné muchísimo. En ese momento las propias vogueras mexicanas estaban en pañales, no entendían las reglas, nadie entendía bien a bien las categorías y cómo funcionaban. Yo estuve ahí y fue histórico porque estaba viendo algo de lo que siempre había leído.
Allí estaba Zebra, madre en ese entonces de House of Drag y me animé en 2016 con Lea, una amiga, a ir a sus clases, y la experiencia de acercarnos al vogue, sobre todo al estilo vogue femme que es el que hace Zebra, nos cimbró en la subjetividad, fue una experiencia muy poderosa porque encontramos un espacio donde había una celebración de la exploración de género, que la verdad no había vivido en ningún lado.
—Sí porque es ponerlo en el cuerpo, es apropiarte del cuerpo y utilizarlo como herramienta de expresión.
—Claro, y ahí me di cuenta de la rigidez que tenía mi cuerpo, lo que significa la internalización de un esquema de género sobre cómo te mueves y habitas tu cuerpo. Fue una experiencia brutalmente fenomenológica, y Zebra era parte de la comunidad drag, eso me llevó a explorar el drag. Yo nunca di shows, era más bien un drag como entretenimiento personal, de vestirme, maquillarme e ir a eventos drag, a ver concursar a amigas, amigos, amigues, hasta que me di cuenta que en realidad lo que me estaba dando el drag era algo, pero no exactamente lo que yo quería.
Yo no quería performar un personaje, lo que me llevó a una transición de género. Seguí haciendo vogue un rato, pero en algún momento tomé distancia de la comunidad porque tuve una diferencia muy profunda con respecto al lugar que tienen las mujeres trans en la escena ballroom, curiosamente hay una codificación del cuerpo de la mujer trans que todo el tiempo lo distingue del cuerpo de la mujer cis, las categorías lo dicen: una es la categoría women y otra la fem-queen, no importa cómo te veas, eso es una barrera infranqueable en la escena ballroom.
“Si Butler hubiera hecho una etnografía, se habría encontrado que más allá de lo que la película te muestra sobre la performatividad en el travestismo, siguen habiendo una serie de reglas institucionales en la comunidad ballroom —y lo digo así, institucionales, porque de alguna manera codifican quién es quién, qué lugar tiene, dónde va, en qué puede participar, regulando a los cuerpos, a los espacios, qué pueden hacer, qué no pueden hacer—, y ahí me di cuenta que había una invalidación tremenda, que tú nunca ibas a poder estar en una categoría de women, y dije caray, no, qué es esto, de ahí la ruptura tan fuerte con el ballroom.
A la postre, se generó una discusión en la comunidad ballroom que llevó a que empezara a examinarse la transmisoginia y la misoginia en el propio ballroom, y hoy la comunidad está en un momento distinto, si bien esa distinción sigue allí, por lo menos hay más conciencia de lo que eso hace. Años después me vine a enterar que, desde los años 90, la Antropología de Género en Estados Unidos ya había documentado que había una parte de las mujeres trans en la escena ballroom que se quejaban mucho de esta regulación. Un enorme espacio lúdico de subversión y transgresión, me terminó mostrando una buena lección: allí donde hay un espacio de entretenimiento, también hay regulaciones de los cuerpos, y hay que volver a mirarlas».
—¿Cómo defines el vogue?
—Yo no definiría ni al vogue porque creo que la palabra definición tiene unas connotaciones que no ayudan a entender fenómenos sociales como estos. Yo creo que tenemos que entender esto genealógicamente, porque dar una definición implica dar unas condiciones necesarias y suficientes para que algo merezca ser considerado parte de una categoría. Yo lo definiría en términos genealógicos. Lo que diría es que lo que estamos viendo en el vogue es una danza urbana que claramente tiene un origen en las comunidades, sobre todo negras y latinas del Nueva York de los años 80 y que tiene una serie de antecedentes en los balls de la comunidad negra en lo que fue el Harlem, incluso en los años del renacimiento del Harlem y antes. Y que, por supuesto, está mezclado con formas de música electrónica como el house y también con toda una estética de reapropiar la lógica de la blanquitud y la riqueza que históricamente fue, digamos, la que más excluía y discriminaba a estos cuerpos. Y eso siempre ha generado disputas sobre si esto es un movimiento de alguna manera aspiracional o no.
El vogue tiene una historia política muy interesante, sobre todo en estos últimos tres años en América Latina el vogue se ha salido de las salas de baile, de los antros, de las discos, y ha tomado las calles y se ha vuelto un baile con una potencia política, que quizá ya no tiene en otras partes del mundo. Lo hemos visto en Colombia, en México, tanto en Ciudad de México como en Monterrey, lo vemos incluso ahora en Ecuador y Perú, que se vuelve de pronto un baile para plantarte en la calle y decir yo me muevo distinto, yo me vivo distinto, yo me nombro distinto y aquí estoy.
—Y que incluso se utiliza en protestas públicas, por ejemplo, descentralizando un poco, en Toluca, en el Estado de México, previo a la aprobación de la Ley de Identidad de Género, hubo una protesta con voguing en las calles. Ahí se puede palpar esta resistencia y protesta política por los derechos de las personas trans y no binarias.
—Sí, incluso no había categorías para personas no binarias, y el vogue tuvo que acomodarse. Primero fue un golpe interno descubrir que, por ejemplo, tampoco había categorías para hombres trans, que incluso toda la categoría de women nunca distingue si son mujeres lesbianas, bisexuales, heterosexuales o qué. Y empezó en México un ejercicio de tratar de crear nuevas categorías después de darse cuenta de que las categorías no estaban acomodándose a todo el mundo.
También hay una parte de la comunidad que se queda muy ligada a la escena gringa, que es quizá la más conservadora, pero hay otra que se sale y empieza a bailar en la calle, a bailar en protesta, que no le interesa la competencia ni que le digan si lo hace bien o mal, sino bailarlo en la banqueta, o incluso bailar en frente de la policía. Me parece muy potente ver un cuerpo vogueando en frente de la policía, de los granaderos, porque es una manera de hacer que el cuerpo tenga una enorme agencia y una presencia, es un desafío no violento. Y yo creo que esa es la parte del vogue que a mí hoy me parece más interesante.
Incluso está llevando a que un montón de gente que antes se nombraba desde las identidades, como por ejemplo ser simplemente una persona homosexual, ahora se atrevan a que también su expresión de género se rompa y se desestabilice. La homosexualidad se había ido volviendo tanto en hombres como en mujeres cada vez más una cuestión de la vida privada mental del sujeto […] Gracias a la escena vogue y a otras escenas urbanas, se empieza a transformar el cómo se habitan las sexualidades, poniendo en jaque sus construcciones generalizadas.
—Me gustaría que me hablaras sobre tu autoetnografía en YouTube, este ejercicio de introspección y al mismo tiempo de divulgación, a partir de la experiencia propia.
—Yo llegué a la idea de hacer un canal en YouTube porque me había resonado ver a figuras como Victoria Volkova y Ofelia Pastrana. Me encontré con que las narrativas que ellas daban sobre su vida me permitían explicarme la mía, y al principio quise narrar también mi propia transición, pero creo que algo que pasa en las transiciones es que al principio te vuelcas en tu cuerpo, a mirar tu cuerpo, y de repente te das cuenta que lo que está cambiando no sólo es tu cuerpo sino que está cambiando todo lo que te rodea y creo que hubo un quiebre en mi canal muy temprano, cuando empecé a narrar lo que estaba cambiando a mi alrededor, eso no lo estaba compartiendo nadie, el teorizar la vida cotidiana, posicionándome muy claramente en contra de violencias inadmisibles que estaba viendo, que me pasaban a mí y a muchas compañeras, compañeros y compañeres, producto del prejuicio, del estigma, del sesgo y a veces, francamente, producto del desinterés por conocer.Nunca creí que iba a resonar tanto, porque, aunque tenía pocas vistas, de mil, mil 200 personas por video, de repente me veían en todo el mundo, en Europa, América Latina, Estados Unidos.
Esto también hizo que recibiera muchísimas violencias que tuvieron un costo personal muy alto en términos de salud mental y física y por eso dejé de hacer vídeos justo hace más o menos un año. Aparte iba a venir este programa de Los 41 tropiezos de la heteronorma, y ahora el podcast, porque mi canal nunca fue muy visual.
—¿Qué es lo que hace o forma a un filósofo?
—Lo que caracterizaba a la filosofía era un ejercicio de indagación acerca de por qué los presupuestos que tenemos los tomamos como dados, como naturales, de dónde han salido, qué efectos tienen, cómo gobiernan nuestra vida, y ese tipo de preguntas, la inmensa mayoría de las veces, no nacen de una reflexión contemplativa que se lleve a cabo en un cubículo, la filosofía nació de las fricciones de la vida cotidiana, la mejor filosofía se sigue haciendo desde allí, no sólo la filosofía política, sino la metafísica, la epistemología, el preguntarte ¿cómo es que sé que soy trans?, esa es una pregunta epistemológica que nos hacemos un montón de personas. ¿Qué quiere decir ser trans?, es una pregunta metafísica, de alguna manera. ¿Qué derechos tengo?, una pregunta de filosofía política y del derecho.
—¿Cuál es tu opinión con respecto a la cancelación de contratos de la escritora colombiana Carolina Sanín, por parte de la editorial Almadía en México, tras su videocolumna en la que hizo declaraciones con fundamentos transfóbicos?
—El video que ella hace es muy desafortunado. Yo no me considero una teórica de lo queer, yo me considero una transfeminista y filósofa, pero, si hay una parte de la teoría queer que sí reivindico, es la Ecología Queer, en la que se acuñó el término de eco-heteronormatividades, y una de las cosas que los caracteriza es que reinstalan la idea de que ciertas corporalidades y sexualidades son naturales y las demás no. Y que ahora la narrativa es que somos producto de la propia degradación ecológica del mundo. Y yo creo que eso estaba en el corazón del video de Carolina, una lectura eco-heteronormativa de los cuerpos que me parece importante desmontar porque, en efecto, empezamos a encontrarnos de repente con derivas autoritarias y reaccionarias de discursos aparentemente preocupados por el medio ambiente.
Me sorprende cómo escenarios francamente absurdos e improbables, como el que plantea Carolina, se colocan como distopías atemorizantes, y de repente estamos en una situación paradójica donde a la gente le asusta más la posibilidad de que las mujeres trans el día de mañana llevemos a cabo un holocausto de mujeres para extraer sus órganos, una lectura paranoica, y no le preocupa una distopía que es mucho más verosímil, que es la distopía del cambio climático, del caos climático que está ya alcanzando a todo el planeta.
Estrictamente hablando, no es censura, porque no viene de un acto de coerción producto de una estructura del Estado […] Hay preguntas que tenemos que hacernos, sobre si las editoriales tendrían que tener códigos éticos o simplemente tienen que publicar lo que sea, pero yo no creo que sea inherentemente problemático que Almadía haya decidido no publicarle a una autora, porque, si bien, en esos libros no hablan del tema, sí van a conducir a que tenga una visibilidad que usará no sólo para hablar de su trabajo, sino para hablar de algo que no tiene fundamento.
Todos los movimientos sociales muchas veces caen en la tentación de deshumanizar a quien percibe como un enemigo y colocarlo como una amenaza y como un monstruo […] Sí creo que hay discursos que tienen un efecto social pernicioso, y que tienen que ser señalados. Pero tendríamos que tener mucho cuidado en que eso no se traduzca en que las personas que los enarbolan sean convertidas ellas en un blanco de violencia. No deberíamos generar una situación donde sus derechos y su integridad se vean atacados.
«[…] Cabe hacer una distinción entre lo que se llama discursos discriminatorios y discursos de odio. Los discriminatorios están protegidos por la libertad de expresión, los discursos de odio no. Un discurso de odio no solamente es un discurso que abiertamente llama a violentar a alguien, esa es una definición muy estrecha. Un discurso de odio es aquel que de manera reiterada y sistemática se ha traducido ya en incidentes que implican la corrosión de los derechos humanos de algún sector.
Conocemos casos de hombres y mujeres trans, de personas no binarias, que han sido agredidas no sólo digital ni verbalmente, sino físicamente. Hay claramente casos documentados de movimientos que abiertamente buscan no sólo impedir el reconocimiento de ciertos derechos, sino derogar derechos que ya existen, yendo incluso en contra de la idea de la progresividad de los derechos humanos […] Dentro del liberalismo filosófico la libertad de expresión está protegida, pero siempre y cuando no implique la amenaza inmediata a los derechos de un colectivo. Cuando eso pasa se ha cruzado una línea, y el colectivo trans está señalando que esa línea ya se cruzó.
No hay los espacios en prensa, no hay los espacios académicos para que esta denuncia se escuche. La ironía es que quienes defienden la libertad de expresión no se dan cuenta de que nosotros no la tenemos, que no tenemos acceso a foros, que no tenemos acceso a prensa y que no sólo no la tenemos, sino que no la tendremos si estos discursos siguen operando. La paradoja es que no podemos evidenciar que ya se cruzó una línea porque los foros donde podríamos evidenciarlos no nos reciben. Las audiencias no nos escuchan por eso».
—¿Qué música te gusta?
—Soy una persona que no tiene un género musical en la cabeza, soy radicalmente ecléctica, o sea, te podría decir que desde My Chemical Romance, pasando por la ranchera, incluso ranchera medio facha, pasando por rock en español, pop en inglés. Yo no sé si podría decir que hay un género musical que me gusta más. Siempre es una cuestión de encontrarme con canciones que a veces me significan algo, no sé, por muchas razones, como la canción de Coldplay de “The Scientist”, que justo salió cuando yo estaba en la universidad, en la facultad de ciencias, y que siempre significó muchas cosas, por lo que era estudiar ciencia en ese momento, por lo que era la experiencia con mis amigos, por todo eso.
—¿Te gustaría mandar un mensaje a la audiencia?
—Más allá de darte las gracias a ti por la entrevista, yo quisiera que la gente se diera cuenta de que a la gente trans todo el tiempo se nos confronta con una demanda de explicación de por qué existimos, y todo el tiempo se nos condiciona el reconocimiento de nuestra dignidad al dar una respuesta satisfactoria al por qué existimos.
Tenemos que aprender a interrogar el por qué se nos pregunta por qué existimos. Desde qué lugar se considera que se tiene la autoridad para cuestionar la existencia de otro ser humano y para obligarle a tener que dar una explicación de por qué es quien es. Y yo creo que esa pregunta es la pregunta más interesante, que puede revertir toda la lógica de esta confrontación y evidenciar que quienes hacen esa pregunta están presuponiendo, por supuesto, que su forma de ser es la que siempre tiene que estar. Y eso es algo que se hace en contra de la historia, de la diversidad cultural, en contra, incluso, de lo muy distintos que hemos sido los seres humanos.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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