En estos momentos, entre embajadas, tratados trinacionales, grillas al interior de dependencias, se libra la que quizá sea la batalla mas importante para el campo mexicano en este siglo: la erradicación –o no– del maíz transgénico
Tw: @lydicar
En 2014, cuando andaba cubriendo autodefensas en Michoacán, pude visitar las riquísimas y redituables huertas en Tierra Caliente. Así fue como supe que cuando se tiene un monocultivo –es decir, hectáreas y hectáreas donde siembran una sola especie: limón o mango o naranja– se requiere muchos agroquímicos.Parece una obviedad, pero para mí no lo era.
Esta tecnología agroquímica es como decolorarsey hacerse base en el cabello; una vez que das ese paso, estás condenada a retocar las raíces cada cierto tiempo, a que quizá se te caiga o adelgace si lo haces durante mucho tiempo. Condenada a buscar tratamientos y mascarillas que devuelvan (siempre muy parcialmente) la salud de las hebras. Y siempre se siente que hay algo extraño con el color y la textura.
Claro que si una decide pintarse el cabello, no pasa de arrepentirse, y de juntar paciencia para dejarlo crecer. Pero estas intervenciones agroquímicas tienen más consecuencias
Con estos monocultivos, los agricultores sabían que durarían unos cuantos años: quizá una década. Esto debido a que al tratarse de monocultivos, es prácticamente inevitable que llegue una plaga imposible de frenar, debido a la velocidad en la que se transmiten las enfermedades en poblaciones uniformes. La diversidad, o las huertas con diversos cultivos ralentizan la velocidad del contagio entre plantas, ya que no todas las especies son vulnerables a las mismas plagas. De ahí que en la agroecología se opte por huertas y sembradíos con diversos cultivos, además de que ello permite proteger un poco más la salud de los suelos.
En cambio, con monocultivos, son imprescindibles, por un lado, los plaguicidas, que en muchas ocasiones son diseñados para funcionar únicamente con determinada semilla. Esto “encadena” al productor a comprar siempre al mismo proveedor (una trasnacional). Y también, las grandes dosis de fertilizantes agroquímicos; que son «lavadas» por las lluvias y llegan hasta los mantos freáticos; los ríos y mares. Así generan, probablemente, importantes desequilibrios en la ecología a nivel mundial.
En México, en los grandes monocultivos se usa por lo general semilla híbrida o transgénica, con el consecuente empleo de todo lo demás, agroquímicos, algunos de dudosa seguridad para la salud.
Por supuesto, para iniciativa privada y capitales, esta opción es atractiva, porque lo que es cierto es que deja grandes ganancias. Los problemas que deja este modelo de producción lo suelen pagar otros: por ejemplo, los pequeños productores, cuya semilla natural se “contamina” con la transgénica (la naturaleza es así: aunque en un campo no se siempre con semilla transgénica, por medio de polinización, llegan trazas de estas plantas). Por lo que el pequeño campesino no puede reusar su propia semilla (hay que recordar que las transgénicas suelen tener un “candado” que impide que dicha semilla pueda tener más de un ciclo). Estos mismos pequeños productores no pueden comprar todo el “kit” de agroquímicos para sus tierras, lo que los empobrece.
Todo ello, además, sin contar con los impactos al medioambiente.
En 2020, la administración actual emitió un Decreto en el que estableció primero:
La bomba hace unos días estalló, ya que el poder Ejecutivo emitió un nuevo Decreto; y en general mantiene el freno al glifosfato y la defensa del maíz nativo. Pero tanto la Coparmex (el ala empresarial) como fuentes vinculadas al gobierno estadounidense filtraron a la prensa que México se metería en “problemas” por ello. También, desde la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, su titular, Víctor Villalobos, ha mostrado una postura pro transgénicos, acusan grupos de activistas. Aunque cabe mencionar que al interior de la dependencia hay posturas divididas.
Y de nuevo, desde estos espacios se asegura que no hay evidencia de que los transgénicos afecten la salud humana.
Sin embargo, reitero, no se trata solo de afectaciones directas a la salud humana. Se trata de daños económicos a pequeños campesinos (la inmensa mayoría de los productores de maíz en México, y uno de los sectores más empobrecidos), afectando sus futuros cultivos y producción. También hay daños a la diversidad biológica (y con ello trayendo nuevas plagas y enfermedades) y trastocando el ecosistema en su totalidad.
Un daño, pues, contra los sectores más lastimados y un daño a todo nuestro ecosistema.
*Este texto se hizo con ayuda y comentarios de la doctora Mariana Benítez.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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