Cada vez más estudios vinculan una microbiota adecuada en los intestinos, con la salud mental y emocional. Pero México no logra frenar ambientes obesogénicos. Y las y los mexicanos en ocasiones están condenados desde que nacen a una salud precaria.
Por: Lydiette Carrión
Cada vez hay más estudios que sugieren la importancia de la salud de la llamada microbiota para la salud mental y la salud general. Pero empecemos por la salud mental. A inicios de enero, The Economist publicó un reportaje sobre la forma en la que comemos y cómo es que esto afecta nuestra salud mental.
No es el único. Hay muchísimos estudios que lo sugieren. Y empieza todo desde muy temprano. Por ejemplo, con la lactancia materna.
Lo han narrado pediatras como Carlos González (a quien admiro y en quien confío, ya que incluso le escribí correos varias veces por dudas personales y me respondió).Pero también avalan estudios y papers científicos: la lactancia materna es una de las principales variables para prevenir la obesidad en etapa adulta, y en general mejora la salud y promueve el desarrollo cerebral. Además, la leche materna previene hasta cierto punto el riesgo de leucemia infantil, se reducen los procesos infecciosos y en general gozan de mejor salud. Aunque Carlos González advierte que más que prevenir, es que la leche materna es el alimento previsto por la naturaleza para los seres humanos en esa etapa de la vida. entonces, no es que prevenga; es que la ausencia de la lactancia materna y el uso de fórmulas infantiles promueven un riesgo de obesidad y enfermedad.
Pero lo que muchos no saben es que la lactancia materna también promueve un desarrollo óptimo del cerebro, que, años más tarde, se verá incluso reflejado en el IQ, la capacidad matemática y la memoria. Y esto ocurre, según algunos estudios, porque la leche materna (de una composición rarísima y delicada de azúcares, irrepetible, por lo que las fórmulas infantiles son un pobre remedo) alimenta a los microorganismos adecuados para nuestro aparato digestivo. Y aquí viene lo loco: estos microorganismos producen a su vez las sustancias que nuestro cerebro requiere para crecer con salud. Es decir, no es que la leche materna sea nuestro alimento, es el alimento para desarrollar nuestra microbiota ideal.
Aclaro, esto que escribo no pretende “culpar” a las madres que no pueden o deciden dar lactancia materna. Además de que hay condiciones en las que la lactancia materna es imposible y entonces la fórmula salva vidas. Pero creo que se trata de planear políticas públicas que alienten un mejor desarrollo, y no dejar descansar sobre cada persona (en este caso madres y padres de familia) responsabilidades que se perciben individuales, pero que no lo son.
Hasta hace pocos años, junto a nuestro deshonroso primer lugar en obesidad infantil en la región, el uso indiscriminado de cesáreas durante el parto, también teníamos un muy bajo nivel de lactancia materna. Esto en gran medida, se debe también a la presión de empresas que se dedican a la creación de fórmulas infantiles. Las empresas incluso dan “kits” de regalo en los hospitales. Pero en los últimos años, en los hospitales públicos esto ha ido cambiado, gracias a una política pública clara. Se ha privilegiado el pecho materno (no ocurre lo mismo en hospitales privados, desgraciadamente, porque a pesar de ser más “confortables” por obvias razones, las políticas públicas no llegan hasta ahí).
Sin embargo, una vez que una madre sale del hospital con su bebé, debe enfrentarse al trabajo, las horas interminables, las guarderías, lo que desalienta la lactancia. Aquí urge que ampliemos las licencias de maternidad con pago, y ayudas específicas para madres y familias que no tienen seguridad laboral.
Pero avancemos unos cuantos años más: Llega la primaria, llega la secundaria. Y llega la vida adulta, creciendo en un ambiente obesogénico. Desde la falta de acceso a alimentos frescos, la publicidad desmedida, la venta de dulces y refrescos en las escuelas (de nuevo, al menos en años recientes, por fin las escuelas públicas están poniendo freno. No sucede lo mismo con las privadas).
En este punto quiero citar Robert Lustig, profesor de endocrinología pediátrica en la Universidad de California, quien fue de los primeros profesionales en señalar el daño ocasionado a las infancias por el azúcar. Él inició esta denuncia desde los años noventa del siglo XX. Y fue desestimado, en gran parte, por las políticas de los grandes empresarios del cereal (sí, ese lleno de azúcar que se suele comer en las mañanas).
En esta entrevista, Lustig narra cómo es que en algunos casos de niños fallecidos, por ejemplo, en accidentes automovilísticos, al hacer las autopsias se encontraban con pequeños que tenían un hígado graso, incluso sin padecer sobrepeso a simple vista. Lustig concluyó que se debía al consumo de azúcar, ultraprocesados, y la falta de alimentos ricos en fibra, como frutas, verduras, granos enteros.
El leit motiv de este pediatra era: protege el hígado y alimenta al intestino. ¿Cómo se protege al hígado? Pues evitar alimentos ricos en azúcar y por supuesto el alcohol. El intestino se alimenta con frutas, verduras frescas, y un poco de alimentos fermentados (yogurt sin azúcar, por ejemplo, o estas bebidas ricas y caras que están de moda como el kéfir, el aguamiel antes de que se convierta en pulque).
Sin estos alimentos adecuados para promover a los “microbios buenos” u adecuados para nosotros, nuestro intestino se infama, es colonizado por microbios no tan adecuados, y que en vez de producir una serie de sustancias que nuestro cerebro usa para hacernos sentir bien, con energía, con buen ánimo, lo que obtenemos es un caldo de cultivo adecuado para la depresión, o la exacerbación de otras condiciones, como el Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDA) o la esquizofrenia.
Al respecto, encuentro interesante que algunas de las dietas sugeridas para niños muy distraídos y adultos con TDAH es una que restrinja los azúcares. Enfatizo: no es que se puedan prevenir por completo o curar milagrosamente estas condiciones solo con dieta, pero sí pueden mejorar sustancialmente.
El azúcar, en particular, es una sustancia que las personas con TDAH buscarán sin darse cuenta para aliviar sus síntomas, pero que realmente los puede empeorar. Por su parte, algunas personas viviendo con esquizofrenia han visto mejorar sus síntomas con dietas específicas.
En México, según estimaciones oficiales, más del 30 por ciento de la población sufrirá en algún momento de su vida de su vida algún problema de salud mental. De este, el 79 por ciento no recibirá atención de manera oportuna. Estas situaciones, por supuesto no pueden resolverse únicamente con cambios en la alimentación. Sin embargo, desde mi experiencia, un esfuerzo sustancial en políticas públicas que apuesten a la soberanía alimentaria y la alimentación saludable tendrían impactos no solo en la salud física de toda la población, sino en el bienestar, la felicidad y la salud emocional y mental.
Nuestro país ha sido tan lastimado por la violencia, la pobreza, la ingobernabilidad, que dejamos de ver que quizá impulsando discusiones y que pueden parecer menos “urgentes” en los medios, podríamos prevenir con mayor profundidad los dolores que nos aquejan.
¿Por qué no estamos hablando de políticas públicas radicales para la lactancia materna? ¿Por qué la SEP no prohíbe tajantemente –como impone tajantemente los libros de texto o los viernes de consejo técnico– la comida chatarra y los dulces en las escuelas privadas?¿Por qué no se invierte masivamente en agroecología y la recuperación de cultivos nativos, saludables para los seres humanos y para el medio ambiente?
Creo que necesitamos abrir estos debates; pueden ser puertas en las que diversos actores podemos estar de acuerdo y crear impactos profundos en pocos años.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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