Este neurocientífico se preguntaba hasta qué punto jugamos tanto cuando somos niños debido a nuestra plasticidad, o por el contrario, cuánta de aquella es debido a que juegan tanto. Y por el contrario hasta dónde nuestro cerebro se vuelve tan rígido porque crecemos o porque dejamos de jugar.
Lydiette Carrión
Esta semana estuve en una residencia para escritoras. Me invitaron a la primera residencia del colectivo de artistas independiente Snow Apple. En este tiempo 12 creadoras de diferentes nacionalidades nos reunimos cada día y compartimos de forma horizontal el conocimiento que cada una de nosotras ha adquirido de diferentes disciplinas.
Había mujeres provenientes de Países Bajos, Francia, Ucrania y México. La lengua común era el inglés aunque para el final de la semana, en algunos ejercicios alguna hablaba en su mother tongue y la otra respondía en la suya. Quizá no entendíamos el significado pero sí la belleza de las palabras.
En una semana aprendí sobre teatro, música, performance, poesía. Conocí un montón de autoras totalmente nuevas para mí. Cada actividad era divertida y la hacíamos como jugando. Esto permitió algo que durante muchos meses o quizá años no he podido hacer: relajarme y disfrutar el momento. Acceder a mi propia creatividad ¿Cómo puede ser que haya tanto grado de casualidad en pasar tiempo de calidad con muchos alguienes que de principio no conocemos?
Hace poco escuchaba a un neurocientífico que explicaba que acceder a la plasticidad cerebral en la etapa adulta requiere de ciertos elementos: períodos más cortos de concentración y descanso, entre otros. Pero que una forma muy agradable para mantener la capacidad de aprender es el juego. Este neurocientífico definía el juego como una actividad que disfrutamos y en la que no tenemos enormes expectativas. El objetivo de nuestro juego (cualquiera que sea éste) no es inalcanzable. Necesitamos cierto esfuerzo, sí, pero no llegar al punto en el que sentimos trepidar la tensión. Cuando las cosas se ponen difíciles un juego deja de serlo. Son cosas como carreras entre amigos, el juego de “las traes”, resolver un rompecabezas, un juego de mesa..
Este neurocientífico se preguntaba hasta qué punto jugamos tanto cuando somos niños debido a nuestra plasticidad, o por el contrario, cuánta de aquella es debido a que juegan tanto. Y por el contrario hasta dónde nuestro cerebro se vuelve tan rígido porque crecemos o porque dejamos de jugar.
México es un país en el que los adultos jugamos poco o nada. ¿Cómo vamos a jugar si es aquí uno de los lugares del mundo en el que más horas pasamos en el trabajo, eso sí, con unos índices muy bajos de productividad. Horas nalga en la oficina, horas nalga u horas planta de los pies en el transporte. ¿En qué momento podemos juntarnos para tener una actividad agradable que nos permita restaurar nuestro agotamiento?
A veces los padres de familia juegan cual guerreros de fin de semana un partidito llanero rodeados de cerveza. Las madres de familia, poco o nada, a veces entre amigas se juntan a bordar o a tejer o tomar alguna clase. Pero otras, nada.
Pienso en la mínima oferta cultural y deportiva que existe en la periferia. De ahí la importancia por ejemplo, de los faros en la ciudad. Y por ello duele cuando las cosas ahí no están bien. Los pocos espacios para el juego, la creación y la vida que transcurre fuera del trabajo y los deberes. Sé que un espacio creativo es, en estas condiciones, un privilegio de pocos.
Este es mi manifiesto creativo sororo:
I’ve learned to scream, humm, sing, while feeling the resonance of a sister’s thoracic cavity.
I’ve also learned that the human voice is part of the body. So now I understand why there are some voices you can almost touch or see or feel swarming an entire room full of them. I wonder if words are some artificial limb of the voice… Then writing is itself a cyborg activity.
I now remembered writing is almost like play. Creativity needs accomplices, and it’s nurtured by every human in the room. I keep in touch that a poet starts theirs speaking from afar… that is how their speaking will take her as far as it can get.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona