La conferencia mañanera ha generado múltiples discusiones y litigios por su verdadera naturaleza. Al llegar a mil mañaneras, cabe preguntarse hasta qué punto la rendición de cuentas termina convertida en propaganda
Twitter: @chamanesco
El lunes 3 de diciembre de 2018, el presidente Andrés Manuel López Obrador compareció ante decenas de periodistas en el Salón Tesorería del Palacio Nacional. Iba acompañado del gabinete de seguridad, habló durante diez minutos y, después, respondió preguntas durante 45 minutos más.
La primera pregunta se la hizo la reportera Jésica Zermeño, de Univisión, quien estaba interesada en la relación bilateral México-Estados Unidos.
El salón Tesorería lucía abarrotado; había más de una docena de camarógrafos, una veintena de fotógrafos y más de 30 reporteras y reporteros.
López Obrador respondió con paciencia y detalle más de diez preguntas y, al final de esa primera mañanera, dio las gracias y citó a la fuente que cubre Presidencia para el día siguiente, a las 7 de la mañana.
En los albores del gobierno de la “cuarta transformación”, la gran pregunta era durante cuánto tiempo el jefe del Estado mexicano aguantaría el ritmo y la rutina de iniciar cada día de su administración con una comparecencia ante los medios.
Y quizás algunos dudaban de que lograría mantenerse durante todo el sexenio, no sólo por una cuestión de ritmo, sino por el desgaste político que implicaría para un Presidente responder decenas de preguntas cada día.
Hoy sabemos que López Obrador no sólo ha sido constante, sino que ha hecho de la conferencia de prensa mañanera un instrumento de comunicación y propaganda envidiable por cualquiera de sus antecesores.
La conferencia mañanera se celebra puntualmente de lunes a viernes, a las 7 de la mañana. Sólo se suspende en días feriados como Navidad o Año Nuevo, y el presidente sólo ha faltado a la cita cuando enfermó de covid-19, en enero de 2021 y enero de 2022, y fue sustituido por Olga Sánchez Cordero y Adán Augusto López.
El pasado viernes, 2 de diciembre, al cumplirse cuatro años de gobierno, se celebró la edición mil de la conferencia de prensa mañanera, consolidándose como la estrategia que le ha permitido a López Obrador fijar agenda todos los días; es decir, poner al país a hablar de los temas que él decide o improvisa en el ritual matutino.
La conferencia mañanera es considerada por el presidente como un “diálogo circular” y un ejercicio de rendición de cuentas dedicado al pueblo; pero también ha dicho que la mañanera le ha permitido romper lo que él considera un boicot permanente por parte de los principales medios de comunicación y periodistas más conocidos.
Sus simpatizantes defienden la mañanera como un inédito ejercicio de transparencia, pero sus detractores la consideran un acto de propaganda, que sirve para difundir datos y relatos que no corresponden con la realidad del país.
Luis Estrada, director del Centro de Análisis SPIN y quien ha hecho el seguimiento sistemático más profesional de la mañanera, aseguró recientemente que, en las 700 conferencias de los primeros tres años de gobierno, López Obrador habría dicho más de 65 mil mentiras.
“El presidente no busca informar, transparentar o rendir cuentas, sino hacer propaganda”, declaró Estrada la semana pasada, al presentar en la Feria del Libro de Guadalajara su obra El imperio de los otros datos: tres años de falsedades y engaños desde palacio (Grijalbo).
El propio presidente ha reconocido, en múltiples ocasiones, que él tiene sus propios datos sobre temas tan polémicos como la inseguridad y violencia, el costo y utilidad de sus obras de infraestructura, el crecimiento económico y la creación de empleos o el impacto de la pandemia.
Lo cierto es que la conferencia de prensa mañanera sí es un instrumento inédito de comunicación política, único en el mundo, y que deja muy atrás las estrategias de comunicación de pasadas administraciones, que sustituían la comunicación con publicidad oficial, a la que destinaban más de 10 mil millones de pesos anualmente.
Con la mañanera, López Obrador ha descolocado a la prensa mexicana, acostumbrada a fijar la agenda con sus ediciones matutinas. Hoy, cuando los periódicos apenas se están distribuyendo y los noticieros de televisión y radio están en curso, el presidente ya está ahí: con nuevos datos, anuncios, declaraciones estridentes o escenas estrambóticas.
Un día, el gabinete de seguridad tuvo que esperar varios minutos a que se proyectara un fragmento de Don Gato y su pandilla, pues el presidente quería rendirle tributo al actor Jorge Arvizu El Tata, quien doblaba la voz de Benito Bodoque en dicha serie animada.
En mil mañaneras, el presidente ha roto varios récords mundiales: sin duda, el de hablar durante más tiempo ante cámaras y micrófonos, pues si una mañanera dura en promedio 120 minutos, quiere decir que el presidente ha hablado el equivalente a 2 mil horas, o más de 83 días sin parar.
Y, si se considera que el promedio es de 10 preguntas por conferencia, López Obrador habría respondido ya 10 mil preguntas de periodistas mexicanos y extranjeros.
Preguntas que, en un alto porcentaje, son elogios a su administración o interrogantes a modo para que el presidente haga largos comentarios (de hasta 51 minutos) en detrimento de sus críticos y opositores.
Quién pregunta en la mañanera es otro de los grandes temas del famoso “diálogo circular”, pues el ejercicio ha dado pie a que periodistas de los llamados medios tradicionales sean desplazados por “influencers” y “yutubers” afines a la 4T, que son privilegiados en los turnos de pregunta, en muchas ocasiones sólo para ponerle pases a gol al presidente.
Sin embargo, también es cierto que cualquiera que intente ir a la mañanera a hacer una pregunta incómoda al presidente puede hacerlo, si lo solicita con la suficiente anticipación. Por ello han desfilado en el salón Tesorería periodistas como Jorge Ramos, Denise Dresser o Ricardo Rocha, que han polemizado durante largos minutos con el primer mandatario.
Con el tiempo, la mañanera ha evolucionado hasta convertirse en un programa matutino con diversas secciones, personajes recurrentes y hasta segmentos musicales que le han permitido al presidente crear una playlist de 29 canciones en Spotify, con música de Óscar Chávez, Chico Ché, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat, Los Tigres del Norte, Rubén Blades, Calle 13 y otros artistas.
La sección más vieja comenzó casi desde el principio del gobierno, ante la crisis de abasto de combustibles de 2019, bajo el nombre de “quién es quién en el precio de las gasolinas”. Es protagonizada por el procurador Federal del Consumidor, Ricardo Sheffiled, quien incluso se dio tiempo de ir a competir por la alcaldía de León en las elecciones de 2021, y regresar -derrotado- a retomar su sección de cada lunes.
Con la covid-19, se creó el “martes de la salud”, una sección que a la fecha sirve para que el secretario del ramo y el subsecretario Hugo López-Gatell comenten la evolución de la pandemia en México y los avances en la vacunación.
Mensualmente, el gabinete de seguridad comparece para dar las cifras sobre incidencia delictiva; aunque, de abril de 2022 a la fecha, el subsecretario de Seguridad, Ricardo Mejía Berdeja, aparece cada jueves para dar el informe “cero impunidad”, especializado en detenciones, decomisos y combate al crimen organizado en general.
Pero la sección más polémica es la que presenta Elizabeth García Vilchis desde el 30 de junio de 2021, dedicada a fustigar a la prensa nacional, bajo el pretexto de combatir supuestas notas erróneas que se difunden en diarios, portales, televisoras y estaciones radiofónicas.
Bajo el título de “quién es quién en las mentiras de la semana”, la sección de Liz García Vilchis provoca que cada miércoles el presidente se regocije mientras son exhibidos los nombres de medios y periodistas acusados de falsear la realidad.
Con poco rigor periodístico y mucha dosis de propaganda, la sección ha ido cobrando relevancia en el entorno de la 4T, en medio de la crítica de organizaciones internacionales de defensa de la libertad de prensa y la libertad de expresión, quienes consideran peligroso que desde el poder se estigmatice a la prensa.
Pero al presidente le gusta tanto la sección, que en noviembre pasado insinuó que ésta podría dejar de ser semanal, para convertirse en un segmento diario.
Por los mismos días, el presidente preguntó a los reporteros presentes si no les gustaría que la mañanera también se celebrara sábados y domingos, pues también habría mucho que informar en fin de semana.
Explícitamente, el presidente ha dicho que la mañanera le permite saltarse a los medios y darle la vuelta a la agenda de una prensa a la que considera mayoritariamente crítica, e incluso conspiradora en contra de su gobierno.
En la mañanera, el presidente ha acuñado frases lamentables como la de “el hampa del periodismo” y epítetos que sus seguidores repiten en redes sociales, tales como “prensa conservadora”, “prensa fifí” o periodistas que “callaban como momias” ante los abusos del pasado.
López Obrador se considera a sí mismo un promotor de la libertad de expresión, pero ha hecho listas de comunicadores, líderes de opinión e intelectuales que, según él, están al servicio de los intereses que se resisten a la “cuarta transformación”, e incluso ha denostado a medios y periodistas que antes elogiaba, acusándolos de haber simulado durante muchos años.
La mañanera es un ejercicio de comunicación, una táctica de propaganda, pero también un acto de gobierno.
Desde la mañanera se generan instrucciones al gabinete presidencial, que después se transforman en políticas públicas.
Se informa del avance de las obras de infraestructura. Se hacen nombramientos y se procesan renuncias y despidos. Incluso, desde la mañanera el presidente ha participado en vivo en cumbres internacionales; ha recibido ahí a jefes de Estado y ha firmado decretos.
La importancia de la mañanera es tal que no hay oficina pública en México que no haga un monitoreo diario de ella; pues todo lo que no pase por la mañanera prácticamente no existe.
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Más allá de percepciones y polémicas sobre lo que es y no es la mañanera, lo cierto es que legamente ya ha generado múltiples litigios por su efecto disruptivo en procesos electorales.
Los partidos de oposición han denunciado decenas de veces al presidente y a los funcionarios que ahí comparecen, por realizar actos de propaganda en proceso electoral haciendo uso de los recursos públicos invertidos en la organización de la conferencia, su desarrollo y su difusión masiva en los medios del Estado mexicano.
Ante múltiples quejas y denuncias, tanto el Instituto Nacional Electoral como la Sala Especializada del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación han sentado precedentes que comienzan a dejar en claro el carácter propagandístico del ejercicio.
Las autoridades electorales han ordenado, y el gobierno ha acatado, que las mañaneras no se transmitan íntegras en tiempos de campaña en aquellas entidades que viven proceso electoral.
Pero poco han conseguido en cuanto al contenido, pues el presidente y sus seguidores han acusado censura cuando se ha ordenado que no se usen para difundir logros de gobierno, denostar a la oposición o hablar sobre temas electorales.
Ocurrió en las elecciones federales y locales de 2021, en la Consulta Popular de agosto de 2021 y, más recientemente, en el proceso de Revocación de Mandato, con una pregunta polarizante sobre la mesa: ¿pueden las autoridades electorales limitar la mañanera, no sólo por la forma y tiempos en que se transmite, sino por lo que ahí se dice?
La pregunta será cada vez más pertinente conforme se acerque el 2024, cuando López Obrador se enfrente a la tentación de usar mil y un mañaneras para intervenir en la elección presidencial y desequilibrar las condiciones de la contienda en favor de su partido.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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