5 noviembre, 2022
Para la materialista francesa Jules Falquet, raza, sexo y clase, las categorías que imbrican nuestras opresiones, pero también nuestras historias de resistencia.
Lydiette Carrión
La socióloga materialista francesa Jules Falquet publicó en español su último libro a inicios de este año. Titulado Imbricación. Más allá de la interseccionalidad. Mujeres, raza y clase en los movimientos sociales (Madreselva), parte de un problema o pregunta práctica: En los momentos actuales mucha gente se pregunta cómo establecer alianzas políticas y con qué grupos. Para movilizarse, oponerse a ciertas políticas, se requieren alianzas amplias; sin embargo, a veces hay confusión sobre a qué proyecto sumarse. Los proyectos clásicos, vinculados a la clase social –como puede ser el sindicalismo– si bien tuvieron grandes victorias, ahora se encuentran desacreditados entre grandes sectores. Por otro lado, luchas emergentes como los feminismos, la inclusión de las comunidades LGBTQI+ en ocasiones han sido utilizados para “medir” o descartar luchas del sur global, advierte. Por ejemplo, si en un movimiento indígena –como se examinará más adelante– el consenso al interior de la comunidad no se ajusta a los estándares de derechos humanos, ¿qué pasa?
Para tratar de conciliar o al menos nombrar diversas desigualdades, surgió el concepto de interseccionalidad en Estados Unidos desde hace unas décadas. Sin embargo, otras voces han desacreditado este esfuerzo: desde la oposición a utilizar un concepto surgido en Estados Unidos, hasta su carácter “militante”. Desde ahí surge la propuesta de Falquet: imbricación, que pretende elaborar, estudiar y teorizar sobre los conceptos de clase, raza y sexo desde el materialismo francés, que es la corriente de pensamiento que ella suscribe.
Parte entonces de los tres conceptos clave que advierte, suelen ser incomprendidos: la clase “que suele ser mal definido”; el sexo “erróneamente naturalizado”; y la “raza”, que califica de tan “sensible que, a veces utilizaré comillas” (Falquet: 2022:14).
Falquet advierte que estos tres conceptos no son esencialistas, por el contrario, “son resultado de las relaciones sociales”. La autora propone tomar en consideración algo que autoras como Butler o Sterling vienen hablando desde lugares diferentes al preguntarse qué es el sexo y qué tan constructo social es. Y al igual que ellas, Falquet propone eliminar preceptos biologicistas respecto de las categorías de sexo y raza; y para ello, las enraiza al trabajo, así como a la fuerza de trabajo.
Si el sexo (ella elige utilizar la categoría de sexo, y no de género) está vinculado al trabajo y no a una cuestión esencialista, entonces, cualquiera que en su sociedad esté trabajando desde lo percibido como mujer, sufrirá las violencias, discriminaciones de una mujer.
El libro de Falquet está dividido en seis capítulos en los que revisa diversas luchas que “imbrican” estas tres categorías. Los primeros dos capítulos se concentran en movimientos sociales mixtos, es decir, en los que participaron hombres y mujeres.
El primero, en particular, analiza la experiencia de las mujeres salvadoreñas que participaron en procesos revolucionarios y guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Ahí, Falquet analiza los procesos de toma de conciencia y organización de las mujeres militantes; hasta qué punto su trabajo fue reconocido por parte de los hombres. En este caso, concluye la autora, la organización privilegió la clase sobre el sexo, lo que impidió una organización profunda de las mujeres salvadoreñas. Un punto que rescato es que en la etapa de posguerra, el transitar a un escenario menos polarizado permitió avances en términos de sexo. Como ejemplo de estos avances, narra, hubo una mayor posibilidad de organización entre las mujeres. Esto no deja de ser paradójico y agridulce.
El segundo capítulo –el de mayor interés para mí– retoma su experiencia con las mujeres zapatistas, en Chiapas, México. De aquí ella destaca cómo, a pesar de una situación aún más marginada en cuanto a la categoría del sexo, las zapatistas sí lograron situar y avanzar en sus necesidades como mujeres. ¿Por qué en una organización como la zapatista y no en otra? ¿Qué cualidades contuvo y contiene que permitió este triple pensar respecto a raza, clase y sexo?. Al final, sin embargo, Falquet hace una crítica que, considero, de notar: la comunidad, los ideales y valores de la comunidad –incluidas las mujeres–, valoran o comienzan a valorar algunos derechos de las mujeres; inician así un proceso de toma de conciencia; pero no ocurre lo mismo con los derechos de, por ejemplo, los derechos sexuales y reproductivos de mujeres no casadas, o el reconocimiento de personas homosexuales.
Como mexicana, como simpatizante del zapatismo, debo confesar que este apartado me movió y problematizó cosas que daba por sentadas. Es decir, apuesto a la autodeterminación de los pueblos y comunidades, pero ¿qué pasa si en un comunidad con las que se simpatiza, se apoya y francamente se le quiere, se detecta que en un tema específico la comunidad no reconoce derechos básicos?
En los siguientes capítulos, Falquet examina movimientos de mujeres, o lo que llama también personas feminizadas. Por ejemplo, analiza un movimiento de mujeres negras de un barrio popular en Boston, Estados Unidos, en los años setenta. En este caso, el grupo Combahee River Collective reunió apenas a un puñado de mujeres, pero ellas serían pioneras en reflexionar y elaborar la imbricación entre sexo, clase y raza. Son ellas las primeras en reflexionar sobre la identidad, el separatismo y sus peligros.
Más adelante Falquet revisa de nuevo las experiencias negras, pero desde otro punto geográfico: el de Abya Yala. Su punto de partida es el I Encuentro Continental de Mujeres Negras, en República Dominicana en 1992. De ahí revisa el VI encuentro Lésbico feminista Continental en 1998, Río de Janeiro. Y aquí, en Abya Yala –nombrar el continente así es, por supuesto, un posicionamiento político–, las cosas se complejizan, porque el nivel de diversidad de las experiencias en nuestro continente probablemente no tenga parangón en el mundo.
En los capítulos finales, la autora hace una revisión crítica de los feminismos en Abya Yala y su proceso de “oenegización”; es decir, de alguna manera una institucionalización. Sin embargo, a pesar de ello, el movimiento feminista en esta región cuenta con un nivel de popularización y arraigo mayor que en Europa. Esto lo atribuye, entre otras cosas, a la influencia de la izquierda católica progresista; pero también debido a la necesidad de hacer frente común a una situación económica y social profundamente adversa.
Desde mi perspectiva –como mujer latinoamericana, urbana, de clase media–, las aportaciones más relevantes de este último libro de Jules Falquet son, por un lado, sistematizar las luchas feministas, de raza y clase que se han efectuado en nuestra región; registrar y estructurar de una manera clara y metódica las grandes aportaciones de las variadas experiencias vividas y sorteadas en Abya Yala; muchísimo trabajo y resistencia, que en muchas ocasiones, por cercanía, no logramos dimensionar. Por otro lado proponer soluciones frente a tensiones al interior de los feminismos en la actualidad.
Mucho qué pensar, leer, dialogar.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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