La poeta Tania Jaramillo presenta Las Cuerpas, un libro que es un recorrido por el reconocimiento del cuerpo de las mujeres y las violencias sistémicas que atravesamos
Texto: Daliri Oropeza Alvarez
Fotos: Eduardo Velasco Vásquez
CIUDAD DE MÉXICO.- Tania Jaramillo estrena su libro Las Cuerpas (Malpaís Ediciones), un poemario que aborda desde lo carnal, instintivo, crudo, erótico, una reflexión de cómo volvernos conscientes de nuestro ser en el mundo, leído por las personas desde los estándares occidentales impuestos, tanto estéticos como de violencias. Es licenciada en lengua y literatura hispánicas y publica su primer libro.
Para hacer la entrevista nos refugiamos de una lluvia torrencial que nos empapa las botas. Logramos estar en una sala de luz tenue aunque habíamos acordado hacer una caminata por algún parque. La lluvia quedó más adhoc pues es un elemento que su libro reitera como escenario del sentir de las violencias en un cuerpo de mujer.
Platicamos de costado, frente dos tazas de café humeante. El poemario es provocador por el modo en el que te sumerge en Las Cuerpas. Por posicionarse desde sentires que provocan incomodidad, pero también ternura.
Jaramillo se considera a sí misma chilanga. Santa Úrsula, Coyoacán, es el barrio popular y sureño del cual tiene los mejores recuerdos de su crecimiento. Acepta esta entrevista antes de la presentación de su libro que será en la Librería U-tópicas, este domingo 23 de octubre.
En su proceso creativo, está presente el cambiar las narrativas de la violencia que vanalizan el maltrato, el machismo, el feminicidio. Asegura que “Las Cuerpas, más que un debate gramatical, es un debate político”, y un modo de transgredir los sistemas de una manera empática y estética.
“No transgredir el lenguaje en este tiempo es perpetuar una escuela colonizadora”.
—¿Qué experiencias te llevaron a escribir poesía?
—Mi infancia, puede que haya quedado retratado en el libro —si lo logré, a lo mejor no—, fue una infancia como muchas de las infancias mexicanas: en una familia disfuncional, con violencia intrafamiliar, un padre que es alcohólico, en una dinámica donde se suscitan situaciones de violencia.
Un mecanismo de defensa que yo encontré y que seguramente debe ser algo que se replica, fue abstraerme. Entrar a un mundo como a una burbuja contemplativa. Ese aspecto, digamos, un poco turbio de mi infancia resultó también que me dio las partes más luminosas.
Las traje para intentar comprender lo que vivía mi madre, lo que vivía mi abuelita. Intentar entender su llanto, por ejemplo, o sus dolores. Logré observar, pues, la naturaleza, el movimiento de las nubes. Recuerdo que eso era muy importante para mí, en algún punto me creaba muchas ficciones con las nubes, a tal punto que me empezaba a dar miedo.
Porque de pronto veía monstruos en el cielo y pensaba que eran casi reales, y me asustaba. Prefería mejor ya no verlas, no, pero pues sí me tiraba en este en el piso a ver por horas.
Yo creo que fue esta cuestión de la contemplación, y mi lazo con los movimientos naturales. No soy una persona del campo, sino citadina, chilanga, en mi casa había muchos motivos de la naturaleza, árboles, un patio grande, con tierra, animales de granja, gallinas, conejos, perros, gatos, crecí con muchos animales. Eso fue la conexión principal con la poesía, ya después tuve necesidad de contar lo que yo veía.
Cuando era niña, hacía historietas y creaba personajes que hablaban y se decían cosas en ciertas situaciones. Después me parecía difícil dibujar, entonces ya mejor solo utilicé las palabras. Y supongo que eso se fue convirtiendo hasta lo que es la poesía.
—¿Por qué posicionarse desde lo carnal, desde el derribar prejuicios, desde lo crudo para hablar de Las Cuerpas?
—Todas las cuestiones sociales son transversales. No es nuevo, se ha dicho así. Pero de pronto se nos olvida, porque a veces pues no podemos abarcar todas las ópticas. Siento que nos tenemos que referir a un cierto hecho social, a través de distintos momentos. Apartar una perspectiva para, entonces, observar otra. O complementarla.
A lo mejor, un pensamiento o un sentimiento que puede tener un adolescente. Yo empecé a sentir muchos complejos físicos, inseguridad sobre mi cuerpo, de cómo me leía la sociedad. Te sientes fea de que no tengas los atributos de una ‘mujer’.
En mi caso, las sensaciones de la piel, esa suavidad, o ‘el ser muy agradable para la vista’, que tiene que ver con la belleza hegemónica, esas intuiciones o ese tipo de violencias que fui sintiendo desde que era niña o esa exigencia de belleza se fue transformando en cosas más complejas.
A los cuerpos se les asigna un valor. De hecho utilizamos muchas expresiones como ‘eres muy valiosa’. Lo hacemos de manera ya naturalizada. Me parece una expresión muy fuerte. En realidad el valor que le otorgas a una persona tiene que ver justo con el cuerpo. Tiene que ver incluso con la ropa, la moda entra como un factor y una extensión del cuerpo. Las cosas que nosotros decidimos portar también pueden tener un posicionamiento político.
Una lectura que hace el mundo exterior sobre nuestros cuerpos.
Tiene una estrecha relación con la forma en que las violencias nos recaen. O recaen en un cierto tipo de corporalidad. Se vincula con una narrativa muy importante: el anti racismo.
Una forma de saber qué tan en riesgo puedes estar, es asumir o darte cuenta qué corporalidad tienes. Si tú tienes una corporalidad negra, mujer, probablemente no te vas a enfrentar en un incidente de tránsito con la policía en Estados Unidos, porque sabes que tu vida puede estar en riesgo.
Ahí atraviesan también las cuestiones de clase, las de género y las de raza, sus transversalidad. Es saber cómo nos lee el mundo, es saber reconocer las violencias a las que estamos expuestos.
O reconocer también nuestros puntos de enunciación del privilegio. Creo que es muy pertinente. Reconocer desde donde enunciamos. Pues el cuerpo ya no solo es este transporte en donde va el alma, y los pensamientos. ¿No?
Es nuestra manera de interactuar con el mundo, con el afuera. Estamos interactuando a partir del cuerpo, no a partir de la voz. A partir de las perspectivas, a partir de la mirada.
¿Cuál es el cuerpo que yo habito? No es una narrativa nueva. Este feminismo ha utilizado este término que podría ser nuevo, porque se están delimitando las implicaciones de lo que significa, hay mujeres que lo utilizan para reivindicar el cuerpo, ser eso no, que no se tiene que ser.
Y dejamos crecer el vello corporal, exponemos los senos en las marchas, nos rayamos porque la desnudez, en esta sociedad es súper mal vista. Es político cuando una mujer se desnuda, una mujer que significa pulcritud, castidad, etcétera.
Las cuerpas, más que un debate gramatical, es un debate político. Hay muchos señalamientos de señores, sobre todo en redes sociales, que se burlan de las cuerpas, dicen ‘qué revolucionario’ decir todo en femenino y buscan llevarlo al absurdo. Pues no.
No estamos en un debate académico del discurso, del lenguaje. No transgredir el lenguaje en este tiempo es perpetuar una escuela colonizadora. La Real Academia Española estandariza y sigue extinguiendo muchas lenguas. Entonces ya no podemos tener ese debate ahí, en el debate académico es colonialista.
Sobre todo es asumir el cuerpo y ponerle un cuerpo a mi cuerpo de mujer. La cuerpa de cómo voy a ser leída. La cuerpa puede no ser de mujer, puede ser una cuerpa trans. Todos los cuerpos feminizados y que pueden ser susceptibles a la violencia de género. Las trans pueden ser leídas como una cuerpa, entonces las violencias que van a recaer, si caminan de noche ,van a ser las mismas que mi cuerpo de mujer. Es mi ancla.
—Hay una parte dedicada a Calandria o Esther, ¿quién es?
—Calandria es mi abuelita. Mi abuelita es el Roble de mi casa. La mujer de mi casa. Mi madre es también muy importante para mí, en esta etapa adulta hemos establecido relación de mujer a mujer. Pero sin duda mi abuelita me enseñó su perspectiva, su ética.
Este poema de Calandria trata algo que me parece muy impresionante del mundo en que vivimos: estoy convencida de que el capitalismo degrada los cuerpos, los enferma, los cansa, los descompone.
Pienso en el astillero de Onetti, que es así como como la humedad oxida los metales. Así el capitalismo, por dentro y por fuera. Emocionalmente y físicamente y psicológicamente nos degrada. Los cuerpos de nuestras abuelas que llevaron vidas muy duras. No les alcanzó el feminismo a ellas. Ahora se están enterando a través de nosotras, algunas de ellas.
Mi abuelita tiene 75 años y tiene cáncer de endometrio. Está librando una batalla con las quimioterapias en el Seguro Social que además es una aberración. Son servicios inhumanos pero son tratamientos carísimos.
Mi abuelita pudo no tener este final. Ese es mi punto. Si en algún momento mi abuelita no hubiera tenido tanto pudor ni tanto tabú, que eso deviene de ‘cómo alguien me va a revisar mis genitales’ o ese miedo al médico porque hay machismo. La medicina se basó en el hombre blanco occidental.
El cuerpo de la mujer quedaba como en una cuestión medio prohibida, como que no se puede hablar, entonces las enfermedades de las mujeres, se fueron descubriendo mucho después.
Mi abuelita trabajó toda su vida como sirvienta, como vigilante, en sus manos tiene artritis porque lavaba y luego planchaba. Esos cambios de temperatura, atrofiaron sus manos, tiene pie diabético porque también los productos de la tienda Bimbo y Coca-Cola, la dañaron.
Le dedico esta parte del libro.
—¿Desde dónde te posicionas para la escritura de Las cuerpas?
—Partió de escribir de mis molestias físicas, con mi cuerpo primero y después, con la toma de conciencia de que no era mi cuerpo el problema, sino la lectura de mi cuerpo. Hubo un momento de mi vida en que leí muchas noticias sobre el feminicidio y me impactó, Fue muy fuerte esa temporada en que seguía muchas páginas feministas, quería enterarme de que hacían las colectivas y cómo acompañan ciertas violencias, como el feminicidio, la violación, la desaparición. Vaya que me afectó.
Muchos de esos temores los llegué a sentir como si me fuera a pasar algo. Nadie está exento, pero creo que el contexto en el que me desenvuelvo, quizá no corro tanto riesgo. Porque pues no todas podemos salir a la calle, por algo México tiene las cifras que tiene. Y hay contextos que son más susceptibles, como en el barrio, la normalización de cierta violencia, por ejemplo los golpes. Familias disfuncionales.
Una gran parte de los feminicidios ocurre a mano de las parejas. Yo no soy heterosexual, pero es impresionante, me sigue pareciendo un mal, una cosa que no se puede comprender porque una está convencida de que conoce a la persona con la que está viviendo. Jamás habrían imaginado que su pareja pudiera llegar a tanto. Sin olvidar que las personas que tienen mejores condiciones de vida también tienen condiciones de violencia.
—Te estás posicionando desde la experiencia de las cuerpas violentadas, desde el incomodar a la gente, ¿cómo aterrizarlo en una obra de poesía? ¿Cómo fue el proceso creativo para escribir este libro?
—La cuestión fue pensar que no sé tener un cuerpo. Así abre el poemario. Con los cuerpos y no sé cuidarlo, no sé cuando me duele algo, no sé porque no lo conozco. Me cuesta mucho trabajo mantenerlo. Tenía que salir a trabajar y alimentarlo todos los días, darle de beber.
Aún hoy, aunque ya he aprendido a conocerme más a través del cuerpo, pero híjole, qué cansado tener que dormir y tener que asearse y comer y, entonces, si te mal pasas un poquito, ya no puedes tener ningún vicio, porque tu cuerpo no soporta, tienes que hacer ejercicio.
Es mucha responsabilidad, es como tener un hijo. No tengo hijos, pero me parece interesante la analogía. A mí me parece muy cansado cuidarme a mí misma.
Lo hice como una suerte de recorrido. Desde esa incomodidad, hasta las puertas en donde ya comienza a reconocer cuáles son mis fotos. Porque me duele algo, porque estoy estresada, o porque estoy estreñida o porque y ya comienzo a aprender a cuidarme más, a reconocer en mí las tristezas y los dolores. Y cómo funciona. Así es el final de Las Cuerpas.
Se atraviesan estos temas del feminicidio y de apropiarse una de su cuerpo. Fui construyendo de las preocupaciones que creo que nos atraviesan a todas las personas. Asumir que las cosas del capitalismo recaen en nuestro cuerpo, porque es lo que nos cansa, nos degrada e incluso luego llegamos absurdos, que las funerarias te venden paquetes para que tú pagues, aún que ya no existas, un espacio aquí. Me parece bien ofensivo.
—¿Para qué nos sirve la poesía?
—Híjole, no sé no quiero dejar el mal a las poetas [nos reímos]. Sirve para comunicar el mensaje en una sociedad que está muy insensible. Por ejemplo a la violencia. Creo que es más este efectivo decirle a alguien con un poema que mataron a una mujer de manera brutal, un feminicidio, a que le muestres la imagen en el gráfico.
Es la época en la que vivimos. La violencia está anunciada por todos lados de manera muy gráfica, se romantiza. El cerebro ya no la procesa. Pero si alguien te dice eso que está pasando de una manera que tú puedas sentir empatía entonces, las cosas cambian.
Y yo creo que mi intención con este libro es tratar de anunciar la violencia de una manera ética. Diferente a los los los medios de comunicación, cada vez están peor, ya no importa el contexto, ya solo importa que la ahorcaron, la torturaron.
Pero dentro de esa tortura hay un contexto, que es muy importante, justo para que esa historia no quede solo en el hecho violento y terminé siendo, aunque sean palabras, una imagen sangrienta, amarillista.
—¿Qué poetas le recomendarías a las juventudes?
—Hay muchas mujeres poetas muy buenas, nuestras antecesoras, merecen ser leídas y ser escuchadas y ser reproducidas por nosotras y por por nuestros camaradas los varones: Margarita Paz Paredes, Nancy Cárdenas, Concha Michel, es una invitación a leer más mujeres. Y de varones, una muy buena y muy sensible, la de Ernesto Cardenal, Miguel Guardia, Roque Dalton. No dejar de leer a los varones, también mi formación poética este fue a partir de de sus camaradas.
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