Abandonados por Estados Unidos tras la primera Guerra Fría hasta sus iniciativas africanas del siglo XXI, los países africanos han acogido cada vez más alternativas a la dependencia de Occidente
Por Anis Chowdhury y Jomo Kwame Sundaram
SÍDNEY / KUALA LUMPUR – Tras un cuarto de siglo de estancamiento económico, la recuperación económica de África a principios del siglo XXI estaba bajo gran tensión incluso antes de la pandemia, debido a los nuevos acuerdos de liberalización comercial, la caída de los precios de las materias primas y el grave estrés medioambiental.
Las fronteras de África fueron trazadas por las potencias europeas, sobre todo a raíz de su «pelea por África» de 1881, que terminó con la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Varios grupos étnicos cultural, lingüística y religiosamente diferentes se vieron obligados a unirse en colonias, para luego convertirse en naciones poscoloniales.
Los europeos llegaron a África en busca de esclavos y minerales, y posteriormente construyeron imperios coloniales. Estados Unidos asistió al Congreso de Berlín de 1884, que repartió África entre las potencias europeas. Alemania, sin colonias, se quedó con el sudoeste de África y Tanganica, que ahora son Namibia y Tanzania, respectivamente
Los pueblos herero y nama de Namibia se rebelaron sin éxito contra la ocupación alemana en 1904. El general Lothar von Trotha ordenó fusilar a todos los herero. Cuatro quintas partes de los herero y la mitad de los nama desaparecieron.
Las comunidades fueron rodeadas y muchas murieron. Otras quedaron confinadas y muchos de sus miembros murieron en campos de concentración, o expulsados al desierto para que perecieran de hambre.
En 1984, el Informe Whitaker, encargado al relator especial de las Naciones Unidas para prevenir y castigar los crímenes de genocidio, Benjamín Whitaker, concluyó que aquellas atrocidades cometidas fueron uno de los peores genocidios del siglo XX.
La recuperación de Europa tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se benefició enormemente de sus colonias exportadoras de productos básicos. Tras la devastación de la guerra, las potencias imperiales europeas se apoyaron en los acuerdos monetarios coloniales para obtener valiosas divisas.
El poder imperial también se aseguró mercados coloniales cautivos para las manufacturas europeas de posguerra, que no eran competitivas. La recuperación y la competencia hicieron bajar los precios de los productos básicos, especialmente tras el auge de la Guerra de Corea (1950-1953). Durante más de un siglo, estos precios han ido cayendo frente a los de las manufacturas.
Cuando la descolonización se hizo inevitable, los políticos franceses promovieron la noción de Euráfrica, imitando la pretensión de la Doctrina Monroe de Estados Unidos sobre América Latina. El discurso de la élite francesa insistía en que la independencia africana debía definirse por la interdependencia (por supuesto, asimétrica), no por la soberanía.
Aunque Alemania perdió sus pocas colonias en África tras su derrota en la Primera Guerra Mundial, el influyente diario alemán Die Welt se preguntaba con nostalgia en 1960: «¿Se está alejando África de Europa?”
Estados Unidos fue la primera nación en reconocer la reclamación personal del rey belga Leopoldo II sobre la cuenca del río Congo en 1884. Cuando las brutales atrocidades de ese monarca y la explotación de sus dominios privados del Estado Libre del Congo, que mataron a millones de personas, no pudieron seguir siendo negadas, otras potencias europeas obligaron a Bélgica a colonizar directamente el país.
Desde entonces, Estados Unidos ha marcado el destino del Congo. Estados Unidos se ha interesado mucho por sus enormes recursos minerales. El uranio congoleño, el más rico del mundo, se utilizó en las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. Pero Washington no permitió que los africanos controlaran sus propios materiales estratégicos.
Patrice Lumumba se convirtió en el primer gobernante elegido de la República Democrática del Congo (RDC). Defensor de la independencia económica panafricana, su deseo de una auténtica independencia y del control soberano de los recursos de la RDC amenazaba los intereses de los poderosos.
Lumumba fue brutalmente humillado, torturado y asesinado en enero de 1961. En el vergonzoso crimen participaron los gobiernos de Estados Unidos y Bélgica, que colaboraron con los rivales congoleños de Lumumba.
El líder panafricanista Kwame Nkrumah quería que la Ghana independiente trazara un camino antiimperialista, manteniéndose no alineado en la Guerra Fría. Quería que las presas hidroeléctricas impulsaran el progreso industrial de Ghana, empezando por la fundición de su bauxita para desarrollar una cadena de valor del aluminio.
Estados Unidos, el Reino Unido y el Banco Mundial aceptaron financiar la presa de Akosombo, a condición de que proporcionara energía barata a una filial de la estadounidense Kaiser Aluminium Corporation para procesar la alúmina que se exportaría a Kaiser. Este acuerdo leonino solo se rescindió décadas después, a principios de este siglo.
Ghana llegó a acuerdos de cooperación técnica con los checos y los soviéticos para construir otras dos presas. Pero ambos se terminaron después de que Nkrumah fuera derrocado en un golpe militar con la ayuda de Washington en febrero de 1966. De este modo, las ambiciones de desarrollo de Nkrumah para Ghana desaparecieron.
La presa de Bui, una de las proyectadas, fue construida finalmente por contratistas chinos décadas más tarde. El libro de Nkrumah de 1965, “Neocolonialismo: La última etapa del imperialismo”, fue probablemente la gota que colmó el vaso para avergonzar a Occidente.
En otros lugares, el Ujamaa, como se conoce al socialismo africano, se centró en el desarrollo de los pueblos y la seguridad alimentaria, como fue el caso de Julius Nyerere, el fundador y primer presidente de Tanzania (1964-1985), conocido como el maestro de África.
El antagonismo occidental hizo fracasar al Ujamaa, mientras que sus esfuerzos fueron duramente condenados para disuadir a otros africanos de intentar trazar sus propios caminos.
Mientras tanto, los contemporáneos de Nyerere que eran cercanos a las metropolís fueron apoyados por Occidente. Estos países, por ejemplo, los vecinos Kenia y Uganda, recibieron mucha más ayuda occidental, aunque sus resultados en materia de desarrollo no han sido mucho mejores.
En el momento de la independencia, Zambia no tenía universidades, y solo 0.5 por ciento de los alumnos terminaban la enseñanza primaria. Las minas de cobre del país estaban en su mayoría en manos de los británicos. La mayoría de la población sobrevivía con las limitadas tierras de los aldeanos, sin electricidad ni otros servicios.
Acorralado por los estados racistas apoyados por Occidente, el presidente Kenneth Kaunda, un cristiano devoto, buscó ayuda extranjera para eludir a la hostil Sudáfrica y Rodesia (ahora Zimbabue) y cambiar el destino de su nación sin salida al mar.
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Después de que Estados Unidos y el Banco Mundial se negaran a ayudar, recurrió al bloque soviético y a China. China construyó un ferrocarril de 500 millones de dólares que une Zambia con el océano Índico a través de Tanzania.
Costa de Marfil ha sido durante mucho tiempo un importante productor de cacao y café. Pero tres décadas de desgobierno por parte de su proocidental padre fundador, Félix Houphouet-Boigny, se postró en una pobreza endémica y grandes desigualdades, que culminaron en una guerra civil.
En 2020, casi 40 % de su población vivía en la pobreza extrema. En 2019, la puntuación del índice de desarrollo humano del país de renta media era de un bajo 0,538, que se redujo a 0,346, cuando se ajustó para incluir la desigualdad.
Posteriormente, tanto Kaunda como Houphouet-Boigny abandonaron posteriormente sus primeras políticas, más neocoloniales. Zambia nacionalizó las minas de cobre, con la esperanza de mejorar las condiciones de vida, en lugar de enriquecer a los inversores extranjeros.
Mientras tanto, se retuvo el cacao de Costa de Marfil para conseguir mejores precios. Pero ambos esfuerzos fracasaron, ya que los precios del cobre y del cacao se desplomaron. Así, ambas naciones fueron severamente castigadas por intentar mejorar sus destinos.
Durante la primera Guerra Fría, la hostilidad de Occidente hacia las aspiraciones africanas obligó a muchos a recurrir al campo socialista para construir infraestructuras y desarrollar recursos humanos. A Washington le preocupaba entonces tanto el beneficio económico como la lucha contra los rojos.
La administración de Jonh Kennedy (1961-1963) había aumentado la ayuda exterior, instando a los aliados a hacer lo mismo. Pero en lugar de apoyar las aspiraciones africanas, Occidente perseguía sus propios intereses económicos mientras decía apoyar las aspiraciones poscoloniales.
El creciente endeudamiento de los gobiernos africanos durante la década de los años 70 obligó a muchos a aceptar las condiciones políticas del programa de ajuste estructural impuestas por las instituciones financieras internacionales a partir de la década de los 80. Por supuesto, los países en desarrollo que siguieron las prescripciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial se convirtieron en los favoritos de Occidente.
Nyerere observó: “El FMI pone condiciones y dice que si siguen estos ejemplos, su economía mejorará… Pero, ¿dónde están los ejemplos de economías en auge en el Tercer Mundo porque aceptaron las condiciones del FMI?”.
Las consideraciones de la Guerra Fría también han hecho que el interés de Estados Unidos por África haya aumentado y disminuido. Ahora, Occidente advierte de las inminentes adquisiciones chinas y de los nefastos designios rusos. China parece más interesada en la financiación y la construcción de infraestructuras, mientras que Putin promueve las exportaciones rusas.
Abandonados por Estados Unidos tras la primera Guerra Fría hasta sus iniciativas africanas del siglo XXI, los países africanos han acogido cada vez más alternativas a la dependencia de Occidente, aunque con cierta cautela.
Juntos, el mundo puede ayudar a África a progresar. Pero si el apoyo al continente, durante mucho tiempo cruelmente explotado, sigue siendo rehén de las consideraciones de la nueva Guerra Fría, los africanos elegirán en consecuencia. La no alineación es ahora la opción panafricana.
*Este artículo fue publicado en IPS NOTICIAS. Aquí puedes leer el original.
*Anis Chowdhury es un exprofesor de economía de la Universidad Occidental de Sídney y ocupó altos cargos en la ONU. Jomo Kwame Sundaram es un exprofesor de economía y ex secretario general adjunto de la ONU para el Desarrollo Económico.
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