La reforma electoral que plantea un sector de Morena tiene como única motivación visible abaratar la democracia. Se busca fundar una “república austera”, pero ¿qué ha sido la austeridad en tiempos de López Obrador?
Twitter: @ErenstoNunezA
Un diputado de Morena quiere que México sea una república representativa, democrática, federal, laica y, a partir de la reforma constitucional que propone, también una “república austera”.
No le basta al diputado Sergio Gutiérrez Luna con la Ley de Austeridad Republicana que ya fue aprobada por la Cámara de Diputados y que esta semana se debatirá en el Senado de la República, en un periodo extraordinario. Una ley que restringe los sueldos, los gastos, las contrataciones, las asesorías, vehículos, combustible, telefonía, seguros, viajes, viáticos, congresos, papelería, servicios en oficinas, adquisiciones, estudios técnicos, etcétera.
El diputado morenista –suplente del mexiquense Horacio Duarte– quiere ir más allá, y presentó una iniciativa para reformar el artículo 40 e incluir el concepto de austeridad como principio constitucional, junto a las palabras que definen a la patria: democracia, federalismo, representatividad y laicidad.
Afirma Gutiérrez Luna que, si bien la austeridad no es una forma de gobierno, sí es una manera de ejercer el gobierno, y por ello quiere que la palabra favorita de la Cuarta Transformación vaya a dar a la Carta Magna, concretamente en los artículos 40, 41 y 134.
Este cambio constitucional sería la punta de lanza de la reforma del Estado y la reforma electoral que un sector del partido del gobierno (Morena) está proponiendo.
Se busca abaratar el sistema electoral: reducir a la mitad el presupuesto público de los partidos políticos, desaparecer a los Organismos Públicos Locales Electorales (OPLE), adelgazar al Instituto Nacional Electoral, y reducir el tamaño de las Cámaras del Congreso.
Esta vez, la idea de llevar a cabo una reforma política surge del partido mayoritario y no de la oposición. A diferencia de lo ocurrido en las reformas que se hicieron entre 1977 y 2014, ahora no son los perdedores de las elecciones quienes promueven los cambios, sino los ganadores.
Una vez en el poder, los morenistas consideran caro y lujoso el sistema de partidos y el aparato electoral que ellos mismos construyeron desde la desconfianza cuando eran oposición.
Y por ello plantean una reforma que encuentra, como única motivación visible, reducir costos.
Como lo que está en juego es la democracia, quizás valga la pena revisar qué ha sido realmente la austeridad, como eje rector de la administración de Andrés Manuel López Obrador.
La austeridad, dicen los morenistas y los voceros del lopezobradorismo, es urgente para evitar que vuelva a haber derroches, lujos, ostentaciones, excesos, abusos y –como dice el Presidente– “fantochería” en la función pública.
Austeridad para que ningún funcionario público vuelva a viajar en avión privado o en “business class”; para que no haya camionetas blindadas, guaruras y cuadrillas de asistentes detrás de un secretario de Estado; para que ya no haya sueldos, bonos y prestaciones de escándalo; austeridad, para que deje haber “gobierno rico con pueblo pobre”.
Austeridad, dice la Real Academia de la Lengua, significa sin excesos. Es sinónimo de severidad, sobriedad y estricto apego a las normas de la moral.
Pero también quiere decir agrio, astringente, áspero al gusto, retirado, mortificado, penitente…
La austeridad en contra de los privilegios de una élite política; ése fue el mandato de las urnas el 1 de julio de 2018.
No la austeridad que echa a la calle a miles de burócratas, que desmantela servicios de salud, que tira por la borda proyectos de infraestructura ya iniciados, que paraliza la administración pública, que ahoga el gasto público y obstaculiza el crecimiento de la economía, que provoca subejercicios, y que impide que científicos, deportistas, artistas y creadores puedan salir de México a capacitarse, competir o exponer su obra.
Una república austera renuncia a tener un aeropuerto porque es “muy fifí”, y apuesta por un proyecto que, a la larga, le saldrá más caro al país.
En una “república austera”, se pone a la venta un avión adquirido con los impuestos de la ciudadanía porque es “un palacio en el aire”, aunque eso implique pérdidas por las penalizaciones al cancelar contratos, inutilizar un hangar y pagar la renta de una bodega en lo que alguien se decide a comprar la aeronave.
Una república austera crea un Instituto Para Devolverle al Pueblo lo Robado, con la intención de canalizar recursos a los más pobres a partir de los bienes decomisados a narcotraficantes y corruptos, pero este símbolo requiere de un aparato burocrático que duplica las facultades y funciones de la Auditoría Superior de la Federación y el Sistema de Administración y Enajenación de Bienes.
En una república austera se cancelan las intermediaciones y se sacrifican las estancias infantiles –por ser negocios de una “minoría rapaz”–, pero se mantiene abierta la llave de recursos públicos a los Centros de Desarrollo Infantil administrados por la esposa del líder del Partido del Trabajo (aliado de Morena). Qué importa que esos recursos vayan a dar, no a los niños, sino a los candidatos petistas.
Una república austera, rica en actos simbólicos, aborrece en el discurso a la mafia en el poder, pero mantiene cerca a los dueños de las televisoras, entrega contratos sin licitación a los hombres cercanos del nuevo régimen, se alía con el Partido Verde y hasta le presta Bellas Artes a uno de sus senadores para agasajar al líder de la Luz del Mundo.
En una república austera no hay dinero para los deportistas de alto rendimiento, pero sí hay 350 millones de pesos anuales para crear el ProBeis, porque es el deporte que le gusta al Presidente.
La austeridad está muy bien, como arma en contra de los excesos y los privilegios; pero no es lo mismo que austeridad como origen de otros problemas o como justificación de malas decisiones. Una república austera no es lo mismo que una república en retiro, agria y penitente.
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Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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