El viaje al extranjero es un desprendimiento del espacio físico habitual para entrar en uno menos conocido o desconocido, pero también es un desprendimiento emocional del que invariablemente se aleja —o se acerca, según se quiera ver— quien emprende la partida.
Escribo este texto desde la calurosa ciudad de Albuquerque, Nuevo México; para ser más precisos, desde Río Rancho, una zona contigua a Albuquerque. Me hospedaré durante esta semana, antes de mudarme a mi departamento, en la casa de una linda familia estadounidense que amablemente se ofreció, por medio de la Universidad de Nuevo México, a alojarme al inicio de mi estadía en Estados Unidos.
Llegar aquí fue una odisea, durante los últimos dos días he dormido no más de diez horas, contando mi casa en México, aviones y un hotel en Los Ángeles.
El vuelo de la Ciudad de México se retrasó por más de una hora, de tal modo que aterrizó el avión a Los Ángeles a la hora en que partía mi vuelo de conexión hacia Albuquerque, así que la aerolínea se encargó de pagar el hospedaje y el transporte a un hotel cercano al aeropuerto, y reagendó sin costo mi vuelo para el siguiente día.
Llegué a las 9 pm en punto, horario de Los Ángeles. Faltaba una hora para el cierre de la piscina, con tal calor pensé en aventarme al agua, luego recordé que no llevaba traje de baño, de haber sabido…
Así que opté por dirigirme a mi habitación con mis tres maletas y bolsa de mano, sólo pensaba en ducharme y descansar. Tenía mucha hambre, pero también unas inmensas ganas de fumar. Can I bring an opened cigarrete package with me in the hand bag?, había preguntado anteriormente a la odiosa mujer de la aerolínea que me atendió al reemplazar mi vuelo, pues quería asegurarme de no desperdiciar cigarros, ¡tan caros que son aquí! Yes, respondió, de nuevo, odiosamente. La mujer era hispanohablante, me percaté cuando se dirigió a una de sus compañeras angloparlantes diciéndole Hola, ¿¡cómo estás!?, a manera de saludo diario y familiar. Pese a mi pasaporte mexicano, continuó hablándome en tono grosero y en inglés. No tuve problema con el idioma, pero sí con su actitud. Cuando le pregunté a qué hora debía tomar el transporte de la aerolínea del hotel hacia el aeropuerto, y cómo funcionaba, dónde tomarlo, etc., me respondió simplemente: as you wish, y me dio la espalda.
Enseguida mandé llamar a su gerente; si ella no podía dirigirse a mí más que con modos inapropiados, vulgares, yo tampoco me dirigiría hacia ella, mi paciencia se agotó y mis nervios y cansancio estaban al borde del derrame. Llegó la gerente, una mujer afrodescendiente, quien, de forma cálida y amable me llevó hasta el punto en el que me recogería el transporte y me explicó detalladamente mis dudas. Se lo agradecí —y ya relaté anteriormente el inicio de mi llegada al hotel.
Aún en el aeropuerto, me percaté de una mujer que llegó a documentar sus maletas, afrodescendiente y con una cabellera trenzada casi hasta el suelo, de la mitad hacia abajo color rosa, la otra mitad de su color natural. Nadie la percibía con asombro ni admiración, simplemente era una pasajera más a la cual su equipaje se le aventaría, como cualquier otro —como si se tratara de una piedrita—, a la banda de maletas.
Volviendo al hotel, al dejar mis maletas en mi habitación, salí por un cigarro, el clima cálido —¿húmedo?—, de costa. Me llegó un olor a marihuana. Desconocía que estaba permitido fumar marihuana públicamente en Los Ángeles.
El aroma provenía de dos mujeres afrodescendientes, estaban en la esquina del hotel, eran también huéspedes y con trenzas inusitadamente tejidas. Ambas con ropa negra, un escote evidentemente pronunciado. Minutos después salió otro huésped, su acento era como el de los actores de películas del viejo oeste, también prendió un cigarro de marihuana. Al terminarlo se despidió de mí, now I can sleep, me dijo sonriente.
El viaje que me depara es, hasta cierto punto, incierto; desconozco a dónde iré a parar en cuanto culmine mi maestría en Chicana & Chicano Studies con especialidades en Literatura y Estudios de Género. Lo que sé es que comienzo una aventura y, al mismo tiempo, experimento una ruptura con las comodidades que hasta antes de este viaje tenía. No es la primera vez que vivo sola en el extranjero, seis años atrás ya lo hice, en Varsovia, Polonia. Esta vez en otro país, pero vuelve a mí la misma sensación: un duelo, una separación de la familia, volver de nuevo al inglés como idioma neurálgico de comunicación, volver a la liberadora independencia mientras —como todo mexicano— se extraña la convivencia, la sobremesa, el tiempo en familia.
El viaje, pienso, es un cambio no solamente geográfico, también espacio-temporal. Cuando llegué a Los Ángeles llegué con dos horas regaladas, dos horas que podía volver a vivir de manera distinta. Como si en el cielo, justamente en la frontera, ocurriera algún hecho mágico, una especie de hoyo negro que devuelve horas, que regresa el tiempo.
Aún no he cambiado el horario de mi reloj de mano, tal vez sea porque no he tenido tiempo, o tal vez porque es una manera de conservar el último abrazo que le di a mi familia antes de nos separara una barrera de cristales en el aeropuerto, una manera de llevarlos conmigo en su realidad, en su tiempo.
El viaje al extranjero es un desprendimiento del espacio físico habitual para entrar en uno menos conocido o desconocido, pero también es un desprendimiento emocional del que invariablemente se aleja —o se acerca, según se quiera ver— quien emprende la partida.
(Lo único que lamento es no haber obtenido ni un peso del gobierno mexicano. Estados Unidos es el país que pagará mi estadía, los requerimientos y demás gastos previos al viaje fueron cubiertos por mis ahorros, además del invaluable apoyo de mi familia, y por $500 donados por una amable seguidora de Twitter (¡gracias!). Es muy frecuente no obtener apoyo por el gobierno de México, en materia de Educación, para estudios en el extranjero. Lo que me pone a pensar en el futuro de México si la directora del CONACyT será la nueva Secretaria de Educación, y si la Secretaria de Educación actual es ya la candidata oficial para la gubernatura del Estado de México, el estado más poblado del país.)
Finalmente estoy aquí, en Nuevo México, sintiendo un calor desértico en el exterior y una encomiable frescura en interiores, ésta es la época más calurosa del año. Aunque poco a poco empezaré a acostumbrarme a vivir en un nuevo país, creo que las horas de mayor incertidumbre son las que se viven en el avión —o cruzar la frontera ilegalmente—, los nervios de llegar a perder un vuelo —o de ser visto por la policía de migración—, perderlo, encontrar a la persona indicada para reagendar el vuelo cargando más de 50 kilos en maletas y sin nadie que ayude a cargarlas.
Cuando se llega al lugar de destino, las aguas empiezan a calmarse.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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