Las situaciones de acoso, bullying y violencia escolar son cada vez más frecuentes en un contexto de violencia y crueldad. Los sistemas educativos tienen ante sí un reto que pueden enfrentar con pedagogías inclusivas que reivindican la colaboración, la solidaridad y la compasión
Leslie Serna Hernández * / MUxED
En días pasados nos despertamos con la terrible noticia de que Juan Pablo, un niño de 12 años, de origen otomí, fue agredido por sus compañeros, quienes le rociaron alcohol y le prendieron fuego en la telesecundaria a la que asiste en Querétaro. El caso, que conmocionó a los medios y redes sociales por unos días, de acuerdo con fuentes periodísticas, no surgió repentinamente y de la nada. La familia ha denunciado que desde hace meses se había quejado en la escuela por la violencia que vivía Juan Pablo en el día a día.
Pero en realidad este no es el primer caso que llega a los medios de comunicación y, mucho menos, el primero que ocurre. La organización Fundación en Movimiento, también del Estado de Querétaro, define como bullying de exclusión cuando una o varias personas “aíslan a otra persona por considerarla diferente y/o inferior, regularmente el bullying de exclusión provoca bullying verbal, ya que cuando el aislamiento es marcado, las personas continúan el acoso a través de las burlas. De tal forma que el acoso invariablemente crecerá hasta llegar a niveles alarmantes de violencia si no se toman cartas en el asunto. El crecimiento gradual de la violencia en el acoso se conoce como: la escalera del bullying.”
La antropóloga argentina Rita Segato llama pedagogías de la crueldad “a todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas”. Para quienes trabajamos en educación resulta chocante el uso de Segato del vocablo “pedagogía» para referirse a algo tan monstruoso como deshumanizar al otro. El énfasis que quiere dar a su planteamiento, con el que los educadores concordamos, es que la crueldad se enseña, se aprende y se vuelve hábito. A menos que hagamos algo para evitarlo.
No hay duda de que lo sucedido en la telesecundaria de Querétaro forma parte de una crueldad que no solo se manifiesta como falta de aceptación del otro que consideramos diferente, sino que implica el deleite por el dolor y el sufrimiento ajeno.
Angel D. Spurlock señala que los prejuicios y la discriminación son grandes problemas en el mundo actual, a pesar de lo cual no se analiza de forma suficiente cómo se manifiestan, reproducen y refuerzan en la escuela. Los prejuicios y la discriminación que se toleran en las escuelas fortalecen el orden social normal y enseñan a los estudiantes que discriminar a los demás es aceptable. Es indispensable detectar cuáles son los estigmas que se reproducen en las escuelas y cómo se llevan a las prácticas escolares concretas.
Los estudios muestran que hay muchos tipos de estigma, incluidos el racismo, el sexismo, el estigma basado en la población LGBT, en la apariencia física, en la discapacidad, en la pertenencia a una religión, etc. Los efectos de las experiencias de discriminación afectan negativamente a quienes las padecen en áreas como la salud mental, la salud física y el rendimiento académico. El estudio realizado por Spurlock encontró que tanto los estudiantes, como los docentes y directores juegan un papel en la reproducción del prejuicio.
Efectivamente, las escuelas no son, por más que quisiéramos que así fuera, pequeños oasis aislados de las culturas locales y globales. Para bien y para mal, las escuelas son influidas por sus contextos. Una instrucción desde la más alta autoridad, un programa o incluso un plan de estudios, como medidas aisladas e inconexas, no pueden lograr los cambios sistémicos que requieren las escuelas. El sistema educativo en su conjunto tiene que plantear medidas de fondo que, en el corto plazo, normen las actuaciones frente al acoso y, en el mediano y largo plazo, construyan culturas escolares inclusivas.
La definición actual de escuela inclusiva hace referencia a las barreras para el aprendizaje y la participación. Una de las vertientes de éstas son las barreras culturales, aquellas que por creencias, prejuicios y estereotipos limitan de una u otra forma el derecho a la educación.
En 2020, UNESCO publicó el Informe de seguimiento de la educación en el mundo, dedicado a inclusión y educación, en el que se señala “tienen más probabilidades de ser víctimas las personas que son percibidas como diferentes de las normas o ideales sociales, como las minorías sexuales, étnicas y religiosas, los pobres y las personas con necesidades especiales.” (p.21)
El informe plantea que los países deben dar pasos más firmes y decididos en áreas concretas para avanzar en la educación inclusiva: en el diseño de leyes y políticas, en el levantamiento y análisis de datos, en definiciones de gobernanza y recursos; así como en la revisión de los planes de estudio, manuales y evaluaciones. El Informe también señala que es indispensable que los docentes estén preparados para educar en contextos cada vez más diversos, que cuenten con herramientas para ellos mismos revisar sus concepciones y creencias. Las escuelas deben ser conscientes de que el acoso y la violencia son producto de la exclusión de sectores de la población y causan exclusión educativa, con lo cual se reproduce aquello de la sociedad que es necesario transformar.
En el Informe de la Comisión Internacional sobre los futuros de la educación, la UNESCO propone que la pedagogía debe basarse en la cooperación y la solidaridad, en la ética de la reciprocidad y el cuidado, reconociendo las interdependencias entre individuos, grupos y especies. Se afirma con contundencia que “la pedagogía sin inclusión debilita la educación como bien común y mina la posibilidad de un mundo en el que se defiendan la dignidad y los derechos humanos” (p. 55).
Este Informe propone algunos ejes para articular estas pedagogías, entre los cuales destacan algunos que son de gran importancia para la inclusión:
En México se aprobó recientemente la Estrategia Nacional de Educación Inclusiva (ENEI), cuya publicación en el Diario Oficial aún se encuentra pendiente. En una versión actualizada de la ENEI se hace referencia a cuatro tipos de barreras para el aprendizaje y la participación: normativas, físicas, didácticas y culturales. En el documento se define las barreras culturales como aquellas que impiden el derecho pleno a la educación por motivos de prejuicios y estereotipos, que “constituyen en fuente de actitudes, prácticas y políticas que invisibilizan, etiquetan o discriminan a las personas”. Se afirma que si bien la escuela por sí misma no puede eliminar los mecanismos globales de la exclusión, sí puede dar respuesta en el ámbito de su radio de acción: con su propia comunidad, con las familias, con la comunidad extraescolar y modelando formas solidarias de relación frente a la sociedad en su conjunto.
Mientras se toman medidas inmediatas para atender los problemas más urgentes, las escuelas pueden dar pasos para trabajar en un proceso de autoreflexión, en el que puede ser de utilidad el Índice de inclusión desarrollado por Booth y Ainscow en 2002, que propone tres dimensiones para diagnosticar y formular un plan escolar: culturas inclusivas, políticas inclusivas y prácticas inclusivas. Incluso en el campo de la educación superior se discuten ya los efectos de la exclusión y la necesidad de realizar cambios en los procesos pedagógicos. Un buen ejemplo es la discusión en las universidades norteamericanas al respecto. Se requiere un proceso de estudio, adaptación, reelaboración y diseño de propuestas propias, que tomará tiempo, pero es necesario dar pasos serios hacia esas pedagogías que ponen el énfasis en la condición humana y vulnerable que compartimos.
Leslie Serna Hernández Integrante de MUxED. Socióloga con doctorado en educación social, es consultora independiente, y colabora actualmente con la UNESCO en proyectos de educación inclusiva. Sus áreas de interés y experiencia son la evaluación de intervenciones educativas, el desarrollo de competencias TIC y la formación para el desarrollo personal.
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