La batalla entre los presidenciables de Morena atiza la confrontación interna. Los ánimos desbordados retratan a un movimiento que, desde la violencia y la intolerancia, pretende dar lecciones de democracia
Twitter: @chamanesco
Las escenas del proceso interno de Morena remiten a lo peor de la prehistoria electoral: reparto de despensas, acarreos de votantes, compra e inducción del voto, gritos, manotazos, empujones, robo y quema de urnas.
Un mosaico de conductas que recuerdan que, cuando no se está dispuesto a tolerar al contrario -aunque milite en el mismo partido-, el siguiente paso es el jalón de cabellos, el descontón y, en el peor de los casos, la destrucción del voto del adversario para borrar la evidencia física de su opinión.
Desde la cúpula de Morena se dirá que lo ocurrido en algunas casillas de las elecciones de congresistas que definirán el futuro del partido no fueron prácticas generalizadas, sino “incidentes focalizados”.
Mario Delgado, presidente nacional morenista, defenderá la legalidad del proceso y acusará a sus adversarios y a los medios de pretender magnificar las escenas que el sábado inundaron las redes sociales.
Delgado, el dirigente partidista que ha cosechado los votos que sigue produciendo la popularidad de Andrés Manuel López Obrador, podrá redactar su propio manual de picaresca electoral, redefiniendo la palabra acarreo.
El sábado declaró que: “el acarreo es cuando se trae a un grupo de personas comisionadas para votar por una persona en específico. Cuando se deja votar a la gente libremente, pues eso no es acarreo”.
Ahora se entiende por qué él mismo se convirtió en “facilitador” del transporte de votantes el pasado 10 de abril, en el proceso de Revocación de Mandato.
Después, cuando ya eran 16 entidades en las que se reportaban anomalías -de 20 en donde hubo votaciones-, Delgado salió a advertir que se anulará la elección sólo en aquellos distritos donde quede plenamente comprobado que se realizaron acarreos, compra de votos o simulación.
Si esos son sus parámetros para tolerar las prácticas con las que sus militantes se disputan los lugares en el Congreso Nacional, que venga su tocayo, Mario Moreno Cantinflas, a redactar el próximo código federal de instituciones y procedimientos electorales de la reforma política promovida por su partido-movimiento.
Si Mario Delgado y Citlali Hernández están interesados en limpiar la elección de sus delegados al próximo Congreso Nacional de Morena, basta con echar un ojo a las redes sociales de las reporteras y reporteros que cubrieron la “jornada democrática” y documentaron el acarreo con papelitos engrapados indicando los nombres de por quién votar.
Las despensas entregadas a militantes, las denuncias de que el voto se compraba a 500 pesos, los funcionarios públicos usando vehículos oficiales para “facilitar” el transporte de votantes.
La policía interviniendo en Minatitlán para sofocar los disturbios provocados por una de las rivales de la alcaldesa; los enfrentamientos entre militantes en Iztacalco y Coyoacán; la quema y destrucción del material electoral en Zongolica, Veracruz; Juchitán, Oaxaca; Amozoc, Puebla, y otros lugares gobernados por Morena.
O, como ejemplo del odio e intolerancia entre morenistas, un video de la reportera Laura Brugés que muestra a dos señoras peleando a manotazos, jalones de cabellos, pellizcos y patadas en la cabeza.
Pero si Mario Delgado y Citlali Hernández consideran que esas escenas son “fabricadas” por los medios -porque son enemigos de su movimiento-, también podrían atender las denuncias de sus propios militantes, o sentarse a dialogar con personajes como John Ackerman, quien tuvo que aguantar gritos y abucheos cuando fue a votar a Coyoacán, por organizar un operativo “cazamapaches” y denunciar la corrupción en Morena y las “más rancias prácticas del viejo régimen”.
No son muy dados a dialogar con quienes no piensan como ellos, pero quizás ha llegado el momento de que los dirigentes formales de Morena escuchen a Alejandro Rojas Díaz-Durán, operador del senador Ricardo Monreal, quien desde el principio denunció exclusión y advirtió que la elección de congresistas había sido secuestrada por los operadores de las “corcholatas”.
Fue el “carnaval del acarreo y la simulación”, tuiteó Rojas Díaz-Durán en la tarde del sábado. Una muestra clara de que Morena se ha rendido ante el “clientelismo, el corporativismo y el influyentismo”.
Las denuncias, las fotos y los videos de lo ocurrido recuerdan esos tiempos en los que los hoy morenistas eran perredistas y convertían sus procesos internos en batallas campales y en gruesos expedientes ante los tribunales electorales.
Con apenas ocho años de existencia, Morena ha sido el partido político más exitoso en el siglo XXI mexicano. Es el beneficiario del derrumbe del tripartidismo de la transición y, si nos atenemos a los resultados electorales, aún es percibido como “la esperanza de México”.
Millones de mexicanas y mexicanos le han dado la espalda al PRI, al PAN y al PRD a nivel nacional, estatal y municipal, confiando en el movimiento de López Obrador; aunque, hasta el momento, no se ha podido articular en un partido de reglas y procedimientos claros, transparentes y confiables.
A Morena le llegó el éxito repentina y abrumadoramente. Hoy, gobierna una veintena de entidades y cientos de municipios; es primera minoría en las dos Cámaras del Congreso de la Unión y en decenas de congresos locales. Y recibe más de mil millones de pesos anuales en prerrogativas.
Desde su indiscutible posición de primera fuerza, hoy quiere reinventar la democracia, y promueve una reforma político-electoral que transformaría por completo el actual sistema.
Pero parece que el enorme poder que le han dado los ciudadanos le ha quedado grande a los dirigentes formales del movimiento, incapaces de construir un partido que trascienda al lopezobradorismo.
Mario Delgado podrá jactarse de ser el líder partidista que ha ganado más gubernaturas de la historia reciente, pero ¿podrá pasar a la historia como el fundador de un partido moderno, plural, tolerante y democrático?
De las “elecciones” de este fin de semana dependerá la respuesta. De ahí saldrán los 3 mil congresistas que en septiembre elegirán los órganos directivos que conducirán a Morena a las elecciones de 2024.
¿El futuro del nuevo partido oficial está en manos de los operadores que orquestaron los acarreos, la compra y la coacción del voto en este fin de semana?
No basta con que Mario Delgado y Citlali Hernández busquen afuera de Morena a los responsables de “desprestigiar” a su partido-movimiento. Quizás ha llegado el momento de que le pidan cuentas a Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, cuya batalla por el 2024 no sólo viola las reglas electorales, sino que confronta y desborda los ánimos entre los propios morenistas.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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