Se me hinchó el pecho de orgullo. Esa pinche adorada escuela es casi gratis. La máxima casa de estudios, la UNAM es casi gratis
Por Lydiette Carrión X: @lydicar
Ni siquiera me acordaba. Entre el multichambismo, la escuela (un doctorado al que entré de forma tardía, como suelo entrar a todo en la vida), la crianza y la precariedad que jamás tengo a raya aunque tenga 3 trabajos remunerados, ni me acordaba del aniversario de la huelga del 99 en la UNAM. Es una pena porque además se trataba del número 25. Como que veinticinco años ahora sí es un montón. Con veinticinco años ni el epíteto de chavorruca queda ya.
Me enteré porque un colega como 15 años más joven que yo, también periodista y egresado de mi/nuestra tres veces heroica Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, me envió un mensaje. Me escribió algo así como “gracias, por gente como tú esta pinche escuela es casi gratis”.
Se me hinchó el pecho de orgullo. Esa pinche adorada escuela es casi gratis. La máxima casa de estudios, la UNAM es casi gratis.
Todo porque hace 25 años unos chavos, estudiantes de todas las carreras, bastantes, sí, pero para nada éramos mayoría absoluta, nos pusimos a discutir las recomendaciones que el Fondo Monetario Internacional hacía al Estado Mexicano, y en las que aseguraba que para que México entrara al “primer mundo” debía cobrar por la educación superior. Como ejemplo, claro que nos daban a Estados Unidos. La educación debe costar, como todo lo bueno en el mundo, decía el subtexto. Para que la “apreciemos”. Porque –y eso lo decían en todos lados– «el mexicano no aprecia porque todo se lo dan».
Y hubo un par de meses que no había otro tema en pasillos, explanadas, cafeterías. No todos estaban de acuerdo en irse a “paro”. Otros dijeron no: paro no. Huelga. Hablaban de huelga. Porque sí, ser estudiante es también una actividad productiva. Tenemos derecho a la palabra huelga…
Ya he escrito en muchos lados la forma en la que la huelga me cambió internamente, y no sólo a mí sino a toda una generación. Hoy quiero concentrarme en otras cosas:
Mi colega que me “felicitó” por haber sido una estudiante que apoyó la huelga –por unas cuotas, ojo, que no nos iban a afectar a nosotros, sino a los que venían después de nosotros– andaba deprimido. Andaba harto de ver el mundo como está: espantoso, con guerras, con un genocidio transmitido en vivo y en directo desde Gaza y con la impotencia de que nuestras protestas alrededor del mundo no sirven de nada.
Abatido por la muchas veces impresentable izquierda mexicana, esto de cara a unas elecciones en las que puede ser elegida la primera mujer presidenta, y quizá la primera presidenta o presidente que viene de la izquierda histórica y del movimiento estudiantil. Pero también con una izquierda electoral muy cuestionable, contradictoria (por decir lo menos), aliada al ejército y los largos etcéteras.
Y también, con una izquierda no electoral totalmente pulverizada, balcanizada, reducida a luchas intestinas… aunque creo que esa no era la lectura de mi colega, sino la mía. También agregaría que los movimientos sociales se han volcado a temas inmediatos y de alguna manera mediatizados. Algo así como aquellos temas que son “cool” e instagrameables: ocupados haciendo composta, o en talleres de sanaciones, cuando el panorama del mundo es brutal: ecocidios, invasiones, genocidios…
También eso.
El caso es que el colega no veía para dónde y yo tampoco veo para dónde desde hace mucho. Pero me acordé de la huelga. Y en ese entonces tampoco estaba muy claro. En esa huelga que los veteranos solemos romantizar y contar nuestras glorias pasadas como buenos abuelitos orgullosos y nostálgicos, hubo también momentos muy oscuros: peleas terribles, violencia. Durante años, compañeros se dejaron de hablar. Hasta la fecha no falta quien saque en alguna discusión las acciones “contrarrevolucionarias” de algún activista de aquellos tiempos. Entonces –y ahora– nos peleamos entre nosotros por diferencias de visiones, y también de intereses.
Y cuando la huelga terminó, o mejor dicho, fue terminada (mediante la incursión de la Policía Federal Preventiva, soldados vestidos de robocops), todas y todos los que ahí participamos, nos sentimos totalmente derrotados . Nuestra evaluación primera fue que no logramos nada. Que fue un fracaso. No logramos la “abrogación” del Reglamento General de Pagos.
Por esto último es que la UNAM es “casi gratis” y no gratis.
Muchos nos tiramos a la absoluta depresión o al alcoholismo o las drogas. Hubo quienes no se levantaron jamás. Otros abandonaron la UNAM para no volver. Y en cualquier lado, en esos tiempos, hablar de la huelga estaba prohibido. Hace unos años la CNDH impulsó la creación de un libro sobre la huelga, hay un par más que salieron en editoriales independientes. Pero hasta ahí. Al menos los primeros 15 años después de la entrada de la PFP era tabú decir que habías participado. En fin. El caso es que pagamos un costo alto por la huelga. Unos de mis compañeros más que otros. Hubo compañeros que fueron perseguidos siempre. Lo siguen siendo.
Además, el movimiento estudiantil después de la huelga quedó hecho trizas. Había un agotamiento brutal, y también era verdad que dados nuestros errores, nuestra radicalización sin objetivo claro, también habíamos perdido mucho apoyo; el CGH nos habíamos peleado con medio mundo, hasta con el EZLN (aunque ahora nadie quiera ya acordarse de eso).
Platico todo este rollo porque así es el movimiento social. Así es ser activista: hay costos muy altos de los que nadie te habla y nadie agradece. (Aunque, ojo, también hay satisfacciones que nadie que no haya estado en una lucha colectiva jamás saboreará.) No habrá futuro reconocimiento ni aplausos ni un carajo. No detuvimos la globalización, aunque eso queríamos. Tampoco resolvimos nuestras vidas particulares. Yo sigo batallando para llegar a fin de mes, no tendré una pensión y estoy segura de que soy más privilegiada que la mayoría de mis compañeros con los que levanté barricadas o me fui a botear a los mercados o con los que di un rondín por el campus o con los que marché mil veces por las calles de la ciudad. Lo sé.
Pero 25 generaciones pudieron estudiar “casi gratis en esa pinche escuela”. La mejor casa de estudios de México es “casi gratis”, cuando estaban a punto de desmantelar el país. Pudimos salvar ese pedacito para que otros hijos de gente que tampoco llegaba a fin de mes pudieran ejercer su derecho a la educación.
Hace falta muchísimo. Trabajo, seguridad, paz. Hacen falta mil UNAMs. Y hace falta que sean completamente gratis.
Pero al menos ese cachito lo logramos salvar.
Y por ello, lo haría mil veces más. Por ello y por las satisfacciones personales que crean las luchas colectivas.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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