10 de junio de 1971: «¡Se van a morir cabrones!»

10 junio, 2023

El siguiente es un testimonio de lo que vivio el autor al interior del Hospital Rubén Leñero el 10 de junio de 1971, desde el filo de las 7 de la noche, hasta las 7 u 8 de la mañana del día siguiente. Lapso en el que Los Halcones amedrentaron y golpearon a estudiantes y destruyeron lo que encontraron a su paso

Por: Xavier Cortés

Alrededor de las 19: 00 horas…

A las puertas del Hospital Rubén Leñero llegan varios vehículos; gritos y balazos de hombres que bajan corriendo “¡se van a morir cabrones!”. En esa entrada principal una decena de estudiantes intenta hacer la lista de los heridos que llegan o que eran llevados una vez que la marcha estudiantil de ese año había sido disuelta por Los Halcones.
A la entrada de ese hospital pedíamos nombre y escuela a los heridos. De pronto alguien gritó “¡ahí vienen!”. Sí eran los que posteriormente se conocerían como Los Halcones.

Al llegar esos hombres armados algunos estudiantes se lanzaron de afuera para adentro a través de unos vidrios grandotes y ahí vamos todos en chinga hacia arriba. Unas enfermeras nos gritaban “¡por aquí por aquí!”.

En ese momento yo hablaba por teléfono a mi casa y narraba lo que sucedía “íbamos por Amado Nervo, sobre Avenida de los Maestros, sí, yo iba en el contingente de la Prepa Popular, cuando de pronto vimos a unos tipos que venían hacía nosotros blandiendo unas varas así de grandotas, y que le corremos hacía San Cosme, había muchos balazos”.

Suspendí la llamada telefónica al escuchar los gritos y eche a correr junto a los demás. Todos por una escalera del hospital.

Parte del muro principal del hospital era de vidrios y aluminio. Y de repente: los disparos. Los vidrios rotos. El ruido de los zapatos en las lozas. Las amenazas: “¡Se paran cabrones: ahora sí se los cargó la chingada!”.

Todos corrimos escalera arriba, dimos vuelta por un pasillo y atrás de nosotros venían pegados los pasos duros de los matones, ruidos de vidrios rotos y sillas y escritorios lanzados al suelo. Un grupo siguió por el pasillo y otro dio vuelta. Otros se metieron debajo de las camas o atrás del mobiliario. En total alrededor de 30 estudiantes.

El cuarto sin chapa

Un doctor nos señaló un cuarto como de tres por uno y medio metros: un cuarto de curaciones o bodega. Ahí entramos como una decena de estudiantes. Cerramos la puerta de inmediato.

Adentro nos dimos cuenta que la puerta no tenía chapa solo un hueco que esperaba su colocación. Estábamos adentro y ni modo de salirnos. Los balazos al interior del hospital se escuchaban cerca. Los gritos. Uno de ellos “¡ya le dieron a Juan! ¡Corre, lo mataron!”. Hubo golpes y gritos de dolor.

En ese cuarto y con esa puerta aguantamos la respiración. Alguien dijo “si nos encuentran aquí nos matan a todos”.

Los agresores corrían en el mismo piso. Disparaban. Éramos más de treinta estudiantes divididos en dos o más grupos. Hombres y mujeres. Algunas lloraban.

Alguien jaló de algún lado una pequeña tabla para tapar ese hoyo de la puerta. Tres o cuatro de nosotros recargamos piernas y pies sobre la tabla. “Aquí no entran”, dijimos. Nadie hacía un solo ruido. Las caras estaban pálidas. Sollozos apagados. Una mujer abría y cerraba los ojos. Solo eso.

Oímos como pasaba la caballada; gritos, groserías y amenazas, un disparo en la sala: “¡Se van a chingar!”, gritó uno de ellos. El tableteo de ametralladoras se oía a lo lejos, a lo cerca. Junto a nosotros. Palos contra los muros, contra el mobiliario. Los enfermos internados gritaban.

Nuestro escondite…

Pasada una eternidad y una vez que los agresores habían cruzado por ese pasillo y que no se escuchaban ruidos cercanos, salimos del cuarto ese y las enfermeras nos seguían orientando. Yo jale con unos cuates y chavas hacía una sala donde había enfermos en cama y otras camas vacías. ¡Que ingenuos! Con los nervios nos metimos hasta de dos en cada cama.

Nadie decía nada del absurdo e incluso las enfermeras ¡chiras las cabronas! nos daban batas y nos decían que nos quitáramos la ropa. En eso estábamos cuando oímos otra vez el tableteo de las ametralladoras ¡adentro del hospital! Los golpes a puertas, los pasos. En el piso de arriba, abajo.

Cuando esos tipos pasaron corriendo por los pasillos, dijimos “ya zafamos”. Y sí, los doctores fueron por nosotros a las camas a nuestros escondites y nos subieron a un segundo o tercer piso de ese hospital, donde estaba un aula grandota y nos dijeron “se tiran en el piso y no se muevan para nada”, ahí estuvimos un buen rato tirados debajo de las bancas con la luz apagada y escuchando en las calles y en la planta baja los disparos de las ametralladoras.

En esa sala estuvimos tirados en el suelo por lo menos un par de horas y a las nueve, diez u once de la noche unos médicos fueron por nosotros “¿saben? La cosa sigue dura allá afuera, si salen los matan: eso que ni que, así que mejor se van a quedar aquí hasta mañana ya veremos cómo amanece la situación”.

Nos bajaron y nos fueron pasando de dos en dos a unas camas que tenían vacías. Uno en cada cama.
A mí me dicen “llégale ahí” y me dan una bata. Me quito toda la ropa: pantalón, cinturón con hebilla del signo de peace and love y camisa y entonces pongo la ropa debajo del colchón. Me puse la bata y me acoste.

Más tarde llegaron los médicos “saben qué, los vamos a cambiar a otra sala, seguro que al rato vienen esos tipos” y que me llevan a otra cama, pero se me olvido llevarme mi ropa. Ahí la deje debajo del colchón.

A las tres o cuatro de la mañana los doctores nos despertaron y nos pidieron nuestros nombres. Nos dijeron que tan luego amaneciera íbamos a ir saliendo por parejas, pero sin libros ni cuadernos, ni nada.

La salida

A mí me tocó salir hasta las siete u ocho de la mañana. A esa hora mi nombre como desaparecido ya estaba en los periódicos. En Neza mi madre lo leyó en La Prensa.

A esa hora unas enfermeras fueron a nuestra cama por nosotros. Una de ellas me dijo “te vistes y vas a salir con otros en una ambulancia”, va, dije, pero en eso ¿mi ropa? Que voy por ella a la otra sala y en la cama donde la había puesto debajo del colchón, estaba acostado un policía, ¡chíngale!, dije ¿y ahora?

Así que la enfermera me dijo “ven, sígueme, camina como enfermo” y ahí voy con la cabeza casi agachada y una mano en el estómago, llegamos hasta donde estaba el jenízaro ese roncando como un cerdo, que le señalo a la enfermera y despacio va y alza el colchón “perdone” le dice al poli que apenas si abrió un ojo. Metí la mano y saque mi ropa y dimos la vuelta con el mismo caminar con que llegue hasta esa maldita cama.

Me llevaron a un cuarto de curaciones. Aquí me puse la ropa y encima la misma bata de enfermo. Una enfermera nos dio una charola con utensilios de curación a cada quien. Yo saldría con otro compañero.

Al salir del cuarto de curación nos topamos con dos policías de uniforme y tres tipos vestidos de civil: “¡estos cabrones son agentes”! pensé en ese momento, pero la enfermera que nos acompañaba nos agarró de la cabeza o cuello y nos condujo casi empujándonos “¡ahora ustedes van a ser mis ayudantes al fin que casi tienen un mes en el hospital y ya están sanos ¡¡así que caminen”, nos iba diciendo sonriendo y sonriéndoles más a los tiras.

Pasamos junto a ellos y bajamos la escalera con nuestras charolas y una risueña enfermera, quien nos condujo por un pasillo a la parte posterior del hospital. Allá atrás nos esperaba una ambulancia, entramos y arriba de ésta había otros estudiantes en cuclillas. Cerraron la puerta y la ambulancia partió. Íbamos como doce estudiantes.

A través del parabrisas vimos las calles, las mismas de un día anterior: su asfalto mojado, grupos de vecinos en los pórticos de sus casas; otros, asomando por la ventana y en varios puntos unos sujetos mal encarados “han de ser los agentes”. Hacían como que leían los periódicos.

La ambulancia nos dejo en una estación cercana del Metro. Ya no recuerdo cuál. Colegio militar, sí. Y aquí cada quien jaló para su casa, después de bajar uno a uno. En el Metro la gente iba leyendo los periódicos que hablaban de los sucesos.

Pero antes…

Antes de llegar al Rubén Leñero esa noche del 10 de junio de 1971 fue porque veníamos corriendo de las calles de San Cosme, Amado Nervo, Nogal, Avenida de los Maestros.

Cuando los golpeadores nos llegaron por Amado Nervo, corrimos y corrimos hacía San Cosme y ahí nos refugiamos en una vecindad, pero cuando los vecinos la vieron difícil nos dijeron “no, mejor ¿saben qué muchachos? Mejor lléguenle…” y sí le llegamos.

Cruzando calles veíamos a lo lejos como iban y venían unos tipos con varas largas en las manos, entonces de repente que se dejan ir sobre nosotros, íbamos un grupo como de veinte o cuarenta y a correr, pero de repente que se abre una puerta y que nos gritan “¡¡por aquí muchachos!!” y que nos metemos y que nos dan la orden “no hagan ruido y vayan allá atrás al patio”. Ahí estuvimos hasta que ya no oímos ruido alguno cerca.

¡Remátenlos!

Al día siguiente de los hechos un diario (El Excelsior) publicó que los estudiantes se refugiaron en el Cine Cosmos, en la Normal de Maestros y en el Hospital Rubén Leñero, entre otros. Y claro, en algunas casas que abrieron sus puertas. “Había la orden de sacarlos del Rubén Leñero” se leía en ese periódico.

Los golpeadores que después se conocerían como Los Halcones, llegaron al nosocomio para rematar y secuestrar a los estudiantes que ahí se encontraban. Esa era la intención. Entraron y subieron las escaleras con ametralladoras y palos en mano.

Lo que decía ese periódico era cierto y lo corrobora una declaración publicada el 24 de junio de 2011 (La Jornada). Declaración del que fuera director de Notimex en 1971, Enrique Herrera Burquetas.

La nota decía lo siguiente “recordó que el 11 de junio de 1971 recibió ocho llamadas del entonces presidente (Luis Echeverría Álvarez). “A las 7:30 me llamó, y dijo: ‘Vayan al Rubén Leñero –el hospital donde habían llegado los manifestantes heridos– y rematen a los estudiantes’”.

Una cronología localizada en internet afirma que fue a las 18: 48 cuando “cuatro transportes con Halcones se dirigen hacia el Hospital Rubén Leñero. Son recibidos a pedradas y se inicia un nuevo tiroteo”.

Sin ser precisos en los tiempos dicha cronología establece que a las 18: 50, es decir dos minutos después de su llegada y “después de sembrar el terror dentro de las instalaciones hospitalarias, los halcones se retiran del lugar”. No, no fueron dos minutos fue por lo menos una hora de terror al interior del Rubén Leñero. Y toda la noche de zozobra.

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