Un edificio con dos vidas (primera universidad y célebre cantina)

8 agosto, 2020

La Real y Pontificia Universidad de México fue el tercer centro educativo que se fundó en América. Con el tiempo, sus instalaciones no pudieron albergar a tanto estudioso. Cuando se mudó, parte del edificio se convirtió en una de las cantinas más legendarias del país

@ignaciodealba

La burocracia mexicana no tendría sustento si no fuera por sus universidades. Apenas empezada la Colonia fue necesaria una universidad que diera autonomía a sus órganos administrativos. Así, la gente no tendría que viajar a Europa para estudiar derecho civil (leyes), teología, medicina o arte.

Además, los recién llegados a la capital virreinal habían requerido durante años a la monarquía española “una universidad de estudio de toda ciencia, donde pudieran asistir los hijos de españoles y naturales, para que se pudieran ocupar en ejercicios virtuosos y no a la ociosidad”.

La cédula real de Felipe II, expedida el 21 de septiembre de 1551, autorizó a Luis de Velasco, segundo virrey de la Nueva España, fundar la primera universidad de la colonia. El papa Clemente VII también tuvo que dar su autorización para que en ese sitio se pudiera enseñar derecho canónico.

La Real y Pontificia Universidad de México fue la tercera universidad que se instaló en el continente americano. La primera se abrió sus puertas en Santo Domingo en 1538, cuando República Dominicana era el principal centro de actividades de la vida colonial en América. La segunda se instaló en Lima, Perú.

La universidad en México abrió en 1553. La lección inaugural fue dictada por Francisco Cervantes de Salazar; el discurso en latín quedó perdido para nosotros. Pero gracias al maestro se tienen algunas de las primeras descripciones de la ciudad colonial y de la propia universidad:

“¿Qué es aquella casa última junto a la plaza (Zócalo), adornada en ambos pisos por el lado del poniente, con tantas y tan grandes ventanas, y de las que oigo salir voces como de gentes que gritan?”, pregunta uno de los personajes de Cervantes de Salazar. El otro responde: “Es el santuario de Minerva, Apolo y las Musas: la escuela donde se instruyen en ciencias y virtudes los ingenios incultos de la juventud; los que gritan son los profesores”.

Después, en el diálogo vendrá una pregunta que sintetiza muy bien lo que se vivía en la Nueva España:

“¿En tierra donde la codicia impera queda algún lugar para la sabiduría?”

Hay que recordar que la universidad se inauguró apenas 30 años después de que los conquistadores europeos tomaran Tenochtitlán. Esta era una tierra de saqueo, en donde los nuevos habitantes estaban formados por las armas.

La universidad se construyó en lo que quedó del templo de Tezcatlipoca. Esta era una importante deidad mexica con el don de la ubicuidad, señor de la oscuridad y tan poderoso que podía penetrar en “los secretos de los hombres”. Además, tenía una dualidad que le daba la misma capacidad para dar riquezas o quitarlas.

Sobre el basamento de este templo se puso la universidad, en la esquina de las calles Moneda y Seminario, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Era necesario que los aspirantes a la universidad no tuvieran antecedentes en los tribunales de la Santa Inquisición, además de que no descendieran de mulatos o negros. También haber sido esclavo era un impedimento. Por el contrario, los indígenas sí podían entrar.

El financiamiento de la universidad fue provista por su patrono, el rey. Pero también se obtenían rentas a través del cobro de matrículas, arrendamientos de inmuebles pertenecientes a la universidad, algunos donativos y por las estancias de ganado.

La instauración de nuevas cátedras fue lenta. A pesar de eso, la cantidad de estudiantes sobrepasó las instalaciones del lugar y años después tuvo que mudarse.

En una parte del edificio se instaló, a mediados del siglo XIX, la cantina “El Nivel”, el primer establecimiento que tuvo permiso para vender alcohol en la capital del país.

El bar sirvió alcoholes y botanas durante 156 años. Se le consideraba la cantina más antigua del país. Burócratas de la zona centro de la ciudad acudían a la hora de la comida. Había quien después de unos digestivos mejor ya no regresaba a trabajar.

Entre sus clientes estuvieron casi todos los expresidentes del país, políticos, artistas y paseantes. El sitio estaba adornado con pinturas hechas por estudiantes de la Academia de San Carlos, casi todos con una fuerte tendencia al desnudo y al erotismo.

Con los años, el próspero negocio fue reduciendo el tamaño del local por pleitos de supuestos propietarios que pelaban los derechos sobre el inmueble.

En 2008, después de un largo litigio con la Universidad Nacional Autónoma de México, los propietarios tuvieron que cerrar el negocio. Actualmente, el edificio alberga uno de los museos más aburridos de toda la ciudad.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).