Trabajo en el campo y de cuidados: sus huellas en el cuerpo de las mujeres jornaleras

29 septiembre, 2023

Las mujeres jornaleras son mujeres que ante las múltiples violencias que viven no cuentan con una red de apoyo que las pueda acompañar y sostener en las decisiones que ellas quieran tomar. Mujeres cuyos cuerpos tienen la memoria de la violencia vivida que se manifiesta en dolores que no alcanzan a ser nombrados o diagnosticados por un sistema que deja de lado condiciones que les atraviesan de formas específicas

Por: Fabiola Hernández Hernández, Isabel Loza Vaqueiro y Florencia Martínez Sánchez.

En los pueblos y comunidades de la montaña de Guerrero habitan una diversidad de mujeres, algunas son madres, madres autónomas, mujeres solteras, viudas, algunas ya abuelas, mujeres para quienes la migración es parte de su historia familiar, que en la búsqueda de mejores oportunidades de vida y trabajo migran a otros estados del país para emplearse en diversos sectores como el trabajo doméstico y la agroindustria.

Desde el Centro de Desarrollo Indígena Loyola A.C. (CDIL) queremos con el presente artículo visibilizar y compartir desde la  experiencia de acompañar a las niñas, adolescentas y mujeres na’ savi (mixtecas) en su acceso al derecho a la salud: las dificultades que viven en un sistema que les discrimina y excluye. Buscamos compartir los testimonios de las mujeres que nos han compartido su vida. No buscamos suplantar sus voces y experiencias.

Las mujeres que llegan a León para la temporada del corte de chile se viven en diversos territorios desde sus comunidades de origen hasta los diferentes estados destino, pasan gran parte del año fuera de Guerrero y regresan para las celebraciones de sus pueblos y para reencontrarse con sus familiares. Hay también quienes  se asientan en estados como Jalisco o Sinaloa y regresan a sus pueblos con menor frecuencia.

Las mujeres que hemos acompañado en el CDIL vienen en su mayoría de comunidades del estado de Guerrero: Calpanapa y Joya Real, municipio de Cochoapa el Grande; Terrero Venado, municipio de Tlacoachistlahuaca; municipio de Ometepec; Chimaltepec, municipio de Alcozulaza de Guerrero; San Jerónimo de Juárez, cabecera del municipio de  Benito Juárez; Plan de Guadalupe, municipio de Atlamajalcingo Guerrero, etc. Migran a Río Verde en San Luis Potosí; Apatzingán y Yurécuaro en Michoacán; León, San Cristóbal, San Francisco del Rincón, Manuel Doblado, Dolores Hidalgo, Silao en Guanajuato; Cihuatlán, Autlán y Arandas en Jalisco; Tecomán en Colima; Cuauhtémoc y Jiménez  en Chihuahua; Fresnillo en Zacatecas, entre otros.

Las mujeres jornaleras, desde que son niñas y adolescentas, realizan actividades para el cuidado de sus hermanos, hermanas y otros miembros de su familia. Un día para ellas, puede comenzar cerca de las 4 a.m. acarreando el agua para la masa y echar tortilla, ayudar a sus mamás a hacer la comida para llevar al campo,  preparar la leche  y cambiar pañales. Otros cuidados que ellas hacen tienen que ver con el resguardo y cuidado de quienes son más pequeños/as, protegerse del sol, de las picaduras de insectos y de los camiones que transportan el chile, «los torton”. Las dinámicas en que las niñas se suman al trabajo remunerado y no remunerado del hogar y de cuidados varían, algunas comienzan a trabajar en el corte desde los 6 o 7 años, otras lo hacen a los 9 o 10 porque no hay otra hermana/o más joven que pueda asumir los cuidados de los demás. Para otras niñas, realizar ambos trabajos, se vuelven tareas simultáneas, que continúan y se van transformando a lo largo de su vida.

Ambos trabajos desgastan paulatinamente a las mujeres, provocan dolores y cambios en sus cuerpos. Se vuelve un entramado de causas y condiciones asociadas a la precarización laboral, a la migración y a la invisibilización por ser mujeres de un pueblo originario. Se trata de las pocas horas de descanso por la doble jornada, del trabajo físico intenso bajo el sol, de estar agachadas  cortando en el surco, de cargar arpillas de 25 a 30 kilos hacia los torton. En cuanto a las condiciones de higiene y seguridad en los campos agrícolas no hay infraestructura que les permita cubrir necesidades específicas en tanto a  su salud sexual como lavarse al cambiar su toalla cuando menstrúan o descansar si tienen cólicos. Otras afectaciones a la salud de las mujeres son las alergias en ojos y piel e intoxicaciones, que están relacionadas con la exposición prolongada a los agrotóxicos que se aplican en las plantas y se dispersan por el aire cuando se encuentran cortando, comiendo o amamantando.

Desde 2017 a la fecha realizamos en algunos campos agrícolas de León las mediciones antropométricas y el seguimiento al estado nutricio de algunas niñeces. Hemos acompañado a niñas en situación de desnutrición severa, que requieren alimentación específica para que su cuerpo tenga los micronutrientes que requiere para su crecimiento y salud. Podemos decir que las niñas que presentan un estado nutricio con  algún grado de desnutrición y menor acceso a alimentos, genera deterioros en su crecimiento y salud, mismo que no termina ahí, ya que algunas de ellas se convierten en mamás a partir de los 14 años de edad, lo que significa que su cuerpo continúa sin tener los nutrientes que necesita para ella y para el desarrollo del feto.

Las mujeres que hemos acompañado, son mujeres que han fallecido por muertes maternas, porque no hubo un seguimiento prenatal oportuno, porque al ser mujeres migrantes y sin contrato laboral no cuentan con seguridad social, con documentos con los que puedan acceder a atención médica a tiempo. Mujeres que ante una enfermedad o accidente se les pide que para tener sus estudios médicos accedan a ellos a través de una solicitud de información en la plataforma de transparencia. Mujeres que no sabían que tenían métodos anticonceptivos o que acudieron a los hospitales comunitarios o centros de salud para pedir que se los retiraran y no las escucharon.

Mujeres que ante las múltiples violencias que viven no cuentan con una red de apoyo que las pueda acompañar y sostener en las decisiones que ellas quieran tomar. Mujeres cuyos cuerpos tienen la memoria de la violencia vivida que se manifiesta en dolores que no alcanzan a ser nombrados o diagnosticados por un sistema que deja de lado condiciones que les atraviesan de formas específicas: monolingües, pertenecientes a un pueblo originario, con poco o nulo acceso a dinero, a un medio de transporte, sin documentos oficiales que les identifiquen y muchas veces sin  un medio de comunicación propio y espacios seguros entre ellas para hablar de sus dolores y necesidades.

Resaltamos la importancia de asumir las responsabilidades diferenciadas que como sociedad tenemos en tanto sostener y reproducir las desigualdades que viven las personas de los pueblos originarios, especialmente las niñas, adolescentas y mujeres. Por último,  consideramos que es necesario generar las condiciones que garanticen el acceso a la salud, respetando los protocolos de atención enfocados en la atención a personas jornaleras que existen en estados como Guanajuato, que éstos sean elaborados y puestos en práctica desde los enfoques de género e interculturalidad, así como propiciar acciones coordinadas entre los estados donde la agroindustria requiere la presencia de personas jornaleras agrícolas indígenas y aquellos en donde las mujeres y sus familias deciden establecerse.

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