Rosa María Bello: pedir auxilio y que nadie te ayude

27 agosto, 2023

Un feminicidio que podría haberse resuelto de forma expedita, pero mediante largas y «errores» de la fiscalía, ahora se encuentra en el limbo.

Lydiette Carrión

La mañana del 11 de junio de 2022, Rosa María Bello se preparó para salir a una cita médica; le realizarían una resonancia magnética en una rodilla. Siendo una profesionista que vivía sola desde toda la vida, se preparó algo muy sencillo de comer: De eso hay evidencia en la única taza de café a medio tomar,  y en  un solo plato sobre el que quizá comió una tostada. Durmió sola también: la cama estaba destendida por un solo lado, en el que ella siempre dormía. El uber llegó. La llevaría desde su departamento, en un edificio de interés social en la alcaldía Azcapotzalco, hasta el médico. Su hermano, sus familiares, creen que ella abrió la puerta de su casa para bajar y tomar el auto, y ahí fue atacada.

Es la única explicación que encuentran.

El chofer del uber le marcó dos veces para preguntar por qué no bajaba. De eso quedó registro en la plataforma  Como nadie contestó, él se fue y canceló el viaje. Rosa María no llegó al médico y por la tarde faltó a una reunión con amigas muy queridas. No les contestó y tampoco a su madre, algo inusual, porque nunca tardaba en reportarse cuando tenía mensajes o llamadas perdidas. Ya cuando caía la tarde su madre decidió ir directamente a la casa.

Encontró el edificio en calma, la puerta del departamento cerrada sin evidencia de que hubiera sido forzada. Adentro, sin embargo, su hija estaba tendida en el suelo, sin vida. Rosa María fue golpeada brutalmente en el rostro, el cuero cabelludo de la nuca parcialmente arrancado. Por eso el cuerpo descansaba en un charco de sangre de no más de 30 centímetros de diámetro. Pero lo que la mató, según la autopsia, fue la asfixia: un torniquete aplicado al cuello, unas marcas en el omóplato.

Paradójicamente, fuera de un perchero derribado, el resto de la casa estaba en orden. Incluso, el celular, los lentes (que Rosa nunca se quitaba porque sin ellos no veía nada) y su bolsa estaban cuidadosamente colocados sobre un sofá cerca de la entrada; como si alguien se hubiera tomado la molestia de acomodarlos tras la violencia ejercida. Una sola huella de zapato en el charco de sangre, pero nada más. Alguien debió sacarse los zapatos, porque no hay mayor rastro de los hechos. 

Llegaron los hermanos de Rosa María Bello y llamaron al 911, las autoridades les colgaron varias veces sin enviar ayuda. Mientras lograban conseguir que alguna autoridad viniera, llamaron puerta por puerta a los vecinos. En varios departamentos confirmaron que por la mañana, entre las 7 y las 8 de la mañana escucharon gritos, golpes, una mujer que gritaba pidiendo ayuda: “¡Auxilio, me quieren matar!”, pero ningún vecino se prestó a auxiliarla, o a llamar a seguridad, porque, alegaron, en el edificio eran frecuentes casos de violencia familiar, así que nadie consideró necesario acudir a la llamada de auxilio. 

Probablemente los hermanos  de Rosa María, se tragaron la impotencia y el horror de saber que su hermana pidió ayuda, gritó que la mataban, y que nadie consideró necesario meterse, que algo se ha roto en muchos de nosotros y vivimos insensibles a lo que ocurre alrededor, que alguien puede ser torturado y asesinado y nadie detendrá la inercia de seguir en lo suyo.

Lo cierto es que en todos los apartamentos abrieron y prestaron su testimonio, excepto en uno: el que se encontraba  justo al frente de la puerta de Rosa María. Ahí, Juan Bello, el hermano de Rosa  golpeó la puerta en varias ocasiones, pero nadie contestó. Alguien le dijo que ahí no vivía nadie, así que desistió de seguir llamando a aquella puerta.

Juan pasó la noche de aquel sábado y todo el domingo en el departamento de su hermana. Revisó en compañía de los guardias los videos de las cámaras de vigilancia a la entrada del edificio. Vio obsesivamente quién entraba y quién salía desde las 8 de la noche del viernes 10, hasta entrada la mañana del sábado 11. Eran dos entradas en el edificio: una se cerraba desde las 11 de la noche. La otra tuvo accesos esporádicos a lo largo de  la noche. Rosa no bajó a abrir a nadie. En ningún momento entró nadie ajeno al edificio. Es decir, quien quiera que mató a Rosa María vivía ahí. Pero, más adelante, las autoridades de la Fiscalía contra feminicidios cometieron “un error” (Juan ahora cree que alguien sobornó a algún servidor público): sólo fueron procesadas y tomadas como evidencia las cámaras de una entrada, aquella que menos información contenían. De esa forma, no fue posible  establecer que el sospechoso necesariamente estaba en el edificio desde horas antes del asesinato, y que Rosa no hizo entrar a nadie.  

Pero ese fiasco vendría después. Por lo pronto, durante las primeras horas, Juan Bello lo pasó en el departamento, hablando con vecinos y viendo las cámaras.  En algún momento del segundo día salió a comer. Él cree que fue ahí cuando el hombre que habitaba el departamento de enfrente, ese que jamás le abrió la puerta del domicilio,  se fue con rumbo a Tamaulipas, donde vivió anteriormente. 

Poco después, uno de los veladores del edificio le dijo algo así como: “oiga, ya me acordé, enfrenté de su hermana  sí vivía alguien. Es un hombre que lleva poco tiempo aquí, sólo unos meses. Ya iba a dejar el departamento, que era de su papá y ya lo vendió”. 

Fue por eso que la familia solicitó a las autoridades que investigaran; así que el martes siguiente (14 de junio de 2022), las autoridades efectuaron un cateo. No informaron a la familia, y los reportes en la carpeta son escuetos, pero lo que supieron los familiares es que los peritos rociaron con luminol en algunos lugares, y en la estancia encontraron un charco de sangre de 1 metro por 80 centímetros de diámetro. Alguien había limpiado; la sangre no se veía a simple vista; los peritos lo encontraron con luminol, al igual que la sangre de la cocina y la pared del lavabo. 

El comandante a cargo, recuerda Juan Bello, pensó que el caso sería fácil: que una vez que analizaran las muestras de sangre en el departamento del sospechoso, establecerían que se trataba de la  sangre de Rosa María Bello. Pero no fue así.

De acuerdo a los peritajes de la ciudad de México, en más de un 97 % la sangre era de un ADN masculino, y sólo había algunas trazas de sangre femenina. Posteriormente, y a instancias de la familia, la Guardia Nacional analizó otra muestra, y concluyó que era era sangre completamente masculina. 

Entonces el dueño del departamento, y padre del sospechoso, se apersonó a declarar en compañía de un abogado. Aseguró que estuvo en el departamento el domingo después del asesinato (luego se enterarían de que estuvo en el edificio también el sábado), dijo que había vendido ya su departamento, que su hijo era desempleado y adicto a la cocaína, que por eso le sangraba tanto la nariz.  Pero que era inocente. 

Una semana después, una nueva dueña llegó al departamento del charco de sangre. Las autoridades no aseguraron el lugar para hacer más investigaciones. Otra probable fuente de indicios que perdieron. 

Opacidad

De las  inconsistencias, de las diligencias inconclusas,  los hermanos de Rosa  María se enteraron poco a poco. Durante los primeros tres meses no tuvieron acceso a la carpeta de investigación, aunque tenían derecho. 

Y en cascada llegaron otras irregularidades. Uno de los comandantes escribió mal en tres ocasiones, y en el mismo documento, el nombre del sospechoso de la familia. 

Además, las autoridades se tardaron más de seis meses en establecer que las tarjetas de Rosa María estaban intactas, que el móvil no fue el robo. Que nadie tocó ninguna pertenencia. Que en el departamento no faltó nada, excepto, eso sí, el cable de la computadora nueva que se acababa de comprar. 

Recientemente, y más de un año después del feminicidio,  la familia solicitó hacer análisis a la sudadera que Rosa María llevaba aquel día. Las autoridades encontraron  saliva en la parte trasera de la sudadera, pero ésta resultó insuficiente para determinar un perfil genético. “Y ahora tenemos que solicitar a la guardia nacional para ver si ellos pueden con esa muestra, determinar algo”. 

El caso de Rosa María puede estar vinculado a personas de alta peligrosidad. Su  familia teme por su propia integridad, pero quieren que se haga justicia.  

Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).