Los niños migrantes como campo de batalla

3 agosto, 2019

Pertenencias de miles de migrantes centroamericanos, juguetes de los niños que marchan rumbo a EU. Carpas dispuestas para atender a miles de migrantes en las instalaciones del estadio “el Palillo” en la ciudad de México.

Colectiva Infancia es un grupo de académicas y artistas que cuestionan la mirada paternalista y criminalizante que gobiernos y sociedad civil tienen sobre la infancia migrante. Sobre los cuerpos de los niños y las niñas, advierten, se disputa una guerra

Texto: Daniela Rea

Fotos: Duilio Rodríguez

CIUDAD DE MÉXICO.- Hace cuatro años antropólogas, sociólogas y artistas de América Latina se reunieron para conformar la #ColectivaInfancia y narrar historias de niñas y niños migrantes en la región. En la coyuntura migratoria, encontraron que alrededor de la infancia se crean narrativas basadas en prejuicios raciales, de clase, en discursos de odio, los cuales criminalizan, victimizan o clientelizan a los niños y niñas, y borran cualquier indicio de decisión y de dignidad en sus vidas y recorridos.

“Las narrativas que criminalizan y victimizan tienen un trasfondo de reducir el espectro con el cual se puede pensar a los niños migrantes, reconocerlos como personas, actores sociales, agentes sociales que son indispensables para entender el panorama migratorio y social del mundo. Pensarlos como criminales o víctimas es pensar en los dos extremos de un espectro y es reducir e invisibilizar una complejidad de la vida de ellos y sus familias”, dice Valentina Glockner, antropóloga del Colegio de Sonora, una de las integrantes de la Colectiva.

La Colectiva Infancia se ha propuesto combatir los discursos que piensan a la infancia migrante como criminales que quieren llegar a un país huyendo de otro por ser responsables de las condiciones que los expulsan, o aquellos que los piensan como meras vícitimas pasivas que huyen sin tomar decisiones.

“Los niños, los cuerpos de los niños, sus subjetividades e identidades, son el campo de batalla que se ha elegido por un régimen de ultraderecha, de supremacía racial, para restaurar, reclamar las fronteras nacionales y sobre todo castigar a poblaciones migrantes que están huyendo de condiciones que escapan de sus posibilidades, pero frente a las cuales no son pasivas.

“Los cuerpos de los niños se han vuelto una forma de castigar a familias, a poblaciones enteras que se rebelan contra condiciones estructurales de opresión, desigualdad, pobreza, que ya no están dispuestas a aceptar. Un régimen que es una forma de traumatizar a poblaciones que se atreven a buscar salidas, rebelarse y con su desplazamiento y migración le reclaman a los Estados-nación de la región, a los sistemas económicos de despojo, al status quo, les reclaman y les echan en cara la insostenibilidad de la desigualdad histórica”, agrega Valentina.

Para la Colectiva Infancia, desde la óptica estatal y social los niños “no son sujetos de derechos, sino objetos de intervención estatal y social en el marco de la geopolítica actual”, por lo que con su trabajo quieren “mostrar las narrativas propias de los niños, sus biografías y los procesos de memoria colectiva que ellos detonan. Ser niño también tiene que ver con un proceso, más que una etapa. Ser niños se ve como una transición, una etapa. Los niños migrantes reinventan, a través de la migración, formas de existir, imaginar y crear, crecer, ser. Queremos mostrar que son capaces de contar sus propias historias”.

Con su trabajo, la Colectiva Infancia quiere hablar de las estructuras que hay detrás de la migración y generar contra narrativas a esos discursos que criminalizan, victimizan o clientelizan a los niños y a sus familias.

“Cada práctica de muerte tiene una práctica de vida, que es muy difícil de interpretar con la mirada que hay a la migración porque es dicotómica, o se es víctima o se es criminal. Y últimamente, la mirada que ve a los migrantes como clientes para toda una industria de la caridad”, señala Amarela Varela, socióloga que acompaña a la Colectiva.

“Queremos mostrar el uso político de lo humanitario”, agrega Nohora Niño, que ha revisado cómo en el pasado Venezuela fue generosa con los colombianos desplazados de manera forzada por el conflicto y ahora los venezolanos buscan refugio en Colombia por la situación económica.

Desde la experiencia de acompañar a niños y niñas migrantes a lo largo del continente, las integrantes de la Colectiva Infancia señalan que estos discursos alrededor de la infancia que migra tiene consecuencias riesgosas porque la discusión se reduce a “quién merece y quién no merece refugio y eso es peligroso porque mirar a los niños como víctimas requiere pensar en quiénes son víctimas merecedoras y quiénes no”.

Las integrantes de la Colectiva Infancia son:

Migrantes en el estadio “Palillo” de la Ciudad de México, donde fueron recibidos durante la caravana que cruzó el país. Foto: Duilio Rodríguez / Archivo

Elisa Colares, de la Universidade de Brasília quien trabaja con niños no acompañados, acompañados y separados en Matamoros y Hermosillo; Gabrielle Oliveira, antropóloga del Boston College, sigue la ruta de los niños y niñas que salen de Brasil hasta llegar a la frontera norte de México; Ana Luz Minera Castillo acompaña a los niños centroamericanos en su cruce por México; Valentina Glockner inició su trabajo en el 2005 acompañando a niños migrantes de Guerrero internos que crecieron y se convirtieron en migrantes internacionales a Estados Unidos;  Nohora Niño Vega, del Colegio de Sonora, analiza la migración entre Colombia y Venezuela, desde el ángulo del desplazamiento forzado; Soledad Álvarez Velasco, que trabaja con niños y niñas ecuatorianos que transitan desde su país hasta Nueva York, y en ese trayecto revisa qué efecto tiene ese tránsito, la desaparición de infantes en el camino, las abuelas cuidadoras y cómo la memoria de la ausencia de quien migró es un espacio de politización en el presente; Cinthya Santos registra la vida de familias que viven y niños que crecen dentro de los templos Santuarios en Estados Unidos y analiza cómo los niños con nacionalidad se convierten en los voceros y representantes de sus padres que no cuentan con documentos; Sarah Gallo, de Ohio State University, trabaja desde hace más de una década con los estudiantes latinos en las escuelas de Estados Unidos y actualmente desarrolla un proyecto sobre los niños y jóvenes, ciudadanos americanos, que se han visto forzados a regresar a México por distintos motivos y ahora están intentando adaptarse a las escuelas Mexicanas; y Amarela Varela, de la UACM, que ha trabajado durante los últimos años el éxodo Centroamericano y ha acompañado a las caravanas de madres que buscan a sus hijos migrantes desaparecidos.

“Lo que podemos pensar sólo se logra colectivamente. La única manera de pensar es escuchando al otro”, dice Soledad y es por eso que todas ellas, agrietando las fronteras, se convocaron.

El trabajo de Colectiva infancias puede consultarse en el siguiente enlace: https://colectivainfancias.com/

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Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.

Editor y fotógrafo documental, retrato, multimedia y vídeo. Dos veces ganador del Premio Nacional de Fotografía Rostros de la Discriminación.

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