Lactancia chatarra

29 mayo, 2020

Este viernes, en la #telenoveladelas7, el subsecretario de Salud Hugo López-Gatell habló sobre un tema poco tratado desde la escena pública: México es el país con peores índices de lactancia materna en América Latina. ¿Hasta dónde influye esto en nuestra contra frente al coronavirus?

Twitter: @lydicar

El tema salió porque una reportera preguntó si el coronavirus se podía transmitir vía leche materna. No hay evidencia, contestó López-Gatell. Sin embargo, dijo se ha notado un impulso publicitario al uso de fórmulas para lactantes, lo cual es contrario a convenios firmados. López-Gatell criticó las prácticas poco éticas que tienen las empresas que comercializan fórmulas. Y señaló que, al igual que con la comida chatarra, la falta de lactancia materna ha sido un obstáculo de la salud pública. 

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Cuando mi hijo nació, tenía yo miedo de no poder amamantarlo, ya que muchas amigas me dijeron que “no tuvieron leche”. Lo comenté con mi ginecólogo y me dijo que la inmensa absoluta mayoría de las mujeres tienen leche. Son en realidad pocos y raros los casos en los que una mujer no logra amamantar por razones biológicas. Pero a diferencia de algunas cosas instintivas, amamantar requiere aprendizaje, y esta enseñanza se perdió debido a la incursión masiva de la fórmula para lactantes. 

Yo misma (nacida de madre setentera) soy hija de la leche en polvo. 

Como buena reportera obsesiva, poco antes y después de que nació mi hijo me devoré todo artículo, libro, informe y reportaje sobre lactancia materna. Fui con una asesora de lactancia. Me volví fan from hell del pediatra Carlos González –autor de “Un regalo para toda la vida”, que recomiendo ampliamente), e incluso le escribí a su correo para resolver dudas (y me respondió).

Así supe que la lactancia materna protege a los niños contra enfermedades gastrointestinales e infecciosas, contra la leucemia infantil y que los niños amamantados no suelen sufrir otitis. Además, la lactancia materna es el principal factor de protección contra la obesidad y la diabetes en la edad adulta. 

Pero conocí otros datos interesantes, menos conocidos: la flora intestinal de bebés amamantados es sustancialmente distinta a la de los bebés de fórmula. La flora intestinal adecuada no sólo protege contra infecciones, sino que influye decisivamente en el peso corporal, los estados anímicos y la salud mental –se sabe que hay una red neuronal vinculada a los intestinos– presentes y futuros. Los niños amamantados tienen índices de IQ más altos a lo largo de la vida, y por el vínculo emocional suelen tener mejor apego a la escuela.

La lactancia materna no sólo favorece a un bebé en la infancia, lo protege toda la vida. Y, ojo, no es que “sea lo mejor”. Es que el bebé humano está hecho para alimentarse así. La leche de fórmula es un sustituto –válido– cuando no es posible lo anterior.

Me clavé, insisto, obsesivamente. Así supe también que el vínculo afectivo entre madre e hij@, si bien tiene una base bioquímica para el bebé (por medio del olor de los pechos de la madre), en la madre se activa con la lactancia. Que la lactancia materna fortalece un vínculo duradero. Que las madres que tuvieron tiempo y espacio para amamantar y dormir con su bebé, con calma, presentan bastantes menores posibilidades de maltratar a sus hijos (El maltrato infantil  también tienen una base psicosocial y biológica). También, que dar el pecho era una protección contra la depresión postparto; y contra el cáncer de mama, de ovarios y la osteoporosis. 

Pero de nuevo, al igual que con el bebé, no es que amamantar sea lo mejor para la madre, sino que biológicamente, las mujeres que acaban de parir están hormonalmente en ese canal. Por eso acurrucarse junto a los críos y amamantar y dormitar, y flotar en esa nube de oxitocina encerraditos en el nido, mientras el mundo gira afuera, es tan profundo, transformador. 

Hasta la grasa que las mujeres acumulamos en el embarazo está para eso, para que tengamos reservas energéticas para amamantar con calma y no salir corriendo a los 45 días a perseguir la chuleta.

López-Gatell pone el dedo en el tema de las empresas. Al igual que con la comida chatarra hay intereses económicos privados que empujan a la población de este país a que se envenene (y desde algunos hospitales privados, de hecho). Pero hay otro factor que el médico no mencionó: las políticas laborales y productivas.

En el mismo mar del maternaje, pero no en el mismo barco

Recuerdo cuando mi hijo tenía dos meses de nacido. Semanalmente, yo daba una clase y escribía  dos colaboraciones. Estaba agotada. Pero podía hacer casi todo desde casa. Una tarde, agotada y solitaria (el maternaje puede ser muy solitario en este modelo de producción económica) amarré a mi bebé al pecho y salí por un café al lugar adonde siempre iba. La barista que nos atendía siempre nos chuleó y me dijo que también había sido madre. Resulta que su bebé era una semana más grande que el mío. Pero, ella no tenía más que el permiso laboral. A los 45 días debió dejarlo en guardería. Su horario laboral era de ocho horas, más dos horas de camino a casa. A los 45 días, esa joven madre  permanecía 10 horas diarias lejos de su pequeño. Y lo sufría muchísimo, pero repetía: está bien. Los hijos de guardería son más independientes.

Si a los 45 días de haber parido, una madre debe regresar a trabajar ocho horas diarias, esto implica no sólo extraerse leche durante la hora de comida o lactancia. Sino trabajar después de mal dormir, con el cuerpo descontrolado hormonalmente. La lactancia requiere de permisos de maternidad más largos y de políticas públicas.

Además, ese desapego promovido por políticas públicas e intereses económicos, también tiene impactos duraderos en la salud mental de los bebés. Aquellos que no logran un apego seguro y genuino con cuidador principal –sea la madre, el padre, ambos, o los abuelos, aquellos que lo cuidarán toda su infancia– también muestran más dificultades emocionales a lo largo de toda la vida. Algunas de estas dificultades puede ser la empatía. 

Por cierto, que en México se encuentran los más altos índices de maltrato infantil. Me pregunto, desde una visión sistémica, en cuánto habrán colaborado esas terribles políticas públicas de maternidad. Y cómo ese maltrato y abuso infantil luego se transformará en mayor violencia entre jóvenes.

Criamos hijos, ¿para qué?

A todo esto lo atraviesa el género: en esta sociedad, el maternar no es considerado un trabajo, por ende no tiene valor. Y una dosis profunda de misoginia: a las madres se les abandona socialmente, económicamente, e incluso, física y emocionalmente. ¿Hasta qué punto es esto inocente? Bajo esos términos de reproducción de la vida solo es posible generar madres frustradas, agotadas todo el tiempo, y sin herramientas para maternar adecuadamente. Por el otro lado, los hijos tampoco tendrán herramientas;  carne de cañón para esos trabajos precarios o la delincuencia organizada que devoran a los jóvenes mexicanos. 

En los países nórdicos –estas naciones que nos encanta citar– las licencias por maternidad son bastante extensas: alrededor de un año y medio para cada padre y madre. Cada uno de ellos puede dedicar todo ese tiempo a los hijos, con un sueldo reducido, pero suficiente para cubrir las necesidades. Esta política no es un privilegio, sino una puesta de prevención de la salud física (obesidad, diabetes y largos etcéteras), prevención de la violencia (maltrato infantil, violencia familiar, salud mental en la etapa adulta). 

Finalmente todo se reduce a qué tipo de población se está apostando desde los lugares de toma de decisión: una población explotada hasta el cansancio, agotada, sin poder ni levantar la cabeza, y por ende violenta y enferma, o una población saludable, vivaz, y por ello exigente, proactiva, organizada…    

Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).