Hipocresías en la crisis del fentanilo de Estados Unidos

14 marzo, 2024

La esperanza de vida en Estados Unidos bajó por el consumo de fentanilo. Los responsables de esta crisis humanitaria están en casa

Por Alberto Nájar / X: @anajarnajar

El dato explica la emergencia y las presiones a México:

Las muertes por sobredosis de fentanilo provocaron, entre otros elementos, que la esperanza de vida de Estados Unidos registre la mayor caída desde 1993.

En ese entonces el país padecía una epidemia de contagios del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA), para el que en esa época prácticamente no había medicamentos para controlarlo.

La menor esperanza de vida se revirtió en las décadas siguientes. Pero en 2020, durante la etapa más intensa de la pandemia de covid-19, los avances se revirtieron.

De acuerdo con el Centro Nacional de Estadísticas de Salud de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés), en promedio los estadounidenses viven 76.4 años.

La cifra es 2.4 años menor a la de 2019, antes de la pandemia. Un número extraordinario: en Estados Unidos las reducciones en la esperanza de vida que se han presentado habían sido de 0.2 años.

Hoy el cambio es notable y se debe a las muertes por sobredosis, que el año pasado fueron más de 109 mil. De éstas, 74 mil se debieron al consumo de fentanilo.

La cifra alarma a las autoridades. Datos del Departamento de Defensa señalan que en Vietnam, Afganistán e Irak murieron 60 mil soldados.

Es decir, sólo en 2023 murieron más personas por sobredosis de fentanilo que en las últimas tres guerras que ha peleado Estados Unidos.

Así, la reducción en la esperanza de vida es el dato más reciente para ilustrar el tamaño de la emergencia por adicciones que sufre ese país.

También explica las presiones de la Casa Blanca y sus agencias de seguridad hacia México, al que públicamente acusan de ser el principal proveedor de fentanilo y otros opioides para el mercado estadounidense.

Pero no las justifican. Como en muchos otros temas, Estados Unidos culpa a otros de un problema suyo. Van dos ejemplos.

Durante la II Guerra Mundial, el entonces presidente Franklin Delano Roosevelt acordó con el mandatario mexicano Manuel Ávila Camacho la promoción del cultivo de amapola en la región montañosa entre Sinaloa, Durango y Chihuahua, que desde entonces se conoce como el Triángulo Dorado.

El objetivo fue garantizar morfina para las tropas estadounidenses, ante el cierre del mercado donde se abastecían, los países de Oriente Medio.

Oficialmente el acuerdo concluyó al terminar el conflicto armado, pero en los hechos la producción de opio y heroína se mantuvo durante las guerras de Corea y Vietnam.

Los conflictos que causaron los veteranos de guerra al volver a su país, y el crecimiento en el índice de adicciones prendieron alertas en la Casa Blanca.

En junio de 1971 el entonces presidente Richard Nixon emprendió una operación especial contra el consumo y tráfico de drogas.

La estrategia fue anunciada en un discurso del mandatario en la Casa Blanca. El presidente dijo que Estados Unidos emprendía “una guerra contra las drogas”, que originalmente tendría un presupuesto de mil millones de dólares para ganarse.

Dos años después fue claro que la batalla estaba perdida, pero en lugar de cambiar de estrategia, Nixon dijo que otros países como México envenenaban a los jóvenes estadounidenses.

La presión política derivó en la Operación Cóndor, una operación militar en el Triángulo Dorado para supuestamente erradicar los cultivos de amapola.

Fue un montaje. La producción de heroína y goma de opio se mantuvo sin variaciones, pero la persecución legal generó enormes ganancias para las bandas que controlaban el territorio.

El otro ejemplo es el OxyContin, un medicamento para el dolor a base de opioides y casi tres veces más fuerte que la morfina.

Se trata de un analgésico elaborado a partir de la tebaína, sustancia presente en el opio y la heroína. Tiene una alta capacidad para neutralizar casi todo tipo de dolores, pero también es peligrosamente adictivo.

El OxyContin salió al mercado en 1995 y en poco tiempo se convirtió en uno de los productos más comercializados en Estados Unidos.

La razón: una agresiva campaña de publicidad y mercadeo por parte de la empresa fabricante, Purdue Pharma propiedad de una de las familias más adineradas de Estados Unidos, los Sackler.

La estrategia de marketing incluyó no sólo saturar los medios de comunicación con mensajes sobre las bondades milagrosas del analgésico, sino también una sofisticada estrategia para sobornar médicos en casi todos los condados estadounidenses.

Los promotores de Purdue Pharma ofrecían jugosas comisiones por cada prescripción del OxyContin, organizaban viajes, seminarios o estudios para los doctores a quienes también solían financiar vacaciones con toda su familia.

En poco tiempo los médicos empezaron a recetar el medicamento prácticamente sin motivo alguno, sólo para ganar los premios y comisiones.

El resultado fue la multiplicación de las ventas del analgésico, y con ello la fortuna de los Sackler. Pero al mismo tiempo aumentó la cantidad de pacientes con adicción a los opioides.

Éstos son los orígenes de la actual crisis de consumo de estas sustancias en Estados Unidos, según dijo a la BBC Brandon Marshall, profesor de epidemiología de la Universidad de Brown, Rhode Island.

El explosivo crecimiento del fentanilo entre los enfermos adictos, es una de las consecuencias de la ambición empresarial de Purdue Pharma y otras farmacéuticas estadounidenses.

Los Sackler han enfrentado miles de demandas promovidas por familiares de sus víctimas. Pero los jueces fueron benévolos con esa familia:

Las indemnizaciones que debieron cubrir ascienden a 870 millones de dólares en total. Las ganancias que obtuvieron con el OxyContin superan los cinco mil millones de dólares.

La familia no perdió sus negocios ni mucho menos el prestigio. Como otros empresarios con fortunas creadas a partir de delitos, los Sackler financian museos, universidades, laboratorios, investigaciones científicas y galerías de arte.

Se les conoce más por su presunta filantropía que por su responsabilidad en el desastre humanitario por la adicción a los opioides y fentanilo.

Difícilmente rendirán cuentas. Los políticos estadounidenses prefieren desviar la mirada y culpar a otros de su tragedia.

El manto de hipocresía que cubre a Estados Unidos cubre bien a las élites políticas y empresariales. Nada más, porque el resto no importa.

La mayor parte de quienes mueren por sobredosis son pobres. Ellos representan la caída en la esperanza de vida.

Los ricos y poderosos, en cambio, vivirán muchos años.

Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.