«El Che fue ejecutado porque Barrientos no sabía qué hacer con él»

1 julio, 2023

El general Gary Prado, el hombre que detuvo al Che Guevara, murió el pasado 6 de mayo a los 85 años. Seis meses antes, el fotoperiodista mexicano Pedro Anza lo entrevistó en su casa de Bolivia. En la entrevista, inédita hasta ahora, habla del comunismo, de las decisiones políticas, y de su encuentro con Fidel Castro, en Monterrey, durante el gobierno de Vicente Fox

Texto y foto: Pedro Valtierra Anza

BOLIVIA.- La puerta de la casa apenas se abre. Hace calor en Santa Cruz de la Sierra. Yo permanezco tras la reja de entrada a una considerable distancia de la puerta. Una silueta se asoma, me mira detenidamente y con un movimiento de cabeza parece preguntar quién soy y qué busco. Le digo casi gritando que vengo a entrevistar a Gary Prado, que hablé ya con su hijo y que el general me espera. Tiene un par de semanas que grupos de oposición al gobierno de Luis Arce han convocado en Santa Cruz de la Sierra a un paro. La respuesta de algunos sectores del campesinado simpatizantes con el gobierno en turno ha sido el bloqueo de las vías de acceso a la ciudad. El concurso de ambos esfuerzos, el de los opositores al gobierno y el de su militancia, ha resultado en un clima de desabasto, tensión y esporádicos brotes de conflicto. En algunas avenidas hay bulla y discusiones, pero en este apacible vecindario, afuera de la casa del general, las calles están absortas en su propio silencio, nadie las transita. Sin decir nada, el joven vuelve a cerrar la puerta y después de un minuto sale de la casa, atraviesa el jardín y abre la reja. Me invita a pasar con un gesto. Los techos de la casa son altos, y aunque su decoración evidencia refinada urbanidad y mundo, el lugar mantiene un aire rústico. Hago un comentario del techo y su altura, el joven rompe su mutismo con un monosílabo. Lo sigo por el pasillo que desemboca en un patio rectangular con árboles frutales, nos detenemos frente a una puerta. “¡Que pase!” se escucha desde el interior del cuarto la voz del general. Adentro, al centro de su oficina, sentado en el escritorio y con 83 años en el lomo, está Gary Prado, el general boliviano que pasó a las páginas de la historia por haber capturado al legendario guerrillero Ernesto Guevara, El Ché. Nos saludamos. Enmarcando el espacio, cuelgan airosas de las paredes condecoraciones, medallas y fotografías en blanco y negro. El general examina mis gestos y movimientos con sutileza desde su silla de ruedas al tiempo que paseo la mirada por los objetos e imágenes alrededor. Acomodo el tripié y la cámara mientras intercambiamos protocolarias palabras sobre el clima y sobre la dificultad para transitar las calles cruzeñas taponeadas por opositores al MAS, pero no ahondamos más en la coyuntura ni en los pormenores políticos del país. Sin estar ausente la cortesía, la conversación parece iniciar con demasiada cautela y táctica. Detengo la vista en una fotografía; en ella aparecen dos hombres abrazándose, alegres, uno con indumentaria militar. Infiero que es el general Prado, al otro no lo reconozco.

— Eso fue 15 días después de la captura del Che, cuando salía con mi tropa a Vallegrande y vino el presidente Barrientos a felicitarme personalmente y a felicitar a mi tropa, por supuesto, por la acción realizada—, me dice el general Prado, percatándose de la interrogante no formulada.

La tropa preparada por el ejército de EU

Al amanecer del 8 de octubre de 1967, Gary Prado recibe información del subteniente Carlos Pérez de la presencia y ubicación de los guerrilleros en la Quebrada del Churo, afluente de la Quebrada de San Antonio. La noche anterior, mientras regaba su sembradío de papas, un campesino de nombre Pedro Peña ha visto pasar al grupo guerrillero del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia. Los campesinos ya están advertidos por el ejército boliviano: «si ven a los guerrilleros o conocen su paradero, deben denunciarlos inmediatamente, son comunistas que han venido a sus tierras con el propósito de matar, robar y violar a sus mujeres». Hace ya casi un año que el Che ha llegado a Bolivia y el ejército, aunque incrédulo al principio respecto a su presencia, ha detectado el movimiento armado a los pocos meses. La guerrilla, que en sus inicios contó con alrededor de 50 miembros, es en ese momento apenas un puñado de hombres debilitados, hambrientos y asediados por su enemigo. Al verlos, el campesino apaga su antorcha y se mantiene quieto y silencioso, los ve avanzar unos cuantos metros mas hacia arriba y establecer ahí una especie de campamento. Al amanecer, Pedro Peña se traslada a la Higuera e informa a los militares sobre el paradero del grupo guerrillero.

—Éramos la tropa que había sido preparada expresamente para combatir a la guerrilla. Durante 16 semanas recibimos una instrucción acelerada con un grupo de instructores boinas verdes del ejército de Estados Unidos, de sus fuerzas especiales, que tenían una trayectoria y una experiencia interesante pero que no podían, por disposición del gobierno de Bolivia y del gobierno de Estados Unidos, salir en ningún momento de La Esperanza, el sitio donde estábamos entrenándonos, que era a 90 kilómetros al norte de Santa Cruz, mientras todas las operaciones eran 200 kilómetros al sur. Nosotros, mi batallón, ingresamos a la zona de operaciones el 26 de septiembre, prácticamente cuando el grupo guerrillero había quedado reducido a 20 hombres y con muy pocas posibilidades de realizar alguna acción. Yo era comandante de la compañía B, como capitán. Esa misma noche hicimos los primeros patrullajes buscando a los guerrilleros en la zona porque por la tarde había habido un choque con una patrulla militar del teniente Galindo que emboscó a la cabeza del grupo guerrillero, a la vanguardia, y cayeron tres guerrilleros muertos. Ahí, a raíz de eso, es que mi compañía ingresa.

“No era el héroe que esperaba encontrar”

Hay pocas nubes en el cielo mientras el sol establece su imperio en las alturas al despuntar la mañana del 8 de octubre de 1967. Solo quedan 17 combatientes en el grupo guerrillero que lidera el Che desde hace poco menos de un año en las estribaciones de la cordillera andina de Bolivia. Entre pedregosas laderas circundadas por gigantes montes grises separados entre si por angostas cañadas, divididos en tres grupos, los guerrilleros son acorralados por las fuerzas militares bolivianas que desde el 24 de septiembre han establecido un cerco rodeando las quebradas. El puñado de guerrilleros se enfrenta durante tres horas con más de un centenar de soldados. Hay muertos y heridos de ambos lados, los militares avanzan, los guerrilleros replegados buscan reagruparse pero el punto de reunión que se ha establecido está bloqueado por el enemigo. No sin bajas, uno de los grupos logra romper el cerco. Herido en la pantorrilla derecha y con el revolver inutilizado por el impacto de bala, el Che es capturado mientras rengueando sube por una pendiente apoyándose en otro guerrillero. Al mando de la operación militar está Gary Prado, que va a su encuentro para identificarlo.

Al momento que lo capturan dos soldados míos que estaban a unos 15 metros de mi puesto de comando, me gritan ¡mi capitán aquí hay dos!. Yo estaba en la confluencia de dos quebradas, había establecido el mando ahí. Voy y me encuentro con estos dos personajes y le pregunto a uno: “¿Usted quién es?”. Me dice: “soy el Che Guevera, valgo más para usted vivo que muerto”. “¿Y usted?”, le digo al otro. Soy “Willy”. “Ah, usted es boliviano, orureño, ¿cierto?”. “Si”. El verdadero nombre de Willy era Simón Cuba. Teníamos el orden de batalla de ellos, toditos ya clasificados, entonces ahí les digo a mis soldados que los lleven al puesto de comando y los amarramos con sus propios cinturones, bajo un arbolito.

A pesar de la impasibilidad con la que narra, una leve inquietud se aparece intermitente en el general, como si lo fatigara el contar el mismo cuento que probablemente ha tenido que relatar en innumerables ocasiones, pero a su vez se viera obligado a hacerlo, para salvar su mérito y no dejar que el tiempo u otras voces mancillen las medallas que cuelgan de sus paredes. Habla con firmeza, prevenido, quizá por un hábito arraigado en entrevistas pasadas, a cualquier forma de contragolpe. La conversación retorna al guerrillero, a las impresiones que el general pudo haber tenido del Che.

—Muchos periodistas, jóvenes sobre todo, a lo largo de estos años me preguntan “¿y qué sintió usted cuando se vio frente al Che?”. Lástima, porque si usted ha visto las últimas fotografías, da lástima. Un hombre acabado, sucio, desgreñado, no era el héroe que uno esperaba encontrar. Yo tengo la impresión de que el hombre lo que estaba ya buscando era el sacrificio, se le había acabado su sueño. Su opción de gloria ya no estaba en obtener una conquista militar, una victoria militar, sino su opción de gloria era morir heroicamente, ¿no es cierto? convertirse en un mito. Entonces, cuando cae prisionero, usted lo ve todo humilde, cuando lo lógico si hubiera sido el héroe que muere en combate, hubiese dicho “patria o muerte venceremos” y que lo ametrallen ahí, pero no, dijo, “soy el Che, valgo mas vivo que muerto”. Una confesión de humildad, ¿sabe por qué?, mi conclusión es que no tenía a donde ir, ¿qué país lo iba a recibir si conseguía salir del cerco?, de América ninguno; Brasil, gobierno militar, Argentina, Uruguay, Chile, Perú, nada. Colombia andaba en sus problemas pero no lo iban a recibir y a Cuba no podía volver.

¿Una guerrilla inmolada?

—¿Y México? Había vivido en México, lo sabe usted por supuesto. En México se casó con su primera esposa. Ahí conoció a Fidel Castro. Además México se caracterizaba ya desde entonces por recibir y asilar a exilados, a Fidel, por ejemplo.

México… creo que ni se le ocurrió esa posibilidad. Para mí que se encontró en que no tenía salida. Llegar a México, todo humillado, fracasado, no le hubiera sentado a su ego, no le venía, ¿no es cierto?. Así que mejor es entregarse y a ver que pasa, pensaría que podría haber un juicio y ahí sería su oportunidad.

El joven que abrió la puerta de la casa vuelve a entrar a la oficina del general, deja a cada uno de nosotros un vaso de agua fresca de lima. De un sorbo lo termino, Gary le indica al joven con un gesto de mano que me vuelva a llenar el vaso y me comenta con cálido orgullo que la fruta es de los árboles del jardín. ¿Cuántas veces Gary Prado habrá contado la historia de la Quebrada del Churo?, ¿Cuántas veces habrá contestado a las interrogantes de periodistas procedentes de los más diversos puntos del espectro político?, ¿Cuántas manos habrá estrechado felicitándolo por su hazaña y cuántos vituperios habrá recibido a su paso?. Intento ejercitar la ecuanimidad, escuchar sin prejuicios su versión de la historia, tan directa y a la vez tan irremediablemente velada por su antagonismo con el personaje. A un costado del general, sobre el escritorio, descansa un libro de pasta roja, “La Guerrilla Inmolada. Testimonio y análisis de un protagonista”. Por unos segundos el general parece ausentarse dejando reposar su mirada en el libro para de pronto regresar en sí dando unos golpes amistosos a la portada mientras sonríe con picardía.

En esta quinta edición he acumulado una serie de informaciones que demuestran que a ese grupo que organizaron en Cuba para venir aquí a Bolivia al mando del Che Guevara, que eran comandantes y capitanes del ejército cubano, todos con experiencia de combate, estuvieron con el Che en el África, les ofrecieron todo el apoyo y el respaldo pero una vez que llegaron aquí a Bolivia los abandonaron. Además perdieron totalmente el contacto con ellos, nunca supieron dónde estaban, qué estaban haciendo, qué pasaba, no podían hacerles llegar ningún apoyo. Bueno, los dejaron allá para sacrificio, ¿por qué?, porque ya el Che no era bienvenido en Cuba. No se si usted conoce la lectura de Fidel de la carta de despedida del Che, donde renuncia a su ciudadanía cubana y a su grado de comandante. Con eso le cierra la puerta de regreso. El Che estaba en el África. Le cierra la puerta de regreso y le cuesta mucho al Che convencerlo de que lo deje volver a Cuba, clandestinamente. Vuelve, hablan, en fin, lo mandan aquí a Bolivia. ¿por qué?, porque la cúpula del partido comunista cubano ya no lo quería. Cuba había aceptado, a regañadientes, pero había aceptado, la teoría de la coexistencia pacífica después de la crisis de los misiles. El arreglo de la Unión Soviética y Estados Unidos incluía la coexistencia pacifica, pero el Che seguía buscando peleas por todo el mundo, entonces dijeron: “hay que librarse de este”. Y nos lo mandaron aquí, por eso el titulo del libro. Desde la primera edición yo dije esta es una guerrilla inmolada, enviada al sacrificio.

De la alegría al recelo por la Revolución cubana

Mientras el general narra los sucesos, busco desentrañar en su mirada algún ápice de falsedad, pero no me parece notarlo en sus ojos. El general parece estar convencido de la verdad en sus palabras, sea porque en efecto reside en ellas o porque con el tiempo y la repetición ha terminado por convencerse de que habla con certeza. No reconozco evidencia de la mentira en su mirada, pero veo aparecer una leve sorna en sus ojos y una frágil sonrisa de desprecio casi repulsivo cada que menciona al guerrillero argentino.

Vuelvo a las preguntas.

¿Existía aceptación, digamos en la generalidad de la sociedad boliviana, durante los tiempos de la guerrilla, respecto a la figura del Che, o hacia la revolución cubana, aunque fuera mínima? ¿Qué se decía sobre estos episodios?

Yo conocía algo de la historia, porque hay que ver una cosa, la Revolución Cubana cuando triunfó, cuando entraron los barbudos a la Habana en 1959, yo me estaba graduando de oficial en el colegio militar, y debo decirle que para todos los jóvenes oficiales y para la gente en general fue una alegría esa liberación de Cuba de un dictador como era Fulgencio Batista. Pero claro, dos años después ya la cosa cambia porque aparecen las intervenciones en otros países y aparece declarándose marxista-leninista y Cuba es obligada a retirarse de la OEA. Entonces se rompe ese vínculo de simpatía que había hacia la Revolución Cubana y se les empieza a ver como dependientes de la URSS, que era la realidad, que los mandaban desde Moscú. Eso hace que se los mire con recelo, y entre esas figuras preponderantes aparecía siempre el Che que se iba a Libia, que se iba a volar con Mao, se metía por todos lados haciendo viajes y rompía un poco ese equilibrio que estaba buscando Fidel para poder sobrevivir con la revolución.

Dos imágenes del Che

El Che y su compañero, amarrados, son transportados en una procesión de mas de un centenar de militares liderados por Gary Prado que acarrean también los cuerpos de los soldados fallecidos. Lo cargan durante la caminata de dos kilómetros y medio pendiente arriba, distancia de la Quebrada del Churo al pueblo de la Higuera, un remoto caserío de no mas de 30 viviendas perdido entre las montañas cuyo único acceso es un estrecho camino que no permite el paso de vehículos. Junto con el presidente René Barrientos, los altos mandos del ejercito boliviano, enterados de la captura del Che, deliberan en La Paz sobre el sino del guerrillero. A las siete y media de la tarde el Che entra a La Higuera y es encerrado en uno de los dos cuartos de la pequeña escuelita del pueblo. En el otro encierran a su compañero, Simón, junto con los cadáveres de dos guerrilleros más, Olo y René.

Yo diferencio dos imágenes del Che, la primera al momento de su captura, que era un hombre abatido que veía el fin de sus sueños, el fin de su aventura. Cuando llegamos a La Higuera, lo ponemos en una pieza, le damos de comer, le doy café le doy cigarrillos, charlamos con el. Entonces, levanta un poco su espíritu, se pone un poquito mas tranquilo digamos así, y empieza a preocuparse por su futuro, y me dice: “¿qué va a pasar conmigo?”. Yo le digo: “usted va a ser puesto a juicio militar, como corresponde”. Él me dice, “¿en Camiri?”. “ No, en Camiri se está haciendo el juicio a quienes han sido capturados por la lV División, usted ha sido capturado por la Vlll División, y somos nosotros los que vamos a organizar el juicio”. “¿Y donde va a ser eso?”, “En Santa Cruz”. “ ¿Y cómo es Santa Cruz?”. No conocía él Santa Cruz, entonces paso a contarle cómo era y charlamos un buen rato sobre Santa Cruz y sus posibilidades, Santa Cruz estaba arrancando su desarrollo en el año 67, se estaban asfaltando las calles, se estaba colocando agua potable, estaba en pleno crecimiento, ese fue uno de los diálogos. El otro fue cuando yo le pregunté: “¿Y por qué vino a Bolivia, a qué vino usted aquí?” “La revolución no tiene fronteras”, me contestó. “Sí, pero tampoco tiene pues posibilidades en cualquier parte. ¿Usted no sabía, acaso, que aquí tenemos una revolución? Hicimos una revolución en el 52, hemos hecho una reforma agraria profunda, hemos nacionalizado varios de los recursos principales del país, el petróleo, la minería, estamos en un periodo revolucionario aquí en Bolivia». “No conocía toda esa información”. “¿Pero como lo van a mandar sin información?” “No hubo tiempo para recoger esa información”, “Bueno, ¿quién definió para que usted venga aquí a Bolivia?” “Otras fuentes, otros niveles”. “¿Fidel?” “Otros niveles”. No quiso decir más, ahí dejo la cosa, esos dos son los diálogos mas reveladores.

Tengo entendido que afuera de la escuelita, durante la captura del Che y su ejecución se habían aglomerado muchos campesinos que querían ver al guerrillero. ¿Qué decían?

Callados. El campesino de esa región es muy callado. No se si ha leído en el diario del Che cuando habla con la gente en Alto Seco, antecito de la Abra del Picacho, les hablan ahí y dice: “estos nos miran como si fueran de piedra”, algo así. No respondían para nada, no era con ellos la cosa. El objetivo, supuestamente estratégico, con el que lo mandaron aquí, era tomar el control de Bolivia y desde ahí entrenar y mandar columnas guerrilleras al resto de los países. Me acuerdo que uno de los pocos guerrilleros, Pombo, decía en un escrito, “eso esta bien para una islita pequeña como es Cuba, pero meternos al medio de América del Sur, lejos de todo, ¿que íbamos a poder hacer?”. Nada, querer controlar Bolivia con 20 hombres, hazme el favor, era una cosa totalmente ilógica.

“¿Dónde íbamos a tener a ese hombre?”

Usted no estaba presente cuando se toma la decisión de fusilar al Che, en La Paz. Había salido a una misión y no estaba enterado, tampoco, de que había sido sentenciado a muerte. ¿Que piensa de eso?. ¿No es eso, los fusilamientos durante y posteriores a la guerrilla en Cuba, lo que mas se ha recriminado a la Revolución Cubana y al Che desde la oposición?

El Che fue ejecutado así, extrajudicialmente digamos. ¿No es cierto? Por una determinación presidencial, porque realmente no se sabía que hacer con él. Lo correcto era hacerle juicio, pero ya el juicio a Debray, que era un personajillo de cuarta, se había convertido en todo un show. Camiri era un alboroto con periodistas, todo mundo se metía, y Debray, no era nada, un aficionadito ahí. Fue el que lo delató, delató la presencia del Che, hasta la captura de Debray el ejército no sabía que estaba el Che ahí. El dijo: “he venido a hacerle una entrevista al Che”. Bueno, entonces, imagínese lo que va a ser un juicio al Che, mil periodista encima ¿no es cierto?. Pues entonces descartaron el juicio. Además el juicio iba a terminar en una condena a 30 años de cárcel porque no hay pena de muerte en Bolivia, es la pena máxima. ¿Dónde íbamos a tener 30 años a este hombre?, iba a ser motivo de intentos de liberación, de manifestaciones, de pedidos, de visitas. Iba a ser un caravana así que la única solución es darlo por muerto, decir que murió en combate y listo, y esa fue la decisión que tomó el presidente Barrientos, dijo “es mi decisión, ustedes ejecuten mi decisión, quedo yo responsable, con mucha altura y con mucha firmeza, y ahí acaba la cosa”. Yo regresé a La Higuera, porque en la madrugada había salido con tropa fresca, a buscar a unos cuantos que se nos habían escapado del cerco, y volví a la una de la tarde a la Higuera, y ahí me informó mi comandante, “lo han ejecutado, al Che”. “¿Qué ha pasado?” “Órdenes de La Paz”. “Ah, bueno”. Y ahí quedó, no esperaba yo esa noticia, no había un ningún antecedente. Lo vi justo cuando estaban amarrándolo en la camilla del helicóptero, en las patas del helicóptero que era pequeñito. Ahí fui y lo vi, en fin, lo acomodé un poquito, le puse mi pañuelo en la mandíbula, me acuerdo, porque se le estaba cayendo, para que cierre la mandíbula, y así lo despachamos.

¿Participó Estados Unidos en la decisión?

No, absolutamente. Yo he pedido y me han mandado los documentos desclasificados relacionados con esos días de octubre, de la embajada y la misión militar al Departamento de Estado y el Departamento de Defensa, ahí tengo las copias. Ahí muestran ellos que en ningún momento intervinieron ni en las operaciones ni en la captura. Y menos en la ejecución, para ellos fue una sorpresa.

“El mito fue creado con mucho dinero”

La noticia de su muerte dio pie a un incendiario periodo de protestas estudiantiles y movimientos armados en el continente y el mundo, de alguna manera su legado e impacto fue inmediato y de ahí que su imagen, de nuevo independientemente de su realidad histórica, haya enraizado en una generación con el significado que tuvo. ¿Le parece que hay algo rescatable en el personaje?

Pero el mito fue creado con mucho dinero y con mucho esfuerzo, monumentos por aquí monumentos por allá, discursos libros, etcétera. Sea crea ese mito para compensar una cosa: fue una derrota político y militar para el castrismo lo sucedido en Bolivia, una derrota de la teoría foquista, que decía que donde hay un foco guerrillero ese foco puede tomar el poder y ser el brazo ejecutor de la revolución. Está escrito eso por el Che en su libro que se llama “La Guerra de Guerrillas”, que es la biblia de los guerrilleros y todo lo que el dice ahí ha venido a hacer lo contrario acá a Bolivia. Dice, por ejemplo, “donde hay un gobierno elegido democráticamente o por lo menos con apariencia democrática y se mantienen las instituciones estables es imposible hacer la revolución”, y se viene a Bolivia donde había un gobierno constitucional, donde funcionaba el Congreso, la libertad de prensa, un país que estaba tranquilo. Teníamos un presidente que era militar inicialmente pero después civil. Barrientos era un hombre muy popular, particularmente con los campesinos, entonces cuando le dice él a los campesinos: “estos son unos extranjeros comunistas que están viniendo a querer matarnos, etcétera, ustedes no deben permitir”, listo, ni un campesino se incorpora a la guerrilla. En los informes mensuales que escribe el Che en su diario se lamenta constantemente “no hemos tenido ninguna incorporación, no hay nadie que se sume a la guerrilla”. Era un fracaso total.

Por momentos un destello de vigoroso entusiasmo se aparece en su porte. Hablar de la captura del Che parece trasladarlo al escenario, voluntarioso de seguir combatiéndolo, como para demostrarle a su fantasma que su gloria, la del general, no se debe al guerrillero.

¿Fue para usted la captura del Che un momento cumbre en su vida?

Yo he hecho cosas más importantes en mi vida que capturar al Che Guevara, cosas mas importantes por mi país. Ese es un episodio histórico pequeño dentro de Bolivia, esa es mi visión.

Los ídolos caen, deben hacerlo. La realidad contrasta siempre aquellas imágenes y representaciones de esta que mantenemos elevadas en algún lugar de la fantasía o las esferas celestiales, impolutas y revestidas de la perfección más inhumana, inalcanzables. La imagen plana de un Jesucristo incapaz de experimentar rabia con los mercaderes que usurpan el templo, o imposibilitado para tener la experiencia de sentir el deseo carnal. El ser humano tiende a idealizar al otro, proyectar en este sus más trascendentes e íntimas aspiraciones, sean espirituales, morales y religiosas o en la forma de cualidades sociales, políticas y humanas. De la misma forma y casi al mismo tiempo aparece su contraparte, la tendencia a demonizar, a ver en el otro únicamente sus atributos mas desafortunados, a imaginar o a magnificar aquellos ya existentes, reduciéndolo a una imagen decadente, monstruosa, que desbarata cualquier posibilidad de virtud en el acusado. Durante la entrevista procuro ejercitar el temple, no caer en a prioris ideológicos, no defender una idea. Escuchar. Escuchar lo que el general tiene que decir, encontrar, si la hay, la aguja en el pajar. Me interesa saber si el general admiró alguna cualidad, aunque fuera mínima, en el la vida del hombre amarrado frente a si apunto de ser ejecutado en una escuelita de La Higuera.

¿Sintió simpatía con el?

No simpatía, digámoslo así, pero era una persona con la que se podía conversar. En ningún momento lo torturamos, en ningún momento lo tratamos mal, era una persona con la que se podía hablar y el también estaba tranquilo en eso.

El encuentro con Fidel en México

Vuelve a hacer una pausa suspendiendo su mirada en el espacio a medio camino entre sus ojos y libro en el escritorio, parece que un recuerdo le cruza la mente. De nuevo una sonrisa de travesura lo devuelve a la entrevista.

Tengo también un recorte, un pedazo de una entrevista a Fidel que le hace Gianni Miná, un periodista italiano, le hizo una entrevista larguísima y ahí le pregunta: “¿por qué fue el Che a Bolivia”, y Fidel da una explicación y dice “bueno, esa es otra cosa, pero hay un libro muy importante escrito ahí por un militar boliviano, el general Gary Prado y ahí muestra el cómo se respetó a las personas, cómo se trato al Che y todo”. Es muy interesante, Fidel se convirtió en mi agente de ventas, porque después de la publicación de esa entrevista me llamaron de Estados Unidos, de España, de la Argentina, para hacer ediciones de mi libro, se volvió un best seller.

¿Tuvo alguna vez trato con Fidel?

Tuve una miradita con él. Yo estuve de embajador en México. Me estrené de embajador cuando (Vicente) Fox se hizo cargo de la presidencia, entonces hubo una reunión de presidentes en México, en Monterrey. Fue un escándalo porque al final Fox intervino para que llegue Bush, se vaya y después llegue Fidel, y que no se crucen en el camino. Bueno, estábamos ahí en la fila, eran tres asientos para cada delegación, yo estaba con mi canciller. El presidente Quiroga, mi canciller y yo, cada país tenía tres asientos, por orden alfabético. Mas o menos dos filas detrás de nosotros estaba Cuba, y claro, al rato que llega Fidel, todo el mundo alborotado. Parados y mirando. Yo también me di la vuelta para mirarlo, para mirarlo simplemente. El embajador cubano, que era mi amigo, le dice algo. Entonces, Fidel me mira así con atención, y yo me doy la vuelta nomás. Le pregunté después: “¿Que le dijiste a tu jefe?”, “Nomás que vos habías sido el que capturó al Che”. Fidel discurseó, se fue al atril, y de ahí se salió, fue muy breve su estadía.

El general deja escapar, ahora si, una risa enérgica. La entrevista ha durado ya un buen rato y de manera orgánica ambos mantenemos un prolongado silencio. El joven que sirvió el jugo entra de nuevo a la oficina y vuelve a llenar nuestros vasos. Sin inmutarse por la presencia de este, el general me acerca el libro de su escritorio. “Este es para ti”, me dice amablemente, nos estrechamos la mano. “Ya fue suficiente”. La entrevista ha terminado.

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