Día de muertos, muerte sin fin

30 octubre, 2021

La mayoría de los etnólogos, antropólogos y arqueólogos formados en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, fueron apoyo incondicional de la ideología cardenista, y han participado de la idea ‘tradicional’ del origen prehispánico del Día de Muertos. Pero éste a lo sumo cuenta con 200 años.

@lydicar

Las culturas también mueren, los pueblos también. Louis Vincent Thomas, antropólogo francés, se dedicó por muchos años a investigar la muerte; y en este trayecto, explicó que la muerte no es solo propia de los seres “vivos” sino de todo aquello que está sujeto al tiempo. Así, los planetas, las galaxias, las culturas. 

Las etnias, los pueblos, las culturas. Thomas advierte que ya Montesquieu se preguntaba por las causas de la grandeza y luego la decadencia de Roma. 

Y luego enumera todos aquellos pueblos y culturas que él atestigua que languidecen y mueren. Unos por falta de cohesión interna; otros por carecer de objetivos; otros, muchos más por el aniquilamiento por parte de otra cultura más. La guerra.  

También enumera la colonización, aunque no le llama así; en cambio Thomas escribe sobre: la simbiosis, la asimilación, la desintegración, la fragmentación de un pueblo, hasta convertirlo inviable. 

“Cabe preguntarse si hay muerte más horrible que la que consiste en privar a un pueblo de su cultura, sus raíces y sus valores, negándole por lo tanto el derecho de preservar su identidad”.

Pero todo esto viene a guisa del Día de Muertos, quizá la fiesta que más orgullo genera en los mexicanos. Patrimonio cultural intangible de la humanidad. 

Elsa Malvido fue historiadora y llevó durante muchos años el Taller de Estudios sobre la Muerte: desde 1987 hasta su muerte, en 2011. En un artículo profundamente crítico, ella describió la forma en la que el Día de Muertos, la celebración de los Santos difuntos, de origen cristiano, fue reelaborado por los intelectuales postrevolucionarios; estos reinterpretaron, redescubrieron, y reescribieron la historia de México.

De ese entonces, viene la idea de que el mexicano tiene una relación muy “especial” con la muerte. De estos intelectuales y de Octavio Paz. Pero no siempre fue así. 

“Antes de la llegada de los españoles cada grupo nativo tuvo sus calendarios festivos dedicados a celebrar la vida y la muerte de todo lo que los rodeaba mientras que los dioses de la naturaleza negociaban sus temores; en su mayoría fueron sociedades campesinas, recolectoras y cazadoras, donde el clima, la geografía y los astros les impusieron sus actividades, creencias y limitaciones. Algunos grupos asimilaron por convicción o imposición en su panteón a dioses de otras culturas, compartiendo con ellos sus fiestas, espacios y tiempos distintos”. Fue así: diverso, variado, antes de los procesos de guerra y colonización. 

Después, conforme estas guerras de exterminio se extendieron,  sobrevivieron solo aquellas culturas que sobrevivieron y asimilaron la cultura judeocristiana. 

Malvido escribió: “la mayoría de los etnólogos, antropólogos y arqueólogos formados en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, fueron apoyo incondicional de la ideología cardenista, han escrito sobre el día de los muertos [han participado] de la idea ‘tradicional’ del origen prehispánico de dicha costumbre”. Y agrega: 

“Cuando más, aceptan la posibilidad de un sincretismo con los ritos católicos y han intentado a toda costa meter el 1 y 2 de noviembre dentro de ese calendario ritual mexica, considerándolo como general al territorio mexicano del siglo XX, aunque en muchos lados les resulte ajeno”.

Es decir, ¿que el día de muertos no era extendido en todo lo que ahora se conoce como México? ¿Cómo habrá sido este proceso de “recordar” una fiesta inexistente? Cuando leo estas líneas recuerdo la ocasión a la que fui a una fiesta de un pueblo que estaba demandando su inclusión en la lista de pueblos originarios de su estado. 

Tenían un bastón de mando nuevecito (y yo ya sabía que era un invento), pero el líder me contó una historia maravillosa sobre el bastón: un tesoro perdido y hallado, en este proceso de “recordar”. Me recuerda esto a la vez estas narraciones sobre los líderes budistas, quienes son enseñados desde niños a “recordar” sus vidas pasadas. 

¿Es esta la verdadera lucha contra la muerte? 

Elsa Malvido advierte: “La que escribe estas líneas […]  cree que dichas ceremonias son netamente españolas, coloniales, cristianas y en algunos casos romanas paganas, enseñadas por frailes, curas y otros europeos a los indios y mestizos. Esas celebraciones han sufrido otros cambios. Uno muy importante se da durante la separación de la Iglesia y el Estado en 1860 con las Leyes de Reforma, cuando la muerte fue controlada por el estado civil y enterrada en los panteones civiles o privados; y la otra, más tardía, creada por los ideólogos del gobierno de Lázaro Cárdenas”.

El día de todos los Santos en la Edad Media era la fecha señalada para que las Iglesias exhibieran todas sus reliquias: presuntos huesos de Santos, pedazos de la cruz de Cristo. Etcétera. Durante esos días, las iglesias se convertían en verdaderas “romerías”.  

Resulta, continúa el artículo, que para 1833, se establecen algunas normas de los panteones para promover la higiene: los panteones que se encontraban en las iglesias fueron cerrados y nuevos cementerios  fueron establecidos a las afueras de la ciudad. Luego conforme se dan procesos de secularización , el ir a visitar a los difuntos se convirtió en un gran paseo: había que viajar al panteón; y así, comenzó, según Malvido, la costumbre de adornar las tumbas.  Lo que antes era una visita a la Iglesia (en donde solían estar los cementerios); se volvió un día de campo. La gente llevaba entonces comida, bebida; pasaba el día entero ahí, entre tumbas, ponían colocaban los manteles sobre los sepulcros y comían y bebían.

Malvido termina su artículo de la siguiente manera: 

“No es que me interese en particular desmitificar una falsa idea sobre el mexicano y su amor patológico por la muerte. La clave está en poner en su sitio, con bases documentales, serias, el cambio de las costumbres funerarias, para entender mejor por qué tenemos tal o cual actitud y no otra; para saber que la concepción de la muerte es producto de la imposición manipuladora que los grupos de poder tienen sobre nuestro ciclo vital (las negritas son mías), y ser conscientes de que los rituales, al igual que nosotros, son perecederos y modificables, pues de otra manera la antropología y la historia no tendrían qué hacer. Espero que con esta revisión tengamos más elementos para definir al mexicano y sus variadas actitudes hacia la muerte, en el tiempo y en el espacio”.  

Leo el esclarecedor e hiperclaro artículo de Malvido, y no dejo de pensar en las nuevas centenarias costumbres: 28 o 29 de octubre, día de las mascotas muertas; 1 o 2 de noviembre, el desfile superlativo heredado de una película (mala) de James Bond. 

¿Qué es lo milenario? ¿Esa necesidad de  reivindicar una memoria perdida es parte de nuestro genuino miedo a la muerte?¿Es la necesidad de rescatar de la tumba aquello que aniquilaron los procesos de colonización y exterminio? ¿Qué de esa maravillosa fiesta –porque lo centenaria y lo cristiana no le quita lo mexicana y lo maravillosa– del día de Muertos es genuino, o vale la pena reivindicar, y qué otra parte no?

¿Y este Día de Muertos qué oculta? ¿Acaso no esconde la muerte real y definitiva de decenas de grupos y culturas cuya recuperación es prácticamente imposible?

Quizá a eso se refiera el grito hecho poema de José Gorostiza, una muerte sin fin. 

Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).