No seas como el pájaro Toh

3 mayo, 2019

Dentro de la cosmogonía maya, existe el tzikul, la conciencia que uno adquiere de que es un individuo, pero dentro de un colectivo, incapaz de vivir sin la comunidad. Si esto se llega a perder, los hombres se morderán unos a otros, con o sin razón…

@lydicar

Ésta es una leyenda maya…

El pájaro Toh es un ave muy bella y admirada, pero que se volvió presuntuosa y banal. Pertenecía a la realeza de las aves, por su bello color azul, y una larga cola de muchos colores. Y, bajo esa idea, se escudaba para no trabajar. Los demás pájaros debían conseguirle agua y comida, así como preparar sus nidos.

Pero una noche, el búho anunció que se avecinaba una tormenta terrible. Era necesario que todas las aves construyeran refugios para todos, cuidar los nidos, los huevos y los pichones. Todos los pájaros se comenzaron a trabajar de inmediato, y a colaborar entre sí; pero el pájaro Toh no quería trabajar. Como las demás aves no se daban abasto, le exigieron que en esta ocasión cooperara.  

El pájaro Toh intentó trabajar pero se cansó pronto, así que a la primera oportunidad se escabulló y escondió en una cueva. Ahí se guareció de la tormenta, pero dejó su hermosa cola afuera. Cuando la tormenta terminó, regresó al jardín de las aves. Pero ya no era un ave majestuosa. Su cola se había dañado por completo.

Los dioses de la selva le dijeron que su castigo por no saber vivir en comunidad era vivir cerca de los cenotes y las cuevas, y ayudar a los viajeros.

Si uno tratara de describir el cuerpo humano según la cosmogonía de los mayas, lo más cercano sería un muestrario de materia proveniente de distintas partes del universo. Una mezcla de materiales pesados y sutiles; materiales pesados y sutiles que pueden ser impersonales o personales. Pesados e impersonales como la carne –una carne similar a la de cualquier otro animal–, huesos, que no tienen valor por sí mismos, sino como parte de algo más. Pesados y personales, que sirven para identificar socialmente: la frente, la boca, las manos.

Pero también están los materiales sutiles: sutiles e impersonales como la respiración, de la que no tenemos voluntad ni control; pero también sutiles y personales como el óol, el alma o ánima, o aquello que anima el pecho.

Al morir, según los antiguos mayas, cada parte regresa de donde vino: la carne, los huesos, regresan a la tierra, a formar parte del maíz, las plantas. La carne cuerpo siempre es alimento de algo más. Alimento de plantas, fieras, insectos. “Estas materias pesadas se desintegran, se descomponen”, explica Erik Velásquez, investigador especializado en Historia del Arte, por la UNAM; que ha dedicado varios años a estudiar la concepción que los antiguos mayas tenían del cuerpo humano.

Y las materias etéreas, ligeras, no por ello frágiles, sino todo lo contrario. “Estas materias sutiles, ligeras, como aromas o fragancias, tienen un origen anterior al Universo y regresan”, también a su origen, a todos efluvios del Universo que no comprendemos.

Velásquez García concluye que el cuerpo humano, para los mayas, era un caleidoscopio de partes, de materia pesada y sutil, personal e impersonal. Dentro de esas diversas partes, destaca el óol, que de forma imprecisa podríamos traducir como “alma”.

Y esta alma, una vez uno muere, debe regresar a donde vino. Pero para hacerlo tiene que hacer todo un viaje. Primero viaja al inframundo, donde, a través de una serie de tormentos, va olvidando toda su vida pasada, toda memoria, recuerdo. Hasta quedar como semilla latente, hasta que el dios solar decide llevarla al cielo, y ahí goza y resplandece, de nuevo hasta que los dioses deciden que es momento de renacer. Esa alma o pedazo de alma humana es colocada de nuevo en el pecho de un ser humano nuevo. Sin embargo, “como tal, el individuo no volverá a existir. El individuo es una combinación única, irrepetible”.

***

Al ser cuestionado sobre el cuerpo humano, Feliciano Sánchez Chan, escritor y erudito maya, hace hincapié en el óol. “Sin el óol, el cuerpo no estaría animado. No estaría vivo, porque muchas funciones de nuestro cuerpo están regidas exclusivamente por el óol”.

Cada individuo tiene un óol distinto, explica. Una persona con Sac óol es diligente y trabajadora; otra con Mak óol es floja.

Pero hay otros efluvios –otras materias sutiles, diría el académico–. Por ejemplo, el Kinam: “ese potencial energético que traemos y que aparte de la energía física que necesitas para desarrollar tus actividades cotidianas puede ser un buen kinaam, o mal kinaam”, explica Feliciano. Por ejemplo, hay personas que, sin siquiera saberlo, con su kinaam pueden afectar o lastimar a otros.

Y aquí viene la parte más interesante. Este caleidoscopio de efluvios sutiles incluye también el tzikul: la conciencia que uno adquiere de que es un individuo, sí, pero dentro de un colectivo. Es decir, dentro de la cosmogonía maya, cada individuo tiene una parte vital y sutil que le demuestra a cada paso que no puede vivir sin la comunidad.

“Es esta conciencia de que uno adquiere, pero que es un individuo dentro de un colectivo. No se puede concebir como individuo aislado. Tiene necesariamente  que desarrollar una serie de características para que su tzikul sea correspondido por la actitud del colectivo, que en este caso se conoce como el tibilil. El tibilil es esa honorabilidad o respetabilidad que el individuo tiene que desarrollar para ser plenamente aceptado y respetado”.

Si esto se llega a perder, concluye Feliciano, entonces llegará una época en la que los hombres se morderán unos a otros, con o sin razón…

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Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).

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