Este municipio fue escenario de algunos de los capítulos más violentos de la mal llamada guerra contra el narcotráfico. En 10 años, la economía local colapsó, los productores de sorgo y camarón se volvieron «carreros», la población se redujo a la mitad. Los únicos negocios que prosperaron, además de las funerarias, fueron los de empresas trasnacionales dedicadas a la energía eólica y el fracking para gas shale. Ahora, no hay memoria ni reflexión que prevenga una nueva oleada de violencia
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