17 diciembre, 2021
Estas mujeres nahuas se preparan en la Sierra Norte de Puebla para enfrentar el cambio climático. Con un sistema de huertos medicinales, curan a sus familias y conocidos. Pero también ayudan a cuidar la tierra en que ellas crecieron
Texto: José Ignacio De Alba
Fotos: Isabel Briseño
CUETZALAN, PUEBLA.- Floriberta Salazar vive en la ladera de un cerro. Desde su casa se puede ver la fecundidad y belleza de la Sierra Norte de Puebla, ubicada en la Sierra Madre Oriental. El clima en esta zona ha sido benévolo muchos años. Sus laboriosos agricultores logran sembrar maíz, frijol, ajo y chile todo el año. Las temporadas son buenas, la humedad y el calor permiten que la tierra rojiza fecunde gran variedad de semillas.
Pero el año pasado un evento climático extraordinario convirtió a su bondadoso clima en una amenaza. Floriberta relata que a sus casi 60 años nunca le había tocado ver algo parecido: el huracán Grace entró en el Golfo de México y se coló hasta los municipios serranos de Puebla. El fenómeno meteorológico fue tan fuerte que barrió las cosechas de miles de agricultores; 64 municipios de la Sierra Norte y Nororiental fueron declarados zona de desastre.
El día que el huracán golpeó, Floriberta y su esposo se tuvieron que refugiar en uno de los cuartos de su casa. En una de las peores noches que ella recuerde, la tormenta acabó con la milpa; café, maíz y los plátanos fueron barridos. Los aires huracanados derribaron la cocina y amenazó con destruir la casa entera. “Nada más estábamos esperando a que se nos cayera la casa encima”, dice Floriberta.
Le pregunto qué pasaría si fenómenos como el huracán Grace sucedieran más seguido. La mujer toma unos segundo para responder: “Ya no podríamos vivir aquí. Si ahorita no nos hemos repuesto de lo que pasó en agosto, ahora imagínate que cada año sea lo mismo. Nos quedaríamos sin comer”.
La Organización de Naciones Unidas ha alertado, a través de su panel científico, que una de las consecuencias del cambio climático es la aparición, cada vez más frecuente, de fenómenos como el que acabó con la milpa de Floriberta. Son fenómenos que afectan, sobre todo, a poblaciones vulnerables.
Grace provocó que decenas de campesinos migraran (a las ciudades o a Estados Unidos), dejando atrás sus antiguas tierras de trabajo y en muchos casos a sus familias. Las mujeres se quedaron a cuidar el pequeño patrimonio familiar y con la esperanza de que sus parejas les manden dinero.
Pero no solo en la Sierra Norte poblana golpearon las lluvias torrenciales del huracán. El 2021 fue un año muy atípico: los calores se atrasaron y el frío llegó hasta mayo, lo que provocó un desorden en el cultivo. Además, el clima cálido provocó una profusión de plagas.
Floriberta está segura de una cosa:
El calentamiento global sucede por todo lo que le hemos hecho a la tierra. A mí no me da confianza lo que no se echa a perder, porque la tierrita no puede hacer su función, como debe de ser. Se le quita la fuerza. Cuando sembramos y metemos químicos también echamos a perder la tierra, muchas veces solo por ganarnos un dinerito”.
Pero “la tierra también sana, jura Floriberta. Ella forma parte de la Tosepan, una cooperativa que agrupa a 34 mil familias, la mayoría maseuales (nahuas) y tutunakus (totonacos) que llevan algunos años cuidando el medio ambiente a una pequeña escala (a una escala posible).
Dentro de la Tosepan, participa en un proyecto en el que un centenar de mujeres se dedican a la siembra de huertos medicinales, cuidan la tierra y la tierra las cuida a ellas.
“Yo cuido a mis plantitas, les hablo. Es como si yo les pusiera sus comiditas, su abonito. Si veo que ya se están poniendo tristes les echo agüita y cuando a mi me duele algo corto una hierbita y me la tomo para que se me quite el dolor”, cuenta.
Floriberta siembra en su traspatio, con un método de agricultura orgánica, plantas que han utilizado las curanderas de la región por generaciones. Se trata de hierbas que pueden curar un gran espectro de enfermedades:
Manzanilla, laurel, tapón, hojas de guayabo, para aliviar el estómago; bayetilla, como cicatrizante; los bulbos de jengibre, para la tos; ruda, para dolores estomacales, espasmos, limpias y mal de ojo; epazote, para desparasitar; zacate limón, como relajante; cola de caballo, diurético; hoja santa, para darle baños a las parturientas; siempre viva y caña de venado, para problemas renales; jarilla, para diabéticos; hierba dulce, para cólicos menstruales; ruda y sauco, para malas vibras; hoja de naranjo, para los nervios; hierbabuena, menta y romero, para problemas digestivos; maltanzin, para el susto; estafiate, para jibas y retortijones; toronjil, diurético; cedrón, para el insomnio; vaporub, resuelve problemas respiratorios; sábila para cicatrizar; violeta, para bajar la fiebre…
Esta organización dentro de la Tosepan, llamada Tosepan Pajti (unidos por la salud), se alimenta de conocimientos de las mujeres en la región. También enseñan a hacer compostas y abonos para fertilizar el suelo. En camas de tierra, de unos cuatro metros de largo, las cooperativistas siembran sus plantas medicinales, las cuales crecen libres de químicos.
En los pequeños huertos también se siembran algunos productos comestibles. Además, las mujeres se dedican a la crianza de abejas meliponas, que ayudan a la polinización y cuya miel es un poderoso recurso medicinal.
Floriberta relata que su huerto tiene algunas plantas que utilizaba su abuela para curar, pero también ha agregado las plantas que utilizan algunas de sus vecinas. El proyecto ha logrado expandirse a más de cien casas. Las encargadas, en su gran mayoría son mujeres, han revivido conocimientos que estuvieron casi perdidos.
—¿Por qué las mujeres son las que llevan este proyecto?
—Porque las mujeres cuidamos mejor a la familia, también entre nosotras hay más entendimiento para curarnos mejor.
Las “guardianas”, como se denominan dentro del proyecto, producen suficiente para abastecerse y para intercambiar plantas que no tienen con otras vecinas.
Es lo que hace Floriberta con María Margarita Hernández, cuya casa también sufrió daños con las lluvias de agosto. La mujer platica mientras se afana con el tejido de cintura, Cuenta que a través del proyecto de los huertos medicinales empezó a sembrar más plantas y “se enseñó” a cuidar enfermedades sin necesidad de ir al doctor. De su huerto, dice “hemos agarrado para curarnos, de ahí agarramos las hierbitas”.
Las plantas que no utilizan las venden a la cooperativa donde se elaboran medicinas naturistas. Son productos herbolareos, cosméticos y productos de ingenie.
La Tosepan es una de las cooperativas indígenas más exitosas del continente. La organización reúne a más de 410 cooperativas en la sierra poblana. Sus agremiados se dedican conservar su identidad cultural y a preservar sus recursos naturales. También producen café orgánico, pimienta gorda, miel melipona, productos cosméticos, vinos y mermeladas regionales y productos herbolarios. Tienen caja de ahorro, servicios ecoturísticos, vivienda sustentable y servicios de salud.
Carmen Landero Mayolo es promotora de la cooperativa y todos los días se encamina en brechas de espesa verdura. Ella se dedica a asesorar y brindar ayuda a las cooperativistas que siembran huertos.
Mientras nos guía entre ríos y campos animaleros hacia las casas de las demás comuneras, cuenta que para ella el trabajo es una oportunidad “para ayudar y aprender”. También asegura que la gente de la cooperativa debe estar alerta para defender los territorios que habitan.
Guadalupe García también es cooperativista, pero ella se encarga de promover hábitos saludables y asesora para que otras socias pongan sus huertos tradicionales. “Vemos que dentro de la comunidad a las mujeres son a las que más le tienen confianza”, dice.
También explica que en las clínicas y el hospital de Cuetzalan, los servicios para los indígenas son malos: “Te atienden a la hora que ellos quieren y también existe discriminación dentro del hospital. Hay socios que solo hablan nahuatl y en los servicios públicos es raro que los doctores o las enfermeras sepan lengua”.
Tosepan Pajti nació en 2009 con la idea de atender a los integrantes de la Tosepan que no tenían acceso a la salud. Ahora, un par de clínicas de la cooperativa atienden a los agremiados, los precios de salud son asequibles. Además, se emplean conocimientos ancestrales de las comunidades para sanar a los enfermos o a las parturientas.
Guadalupe dice que Tosepan Pajti ha logrado solucionar problemas médicos de muchos cooperativistas. Pero tienen sus límites:
Damos mejor atención que el hospital, pero no podemos solucionar todo lo que necesita el socio. Si acaso somos una clínica de primer nivel, básica. Si el socio lo requiere tiene que ir al hospital”.
Para los integrantes de Tosepan el cuidado del medio ambiente es también el cuidado de la salud, No pueden separar una cosa de la otra.
“Como uniones de cooperativas estamos defendiendo al territorio”, dice Guadalupe.
Si nosotros cuidamos y defendemos el medio ambiente pues obviamente vamos a tener mejor salud; mejor agua, mejores alimentos y mejor aire. Si empiezan las empresas a talar los arboles o a agarrar el agua de los matinales pues vamos a tener problemas con la salud”.
Las comunidades de la Sierra Norte de Puebla son una referencia en el país de las resistencias a los grandes proyectos de desarrollo. Los pobladores maseuales y totonakus se plantaron a poderosas empresas, como Walmart, Comexhidro, Frisco (de Carlos Slim), Almaden Minerals, Minera Autlán, JDC Minerales, Pemex, o Halliburton.
Durante años han enfrentado a proyectos mineros, a compañías hidroeléctricas que han querido monetizar los recursos hídricos de las zonas montañosas, a la extracción de hidrocarburos con fracking y la instalación de un gasoducto.
En 2015, la organización Poder, dedicada a investigar empresas en América Latina, relató en un informe el modus operandi: “el Estado mexicano ha concesionado 331 mil 729 hectáreas (en la Sierra Norte de Puebla) a empresas privadas sin informar previamente, ni respetar el derecho al consentimiento previo, libre e informado de las comunidades. En complicidad con las empresas, reprime a las comunidades que se organizan para defender su territorio”.
Guadalupe piensa que hay que trabajar en proyectos locales, pero sin dejar de luchar contra los proyectos que se quieren imponer en la sierra.
Nosotros no estamos de acuerdo de que por aquí, en la región, se abra una mina o una hidroeléctrica porque sabemos que eso nos va a contaminar mucho, nos va a reducir el agua que ya tenemos aquí. Esperamos que las grandes empresas no lleguen aquí a nuestro municipio porque eso nos va a llevar a perjudicar mucho, en lo económico y en lo de la salud. Porque dañan todo, por eso a las socias les enseñamos que pueden sembrar alimentos desde en una cubeta, en una llanta, en un espacio pequeño. Para que ellas lo puedan hacer, para que mejores su alimentación sembrando lo que ellas están produciendo. Los quelites los estamos rescatando, el maíz, frijol, cítricos, hay mucha naranja, madrinas”.
—¿Qué es lo que te gusta de tu trabajo, Guadalupe?
—Me gusta ayudar a la comunidad, porque compartes un poquito de lo que te enseñan, de lo que sabes. Hay compañeras que conocen y saben de plantas, no son como tal unas curanderas, pero ellas conocen demasiado. Intercambiamos saberes y experiencia y es muy bonito porque conoces mucho.
Maricela Cabrera encabeza el equipo de herbolareas. Es la bióloga encargada del laboratorio donde se procesan las plantas medicinales que cultivan las cooperativistas. Los 53 tipos de plantas que llegan al lugar son convertidos en alcoholaturas, tés medicinales, jarabes, pomadas, lociones, oleatos y una treinta de otros productos.
En el laboratorio las plantas se lavan. Después cada tipo de planta es sometida a un proceso diferente: con los ajos se hacen cápsulas; con las deshidratadas, se hacen tés. De todo tipo: para la tos, relajantes, diuréticos y para dolores estomacales. Con las hierbas maceradas se hacen las alcoholaturas.
En el laboratorio trabajan también Erlinda y Marta. Maricela cuenta que cuando algún equipo se descompone, ellas mismas los reparan.
En la destiladora se preparan aceites esenciales, en el mini laboratorio se procesan todos los productos que traen las cooperativistas en medicamentos.
Cabrera explica que muchas de las plantas medicinales son más caras que un quilo de café, pero la gente poco sabe sobre ellas. Dice los huertos medicinales han sido una oportunidad para que los cooperativistas capitalicen sus conocimientos.
Le pregunto en qué ayuda este proyecto al medio ambiente. Responde de botepronto: «Imagínate toda la captación de carbono, el cooperativista las produce (las plantas), todas son orgánicas y muchas también son silvestres. Por ejemplo, el hormiguillo es un árbol común, pero muchos socios se dan cuenta de que tiene un valor”.
Toda la cadena productiva de Tosepan Paiti, desde la siembra hasta el laboratorio, está a cargo de mujeres. Los productos se venden en las farmacias de las comunidades y en algunos cafés del centro de Cuetzalan.
Fabiola de la Cruz, quien ayuda a organizar el programa de los huertos, nos dice que con esta forma de organizarse “se cuida el ambiente, se procura el cuidado entre las mujeres y se conservan los conocimientos”.
Luego, nos despide con una frase para llevar en el camino de vuelta a la ciudad: “Es una oportunidad para ocuparnos desde lo local de problemas gigantes”.
Este trabajo fue realizado con el apoyo de Fondo Semillas
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