Ocho meses después de que se declaró como Área Natural Protegida al Ejido El Bajio, la vida regresa a donde antes sólo había muerte: conejos brincando, berrendos corriendo, y choyas y sahuaros ilustrando el paisaje. Así es la vida sin minería
Texto y fotos. Kau Sirenio
CABORCA, SONORA.- El águila levantó sus alas y despegó sobre el sahuaro donde descansaba antes de que, en 1997, llegara el multimillonario Alejandro Baillères a explotar el territorio del Ejido el Bajío para la minería.
El águila regresó al desierto después de que los ejidatarios de El Bajío expulsaran de su territorio a la minera Penmont, filial de Fresnillo PLC.
Aunque todavía existen 67 sentencias sin ejecutar, mismas que ordenan a la minera regresar todo el oro que extrajeron ilegalmente del territorio de El Bajío, otra victoria es visible entre los sahuaros y choyas del desierto sonorense: la vida.
Esto, después de que en noviembre de 2023 la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales declarara a este territorio como área natural protegida.
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Jesús Javier Thomas González, excomisariado ejidal de El Bajío, explica que ésta declaratoria se logró gracias a una gestión que los ejidatarios hicieron ante el Consejo Nacional de Áreas Protegidas de la Semarnat. Ahí, los campesinos exigieron que su territorio estuviera protegido a través del mecanismo de Área Destinada Voluntariamente a la Conservación, establecido en la Ley de Equilibrio Ecológico y Medio Ambiente.
El trámite lo iniciaron hace tres años, y apenas en noviembre rindió frutos, cuando los ejidatario lograron que la dependencia federal asumiera los costos de la construcción de bebederos y la compra y colocación de videocámaras.
“Es una forma de proteger el ejido de las mineras que están ansiosos por ingresar a nuestra tierra” sentenció Jesús Thomas.
Para abastecer los bebederos, los campesinos tendrán que traer el agua a unos 80 kilómetros de distancia. Después, con ella, llenarán las piletas cada tres días para que los animales desplazados del ejido puedan beberla, y regresar a su tierra.
De acuerdo con Thomas González, de las 21 mil hectáreas que conforman al ejido, alrededor de 18 mil pasarían a ser en territorio de conservación por su gran riqueza en flora y fauna.
El logro no es menor, pues además de arrebatarle la tierra al que fuera el segundo hombre más rico de México, los ejidatarios esperan reconstruir el ecosistema en el que habitaban diversas especies endémicas de la región.
Mientras hablamos, la naturaleza nos ofrece una fotografía de lo que aquí habita. Por ejemplo, desde los altos del desierto, se pueden apreciar alguno ejemplares de conejos y liebres que saltan entre los cactus que decoran a la arena movediza.
Pero tal vez, la especie más importante que ahora corre libre es el berrendo sonorense, el cual, de acuerdo a datos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, es el segundo animal más veloz del planeta, y el único antílope del continente americano, clasificado como en peligro de extinción.
Antes de que los ejidatarios expulsaran a la minera, en México sólo quedaban 100 ejemplares del berrendo, pero ahora, la población aumentó a 416. De esos, 331 de ellos viven en el ejido El Bajío.
«Si subimos a estos cerros en la tarde podemos apreciar los borregos cimarrones, pero hay que llegar en silencio porque se esconden cuando sienten el peligro», me pone al tanto Pedro Francisco Santiago, ejidatario de El Bajío.
Juana y Margarita son ejidatarias de El Bajío. Mientras me cuentan su historia, cortan pitayas para preparar agua fresca. Bartolo, otro ejidatario, perfuma el ambiente con un arbusto.
El ejido El Bajío se fundó el 20 de agosto de 1971 por migrantes provenientes de Oaxaca, Michoacán, Jalisco, Nayarit y Sonora. Antes, la vida era sencilla, pero después de 1997, cuando llegó la minera, los dueños de estas tierras han pagado con cárcel y muerte su lucha contra el extractivismo.
La minera Penmont realizó exploraciones y explotación minera en el terreno ejidal de manera ilegal desde los años noventa. Por eso, en 2009 y 2013 los ejidatarios interpusieron una serie de amparos agrarios en su contra.
Los querían expulsar de su territorio, pero eso no iba a ser fácil, pues tan solo de 2009 a 2013, la minera Penmont removió 10 millones 833 mil 527 toneladas de piedra para extraer, ilegalmente, 236 mil 709 onzas de oro.
Este saqueo provocó que, también, los animales silvestres huyeran del lugar, pues las fuentes de agua, e inclusive el aire, llegaron a niveles de contaminación nunca antes visto.
Los ejidatarios ganaron los juicios en 2014, pero a pesar de que el magistrado del Tribunal Unitario Agrario número 28 ordenó que la minera debe regresar a su estado natural el territorio de El Bajío, y además, indemnizar a los ejidatarios por el pago de renta de sus tierras.
Con la sentencia a su favor, los ejidatarios recuperaron las tres mil hectárea que Penmont ocupó ilegalmente; pero la pugna no terminó ahí, pues la minera no ha querido acatar la ley, aunque según la revista Forbes, la ganancia que obtuvieron los Baillères por el saqueo en El Bajío asciende a 436 millones de dólares que la minera Penmont, filial de Fresnillo PLC, deposita en la Bolsa de Valores de Londres, en la que cotiza desde 2007.
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Además, tras los juicios, otro personaje apareció en la disputa por el oro, Rafael Pavlovich, tío de la exgobernadora Claudia Pavlovich.
Ante la derrota de la minera, Rafael Pavlovich se hizo de un certificado agrario apócrifo, documento que ocupó para demandar a los ejidatario de El Bajío. Así empezó otro frente de resistencia, y también el aumento de la violencia.
En 2013, un convoy de policía estatal, federal y elementos del Ejército mexicano ingresó al desierto para detener a Simón Santiago, Pedro Francisco, Bartolo Santiago, Raúl Ibarra y Erasmo Santiago, todos ejidatarios. De ellos, los primero cuatro quedaron en libertad después de casi un año de cárcel, mientras que Erasmo se quedó por otros meses más.
“No corrimos porque no esperábamos que nos detuvieran, porque somos los únicos dueños del ejido. La Fiscalía de Sonora nos fabricó el delito. Tanto era su miedo que a mí me sembraron armas para justificar mi reclusión a un penal federal” reconstruye Pedro Francisco, uno de los ejidstarios.
A todos los acusaron de robo en perjuicio de la minera Penmont, y también de despojo de tierra, aunque la tierra, en realidad, es suya.
Mientras hablamos, Pedro esquiva las zanjas de las dunas para no atascar su camioneta. Poco a poco, en su memoria, el camino del desierto abre una pequeña grieta que deja entrever cada una de las venas del territorio que ha defendido con su vida.
Su relación con las dunas y los cactus pudo salvar su vida el 12 de febrero de 2018, el día que “hombres armados pagados por Rafael Pavlovich” entraron al ejido para asesinar a Raúl Ibarra de la Paz, uno de los ejidatarios más visible en la lucha contra la minera.
Mientras avanzamos en el camino, pienso que estas dunas tienen huellas bañadas de sangre por la constantes incursiones de los Bailleres y los Pavlovich. Pero, debajo de la sangre, también hay vida.
“Cuando no tengo dinero para el gas bajo caminando al Sahuaro, despacio hago como tres horas, porque no se puede correr porque luego te da sed y aquí no hay agua, por eso hay que caminar muy despacio, casi a contracorriente del Sol” explica Pedro.
“Hasta hace un año la minera realizaba vuelos con avionetas casi al ras del suelo para ahuyentar a los animales”, dice Erasmo Santiago mientras caminamos entre un sin fin de arbustos que los lugareños convierten en medicina tradicional o inciensos. Ahí, entre choya, visnaga, nopales y sahuaro, las víboras de cascabel cazan conejos y ratones montés para alimentarse.
Al pasar una barranca se puede observar otra parte de la belleza natural que ofrece el desierto, sin mina: una parvada de zopilotes posando sobre las ramas de palo verde.
“Encontraron comida, por eso están tranquilos. A veces hay reces que se caen en las cuevas subterráneas de las dunas y se mueren, esa es la comida de los buitres”, murmuró Pedro, quien conoce todos los secretos del desierto.
Sin avisar, Pedro Francisco hizo un silencio y pisó el acelerador de su camioneta para subir a la falda del cerro. Ahí, en un espacio plano, estacionó el vehículo y apagó el motor. En cuestión de minutos tomó el camino hacia la montaña cobijada por piedras y ocotillos.
Después de caminar unos 300 metros llegamos a una cueva donde había estiércol de borrego cimarrón: “Los borregos andan aquí cerca, pero no se ven por su color, que es el mismo color de las piedras”, dice Erasmo.
Minutos después, el grupo de exploradores ingresó a la cueva. Ahí interactuaron con murciélagos que huían del lugar por las luces que llevaban los ejidatarios.
Luego seguimos el camino. Fuimos rumbo hacia los bebederos que los activistas construyeron para los animales. Ahí, Erasmo explicó:
“Este bebedero es para berrendos, lobos, coyotes, conejos, liebres y aves, pero, muchas veces se las ganan las vacas que pastan aquí”.
En el otro extremo del ejido hay otro bebedero que fue diseñado para los borregos cimarrones: “Este bebedero lo construyó Baldomero con su dinero, y es el primero que se hizo” recuerda Margarita, con orgullo.
El día que el reportero se despedía del desierto, una manada de ocho berrendos salieron entre los cactus, cruzaron el camino y corrieron hacia otro lado del ejido:
“Los berrendos salieron a despedirlos, eso es señal de buena suerte. Por estos animales nos han encarcelados y desaparecido a nuestros compañeros”.
Periodista ñuu savi originario de la Costa Chica de Guerrero. Fue reportero del periódico El Sur de Acapulco y La Jornada Guerrero, locutor de programa bilingüe Tatyi Savi (voz de la lluvia) en Radio y Televisión de Guerrero y Radio Universidad Autónoma de Guerrero XEUAG en lengua tu’un savi. Actualmente es reportero del semanario Trinchera.
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